Recién ahora son visibles los relojes,
las flores azures de la fatalidad,
la demencia. La ferocidad del odio,
el abismo. El borde del mar
y la presencia de voces huyentes.
Tarde descubrimos
lo absurdo del ensueño,
las cartas de amor, el abandono
de una alcoba alucinada.
Y la furtiva presencia de sombras
en las estrellas.
Carlos Penelas
Inédito
Un gran poema de Carlos Penelas, con las grandes claves de bóveda de la escritura poética: ajuste entre el motivo lirico y su despliegue hasta el cierre, con dos bellÃsimos versos finales, donde se trabaja con justeza la unidad de lo cósmico y lo terrestre, sobre un trasfondo de desapego existencial, cuyo trasunto queda plasmado ya en el comienzo del primer verso, en ese “Recién ahora…”, en que el poeta sopesa los grumos de oro que han cruzado inexorablemente el ojo de la clepsidra, el brevÃsimo e inasible fulgor del amor, todo aquello que fuimos y que nos va dejando atrás. Carlos Penelas, en la lÃnea de aquel gran estilo de Magris, “olvidado” por las escrituras de esta desangelada posmodernidad, es deudor de su lectura de los maestros, y asà surge de pronto fantasmal ya en el segundo verso la flor azul de los románticos, la de Novalis. UtopÃa incansablemente perseguida y jamás alcanzada, como la luz lejana del horizonte, impulsa sin embargo desde la sombra tutelar de sus pétalos imposibles la búsqueda incansable del poeta -el deseo nunca saciado de la palabra, parafraseando a Alejandra-.
Sobre el escenario lirico, en la segunda parte del poema, sobrevuela un clima de desasosiego, que parece evocar por momentos algunos pasajes al Juaristi de Bárbara o Muchacha en la ventana.
El poeta parece vacilar al cabo ante la insustancialidad del mundo, de lo vivido, en todo lo que fluye entre la realidad esquiva y el sueño, en la huidiza sombra de las estrellas sobre el mar. Camino de ida o de regreso, el final del poema nos deja en plena soledad ante la evidencia de la eterna cita de Virgilio, de la irreparable fuga del tiempo:
Sed fugit interea, fugit irreparabile tempus.
Alejandro Drewes
las flores azures de la fatalidad,
la demencia. La ferocidad del odio,
el abismo. El borde del mar
y la presencia de voces huyentes.
Tarde descubrimos
lo absurdo del ensueño,
las cartas de amor, el abandono
de una alcoba alucinada.
Y la furtiva presencia de sombras
en las estrellas.
Carlos Penelas
Inédito
Un gran poema de Carlos Penelas, con las grandes claves de bóveda de la escritura poética: ajuste entre el motivo lirico y su despliegue hasta el cierre, con dos bellÃsimos versos finales, donde se trabaja con justeza la unidad de lo cósmico y lo terrestre, sobre un trasfondo de desapego existencial, cuyo trasunto queda plasmado ya en el comienzo del primer verso, en ese “Recién ahora…”, en que el poeta sopesa los grumos de oro que han cruzado inexorablemente el ojo de la clepsidra, el brevÃsimo e inasible fulgor del amor, todo aquello que fuimos y que nos va dejando atrás. Carlos Penelas, en la lÃnea de aquel gran estilo de Magris, “olvidado” por las escrituras de esta desangelada posmodernidad, es deudor de su lectura de los maestros, y asà surge de pronto fantasmal ya en el segundo verso la flor azul de los románticos, la de Novalis. UtopÃa incansablemente perseguida y jamás alcanzada, como la luz lejana del horizonte, impulsa sin embargo desde la sombra tutelar de sus pétalos imposibles la búsqueda incansable del poeta -el deseo nunca saciado de la palabra, parafraseando a Alejandra-.
Sobre el escenario lirico, en la segunda parte del poema, sobrevuela un clima de desasosiego, que parece evocar por momentos algunos pasajes al Juaristi de Bárbara o Muchacha en la ventana.
El poeta parece vacilar al cabo ante la insustancialidad del mundo, de lo vivido, en todo lo que fluye entre la realidad esquiva y el sueño, en la huidiza sombra de las estrellas sobre el mar. Camino de ida o de regreso, el final del poema nos deja en plena soledad ante la evidencia de la eterna cita de Virgilio, de la irreparable fuga del tiempo:
Sed fugit interea, fugit irreparabile tempus.
Alejandro Drewes