El evento se desarrollará en el marco de la 45° Feria Internacional del Libro de Buenos Aires el 7 de mayo de 2019 a las 14.30 hs. en la Sala Rodolfo Walsh del Pabellón Amarillo.
Final
Es de noche, estoy en un avión regresando a mi hogar. Hasta hace unos minutos mi mente estaba concentrada en una conferencia que debía dictar. Algo introspectivo y simbólico en torno al neoclasicismo francés. Por la ventanilla miro la oscuridad. Me vienen imágenes de una burguesía acomodaticia, de políticos gregarios. Siempre los desprecié, desde adolescente. Siempre me resultaron anodinos, adocenados. Deseo que se caiga, que se estrelle o se precipite en el mar, es la única solución. Lo deseo con lágrimas en los ojos, lo deseo en silencio. En el silencio de la desesperación. Necesito morir, necesito suicidarme. Soy cobarde, no tengo valor de dispararme un tiro en la boca o arrojarme de un edificio. Pienso en los pasajeros que desean vivir, que son felices o creen serlo. Pienso en mi niñez, en mis hermanas, en una novela de Italo Calvino. Siento que mi deseo de muerte es egoísta, que junto a mi anhelo está la vida de estos viajeros. Escucho el llanto de una criatura, miro a la azafata que pasa sonriendo, a un hombre mayor sofocado. Pienso en mis hijos, en mis nietos. Siento un sudor frío en mi frente. No puedo más. Hay turbulencias, cierro los puños y los ojos.
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El tren
Advierte que está a punto de entrar en su sueño. Ella se encuentra en la estación, una estación suburbana. Es una joven con glamour, aparentemente desinhibida, conoce su cuerpo. Usted descubre que lleva un pañuelo en la cabeza anudado, sin lazada. Un pañuelo bordó. Luce colores neutros; la ve inquieta. Tiene sensualidad al caminar, con senos para ahuecar las manos. Pero su mirada es tímida; reprimida podríamos decir. Hay algo obsesivo en sus ojos, en la forma de mover sus dedos; le aceleró la respiración. Usted sospecha que espera a su amante, un hombre casado – mayor que ella - un hombre que es o había sido conocido de su padre. Visitaba su casa con la pequeña hija. Un hombre mediocre, alto, con incipiente calvicie, sin más aspiraciones que un oficinista. Ella le confesó, hace años, esta historia que ahora usted revive. Ella (no se lo dijo) necesitaba acostarse con alguien pues el primer hombre había partido al extranjero. Le juró regresar, pero nunca lo hizo. Ella soñaba son ese novio, así lo llamaba. El novio era conocido de su familia, mimado por sus padres. Lo recibían con felicidad, con sonrisas. Ella le habló llorando – lo recuerda perfectamente - de su error, de su falta de claridad, que ahora (así dijo entre lágrimas) lo amaba a usted, que le pedía perdón, que usted era un ser excepcional. Despierta, la ve a su lado, envejecida, abandonada en sus delirios, en el desánimo de la vida. Es entonces cuando usted advierte que está a punto de entrar es su sueño.
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Diario
No soy escritor pero debo redactar mi biografía, debo contar cosas fundamentales, acontecimientos significativos. Tal vez para el lector resulten palabras vacías, sin sentido, recuerdos absurdos. ¿Obstinación, estupidez? ¿Qué tipo de lector? ¿Emocional y ecléctico, vocacional, medio? Debo desnudar lo que se oculta, aquello que no se dice, esa suerte de hipocresía naturalizada en cada individuo, en cada familia, en cada sociedad. Hablar de cómo ahoga sus gritos, su histeria, la irracionalidad. Como se fue transformando en víctima, en una persona donde la fatalidad ocupó sillones, muebles, sábanas. Y también del desenlace trágico, de la muerte de mi padre, de la amada que volví a encontrar después de quince años en un café de Montevideo, del tedio que me invade. Del insomnio, del incidente infausto de mi tío -el incidente del cual discutí en terapia durante meses-, de mi época de estudiante, de la percepción fantasmagórica de una aldea. No quiero ser desmesurado ni trasmitir odio al hablar de las mujeres que conocí. Deduzco que debería escribir del exilio, de las paredes curvadas, de las plazas, de la imposibilidad de tener hijos, de una carta de mi madre, de aquella foto de la infancia, del olor a manzana en el ropero de una prostituta, de la mirada y sordidez de mendigos durmiendo en la calle, de la trivialidad de mi cuñado. No sé cómo empezar.
Carlos Penelas
Buenos Aires, abril de 2019
Es de noche, estoy en un avión regresando a mi hogar. Hasta hace unos minutos mi mente estaba concentrada en una conferencia que debía dictar. Algo introspectivo y simbólico en torno al neoclasicismo francés. Por la ventanilla miro la oscuridad. Me vienen imágenes de una burguesía acomodaticia, de políticos gregarios. Siempre los desprecié, desde adolescente. Siempre me resultaron anodinos, adocenados. Deseo que se caiga, que se estrelle o se precipite en el mar, es la única solución. Lo deseo con lágrimas en los ojos, lo deseo en silencio. En el silencio de la desesperación. Necesito morir, necesito suicidarme. Soy cobarde, no tengo valor de dispararme un tiro en la boca o arrojarme de un edificio. Pienso en los pasajeros que desean vivir, que son felices o creen serlo. Pienso en mi niñez, en mis hermanas, en una novela de Italo Calvino. Siento que mi deseo de muerte es egoísta, que junto a mi anhelo está la vida de estos viajeros. Escucho el llanto de una criatura, miro a la azafata que pasa sonriendo, a un hombre mayor sofocado. Pienso en mis hijos, en mis nietos. Siento un sudor frío en mi frente. No puedo más. Hay turbulencias, cierro los puños y los ojos.
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El tren
Advierte que está a punto de entrar en su sueño. Ella se encuentra en la estación, una estación suburbana. Es una joven con glamour, aparentemente desinhibida, conoce su cuerpo. Usted descubre que lleva un pañuelo en la cabeza anudado, sin lazada. Un pañuelo bordó. Luce colores neutros; la ve inquieta. Tiene sensualidad al caminar, con senos para ahuecar las manos. Pero su mirada es tímida; reprimida podríamos decir. Hay algo obsesivo en sus ojos, en la forma de mover sus dedos; le aceleró la respiración. Usted sospecha que espera a su amante, un hombre casado – mayor que ella - un hombre que es o había sido conocido de su padre. Visitaba su casa con la pequeña hija. Un hombre mediocre, alto, con incipiente calvicie, sin más aspiraciones que un oficinista. Ella le confesó, hace años, esta historia que ahora usted revive. Ella (no se lo dijo) necesitaba acostarse con alguien pues el primer hombre había partido al extranjero. Le juró regresar, pero nunca lo hizo. Ella soñaba son ese novio, así lo llamaba. El novio era conocido de su familia, mimado por sus padres. Lo recibían con felicidad, con sonrisas. Ella le habló llorando – lo recuerda perfectamente - de su error, de su falta de claridad, que ahora (así dijo entre lágrimas) lo amaba a usted, que le pedía perdón, que usted era un ser excepcional. Despierta, la ve a su lado, envejecida, abandonada en sus delirios, en el desánimo de la vida. Es entonces cuando usted advierte que está a punto de entrar es su sueño.
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Diario
No soy escritor pero debo redactar mi biografía, debo contar cosas fundamentales, acontecimientos significativos. Tal vez para el lector resulten palabras vacías, sin sentido, recuerdos absurdos. ¿Obstinación, estupidez? ¿Qué tipo de lector? ¿Emocional y ecléctico, vocacional, medio? Debo desnudar lo que se oculta, aquello que no se dice, esa suerte de hipocresía naturalizada en cada individuo, en cada familia, en cada sociedad. Hablar de cómo ahoga sus gritos, su histeria, la irracionalidad. Como se fue transformando en víctima, en una persona donde la fatalidad ocupó sillones, muebles, sábanas. Y también del desenlace trágico, de la muerte de mi padre, de la amada que volví a encontrar después de quince años en un café de Montevideo, del tedio que me invade. Del insomnio, del incidente infausto de mi tío -el incidente del cual discutí en terapia durante meses-, de mi época de estudiante, de la percepción fantasmagórica de una aldea. No quiero ser desmesurado ni trasmitir odio al hablar de las mujeres que conocí. Deduzco que debería escribir del exilio, de las paredes curvadas, de las plazas, de la imposibilidad de tener hijos, de una carta de mi madre, de aquella foto de la infancia, del olor a manzana en el ropero de una prostituta, de la mirada y sordidez de mendigos durmiendo en la calle, de la trivialidad de mi cuñado. No sé cómo empezar.
Carlos Penelas
Buenos Aires, abril de 2019
lunes, abril 15, 2019
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En un reportaje a Wislawa Szymborska le preguntaron que poeta contemporáneo le recomendaría leer a un joven. La poeta polaca respondió: Ovidio. La gran literatura siempre adquiere una actualidad renovada a la luz de las nuevas generaciones. Si utilizamos - como nos enseñó el profesor Héctor Ciocchini - las temáticas y métodos propuestos por Aby Warburg, para desentrañar las raíces de nuestra herencia hispánica y sobre todo comprender la naturaleza del acto de creación, entendemos con claridad la respuesta de Szymborska.
Quiero rendir homenaje a dos espíritus supremos que tanto hicieron por la educación, enseñando el lenguaje en el lenguaje mismo así como Hegel afirmaba que se debe enseñar a nadar nadando. Me refiero a Pedro Henríquez Ureña, el humanista dominicano y a nuestro querido ensayista, crítico y poeta, don Arturo Marasso.
Leer y estudir el ámbito de ciertas lecturas hicieron de mi un lector atento y particularmente lírico. En mi poética hay dos vertientes. Me confieso nieto de Quevedo y de la lírica gallega.
En Poesía Española, ensayo de métodos y límites estilísticos dice Dámaso Alonso cuando habla del hipérbaton: “Hay que tener en cuenta la enorme polisemia de la posición ‘de’, y no escandalizarnos por asociar como ejemplos valores muy diferentes: ‘de los sos ojos... llorando’, ‘de largos reinos... señor’ (Poema del Cid). Y en el otro extremo: ‘de tu balcón sus nidos a colgar’ (Bécquer); ‘del limonero entre el follaje oscuro’ (A. Machado)”.
En este ejemplo Dámaso Alonso nos demuestra que la violencia del lenguaje usual no es esencialmente distinta de las más osadas de Góngora. Pero más allá del análisis crítico nos sirve para admitir la divinidad de un verso, la fina sensibilidad, la cultura auténtica expresada con delicada espiritualidad.
¿Qué queremos decir? Que la literatura española, y fundamentalmente su poesía, está dentro de la gran poesía de la humanidad. Su intensidad, sus altas metas, su variedad, prueban también el núcleo lírico popular en la tradición hispana, el inmenso tesoro de su poesía.
Debemos señalar para aquellos que supuestamente están en el camino del arte contemporáneo buscando originalidades, giros sorprendentes, estructuras distintas, analizando o partiendo de versos casi indescifrables, queremos decir, repito, que tanto Garcilaso como Quevedo son poetas modernos. Y que sus literaturas tienen una inalienable unicidad, alma de la obra y de lengua.
Las lecturas de juventud son por un lado poco provechosas pues hay impaciencia, distracción y falta de método. Por otro lado está la pasión, la propuesta de modelos. Cuando llegamos a la vida adulta nos damos cuenta de ello. Así como nosotros vamos cambiando, leemos por primera vez un libro releído, sucede con frecuencia, a los textos que nos aguardan les sucede lo mismo.
Partimos de una base. Se leen los clásicos por amor. No por obligación o por respeto. Y a los clásicos castellanos los leemos con amor, con devoción. Y además debemos saber desde donde leemos. Ni la obra ni nosotros somos intemporales.
Mi aproximación a la poesía castellana fue a través del Arcipreste, de Garcilaso, de Fray Luis, de San Juan de la Cruz, de Góngora, de Lope, de Quevedo, pero me emocionó a partir de Jorge Manrique. Más acá comprendí y amé a los clásicos contemporáneos: Machado, Hernández, Lorca, León Felipe, Jorge Guillén, Cernuda y tantos otros. Pero también a nuestros clásicos: Neruda, Vallejo, Borges, Franco, Molinari, Darío, Lugones, Girondo. Y naturalmente a los narradores latinoamericanos que tanto aportaron a la evolución de la lengua.
Sostengo, como afirmó Borges, que “sólo la palabra escrita tiene plena realidad ontológica”. La literatura presupone entonces también un problema moral, en todas sus alternativas se presenta valor y vileza, corrupción y virtud, la violencia del poderoso y la sufrida. Hay búsqueda de la verdad a partir de una estética. El valor de la palabra escrita se vincula con lo vivido, es siempre emblemática o conceptual. No deja de ser paradójico lo que nos enseña el arte. Siglos y siglos de los primitivos textos y sólo el presente vale. Sólo hoy y aquí ocurren los hechos. Infinitos signos a través de la lectura son celebrados con emoción y afecto en el presente. Decía el maestro Pedro Henríquez Ureña: “Donde termina la gramática empieza el arte”.
Un espíritu universal debe detestar todo provincialismo. Pero tampoco vale hablar de un universalismo genérico ni de tonterías abstractas, sino del aliento poético que convierte al lector y a los hombres a partir de su condición humana, de su curruncho. Por eso nos molesta tanto ciertos intelectuales o políticos que proclaman una cultura popular. Aquí haremos una breve digresión. La creación artística de ningún modo es una ceremonia religiosa o mística. Tiene sus propias leyes, sus propias reglas y métodos. Pero sobre todo la creación artística -que utiliza un lenguaje- lleva implícita un fuerte proceso del subconsciente. Y el arte se crea sobre la base de una interacción permanente entre la clase y los artistas, tanto en la vida cotidiana como en la cultural y la ideológica.
El descubrimiento de Fray Luis nos remite a detenernos en cada matiz, en cada palabra, estudiar un campo semántico. La lírica universal de Garcilaso, que tal vez es la síntesis del Siglo de Oro si advertimos en su obra la ascención por la música, la palabra interior que busca el rimo permanente.
En su estudio sobre Boscán nos dice Arturo Marasso al que sitúa “entre la expresión todavía no lograda y la palabra interior que busca el ritmo permanente”.
En los textos de la poesía española del siglo XV vemos la espiritualidad latina, la aristocracia de cada palabra, los metros más adecuados. Iniciamos un itinerario donde depuramos la pasión, el movimiento del alma. De allí la necesidad de ciertos intérpretes para analizar y comprender la creación literaria en todo su misterio y complejidad.
España no sólo trajo libros o una cultura de letras. Trajo Romances, sanciones, juegos, bailes. Nos advierte Pedro Henríquez Ureña: “España es el primer pueblo conquistador que discute la conquista, como Grecia es el primer pueblo que discute la esclavitud.”
Encontramos en una visión panorámica varias lecturas de una lengua. En el lenguaje mismo, en la arquitectura, en la pintura. La arquitectura y la pintura se suman a la alta calidad de la escultura española, la de la piedra y la de la madera pintada. Un sólo nombre: Berruguete.
En un ensayo sobre crítica y estilo el profesor Ciocchini nos dice: "...el aspecto greco-morisco y judío, la España oriental, no ha sido aún suficientemente estudiada - y esta labor parte de una trabajo textual y estilístico que requeriría largos años. Un análisis crítico, una nueva mentalidad crítica, ediciones anotadas de autores como el Rabí Sem Tob, Don Enrique de Villena, Juan de Mal Lara, manifiestan un tesoro de aspectos nuevos e iluminan la lengua con facetas que escapan al retoricismo, a la apariencia de chatura y uniformidad que afecta a las letras españolas por falta de depuración en las concepciones críticas". El lenguaje va de lo coloquial a lo formal, de lo erudito a lo cotidiano.
A fines del siglo XVIII, don Vicente de los Ríos, emparejó a Cervantes en su Juicio crítico del Quijote, con los grandes épicos de la antigüedad clásica, fundamentalmente con Virgilio: “La morada de don Quijote en casa de los Duques corresponde perfectamente a la detención de Eneas en Cartago. El extraño suceso de la Trifaldi y su continuación son también un espectáculo tan divertido como la relación del saco de Troya; la aparición del Clavileño aligero no es menos oportuna ni agradable que la descripción del paladín troyano, y los amores de Altisidora son comparables en su línea con la pasión de Dido”. Esta obra cumbre de la literatura mundial es siempre una catarsis para nuestra alma. Como dijo Jorge Nicolai: “Cervantes como genuino precursor del nuevo tiempo, ha superado el pasado y se ríe del fetiche de ayer”. He aquí un ejemplo: “Ventuoso aquel a quien el cielo dio un pedazo de pan, sin que le quede obligación de agradecerlo a otro que al mismo cielo”.
Para un poeta el problema de la poesía es el de la belleza. Este camino milagroso es la creación del hombre. El propósito de un poema es enfrentarse a los grandes temas. La poesía castellana lo cristalizó en uno de los poemas que más he admirado desde mi temprana juventud. Estoy haciendo referencia a Coplas a la muerte de un padre de Jorge Manrique. La lectura de los grandes escritores medievales españoles son herederos de la tradición que fue capaz de engendrar la poesía más hermosa de su tiempo, me refiero a los romances viejos.
Para finalizar vale recordar que a mitad del siglo XV un judío de Baena ofrece al rey Don Juan una compilación de “cantigas muy dulces e graciosamente sasonadas, de muchas e diversas artes”. El Cancionero de Juan Alfonso Baena –nos dice Pedro Salinas– “aunque contenga poesía de otra especie, significa en buena parte la castellanización de la lírica cortesana provenzal”.
Carlos Penelas
Buenos Aires, marzo de 2019
Quiero rendir homenaje a dos espíritus supremos que tanto hicieron por la educación, enseñando el lenguaje en el lenguaje mismo así como Hegel afirmaba que se debe enseñar a nadar nadando. Me refiero a Pedro Henríquez Ureña, el humanista dominicano y a nuestro querido ensayista, crítico y poeta, don Arturo Marasso.
Leer y estudir el ámbito de ciertas lecturas hicieron de mi un lector atento y particularmente lírico. En mi poética hay dos vertientes. Me confieso nieto de Quevedo y de la lírica gallega.
En Poesía Española, ensayo de métodos y límites estilísticos dice Dámaso Alonso cuando habla del hipérbaton: “Hay que tener en cuenta la enorme polisemia de la posición ‘de’, y no escandalizarnos por asociar como ejemplos valores muy diferentes: ‘de los sos ojos... llorando’, ‘de largos reinos... señor’ (Poema del Cid). Y en el otro extremo: ‘de tu balcón sus nidos a colgar’ (Bécquer); ‘del limonero entre el follaje oscuro’ (A. Machado)”.
En este ejemplo Dámaso Alonso nos demuestra que la violencia del lenguaje usual no es esencialmente distinta de las más osadas de Góngora. Pero más allá del análisis crítico nos sirve para admitir la divinidad de un verso, la fina sensibilidad, la cultura auténtica expresada con delicada espiritualidad.
¿Qué queremos decir? Que la literatura española, y fundamentalmente su poesía, está dentro de la gran poesía de la humanidad. Su intensidad, sus altas metas, su variedad, prueban también el núcleo lírico popular en la tradición hispana, el inmenso tesoro de su poesía.
Debemos señalar para aquellos que supuestamente están en el camino del arte contemporáneo buscando originalidades, giros sorprendentes, estructuras distintas, analizando o partiendo de versos casi indescifrables, queremos decir, repito, que tanto Garcilaso como Quevedo son poetas modernos. Y que sus literaturas tienen una inalienable unicidad, alma de la obra y de lengua.
Las lecturas de juventud son por un lado poco provechosas pues hay impaciencia, distracción y falta de método. Por otro lado está la pasión, la propuesta de modelos. Cuando llegamos a la vida adulta nos damos cuenta de ello. Así como nosotros vamos cambiando, leemos por primera vez un libro releído, sucede con frecuencia, a los textos que nos aguardan les sucede lo mismo.
Partimos de una base. Se leen los clásicos por amor. No por obligación o por respeto. Y a los clásicos castellanos los leemos con amor, con devoción. Y además debemos saber desde donde leemos. Ni la obra ni nosotros somos intemporales.
Mi aproximación a la poesía castellana fue a través del Arcipreste, de Garcilaso, de Fray Luis, de San Juan de la Cruz, de Góngora, de Lope, de Quevedo, pero me emocionó a partir de Jorge Manrique. Más acá comprendí y amé a los clásicos contemporáneos: Machado, Hernández, Lorca, León Felipe, Jorge Guillén, Cernuda y tantos otros. Pero también a nuestros clásicos: Neruda, Vallejo, Borges, Franco, Molinari, Darío, Lugones, Girondo. Y naturalmente a los narradores latinoamericanos que tanto aportaron a la evolución de la lengua.
Sostengo, como afirmó Borges, que “sólo la palabra escrita tiene plena realidad ontológica”. La literatura presupone entonces también un problema moral, en todas sus alternativas se presenta valor y vileza, corrupción y virtud, la violencia del poderoso y la sufrida. Hay búsqueda de la verdad a partir de una estética. El valor de la palabra escrita se vincula con lo vivido, es siempre emblemática o conceptual. No deja de ser paradójico lo que nos enseña el arte. Siglos y siglos de los primitivos textos y sólo el presente vale. Sólo hoy y aquí ocurren los hechos. Infinitos signos a través de la lectura son celebrados con emoción y afecto en el presente. Decía el maestro Pedro Henríquez Ureña: “Donde termina la gramática empieza el arte”.
Un espíritu universal debe detestar todo provincialismo. Pero tampoco vale hablar de un universalismo genérico ni de tonterías abstractas, sino del aliento poético que convierte al lector y a los hombres a partir de su condición humana, de su curruncho. Por eso nos molesta tanto ciertos intelectuales o políticos que proclaman una cultura popular. Aquí haremos una breve digresión. La creación artística de ningún modo es una ceremonia religiosa o mística. Tiene sus propias leyes, sus propias reglas y métodos. Pero sobre todo la creación artística -que utiliza un lenguaje- lleva implícita un fuerte proceso del subconsciente. Y el arte se crea sobre la base de una interacción permanente entre la clase y los artistas, tanto en la vida cotidiana como en la cultural y la ideológica.
El descubrimiento de Fray Luis nos remite a detenernos en cada matiz, en cada palabra, estudiar un campo semántico. La lírica universal de Garcilaso, que tal vez es la síntesis del Siglo de Oro si advertimos en su obra la ascención por la música, la palabra interior que busca el rimo permanente.
En su estudio sobre Boscán nos dice Arturo Marasso al que sitúa “entre la expresión todavía no lograda y la palabra interior que busca el ritmo permanente”.
En los textos de la poesía española del siglo XV vemos la espiritualidad latina, la aristocracia de cada palabra, los metros más adecuados. Iniciamos un itinerario donde depuramos la pasión, el movimiento del alma. De allí la necesidad de ciertos intérpretes para analizar y comprender la creación literaria en todo su misterio y complejidad.
España no sólo trajo libros o una cultura de letras. Trajo Romances, sanciones, juegos, bailes. Nos advierte Pedro Henríquez Ureña: “España es el primer pueblo conquistador que discute la conquista, como Grecia es el primer pueblo que discute la esclavitud.”
Encontramos en una visión panorámica varias lecturas de una lengua. En el lenguaje mismo, en la arquitectura, en la pintura. La arquitectura y la pintura se suman a la alta calidad de la escultura española, la de la piedra y la de la madera pintada. Un sólo nombre: Berruguete.
En un ensayo sobre crítica y estilo el profesor Ciocchini nos dice: "...el aspecto greco-morisco y judío, la España oriental, no ha sido aún suficientemente estudiada - y esta labor parte de una trabajo textual y estilístico que requeriría largos años. Un análisis crítico, una nueva mentalidad crítica, ediciones anotadas de autores como el Rabí Sem Tob, Don Enrique de Villena, Juan de Mal Lara, manifiestan un tesoro de aspectos nuevos e iluminan la lengua con facetas que escapan al retoricismo, a la apariencia de chatura y uniformidad que afecta a las letras españolas por falta de depuración en las concepciones críticas". El lenguaje va de lo coloquial a lo formal, de lo erudito a lo cotidiano.
A fines del siglo XVIII, don Vicente de los Ríos, emparejó a Cervantes en su Juicio crítico del Quijote, con los grandes épicos de la antigüedad clásica, fundamentalmente con Virgilio: “La morada de don Quijote en casa de los Duques corresponde perfectamente a la detención de Eneas en Cartago. El extraño suceso de la Trifaldi y su continuación son también un espectáculo tan divertido como la relación del saco de Troya; la aparición del Clavileño aligero no es menos oportuna ni agradable que la descripción del paladín troyano, y los amores de Altisidora son comparables en su línea con la pasión de Dido”. Esta obra cumbre de la literatura mundial es siempre una catarsis para nuestra alma. Como dijo Jorge Nicolai: “Cervantes como genuino precursor del nuevo tiempo, ha superado el pasado y se ríe del fetiche de ayer”. He aquí un ejemplo: “Ventuoso aquel a quien el cielo dio un pedazo de pan, sin que le quede obligación de agradecerlo a otro que al mismo cielo”.
Para un poeta el problema de la poesía es el de la belleza. Este camino milagroso es la creación del hombre. El propósito de un poema es enfrentarse a los grandes temas. La poesía castellana lo cristalizó en uno de los poemas que más he admirado desde mi temprana juventud. Estoy haciendo referencia a Coplas a la muerte de un padre de Jorge Manrique. La lectura de los grandes escritores medievales españoles son herederos de la tradición que fue capaz de engendrar la poesía más hermosa de su tiempo, me refiero a los romances viejos.
Para finalizar vale recordar que a mitad del siglo XV un judío de Baena ofrece al rey Don Juan una compilación de “cantigas muy dulces e graciosamente sasonadas, de muchas e diversas artes”. El Cancionero de Juan Alfonso Baena –nos dice Pedro Salinas– “aunque contenga poesía de otra especie, significa en buena parte la castellanización de la lírica cortesana provenzal”.
Carlos Penelas
Buenos Aires, marzo de 2019
lunes, abril 08, 2019
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