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Carlos Penelas

Estoy sentado a una mesa del bar de Córdoba y Callao. Hace un momento se acaba de retirar el Dr. Ricardo Monner Sans, tenía una audiencia. Quedé con dos amigos que usted ya conoce. Me refiero a Jorge Sethson y a Marcelo Massarino. Estamos esperando que llegue Horacio Tarcus; siempre se retrasa. Conversamos de temas intrascendentes: citamos a Italo Calvino y nos reímos reiteradas veces evocando su inolvidable novela El Vizconde Demediado. Alguien, no recuerdo bien quien, cita a Nelson Marra, el poeta, ensayista y narrador uruguayo. Su carga simbólica y esperpéntica es todo un hallazago. Estamos tomando un café; conversamos amigablemente señalando las últimas noticias de los diarios, los disparates sombríos de nuestros políticos, sindicalistas, gurúes y futbolistas. También recordamos la pobreza de la intelectualidad, la estupidez generalizada, el desempleo, el hambre, la desnutrición, la corrupción sin límite. Eso no implica que no admiremos unas bellas caderas de una mujer madura, sentada a metros de nuestra mesa, que convoca el ensueño. Usted sabe, lector, no se haga el moralista, el burgués apocado y asexuado.

Mientras el querido Horacio se retrasa, les hablo de Carlos Prebble, decendiente de escoceses y españoles que acaba de publicar un breve libro sumamente interesante, Música Celta Argentina, donde hallamos una recopilación sobre la música celta en nuestro país. Otro aporte de la inmigración, decimos. Decimos nosotros, no usted, leedor impávido.

Finalmente llega nuestro amigo. Nos pide disculpas y comenta algo del tránsito, algo de un texto que está finalizando, una traducción que lleva trabajo. La mesa está completa. Su cordialidad y lucidez comienzan a agregar datos absurdos a la conversación. Digo absurdos porque hablamos de la resistencia que ofrece la pluma y el papel, la actitud reflexiva que esto significa para el escritor, y sobre todo al poeta. Colegimos que la grafía es lenguaje del alma; la belleza y la artesanía que significa el texto sobre una página en blanco. Hablamos del tiempo de lectura y del tiempo de escritura, de Umberto Eco cuando afirmó que la escritura a mano exige componer la frase mentalmente antes de escribirla.

Caro lector, a usted le hablo. En voz baja, con los ojos pensativos y un ademán supremo de cansancio y de melancolía. Decía Federico Nietzsche que "hay que volver a la muchedumbre; la soledad ablanda, corrompe y pudre". Para algunos sociólogos el amor de pareja es el motor para poder modificar una sociedad. Sin duda existe el amor idealista, el amor pasional, el amor terrenal, el amor institucional. Mucho se discutió en la década del '70 -a la cual pertenezco- el amor burgués y el amor militante. Se construyeron utopías sociales, luego apareció el discurso escéptico e individualista en los años '80, hasta llegar a ese extremo que representa el individualismo salvaje, alejado de toda ética, de toda solidaridad, de toda responsabilidad. Creemos que el amor pasional dinamita a una sociedad. Provoca locura y ruptura a la vez. Se enfrenta al amor institucional, al amor autoritario y formal. El amor pasional es un amor combatiente, insurrecto, que finaliza por lo general en la disociación y el descuartizamiento. El amor institucional reúne, a los señores formales y a las señoras que usan modelitos comprados en los shopping, en un hotel alojamiento.

Hace unos años se publicó El sexo puesto de Daniel Samper, hermano del presidente de Colombia. Con ironía y mordacidad nos habla del proceso de conquista de la mujer, de lo aburrido que se pone la pareja luego del primer encuentro, de lo horrible que es que a uno lo llamen "papito" o "gordito", del lenguaje amoroso, de las cosas ridículas que se dicen. Según Samper todo está demasiado poetizado, y añade que no es verdad lo que pasa en el cine. No le gustan las mujeres que usan sostenes negros y medibachas. Para él el hombre que sobrevive a eso es un héroe. Con humor, dice que le encanta y le resulta fascinante la cicatriz en el apéndice de la mujer y las señoras maduras con celulitis. Obviamente critica los estereotipos ridículos de una sociedad. Le interesa hacer el amor y ver un partido de fútbol por televisión de inmediato. Le aburren los mimos de la esposa y las palabras científicas que giran en torno al sexo.

Sin lugar a dudas, estimado y persistente lector, vivimos una sociedad más pornográfica que sexual. Más hipócrita que erótica. Lo hablo a menudo con Juan Manuel Sánchez y con Ponciano Cárdenas, que algo de esto entienden. Además de ser pintores de talento y generosos amigos. Según un artículo de la revista Time, el arte de la escritura a mano es “un arte perdido. La escritura cursiva parece condenada a seguir el camino del latín: dentro de un tiempo no la podremos leer.” Aquí viene a mi memoria mis queridas compañeras del Profesorado en Letras Mariano Acosta: Mónica Arance y Alicia Fernández Redón. Es siempre hermoso recordarlas, por la sensibilidad, la finiza y la cultura que nos ofrendan.

Se han mezclado los temas, como si fuera un fotomontaje mal realizado. Le pido discupas. Hasta nos dejamos a los amigos conversando solos, arreglando el mundo, palpitando ideas y utopías. Son un ejemplo, en eso. Dejémoslos discurrir, lo hacen admirablemente bien. Sobre todo en esta época de imbecilidad y torpeza. Recuerdo cuando le preguntaron a Azorín si le había costado mucho escribir. Contestó: “Escribir no, limar sí”.

Me gustaría que lea a dos escritores argentinos muy poco conocidos: Carlos Sforza, entrerriano, y Lubrano Zas, ya fallecido. Luego me cuenta. Creo que son mejores narradores que los laureados Claudia Piñeiro, Ari Paluch o Federico Andahazi. Déjele la respuesta al mozo del Astral, allí suelo ir a dibujar y a leer. Sin compromiso, usted sabe.

Carlos Penelas
Buenos Aires, octubre de 2009

sábado, octubre 31, 2009 No comments

Carlos Penelas participará este fin de semana del homenaje que se le realizará a Luis Franco en Santa Rosa, La Pampa.

El acto está organizado por la Asopciación Pampeana de Escritores y la Biblioteca Popular Edgar Morisoli, Víctor Lordi 73.

viernes, octubre 30, 2009 No comments
Sigo, leo a Carlos desde que hacía plaquetas con sus poemas. Por ello, debo confesar que aún antes de tener el libro en mis manos sabía lo que iba a decir. Es decir, sabía parte de lo que iba a decir. Porque con Carlos nos conocemos desde los inicios de esta etapa felizmente consolidada de la democracia, cuando comenzó a hacer en radio Municipal una serie de programas que ya contenían ese estilo, esa manera de enfocar la vida que uno se encuentra viviendo, un estilo que fue elaborando para llegar, en su momento, a De Espenuca a Barracas al Sur y más tarde a Crónicas del desorden, un estilo ahora más elaborado aún, ahora, en Fotomontajes.

Digo que sabía parte porque si bien he ido leyendo sus trabajos en estos últimos años, a medida que iban apareciendo, una segunda lectura me permitió apreciar el conjunto, el significado de su tarea, la línea de preocupación de un poeta que vive aquí, ahora, y tiene conciencia de todo ello.

Como periodista, debo admitir en estas épocas la seriedad de esa boutade a que nos acostumbraba Borges cuando decía que no ocurrían todos los días cosas importantes como para que los diarios salieran todos los días. Es cierto. Cada mañana uno descubre su hartazgo ante las noticias que sólo son continuidad de las del día anterior, salvo algún que otro escándalo, ni siquiera una sorpresa. Por eso es bienvenido en un diario lo que nos habla de cosas más reflexivas, temas con otro enfoque, como lo hace Carlos. Ahora bien: escribe en diarios y trata sobre la actualidad, o la realidad, o las cosas que pasan o parece ser que pasan. ¿Son, entonces, crónicas? Creo que es difícil encasillarlo.

Quizás busqué definirlo porque en estos mismos días leía en el libro Ultimo Patio, de Abino Gómez, acerca de una definición de ensayo perteneciente a Liliana Weinberg, que dice que se trata de un género que une acontecimientos y sentido, espacio privado y espacio público, singularidad y universalidad, razonamiento y emoción, expresividad y conocimiento, desde un yo siempre puesto en juego que interpela constantemente al “nosotros”. Buena definición. Abarca mucho de lo que los textos de Fotomontajes exhiben. Pero me abstengo de aplicarla. Creo que estos textos son difíciles de encasillar, y más aún tengo la certeza de que todo encasillamiento provocará el rechazo del autor.

Ciertamente, Carlos navega por estos tiempos con absoluta libertad: puede iniciar un texto a partir de un momento de intimidad o de evocación; puede comenzar con una cita de uno o con el recuerdo de varios autores; puede plantarse frente a los edificios de Buenos Aires, puede acudir a Piolín de Macramé o a Frankestein, al fútbol o a la poesía, puede reconstruir un episodio de la vida cotidiana; recurrir a todo lo que nos rodea, en fin, para expresarnos y fundamentar su desacuerdo con lo que ve como una realidad a propósito fragmentada, su rechazo a una generalizada tendencia de vida que sucede sin necesidad de expectativas, sueños o proyectos: “Esa es nuestra vergüenza, dice, la realidad que vivimos por momentos parece grandiosa, inimaginable, pero la vida de nuestra imaginación es cruelmente mezquina”.

Fotomontajes, pese a la brevedad de cada texto, es un paseo intenso, comprometido, reflexivo, por las sensaciones y sentimientos con que se nos impone este presente, un paseo en el que vamos no sólo con Carlos sino también con sus lecturas –a las que nos induce a acompañarlo, generosamente, planteándonos que “la lectura puede ser un camino”-, y muchas veces con la presencia de sus maestros.

Carlos habla con su lector, a veces directamente, casi siempre por su tono, por una prosa que de tan cuidada es sencilla, con la que uno se siente incluido ni bien empieza a leerlo. “Nadie ignora, y usted menos que nadie (dice a su lector) que vivimos en una sociedad donde la banalidad y la superficialidad voluntaria da pánico”. Otras veces desconfía del lector, cuando se trata de un mero hojeador de páginas, sin sentido crítico, o se hermana con quien lee sus protestas: “créame, no nos es fácil, ni a usted ni a mí”. Poco después le advierte: “Caro amigo y crédulo lector: hay salida”, pero para ello lo exhorta a reconocer la realidad. Pero es en la estructura del artículo su estilo adquiere una relevancia peculiar, cuando tras tratar un tema y luego otro y otro, aparentemente sin vinculación, deja esa vinculación para su lector. A veces, con absoluta claridad, como en éste que termina diciendo “Penelas, ¿qué relación encuentra entre los crímenes del estalinismo, las invasiones de los marines o las lecturas de Fromm con lo que ocurre con la sexualidad en el mundo o en algún otro país? Ahora pregunto yo: Usted, ¿qué cree?”

Tiene conciencia, por supuesto, de la incomodidad de sus insistencias. “Algunos me dicen que soy nihilista, poco esperanzado o muy duro con la realidad. Otros comentan que la realidad es peor, que suelo suavizarla con estilo e ironía”. Porque el tema de la banalidad y la superficialidad de estos tiempos es recurrente en este libro, y queda reflejado en un sinnúmero de manifestaciones, las más diversas. También, sin embargo, encontramos la constante referencia a la capacidad liberadora del pensamiento, de la lectura, de la poesía, del arte. “Intentamos, desde esta columna, dice, ejercer el pensamiento y una elocuencia para transmitirlo y encontrar el diálogo. Tender puentes entre campos culturales habitualmente disociados, que el lengaje se encuentre en el centro de las consideraciones. Y hacer lo imposible para que la palabra no se convierta en ceniza”.

Hay en Carlos mucha indignación, desagrado, frente a esto en que se transformó lo cotidiano (“nos convertimos en mediocres, pero también en cómplices”, dice); hay mucho respeto por la tarea creadora del hombre, mucho respeto y reconocimiento por quienes a través de su pensamiento han abierto horizontes, y es por ello que casi permanentemente está invitando a la lectura tanto de autores conocidos como de olvidados, cuya vigencia rescata. Y expresa así su convicción de que frente a lo que abunda hay también fuentes de dignidad y ejemplo.

Poeta al fin, en una de sus crónicas revela en pocas palabras lo que guía a esta, su escritura: “la desesperada y terca búsqueda de lo verdadero y de lo bello en una trama de mentiras”.

Jorge Sethson
Periodista y escritor, presentó Fotomontajes el jueves 22 de octubre, en Editorial Dunken.

martes, octubre 27, 2009 1 comments
Investigador, periodista y escritor, el Director del CeDInCI (Centro de Documentación e Investigación de la Cultura de Izquierdas en Argentina) opina sobre el último libro de Carlos Penelas, Fotomontajes.

Si el autor de estas crónicas o su editor me hubiesen dado a leer este libro cuando aún no tenía nombre, hubiera propuesto bautizarlo con el nombre de uno de los textos que lo componen: Un poeta anarquista leyendo el diario. Porque Penelas lee atentamente el diario todas las mañanas, y como se indigna en su lectura, y se hace mala sangre con la marcha del mundo, necesita volver a contar, a contarnos, las noticias que acaba de leer. Pero para poder conjurar tantos sinsabores, lo que en el diario aparece como el horror naturalizado, en el relato de Penelas el horror vuelve a ser horror. Ahora bien, para lograr esa alquimia que le permite que volvamos a experimentar el horror de la realidad, Penelas tiene que trastocar el registro del periodista por el del moralista. Las crónicas de Penelas no son otra cosa que sus lecturas cotidianas presentadas desde su prisma moral.

Ese prisma moral hace que Penelas organice tantas informaciones sobre la realidad conforme a una suerte de visión decadentista de la historia. Al modo de los moralistas clásicos, la vara con la que mide las miserias del presente es la de las riquezas del pasado, o por lo menos sus promesas. Si es posible identificar las lacras del presente, es porque hubo virtudes clásicas. Y es así que Penelas contrasta la alegre ignorancia de las jóvenes generaciones con la férrea voluntad de saber de los inmigrantes autodidactas; el cybercafé con la biblioteca obrera; los individualismos y los narcisismos del presente con las solidaridades del pasado; las relaciones virtuales construidas desde las modernas tecnologías con el antiguo cultivo las relaciones interpersonales, las relaciones cara a cara, verso a verso y cuerpo a cuerpo; los amores líquidos con los amores sólidos, la era del vacío con la vida plena de sentidos, o en la que al menos se creía que se podía luchar para darle un sentido. Ciertamente, asoma por momentos y en algunos tramos de sus crónicas una luz de esperanza (sus propios hijos, por ejemplo, mostrarían -alla Sartre- que es posible hacer algo con lo que la necesidad hace con nosotros), pero Penelas tiende a pensar la realidad a partir de estos contrastes. Si no, no sería un moralista.

Penelas es un moralista angustiado pero indulgente. No condena, no pretende mostrar soluciones, se limita a mostrar. Lo que no es poco. Las crónicas de Penelas no son impersonales ni mucho menos: son crónicas en primera persona, donde el hilo conductor, incluso el único hilo conductor, es el yo hablante del narrador. Penelas recupera y cultiva con maestría la tradición del conversador. Por eso sus crónicas parecen instalarnos imaginariamente en su mesa de bar porteño, donde el autor tiene por delante el diario y a un costado, la pipa y la taza de café. Y desde allí nos habla desenfadadamente, nos lleva por aquí y por allá según lo lleva a él mismo el hilo de la conversación, o las páginas del diario. Y así como a ninguno de nosotros le interesa circunscribirse a un solo tema cuando mantenemos una conversación, a Penelas no le interesa en absoluto la unidad temática de cada una de sus crónicas.

Incluso discute con el lector imaginario que por momentos se pierde, porque todavía no descubrió que Penelas nos cambia abruptamente de tema, y sin embargo habla siempre de lo mismo. No es que se repita, es que Penelas cree, como Hegel, que todo tiene que ver con todo. Y es así que es capaz de conectar, apenas de un renglón a otro y sin previo aviso, una película de Resnais, un hecho de corrupción, un poema de Juan Ramón Jiménez, un partido de fútbol, el Satiricón de Petronio, un recuerdo de la infancia, la guerra de Irak y la obra de Rafael Barret.

Su relato se deja llevar por el vértigo de una conversación. Penelas se ha angustiado con la lectura del diario y nos quiere volver a contar las noticias de otro modo para conjurar la angustia. Y busca la complicidad de otros lectores angustiados con la realidad. Penelas se indigna, se enoja con la realidad, y quiere dialogar con otros indignados y enojados. Él tiene para ofrecernos, como contrapeso, ciertas perlas de la cultura que hace años, o desde siempre, se ha empeñado en pescar. Es así que va desgranando generosamente de su fichero las piezas del tesoro de su botín: frases de John Berger, de Benjamin Péret o de Paul Válery. Cuando la descripción del presente se torna demasiado apocalíptica, Penelas sabe equilibrarla apelando a una buena cita de Camus o de Cabrera Infante. Y cuando la realidad se vuelve demasiado prosaica, Penelas apela al registro poético.

Al lector que está afanoso de novedades, Penelas lo invita a leer a los autores que ya nadie lee, como Azorín, Pío Baroja, Juan Ramón Jiménez, Ibsen, Luis Franco o Arturo Marasso. Y si el lector está deseoso de neologismos, Penelas acentúa chófer, cuenta que “Madre le leía” o exclama ¡pamplinas! Y cuando el realismo quiere justificar la realidad solamente por la prepotencia de lo que es, Penelas echa mano de las utopías. Por eso, cuando los medios levantan sus efímeros héroes de pacotilla, Penelas nos recuerda que también existieron Rafael Barret, o Buenaventura Durruti.

Termino de leer Fotomontajes y tengo la sensación de haber tomado unos 70 cafés con Penelas en el bar de Córdoba y Callao. Y que me vuelvo por Callao con la cabeza revuelta de tantas cosas que me disparó, a ver si consigo en una librería de Corrientes el poema “Espacio” de Juan Ramón Jiménez, o si en la Cinemateca de la Lugones reponen Hace un año en Marienbad. Entonces, ¿qué mayor elogio puede hacerse de un libro que sin evadirnos de la dura realidad del presente, nos invita a leer otros libros, nos incita a disfrutar de otras obras, nos recuerda que detrás de esa realidad deprimente laten utopías, que detrás o debajo de la ciudad visible, palpitan ciudades invisibles?

Horacio Tarcus

Rocío Danussi leyó este texto en la presentación de Fotomontajes realizada el jueves 22 de octubre, en Editorial Dunken.

sábado, octubre 24, 2009 No comments
El último libro de Carlos Penelas, Fotomontajes, fue presentado ayer en el salón de Editorial Dunken. Se refirieron al libro Marcelo Massarino y Jorge Sethson, mientras que Rocío Danussi leyó un comentario enviado especialmente por Horacio Tarcus, desde París.

viernes, octubre 23, 2009 No comments
Viajero con una soledad, de Carlos Penelas (Centro Betanzos Ediciones / Xunta de Galicia, Buenos Aires, 2009, 54 páginas)

El título, además de ser bello y sugerente, señala al lector que en el libro va a encontrar el canto a una soledad que se lleva a cuestas y amenaza con precipitarse en la desolación (“Entonces alcanzo a comprender que no nos salva el amor ni la esperanza”). No obstante, en ese triste desamparo en el que prima la melancolía, también está presente una sensualidad plena y exultante (“En la somnolencia del tacto arden tempestad y secreto”), que da paso a versos amorosos colmados de pasión, deseo y regocijo (“Bella desconocida, balanceas el cuerpo sonriente; húmeda de verano y muda ausencia”) (“Te incorporo desde el destierro y la embriaguez del lecho”).

Cierto hermetismo le permite a Carlos Penelas sumirse en imágenes tan elevadas como vigorosas (“Es así como el semen de oro resplandece en la aurora del poeta, el esplendor de una deidad insumisa: canto que hace girar el cosmos”), en las cuales la cadena de asociaciones conducen a la exaltación y el sueño febril y atormentado (“¡Qué penetrante, qué pureza feroz es esta fuga desmedida en la locura de mi alma!”).

Viajero con una soledad está escrito en su mayor parte en una prosa poética que traza un aluvión desbordante de epifanías. Y, como rindiendo un homenaje a la historia de la poesía, la obra se abre con un madrigal y se cierra con una casida.

El volumen —incluida la tapa— cuenta con dibujos del autor, cuya sutileza y síntesis extrema refuerzan la inspirada vena lírica de los poemas. En palabras del plástico Juan Manuel Sánchez: “Descubro en ellos el mismo sentido, la libertad que había visto en los dibujos de Lorca o de Alberti”. Viajero con una soledad es un texto indispensable para los que aman la poesía.

Germán Cáceres
Originalmente publicado en http://www.carlossviamonte.com.ar/

jueves, octubre 22, 2009 No comments
Editorial Dunken tiene el agrado de invitarlo a la presentación del libro Fotomontajes, de Carlos Penelas, el jueves 22 de octubre a las 19 hs. en la sede de la editorial, Ayacucho 357 de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. La disertación estará a cargo de Marcelo Massarino y de Jorge Sethson.

Fotomontajes continúa la línea iniciada con De Espenuca a Barracas al Sur (2000) y Crónicas del desorden (2006), en donde se recopilaban otros trabajos periodísticos del poeta. En esta ocasión, los artículos fueron publicados originalmente en "Galicia en el Mundo", "Nueva Rioja" y "Diario Hispano Argentino". La contratapa lleva palabras de Ricardo Monner Sans.

Su estilo incluye ironía, mordacidad y, por momentos, nostalgia, utopía y solidaridad. Fue editado por Dunken, y puede comprarse on line siguiendo este enlace.

Fotomontajes ha sido seleccionado para participar en el stand de Argentina de la 61ª Feria Internacional del Libro de Frankfurt, Alemania, la mayor feria comercial de libros del mundo, que se realizará entre el 14 y el 18 de octubre de 2009.

Además, participará en la 23º Feria Internacional del Libro de Guadalajara, que se llevará a cabo en esa ciudad mexicana del 28 de noviembre al 6 de diciembre de 2009, y en la 29º Feria Internacional del Libro de Santiago, Chile, entre el 30 de octubre y el 15 de noviembre de 2009.

lunes, octubre 12, 2009 No comments

El último libro de Carlos Penelas participará en el stand de Argentina en la 29ª Feria Internacional del Libro de Santiago, Chile, que se realizará entre el 30 de octubre y el 15 de noviembre de 2009 en el Centro Cultural Estación Mapocho.

Fotomontajes ha sido seleccionado para participar en la Feria Internacional del Libro de Santiago de Chile, la mayor exposición librera que se realiza en el país trasandino, y que en esta 29º edición tendrá como país invitado a la Argentina.

Esta nueva participación se suma a las ferias del libro de Frankfurt, Alemania, desde mediados de octubre, y de Guadalajara, México, a principios de diciembre.

viernes, octubre 09, 2009 No comments
Lector: perdóname; yo soy un pobre hombre que,
en los ratos de vanidad,
quiere aparentar que sabe algo,
pero que en realidad no sabe nada.
Azorín

Uno de los libros bellísimo que leí a los dieciocho años fue Cartas de mujeres. Había sido escrito en 1893. Poco tiempo después releo Los intereses creados, ya con otra mirada. Mi padre solía hablar de La malquerida. Con los años descubrí artículos periodísticos y numerosos pensamientos. Mi padre admiraba a don Jacinto Benavente, de él hablamos, caro lector. Le interesaba el conocimiento del idioma, las críticas hábiles y mordaces sobre el mal uso del idioma, la alteración de la sintaxis y lexicografía. En síntesis: su intelecto semántico. Veía en él al crítico implacable de una sociedad y al analista sutil de esa sociedad. Admiraba el oficio teatral aunque coincidía con Pérez Ayala al afirmar que su obra “se estancó en un canon naturalista cuando esa etapa ya estaba superada”. Eso mismo pude advertir en el Profesorado en Letras al descubrir la opinión de Torrente Ballester.

Su vida tuvo momentos interesantes dentro de una España clerical y reaccionaria. Homosexual no declarado, siempre ocultó esta situación. El Frente Popular lo homenajeó repetidas veces durante la Guerra Civil, tanto en Madrid como en Valencia. Una vez terminada la guerra se podían representar sus obras pero estaba prohibido el nombre del autor. Se decía por ejemplo: “el autor de La malquerida”. En la década del 40 fue censurado por la dictadura de Franco por su condición homosexual. En 1947 estuvo presente en una manifestación pro-franquista. El régimen le levantó la censura y se lo denominó “nuestro preclaro autor teatral”, “nuestro gran Premio Nobel”. Recordemos que lo obtuvo en 1922.

Fue conocedor de la obra de Ibsen y Shaw, de Oscar Wilde. Fue traductor de Shakespeare. Al principio golpeó sobre las clases aristocráticas y acomodadas, luego fue suavizando sus dardos hasta casi desvanecerse. En su teatro vemos una combinación de la commedia dell arte con otros que provienen del teatro clásico español. En su obra hay un escéptico que desconfía de la naturaleza humana y de la sociedad en su conjunto. En esta visualiza una hipocresía frívola que por momentos se transforma en cruel. Su teatro se burla de la clase adinerada y vacía, del aburrimiento y de la frivolidad de esos caballeros, pero en el fondo carece de grandes conflictos y termina siendo el autor preferido por la burguesía. “Yo quiero el arte libre de toda creencia sectaria”, dijo.

Unamuno, Antonio Machado, Valle-Inclán, Pío Baroja, Azorín, Juan Ramón Jiménez, Benavente, llevaron el lenguaje literario español a una dimensión enorme de la literatura universal. Es la generación del 98.

Si bien su teatro fue envejeciendo alarmantemente, nos quedan obras significativas, pensamientos, búsquedas estéticas de una época. En Argentina su teatro causó furor.

Mi padre me contaba una anécdota de cuando don Jacinto Benavente regresó a España. Antes de partir del puerto de Buenos Aires un periodista le preguntó sobre la idiosincrasia de los argentinos. A punto de zarpar respondió: “Armen la única palabra posible con las letras que componen la palabra argentinos”.

Si hubiera sido por don Manuel me hubiera llamado Jacinto, Jacinto Penelas. Por varias razones. (Ya la imaginación corre desvariada. La diversidad y la oposición del lenguaje, la noción del tiempo y la del espacio.) Los libertarios ponían nombres emblemáticos: Aurora, Libertad, Armonía, Ariel, Liber. O de la naturaleza: Floreal, Rocío, Pradeal… Y de ciertos autores que admiraban. Mi madre, según la leyenda familiar, se negó. Por eso Carlos Tomás. Carloncho, para los íntimos.

Carlos Penelas
Buenos Aires, octubre de 2009

martes, octubre 06, 2009 No comments

Leer y estudiar el ámbito de ciertas lecturas hicieron de mi un lector atento y particularmente lírico. En mi poética hay dos vertientes; la literatura castellana y la lírica gallega.

Góngora

En Poesía Española, ensayo de métodos y límites estilísticos dice Dámaso Alonso cuando habla del hipérbaton: “Hay que tener en cuenta la enorme polisemia de la posición ‘de’, y no escandalizarnos por asociar como ejemplos valores muy diferentes: ‘de los sos ojos... llorando’, ‘de largos reinos... señor’ (Poema del Cid). Y en el otro extremo: ‘de tu balcón sus nidos a colgar’ (Bécquer); ‘del limonero entre el follaje oscuro’ (A. Machado)”.

En este ejemplo Dámaso Alonso nos demuestra que la violencia del lenguaje usual no es esencialmente distinta de las más osadas de Góngora. Pero más allá del análisis crítico nos sirve para admitir la divinidad de un verso, la fina sensibilidad, la cultura auténtica expresada con delicada espiritualidad.

¿Qué queremos decir? Que la literatura española, y fundamentalmente su poesía, está dentro de la gran poesía de la humanidad. Su intensidad, sus altas metas, su variedad, prueban también el núcleo lírico popular en la tradición hispana, el inmenso tesoro de su poesía.

Las lecturas de juventud son por un lado poco provechosas pues hay impaciencia, distracción y falta de método. Por otro lado está la pasión, la propuesta de modelos. Cuando llegamos a la vida adulta nos damos cuenta de ello. Así como nosotros vamos cambiando, leemos por primera vez un libro releído, sucede con frecuencia, a los textos que nos aguardan les sucede lo mismo.

Partimos de una base. Se leen los clásicos por amor. No por obligación o por respeto. Y a los clásicos castellanos los leemos con amor, con devoción. Y además debemos saber desde donde leemos. Ni la obra ni nosotros somos intemporales.

Mi aproximación a la poesía castellana fue a través del Arcipreste, de Garcilaso, de Fray Luis, de San Juan de la Cruz, de Góngora, de Lope, de Quevedo, pero me emocionó a partir de Jorge Manrique. Más acá comprendí y amé a los clásicos contemporáneos: Machado, Hernández, Lorca, León Felipe, Jorge Guillén, Cernuda y tantos otros. Pero también a nuestros clásicos: Neruda, Vallejo, Borges, Franco, Molinari, Darío, Lugones, Girondo. Y naturalmente a los narradores latinoamericanos que tanto aportaron a la evolución de la lengua.

Sostengo, como afirmó Borges, que “sólo la palabra escrita tiene plena realidad ontológica”. La literatura presupone entonces también un problema moral, en todas sus alternativas se presenta valor y vileza, corrupción y virtud, la violencia del poderoso y la sufrida. Hay búsqueda de la verdad a partir de una estética.

El descubrimiento de Fray Luis nos remite a detenernos en cada matiz, en cada palabra, estudiar un campo semántico. La lírica universal de Garcilaso, que tal vez es la síntesis del Siglo de Oro si advertimos en su obra la ascención por la música, la palabra interior que busca el rimo permanente.

En su estudio sobre Boscán nos dice Arturo Marasso al que sitúa “entre la expresión todavía no lograda y la palabra interior que busca el ritmo permanente”.

En los textos de la poesía española del siglo XV vemos la espiritualidad latina, la aristocracia de cada palabra, los metros más adecuados. Iniciamos un itinerario donde depuramos la pasión, el movimiento del alma. De allí la necesidad de ciertos intérpretes para analizar y comprender la creación literaria en todo su misterio y complejidad.

España no sólo trajo libros o una cultura de letras. Trajo Romances, sanciones, juegos, bailes. Nos advierte Pedro Henríquez Ureña: “España es el primer pueblo conquistador que discute la conquista, como Grecia es el primer pueblo que discute la esclavitud.”

Encontramos en una visión panorámica varias lecturas de una lengua. En el lenguaje mismo, en la arquitectura, en la pintura. La arquitectura y la pintura se suman a la alta calidad de la escultura española, la de la piedra y la de la madera pintada. Un sólo nombre: Berruguete.

A fines del siglo XVIII, don Vicente de los Ríos, emparejó a Cervantes en su Juicio crítico del Quijote, con los grandes épicos de la antigüedad clásica, fundamentalmente con Virgilio: “La morada de don Quijote en casa de los Duques coresponde perfectamente a la detención de Eneas en Cartago. El extraño suceso de la Trifaldi y su continuación son también un espectáculo tan divertido como la relación del saco de Troya; la aparición del Clavileño aligero no es menos oportuna ni agradable que la descripción del paladín troyano, y los amores de Altisidora son comparables en su línea con la pasión de Dido”. Esta obra cumbre de la literatura mundial es siempre una catarsis para nuestra alma. Como dijo Jorge Nicolai: “Cervantes como genuino precursor del nuevo tiempo, ha superado el pasado y se ríe del fetiche de ayer”. He aquí un ejemplo: “Venturoso aquel a quien el cielo dio un pedazo de pan, sin que le quede obligación de agradecerlo a otro que al mismo cielo”.

Para un poeta el problema de la poesía es el de la belleza. Este camino milagroso es la creación del hombre. El propósito de un poema es enfrentarse a los grandes temas. La poesía castellana lo cristalizó en uno de los poemas que más he admirado desde mi temprana juventud. Estoy haciendo referencia a Coplas a la muerte de un padre de Jorge Manrique. La lectura de los grandes escritores medievales españoles son herederos de la tradición que fue capaz de engendrar la poesía más hermosa de su tiempo, me refiero a los romances viejos.

Carlos Penelas
Buenos Aires, octubre de 2009

viernes, octubre 02, 2009 No comments
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