De Espenuca a Barracas al Sur

by - viernes, junio 12, 2009

Buenos Aires, 2000. 
Ediciones del valle / Centro Betanzos de Buenos Aires. 
Ilustración de Alfredo Erias. 
Prosa.



Origen de mi obra poética 
“Hay algo de servil en ese hábito de buscar una ley que obedecer.” 
Henry David Thoreau 

“Recuerdo a un niño sentado en las rodillas de su padre. Sobre la mesa del comedor un enorme mapa y un libro de poemas. El mapa tenía ánimas de antiguos labradores, minerales fosforescentes, frutos de oro, olores flotantes, primitivos calderos. El libro guardaba una fotografía de mujer, una fotografía lejana, con ojos de aguas lustrales. El mapa era el recinto de templos devastados. Al tocarlo tenía la suavidad del hule. Los colores unían el tabaco y la sangre, la belleza de las hembras embarazadas y los riesgosos recuerdos de las revoluciones.” 

Atribuyo la esencia de la poesía a la intuición. Nos habla con voz interior. De allí que el acto poético no tenga pasado próximo. Creo que lo poético se oculta en el silencio. La palabra es sólo un símbolo mágico, un elemento vedado que el poeta tiene como misión revelar. 

La imagen poética posee su ontología, arraiga en la conciencia reposada. El espíritu habla de su presencia en un ensueño descansado y activo. En ella se halla la realidad íntima y fugaz. Se opone a los principios, a los engranajes, a las demostraciones. El poema nos transporta a la infancia, a la confidencia. Es la intimidad de la belleza, el secreto de la bondad. Lejos de la impaciencia lo poético protege la amistad, guarda la conciencia ética, aquello que emerge de las leyendas familiares, la felicidad que se asigna al descubrimiento de uno mismo. Quizá la audacia humana sea descubrir la pureza y el asombro. La profundidad la recobramos en las cosas simples. El corazón sincero renace en el recuerdo evocado. 

Todo poema, tal vez, sólo sea una leve sombra, una apología de la condición humana. La conciencia dubitativa de cada lector descubre en la imagen poética la verdad mantenida en secreto. En un mundo protegido por estereotipos culturales sólo conocemos una moral absurda. Estamos ambiguamente respetados y civilizados por dioses y banderas, por amos y esclavos. En un mundo pirandelliano a la verdad no le queda más remedio que ocultarse para sobrevivir. El poema se vuelve una alegoría del tedio, de la mezquindad, de la corrupción, de la imbecilidad. Desde su pasión ética el poeta ordena la misteriosa e indescifrable voluntad de la luz. No discutir (son las voces de la infancia) era un rasgo de mudez o de falta de iniciativa. Mis mayores sospechaban que era una falta de cojones. En un hogar en donde se tomaba la sopa y se hablaba de la Guerra Civil Española, de El acorazado Potemkin, de la Semana Trágica, de Berlioz, de Schubert, de Goya o de Galdós, era imposible obviar la discusión. Si a eso le sumamos la galleguidad republicana, la utopía individualista, la solidaridad campesina, la biografía se completa. Había un espacio de intimidad, un espacio que no se abría a cualquiera. Y un reino en donde el tumulto encontraba los matices de las lecciones humanas. Pocas son las líneas que necesitamos escribir. En mi infancia y mi adolescencia se mezclan los partidos de fútbol jugados en el pasaje La Paz o Pavón y Villegas o en la Isla Maciel o en Argentinos Juniors. Pero también las lecturas de Pío Baroja, Gogol, Baudelaire, Machado, León Felipe, Trotski y Cortázar. El Luna Park y el Colón iban de la mano con las clases de dibujo en el taller de Oliva. El ciclo de Truffaut, Fellini, Bergman, Kurosawa en el Lorraine junto al ¿Qué hacer? de Lenin. Eran los años de la utopía, del idealismo.

Micelli, Cecconato, Bonelli, Grillo y Cruz se complementaban con las primeras lecturas de Chejov, Ungaretti, Pratolini, René Char o Las Memorias del General Paz. Eran los años en que discutíamos si era mejor Rovira que Piazzola. Eran los tiempos en donde las bellas adolescentes imitaban a Joan Báez. Creía en el internacionalismo. Desde una perspectiva anarquista recordaba la epopeya de Espartaco, la vida y la obra de Sor Juana Inés de la Cruz, la honestidad y el pensamiento heroico de Rosa Luxemburgo, la intransigencia de Juan José Castelli, el exilio de Artigas, la solitaria voluntad de Castelao, la genial obra de Sarmiento. Y soñaba, desde la mirada del Che, con el hombre nuevo.

Quienes me conocen saben que mi relación con la literatura fue siempre distante, quiero decir que jamás fui amigo de la política literaria. No suelo reunirme con escritores ni concurrir a mesas redondas ni vernissages. No golpeo la puerta del secretario de cultura de turno ni recorro los mausoleos de señoras asexuadas que recitan versitos. Tampoco, por salud y por estética, visito los círculos áulicos. Ante ciertos caballeros me siento más lector que escritor. Y prefiero hablar de Joe Louis o de Daniel Cohn-Bendit. ¿Por qué escribo? Debiera responder como Bukowski: “Porque no hay aventuras ni barcos piratas de velas rojas y la guerra que hay declarada no tiene bandos ni pandillas ni tribus ni hordas ni héroes y sólo es un saqueo permanente e invisible a tu combatividad.” 

La poética viene de la niñez y de la adolescencia. El lenguaje pasa por la estructura del idioma. Jamás me separé de mi condición de alumno. Tengo algunos defectos pero no soy parricida. He desarrollado un fino sentido de la admiración y del respeto. Me he formado fundamentalmente con Luis Franco, Héctor Ciocchini, Luis Alberto Quesada, José Conde y Lucas Moreno. Sigo estando a mucha distancia de ellos. Lo poco que sé de literatura o de ética, lo aprendí de ellos. 

“¿De dónde somos? Somos de nuestra infancia” me dijo una vez mi íntimo amigo Antoine de Saint-Exupery. Creo que el poeta escribe o sueña para ser lo que es. O tal vez para ser aquello que no somos. Como afirma Octavio Paz “los poetas no tienen biografía, su obra es su biografía.” 

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Guillermo Enrique Hudson 
Pocos hombres como Hudson son recordados con afecto. En sus páginas se admira a un observador inteligente y apasionado. La obra de Hudson representa el amor a la naturaleza y a la libertad. Todo en él conduce a la sabiduría de la vida, al misterio y al prodigio. Nos dijo: “He pasado noches en el desierto, y al despertar allí, en los amplios espacios abiertos y llanos, la primera claridad del cielo por Oriente, el grito del tinamú y el perfume del campo, me han parecido siempre una especie de resurrección.” 

Guillermo Enrique Hudson es un escritor reconocido como excelente prosista, pero además tiene que ser considerado como un científico. Fue conservacionista, y sin duda alguna un pionero de la ecología. Hudson nació el 4 de agosto de 1841. Fue el cuarto hijo de Daniel Hudson y de Carolina Augusta Kimbel, quienes se casaron en Boston en 1827. Llegaron al Río de la Plata en el vapor Potomac en 1833. La primera Iglesia Metodista, está aún en Corrientes y Maipú, tiene un registro de bautismos. Allí están registrados Daniel Augusto, Edwin Andrews, Carolina Luisa y Guillermo Enrique. Más tarde nacen Alberto Merriam, en 1843 y María Elena Harris en noviembre de 1846. 

En junio de 1846 la familia se traslada a Chascomús. Hudson describirá la época del gobierno de Rosas, el paso por Chascomús de las fuerzas derrotadas. Luego volverá a Los Veinticinco Ombúes, previamente deberá hacer el servicio como soldado en la Guardia Nacional. Inicia también una importante correspondencia con el Instituto Smithsoniano en Washington y con la Sociedad Zoológica en Londres. De su viaje al norte de la Patagonia nacerá su libro Días de ocio en la Patagonia. Cerca de la costa de Patagones el barco en que viaja naufraga, pero se salva la tripulación. Hudson viaja entonces al Valle del Río Negro y describe con su característico estilo el paisaje y los pájaros de la región. En 1868 cuando muere su padre –su madre había fallecido en 1859– Hudson viaja al Uruguay. De ese viaje nacerá su novela La tierra purpúrea

En 1871 fue nombrado miembro correspondiente de la Sociedad Zoológica de Londres. Es cuando resuelve viajar a Inglaterra. Un vapor equipado también con velas, el Ebro, lo llevará en 1874. En Inglaterra se dedica al estudio de los pájaros nativos. Será el naturalista más destacado de Gran Bretaña.

Hudson se casa en 1876 con Emily Wingrave, su casera, una mujer bastante mayor que él, de la que se enamoró por su voz, pues había sido en su juventud cantante lírica. Administrarán una casa de huéspedes en Londres. Es un momento muy difícil para el escritor pues carece de dinero. Lord Gray de Falloden, admirador de la obra de Hudson le otorga una pensión. Hudson puede mejorar un poco su situación económica por algunas lecciones de canto de su esposa y pequeños ingresos que le producen sus publicaciones. Una muestra de la ética de este hombre es que renuncia a la pensión. Alega que no puede ser una carga para el pobre contribuyente británico. Funda la asociación para la defensa de los pájaros y escribe folletos en defensa y protección de la población avícola. En 1921 muere su esposa y en 1922 Hudson fallece en una guardilla de la calle St. Luke, en Londres. Creemos que es importante recordar la inscripción que se encuentra en Worthing, en una piedra donde solía sentarse a contemplar el mar: “Amó a los pájaros y a los sitios verdes, y el viento en los matorrales y vio el brillo de la aureola de Dios”. 

Hudson no solamente es un caso original sino tal vez único. Nacido en Quilmes, de estirpe inglesa, de padres norteamericanos, permaneció en esta tierra hasta los treinta y tres años. Escribió siempre en inglés y murió octogenario. Su gran amigo Roberto Cunninghame Graham dijo: “Sí que era argentino y lo fue hasta el último día de su vida”. Mas adelante añade: “Hasta en el físico conservó el tipo del gaucho; su hablar lento y su acento de la pampa, siempre me hacían pensar que tenía ante mí a un gaucho de viejo cuño”. Hudson solía declarar a sus íntimos: “Mi verdadera vida terminó cuando dejé las pampas”. 

Añoró hasta el momento de su muerte las lejanías, los horizontes ilimitados. Todos los parajes que tanto amó en Inglaterra, las claras praderas de Sussex, el campo de Salisbury, llano y sin árboles, le recordaban la llanura infinita donde pasó su juventud. Con escaso dinero –casi siempre sólo para la cama y la merienda frugal– montado en su bicicleta, escapaba de la ciudad en cuanto le era posible. Nos dice Enrique Williams Alzaga: “Contempló Hudson con ojos realistas el mundo que describe –hombres, cosas, paisajes–. Pero es un realismo romántico, en rigor el suyo. (No olvidemos que rememora mucho después y desde lejos los acontecimientos: hay una indefinible melancolía, una honda nostalgia en sus evocaciones)”. 

Nacido y criado en la pampa, Hudson retrata en su obra el ambiente y los hombres que le eran familiares. En su Hudson a caballo, Luis Franco dice: “Hudson ha aprendido como nadie que el camino de nuestra armonía con la Naturaleza es el sentido de lo bello, presente en nosotros, porque es el espíritu mismo de lo creado. Aprehender su belleza, es fecundar la nuestra y realizarla humanamente. El arte es sólo la traducción de esa felicidad”. 

Pero Hudson ve también ciertos aspectos de la sociedad de su época. “El gaucho carece o carecía en absoluto de todo sentimiento de patriotismo y veía en todo gobernante, en toda autoridad, desde la más alta hasta la más baja, a su principal enemigo y el peor de los ladrones dado, que no sólo le robaban sus bienes, sino también su libertad”. 

Hudson se interesa por la vida, por la idiosincrasia del aborigen, por el amanecer y el canto de los pájaros. La vida es en sí mucho más misterio y maravilla: “La sensación de lo sobrenatural en las cosas naturales”. Para terminar citaremos una vez más a Luis Franco: “Su atisbo de los infinitos aspectos de las cosas, su contemplación en intuición del todo, su pensamiento y su sentimiento de lo que vive, desde la hierba al hombre, forman un mensaje de belleza y sabiduría sin par para el que debemos a toda costa aguzar nuestros oídos”. 

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La Semana Trágica 

“La Revolución Social es ya un hecho. Hierve de entusiasmos y anhelos el pueblo. Está en el corazón mismo de las muchedumbres esclavas, encarnando sus más sublimes aspiraciones. Nadie discute ya su necesidad. La revolución está hecha carne en el ambiente.” 
La Protesta, 1º de enero de 1919 

En la historia de las personas, como en la de los pueblos, nada es casual. Los hilos psicológicos o sociales se van entretejiendo y es tarea de los militantes redescubrir hechos culturales, ideológicos, históricos. Cuando tenía diez años mi padre me habló por primera vez de la Semana Trágica. Él vio como crumiros y cosacos cargaron en carros cadáveres de huelguistas. Hay imágenes que las tengo presentes pues esta historia me fue contada caminando por algunos de los barrios en los que mi progenitor fue testigo. No es casual tampoco que muchas publicaciones de izquierda, incluso algunas anarquistas, hayan soslayado este acontecimiento. En la historia sindical de nuestro país encontramos dos hitos fundamentales: la Semana Trágica y las huelgas de la Patagonia. Con el Cordobazo se actualizará la Semana Trágica. Tal vez con el asesinato de Máximo Mena, obrero de Santa Isabel, principal planta de Ika, ocurrido el 29 de mayo de 1969 se protagonizaba un nuevo hecho de protesta obrera continuando una larga secuencia de luchas por la dignidad del hombre. 

El 7 de enero de 1919 asesinaron a Juan Fiorini, Santiago Gómez, Toribio Barrera, Manuel Britos y Eduardo Basualdo. Fueron los primeros mártires de la represión policial. Luego habría más de mil quinientos obreros detenidos, ciento veinte muertos y centenares de heridos. No es casual que el 19 de mayo de 1919 tuviera en nuestro país fecha iniciática. Aparecen nombres que perturban a burgueses y oligarcas, nombres “rusos” que queman tranvías y aplican la acción directa: Radowitzky, Karaschin, Romanoff. Pero esto es parte de una sociedad convulsionada. Ese año el gobierno de Yrigoyen soportará 367 huelgas.

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En los talleres metalúrgicos Vasena, en 1918, dos mil quinientos obreros emprendieron una huelga combativa. La empresa contrató crumiros y matones. Los enfrentamientos se hicieron frecuentes y violentos. En uno de ellos murió un cabo de policía. El 7 de enero de 1919 un piquete huelguista fue amenazado por las fuerzas policiales. El 9 de enero la ciudad amaneció paralizada. Desde Barracas una multitud fue sembrando agitación en cada barrio. Se asaltaron armerías, tranvías, vagones de tren, un camión de bomberos. Manifestantes que fueron atacados desde un colegio religioso lo asaltaron y estuvieron a punto de incendiarlo, igual que la iglesia. Al llegar al cementerio para enterrar a sus mártires, las fuerzas policiales volvieron a disparar dejando más muertos en la calle. En los alrededores de los talleres Vasena las calles iban quedando sembradas de cadáveres. La policía se acuarteló Y los obreros quedaron prácticamente dueños de las calles. 

Hay que señalar que los anarco-sindicalistas lograron la dirección del movimiento obrero en 1918 y contrariamente al Partido Socialista, que estaba embarcado en el electoralismo y parlamentarismo, negaban la lucha política. También hay que recordar que en junio de 1912 estalló en Alcorta el primer gran movimiento campesino que se extendió por todo el sur de la provincia de Santa Fe y el norte de la provincia de Buenos Aires. Y la Reforma Universitaria, el estallido estudiantil de junio de 1918, contó con el apoyo obrero. 

La oligarquía constituyó la denominada Asociación del Trabajo (ajeno, decían los obreros anarquistas), presidida por un nombre arquetípico de la sociedad argentina: Don Joaquín S. de Anchorena. El objetivo de esta asociación era claro: proporcionaba carneros para romper huelgas, los cuales eran reclutados entre la gente del hampa y el lumpenaje, señores que a su vez trabajaban de matones armados en las mismas fábricas. De esta organización, de la más pura tradición criolla, se formará la Liga Patriótica Argentina, fundada –¡oh! casualidad– en enero de 1919 con el nombre de la sensatez: Defensores del Orden. Era dirigida por el Dr. Manuel Carlés, organización que se transformaría en fuerza de choque paramilitar. 

La Federación Obrera de Construcciones declarará el 5 de enero boicot a los materiales producidos por Vasena, solidarizándose con sus dos mil quinientos trabajadores. 

En una manifestación en el barrio de La Boca se produce una nueva carnicería. Policías y hampones abren fuego de metralla asesinando a dieciocho adultos y cinco niños. La F.O.R.A. del quinto congreso declara la huelga general. Hay un verdadero levantamiento insurreccional. El 8 de enero piquetes de huelga recorren las calles de Buenos Aires. Huelguistas visitan talleres y comercios haciendo un llamado a la huelga. Desde el local de la Federación Obrera Marítima, en el barrio de La Boca, partían camiones con grupos de veinte obreros enarbolando la bandera roja y negra del anarquismo. Hay más hechos y más datos. Estamos reseñando. El 9 de enero la huelga es total. No hay tranvías ni trenes. El diario La Razón dirá: “Se produjeron tumultos, roturas de vidrios, disparos de revólver, carreras de gente asustada, cierre violento de puertas, etcétera”. Obreros asesinados eran velados en el local metalúrgico de Puente Alsina. Gallegos o italianos, rusos o polacos, luchaban por una misma causa. 

En el cementerio de La Chacarita hablaba Luis Bernard, dirigente de la F.O.R.A. El ejército disparará sin asco, las tumbas servirán de refugio para los atacados. Salvadora Medina Onrubia de Botana, esposa del célebre Natalio Botana, director de Crítica, describirá anécdotas inolvidables en donde evocará el momento en que los cosacos cargaron sobre ellos y cómo Sebastián Marotta, combatiente esclarecido, autor de El movimiento sindical argentino, tomándola de una pierna, la tiró a una fosa recién abierta mientras los caballos saltaban sobre sus cabezas. También dirá que La Protesta la imprimían en Crítica cuando la clausuraron. Y que un señor con sobretodo de cuello de piel entregó libras esterlinas para los anarquistas. Este señor era cuñado de Mateotti y se llamaba Tita Ruffo –un bajo eximio– uno de los cantantes líricos más famosos del mundo. Con la dirección del general Dellepiane se articuló un formidable aparato represivo. Las tropas, junto con los guardias blancas, se lanzaron a la “caza del ruso” en los barrios obreros. 

Los diarios de la época relatan la declaración de huelga general ferroviaria en todo el país, la intervención de teléfonos y telégrafos. En Santiago del Estero e Independencia los chicos del barrio comienzan a levantar trincheras con tachos que utilizaban los barrenderos municipales. Se asaltan almacenes y panaderías, imponiendo a sus propietarios la rebaja de precios. La agitación se extiende a Córdoba, Santa Fe, Mendoza. Avellaneda se transforma en un centro de resistencia fundamental. Los guardias blancas se dedican a efectuar progroms contra los judíos. Los dirigentes socialistas rechazan toda participación o solidaridad con la rebelión obrera. El jefe de policía, el ministro del interior y el señor Vasena aceptan una delegación de la F.O.R.A. y se comprometen a dar libertad a los detenidos y a no tomar represalias con los obreros y empresarios del estado. El 11 de enero por la noche se propone el levantamiento de la huelga general. El levantamiento efectivo de la huelga demoró varios días, la ciudad continuaba ocupada militarmente. Se reabren los locales clausurados y se pone en libertad a 1.500 obreros. Pese a la matanza, a los heridos, las huelgas continuaron con fuerza. En junio de ese mismo año los diputados proyectan una ley para reglamentar los sindicatos, imponiendo condiciones y estableciendo normas. El movimiento obrero la denomina “Ley mordaza”. En la capital se realiza una gran manifestación el 10 de agosto de 1919 y el proyecto quedará archivado. Las jornadas de enero de 1919 sacudieron a la clase obrera. Gobiernos demagógicos o autoritarios, sindicatos burócratas o políticos amarillos quieren olvidar este hito. 

La historia de los seres humanos es una acumulación de engaños. La globalización, la venta de armas, la droga, el mercado, el latifundio, las sociedades anónimas que presenta la historia oficial no quieren ver el descaro, la hipocresía, el pillaje, la explotación, la sangre. Los latifundistas tienen relación directa con el robo o la piratería. 

En un volante que conservo de la F.O.R.A. de 1972 leo: “La F.O.R.A., su militancia anarquista, grita su verdad en esta hora crucial y negra, y advierte los días difíciles y crueles que nos depara el futuro inmediato. Los hijos del trabajo serán como siempre las víctimas propiciatorias. Como esperamos ser proscritos, en esta etapa demagógica y populachera, advertimos a la opinión pública que todo olvido y falta de solidaridad, es un pecado que se paga con retroactividad”.


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