En 1966 conozco a Rocío en la Escuela Superior del Profesorado en Letras Mariano Acosta. Poco tiempo después el encuentro con Ponciano Cárdenas.
Antonio Juan Oliva, casado con mi hermana Raquel, pintor y profesor en la Escuela de Bellas Artes, me lleva a descubrir Sala Taller. Una experiencia única, aún me acompaña sus lecciones. La pintura, el arte, la música, la poesía, lo social, rodeaba su mundo, su universo. Durante años concurrí a sus presentaciones, sus conferencias, sus cenas. Allí Rubén Rey y María Elena Lopardo. Allí el maestro Adolfo De Ferrari, Héctor Cartier, Oscar Pécora, Antonio Pujía, Helios Gagliardi, Renée Pietrantonio, Luis Franco, Syria Poletti... Y nuestro Ponciano Cárdenas. Parte de mi formación se gestó con ellos. Lo estético y lo ético acompañaban lecturas, obras de teatro, films, música de cámara.
Ponciano nació el 25 de agosto de 1927 en Cochabamba, Bolivia. Estudio con Luis Perlotti y Alfredo Bigatti. Ceramista, dibujante, muralista, pintor, escultor, grabador. Un creador infatigable, talentoso, humilde. En 1975 me ilustró mi poemario La gaviota blindada y otros poemas. En 1993 El mensajero celeste. Me unió desde aquellos años el afecto, la amistad, los sueños. Era un joven que semanalmente visitaba su taller, leía poemas mientras él pintaba. Nos encontrábamos en reuniones por la libertad de presos políticos latinamericanos, por la libertad de la cultura. Por la libertad.
La obra de Ponciano Cárdenas es inmensa, testimonial, arrolladora. Desde su silencio, desde su mirada interior, nos transmite la fuerza de la tierra. Sin dogmatismo, sin resentimiento, sin melancolía. Es pasión, energía, color.
Ayer, viernes 25 de agosto, en su estudio de la calle Pringles - uno de los pocos estudios de esas dimensiones que quedan - en ese taller donde aun concurre todos los días, Ponciano celebró sus noventa años. Los cumplió rodeado de amigos, de alumnos, de hijos, de nietos, de bailarinas y músicos bolivianos. Rodeado de historia, de afecto, de alegría, de emoción. Una fiesta conmovedora en un marco de pinturas, esculturas, dibujos, caballetes. A su lado, Mariana Martinelli, una pintora delicada. Mariana, la compañera de toda su vida.
Antonio Juan Oliva, casado con mi hermana Raquel, pintor y profesor en la Escuela de Bellas Artes, me lleva a descubrir Sala Taller. Una experiencia única, aún me acompaña sus lecciones. La pintura, el arte, la música, la poesía, lo social, rodeaba su mundo, su universo. Durante años concurrí a sus presentaciones, sus conferencias, sus cenas. Allí Rubén Rey y María Elena Lopardo. Allí el maestro Adolfo De Ferrari, Héctor Cartier, Oscar Pécora, Antonio Pujía, Helios Gagliardi, Renée Pietrantonio, Luis Franco, Syria Poletti... Y nuestro Ponciano Cárdenas. Parte de mi formación se gestó con ellos. Lo estético y lo ético acompañaban lecturas, obras de teatro, films, música de cámara.
Ponciano nació el 25 de agosto de 1927 en Cochabamba, Bolivia. Estudio con Luis Perlotti y Alfredo Bigatti. Ceramista, dibujante, muralista, pintor, escultor, grabador. Un creador infatigable, talentoso, humilde. En 1975 me ilustró mi poemario La gaviota blindada y otros poemas. En 1993 El mensajero celeste. Me unió desde aquellos años el afecto, la amistad, los sueños. Era un joven que semanalmente visitaba su taller, leía poemas mientras él pintaba. Nos encontrábamos en reuniones por la libertad de presos políticos latinamericanos, por la libertad de la cultura. Por la libertad.
La obra de Ponciano Cárdenas es inmensa, testimonial, arrolladora. Desde su silencio, desde su mirada interior, nos transmite la fuerza de la tierra. Sin dogmatismo, sin resentimiento, sin melancolía. Es pasión, energía, color.
Ayer, viernes 25 de agosto, en su estudio de la calle Pringles - uno de los pocos estudios de esas dimensiones que quedan - en ese taller donde aun concurre todos los días, Ponciano celebró sus noventa años. Los cumplió rodeado de amigos, de alumnos, de hijos, de nietos, de bailarinas y músicos bolivianos. Rodeado de historia, de afecto, de alegría, de emoción. Una fiesta conmovedora en un marco de pinturas, esculturas, dibujos, caballetes. A su lado, Mariana Martinelli, una pintora delicada. Mariana, la compañera de toda su vida.