Posada del río

by - jueves, junio 18, 2009

Buenos Aires, 2005.
Ediciones del valle.
Ilustración de Rafael Gil.
Prosa poética.


El poema toca la ausencia. Un jour passera la camaraderie inerte de l’oubli. Con su hocico desnuda lo salvaje. El silencio de la vegetación se alberga en la aurora. Todo es fin y comienzo. Habitamos muertos en rotantes astros. Despertamos en la evidencia de lo ingenuo, desamparados entre cielos y petrificados jardines, en habitaciones con infolios, diarios, manuscritos.

No hay codicia ni herida en su peregrinar. Se tiende en la docilidad del sillón, junto a la lámpara. Vagabundea sin acatar campanas. Presiento su impaciencia, abarca el fondo de mi ser. Siento su corazón hasta el confín del sueño. Me mira ausente.

La luz de una vela parpadea en un candelero. Es necesario volvernos primitivos. Hemos envejecido sin el estremecimiento de lo breve, del vacío. Desierto, solitario veo pasar la luna sobre el parque. Oculta finitud, trenes incandescentes sobre acantilados. Tenemos necesidad de eternidad, pero también de engaño. Son instantes que compartimos, instantes donde el sol o la noche me encuentran. Pero las visiones se desvanecen. Cierro los ojos y miro el mar, las grandes rompientes; el bosque quedó a mi espalda. Es verano. Gala gime ante lo invisible. El gozo fecunda fulgor y tránsito. Aún no sé en qué medida mi espíritu está ligado al enigma. La vida es tan sólo una forma de la pasión.

...danza como una antorcha su fantasma en el aire
Charles Baudelaire

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La veo jadeante. En sus dientes el hueso es felicidad y origen. Simulacros que concede el tiempo donde nos extraviamos. Gala hostiliza espejos, el hábito de la siesta, la fatal ironía de lo real. Heme aquí mirando lo sensible, lo que no sabemos comprender. Voces de pólvora, rebeldes. Me abandono, siento la consumida hora del reloj de pared. (Soy Matías Pascal; gritos agudos me persiguen. Y un hartazgo sosegado. Reverberación del mar. ¡Oh, mi silencio!) Veo hombres rezando sin sentido, el sopor del sahumerio, textos celebratorios. De pronto, la imagen de la amada. Ausente me pierdo en lo más hondo de mí. La imaginación desvaría en vuelo, me dice la evidencia y el canto de su cuerpo. Cuelga la ropa en la soga del patio, me fío a su fluir. El sol ordena una vegetación de cúpulas. Es insondable la tontería humana. Gala me ata a esta humanidad que me atrae a la vez que me repele. Hay ondulantes pájaros sobre el crespado río. Y el faro y el fuerte portugués en el cielo.

Y a veces lloro sin querer
Rubén Darío

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