Buenos Aires, 2024.
Desde su muerte Argentina cayó en la oquedad, en rostros insustanciales, en una mediocridad insultante. Crece el analfabetismo, el chantaje moral e ideológico aparece en cada esquina, en cada institución. Todo se ha impregnado de crímenes, delitos, robos, símbolos hueros; la fábrica de pobres no tiene límite. La decadencia forma parte de esta cultura medieval-feudal. La obsesión por los muertos, el cinismo, los rituales plenos de barbarie, el paternalismo, la vocinglería política cubre la vida cotidiana. Y el hambre y la desocupación. El dogma – como todo dogma – parece irrefrenable. O tal vez no, en veinte o treinta años estamos hablando de otro país, de una sociedad renovada. Hoy no, ni mañana tampoco.
Cuando escribí este libro el dolor y la angustia me invadieron. Recordaba su voz, sus gestos, su mirada. Recordaba fotografías de ambos en conferencias suyas, en su escritorio o en presentaciones de mis libros de poemas. Evocaba los tiempos de amistad, de intimidad, de trabajo, de lecturas, de proyectos. Muchos años compartiendo confesiones, elaborando ideas, concretando cosas imposibles en un país que lentamente se desmoronaba. También evocaba risas, comidas, anécdotas de nuestras historias, de nuestras familias. Hablábamos de fútbol, de escritores, de científicos, de nuestras madres, del cine italiano, de mujeres. Preocupado siempre por la indigencia, la educación y la salud. Cuando escribí este libro pensé que era una forma de reseñar ideas, conductas de un hombre que creía en la libertad, que aspiraba a un país sanmartiniano, un país como soñaron Sarmiento o Alberdi. Reitero, un ser noble e intenso.
Esta tercera edición, con algunas páginas inéditas, pienso que es un intento de recuperar esperanza. Esperanza de sus convicciones, de sus certezas. El desenlace del querido amigo tiene varios derroteros. El libro, entre otras cosas, emplaza senderos, susurros, indicaciones para el lector atento. Aproximo a la memoria una cita de Unamuno, autor que ambos admirábamos y discutíamos. “Hay que sentir el pensamiento y pensar el sentimiento”.
Carlos Penelas
Buenos Aires, enero de 2024
Tercera edición ampliada
Edición digital.
Prosa.
Edición digital.
Prosa.
Prólogo a la tercera edición
En la tarde del 29 de julio de 2000 el Dr. René G. Favaloro se quita la vida. A las pocas horas del suicidio entraba a su departamento. A las 19:30 de ese día realicé la conferencia de prensa en la puerta de la clínica para informar a periodistas de diversos medios nacionales y extranjeros. Al mes renuncié a la Fundación. La carta documento se hizo pública. Han pasado veintitrés años de esa tragedia. Las nuevas generaciones desconocen quién fue éste médico que cambió la cardiología mundial, que luchó denodadamente por un país mejor, que trajinó día y noche para combatir la corrupción, la demagogia o los caballeros con chalecos y miradas arrogantes. Su nombre lo leemos en el panteón de los grandes médicos de la humanidad. Un ser honesto en un medio hostil, adverso. (Recordemos: Premio Gairdner de Canadá Luis Federico Leloir, César Milstein, René Favaloro). Fue un hombre ético que creyó en utopías. No llegó a advertir que la sociedad se trastocaba notablemente. Cuando fue consiente de aquello que lo rodeaba tomó la decisión. Tal vez contradictorio, complejo sin duda. Pero al decir de Camus: “No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio, y ese es el suicidio”.Desde su muerte Argentina cayó en la oquedad, en rostros insustanciales, en una mediocridad insultante. Crece el analfabetismo, el chantaje moral e ideológico aparece en cada esquina, en cada institución. Todo se ha impregnado de crímenes, delitos, robos, símbolos hueros; la fábrica de pobres no tiene límite. La decadencia forma parte de esta cultura medieval-feudal. La obsesión por los muertos, el cinismo, los rituales plenos de barbarie, el paternalismo, la vocinglería política cubre la vida cotidiana. Y el hambre y la desocupación. El dogma – como todo dogma – parece irrefrenable. O tal vez no, en veinte o treinta años estamos hablando de otro país, de una sociedad renovada. Hoy no, ni mañana tampoco.
Cuando escribí este libro el dolor y la angustia me invadieron. Recordaba su voz, sus gestos, su mirada. Recordaba fotografías de ambos en conferencias suyas, en su escritorio o en presentaciones de mis libros de poemas. Evocaba los tiempos de amistad, de intimidad, de trabajo, de lecturas, de proyectos. Muchos años compartiendo confesiones, elaborando ideas, concretando cosas imposibles en un país que lentamente se desmoronaba. También evocaba risas, comidas, anécdotas de nuestras historias, de nuestras familias. Hablábamos de fútbol, de escritores, de científicos, de nuestras madres, del cine italiano, de mujeres. Preocupado siempre por la indigencia, la educación y la salud. Cuando escribí este libro pensé que era una forma de reseñar ideas, conductas de un hombre que creía en la libertad, que aspiraba a un país sanmartiniano, un país como soñaron Sarmiento o Alberdi. Reitero, un ser noble e intenso.
Esta tercera edición, con algunas páginas inéditas, pienso que es un intento de recuperar esperanza. Esperanza de sus convicciones, de sus certezas. El desenlace del querido amigo tiene varios derroteros. El libro, entre otras cosas, emplaza senderos, susurros, indicaciones para el lector atento. Aproximo a la memoria una cita de Unamuno, autor que ambos admirábamos y discutíamos. “Hay que sentir el pensamiento y pensar el sentimiento”.
Carlos Penelas
Buenos Aires, enero de 2024