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Carlos Penelas

Ediciones del valle acaba de publicar Escritos, de Rafael Barrett, con prólogo de Carlos Penelas.

En la introducción, Penelas señala: "Álvaro Yunque rendía homenaje a su caudalosa existencia. Borges, en su juventud, recomendó sus páginas feroces y espléndidas. García Lorca, Valle-Inclán, Rodó, comprendieron que Rafael Barrett fundó una literatura y una ética en líneas imborrables. (...) Se lo consideró a principios del siglo XX como una figura en la historia de América."

sábado, junio 26, 2010 No comments

Buenos Aires, 2006. 
Ediciones del valle. 
Prosa.



Ed è subito sera

La poesía no se puede traducir. Este bellísimo verso que puse como título a esta crónica pertenece al gran poeta italiano Salvatore Quasimodo. En castellano diríamos “y enseguida atardece”. Y no es lo mismo, ni en sonido ni en intensidad. El poema es breve: “Cada uno está solo sobre el corazón de la tierra, / traspasado por un rayo de sol: / y enseguida atardece.” O mejor. “Ognuno sta solo sul cuor della terra / trafitto da un raggio di sole: / ed è subito sera”. Quasimodo, Premio Nobel de literatura, proporciona una imagen dura y crítica de la realidad. Un poeta inmenso por su precisión e intensidad, por su coraje al habitar los días de su época.

Quienes me conocen saben de mi amor por esa Galicia mítica. No por los gallegos en particular, que se las traen. Galicia, el hombre de a pie, el exilio, la diáspora, son cosas que las nuevas generaciones –de izquierdas o de derechas– no terminan de entender. En realidad no les importa, la desconocen. Y los que supuestamente la conocen son dinosaurios. O peor, “porteños agallegados”. Allí, como en todos lados, a los funcionarios les fascina ver una película de pieles rojas. La preocupación para ellos es tener todo en orden: la raya de los pantalones, el alfiler en la corbata y una buena afeitada. Luego, viejos imbéciles, terminan en un ataúd con una sustancial cuenta en el banco pero duros como un bacalao. Y al recorrido del cortejo. Alguien, funcionario o académico, pronunciará un insípido discurso expresando el afecto general. Con modales jesuitas se saludarán con efusión. Solemnes y opacos. “Porque cantan se creen que son cantores” suele decirme Máximo Paz.

Para los griegos saber es recordar. De ese mundo viene la saudade, la necesidad de un recuerdo, la escatología, la conservación y la pérdida. La otra tierra que amo es Italia, sus diversas y sucesivas graduaciones, la luz del espíritu, su fuerza latente. Admiro ciudades y pueblos de todo el mundo pero amo a Galicia y a Italia. El amor y el deseo mueren pero la saudade persiste. No es duelo ni tristeza, queda claro.

Esta mañana estuve tomando un café con David Viñas. Por lo general en enero y febrero tenemos más tiempo para conversar, para intimar, para hacer la lectura de los diarios subrayando y englobando títulos, palabras, citas. Vamos destrozando noticias con flechas e interrogantes. Las leemos desde otro ángulo, reflexionando, viendo fotografías, abrazos, sonrisas. Una orilla atlántica del cuerpo, una verdad escondida, perseverada. No hablamos nunca de la transitoriedad, de la caducidad, de la muerte. Como idas y vueltas todo se cierra en círculos.

Cuando nos despedimos fui a caminar por calles silenciosas y alejadas del centro. En verano es posible, además conozco los rincones de la ciudad. Calles arboladas y serenas. Entonces vinieron a la memoria mis amigos, mis compañeros del alma. Y esos tiempos terribles del exilio interior. Regresaron los rostros de Roberto Santoro, de Haroldo Conti, de Humberto Constantini. Y Leonardo, Guillermo, Ana María, Cristina, Dardo, Enrique, Julio y rostros cuyos nombres no puedo recordar. Cuánto dolor, me digo en silencio, cuánta nostalgia. Y el regreso del otro exilio, intactos en ternura y vigor: Ricardo Carpani, Osvaldo Bayer, Héctor Ciocchini, Carlos Alberto Brocato, Juan Manuel Sánchez, el propio Viñas. Y esos años de secreto milagro donde compartíamos lo más profundo con Luis Franco, Lucas Moreno, José Conde, Agustín Tavitián, José Gulías, Luis Alberto Quesada, Onofre Lovero, Ponciano Cárdenas, Antonio Pujía, los documentales de Jorge Prelorán...

Líber Forti con su caminar clandestino, encuentros en las madrugadas con actores, periodistas, Juan Lechín, imprentas. Cartas anónimas, miradas insurrectas. Y los anarcos con una entereza de espíritu única, una ética más allá de lo humano. Cuánto me ayudaron, cuánto me protegieron. Luis Danussi, Enrique Palazzo, Roberto Guilera… Y los libros de literatura social quemados, enterrados, dispersos. Y mis hermanas: Raquel y Coca, que todo lo arriesgaron en silencio. Nos sostenía como siempre la poesía, la ingenuidad que conmueve, las páginas de los clásicos, su lectura cautivadora.

A veces son espectros que me visitan en sueños, siempre una nueva parábola. Y así el mundo va teniendo un carácter más privado, más íntimo. El tiempo desconcierta y adultera todo. A medida que pasa agrava y aumenta los golpes: es el camino del bienestar y del poder. De eso conocen las izquierdas y las derechas, del poder. Y los señoritos, y los caballeros normandos. Y supuestos benefactores. Hay seres que me siguen dando asco. Cretinos, decía mi padre.

En mi memoria hay más nombres, tal vez sea injusto no mencionarlos, pero la lista sería interminable. Hubo muchos seres generosos, desprendidos, arriesgaron con desmesura el amor y la pasión. Alberto Olmedo, viejo socialista, cerrajero, era uno de esos hombres. El maestro Renato Ansuini, músico, compositor, amante de la ópera, un gigante itálico desbordante de vida y simpatía, era otro. La temporalidad es retrospectiva y no prospectiva. Sigo caminando y me inserto en el pasado, en el tiempo vivido ya concretado en representaciones evocativas. Voy constituyendo la conciencia entre dos realidades: la que es dada por la percepción de hoy y la de la evocación retrospectiva. Es una posición ensimismada y contemplativa. Es el tiempo emotivo, la presencia de una ausencia ya vivida. En el ensimis-marme devago con los seres queridos, trafitto da un raggio di sole.

Enero de 2006

jueves, junio 18, 2009 No comments
Buenos Aires, 2005.
Ediciones del valle.
Ilustración de Rafael Gil.
Prosa poética.


El poema toca la ausencia. Un jour passera la camaraderie inerte de l’oubli. Con su hocico desnuda lo salvaje. El silencio de la vegetación se alberga en la aurora. Todo es fin y comienzo. Habitamos muertos en rotantes astros. Despertamos en la evidencia de lo ingenuo, desamparados entre cielos y petrificados jardines, en habitaciones con infolios, diarios, manuscritos.

No hay codicia ni herida en su peregrinar. Se tiende en la docilidad del sillón, junto a la lámpara. Vagabundea sin acatar campanas. Presiento su impaciencia, abarca el fondo de mi ser. Siento su corazón hasta el confín del sueño. Me mira ausente.

La luz de una vela parpadea en un candelero. Es necesario volvernos primitivos. Hemos envejecido sin el estremecimiento de lo breve, del vacío. Desierto, solitario veo pasar la luna sobre el parque. Oculta finitud, trenes incandescentes sobre acantilados. Tenemos necesidad de eternidad, pero también de engaño. Son instantes que compartimos, instantes donde el sol o la noche me encuentran. Pero las visiones se desvanecen. Cierro los ojos y miro el mar, las grandes rompientes; el bosque quedó a mi espalda. Es verano. Gala gime ante lo invisible. El gozo fecunda fulgor y tránsito. Aún no sé en qué medida mi espíritu está ligado al enigma. La vida es tan sólo una forma de la pasión.

...danza como una antorcha su fantasma en el aire
Charles Baudelaire

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La veo jadeante. En sus dientes el hueso es felicidad y origen. Simulacros que concede el tiempo donde nos extraviamos. Gala hostiliza espejos, el hábito de la siesta, la fatal ironía de lo real. Heme aquí mirando lo sensible, lo que no sabemos comprender. Voces de pólvora, rebeldes. Me abandono, siento la consumida hora del reloj de pared. (Soy Matías Pascal; gritos agudos me persiguen. Y un hartazgo sosegado. Reverberación del mar. ¡Oh, mi silencio!) Veo hombres rezando sin sentido, el sopor del sahumerio, textos celebratorios. De pronto, la imagen de la amada. Ausente me pierdo en lo más hondo de mí. La imaginación desvaría en vuelo, me dice la evidencia y el canto de su cuerpo. Cuelga la ropa en la soga del patio, me fío a su fluir. El sol ordena una vegetación de cúpulas. Es insondable la tontería humana. Gala me ata a esta humanidad que me atrae a la vez que me repele. Hay ondulantes pájaros sobre el crespado río. Y el faro y el fuerte portugués en el cielo.

Y a veces lloro sin querer
Rubén Darío
jueves, junio 18, 2009 No comments

Buenos Aires, 2004. 
Ediciones del valle. 
Ilustración de Carlos Scannapieco. 
Poesía.


Trémolo de la sombra

¿Qué se ha hecho de las almas grandes y tiernas?
Nietszche

Mi padre buscaba amparo en la quietud,
en el arpegio de la melancolía.
Cuando cobijaba la rosa ardida de rubor
el corazón de mi padre soñaba con una aurora.
Y su voz reclamaba la penumbra del alma,
tan bella como el mar o la fragua.
Confiaba su mirar al bosque de su infancia,
al constelado cielo que invade los recuerdos,
a los libros de la noche y del hábito.
Y su empuje furioso de latidos y bueyes,
en palidez incierta.
Cuando la soledad se hizo vidente
mi padre asomaba cierto pudor.
Un día invocó el instinto, la luz furtiva de la nada.
Ahora, como un aire nonato me visita.
Regresa con su sombrero gris,
con sus ojos de océano, invisible.
Es un padre que cavila
la sobriedad, la ternura, el fervor de los nietos.
Su palabra vela desde las crines de la pampa.
Llega para invocar el pulso,
el hirsuto monte sobre el viento.
Lo saludo junto a un ciprés que recobra la tarde.
La resurrección es devoción y bruma
sobre los ejidos del exilio.

Tres Arroyos, julio de 2003.

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Limay

Aquí estamos, padre,
Emiliano y yo convocados en tu sueño
a orillas del único río que amabas
sin consuelo. Hemos dejado atrás
la soledad y la congoja.
Debes estar en algún lado del misterio.
En la corriente desenvuelta y cautiva,
en el invierno áspero,
en la sequedad del polvo.
¡Oh, vientos del sur devorantes de noches!
Mi voz es sorda en estos arenales,
en esta mudanza errante
entre patos silvestres y árboles desnudos.
Mi voz es una ausencia de dolencias y ocios.

Pero es bella la tarde en esta orilla
de transparentes cielos y pastos amarillos.
El aire me enfría la cara y las manos.
Y la soledad es espléndida al lado de mi hijo.
Sobre pastizales, la aturdida planicie
de una luz ausente
en el milagro de pájaros alzados.
Vamos callados, sonrientes,
entre la tarde y la transparencia de Lisandro.
Hemos venido a encontrarnos
en esta morada sin ribera
donde el alma busca el desahogo.
A lo lejos un caballo, ovejas, la intemperie.
Aquí el río ascendente, perdurable
velando la llanura, la indolente memoria de la patria.
¡Y el aura helada del río entre nosotros!

Río Negro, junio de 2002

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De profundis

(¿Dónde estará el bosque,
que fue diáspora y epopeya y viento?
El bosque de los dioses, el que caminó aquel niño
junto a la elegía, el joven bosque
que asombró de laberintos mi infancia.)

Suavemente, una garúa cae sobre el desamparo de la aldea.
Han emigrado las almas con la tarde.
Un buen pastor guía sus vacas por la linde del sendero.
El viento sumerge entre los árboles
miradas de jóvenes enamorados.
Sobre el río es ligera la danza de los peces.
Medita la rama el rumor de ese río.

Las viejas campanas en el templo,
en el cementerio ruinoso del mirador,
sobre el quebrado muro de flores y plegarias.
Recuerdo la calma del abuelo
deteniendo la quietud de lo olvidado.
Escucho voces que honran nobleza y rectitud.
Atravieso días crecidos, manos que descifran el gozo,
mujeres que sufrieron y amaron el espíritu del poeta.
Aparece mi hermana, la melancolía de los ángeles;
los remos golpean suaves el otoño en los cuartos.

El aire del verdor roza el espejo.

Buenos Aires, julio de 1999

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Bajo estas nubes

I
Princesa, en esta orilla del alba,
mueves el viento y el ensueño
junto al temblor de la rosa invisible.
Apasionado, distante,
respirando el aliento de los pinos.
Con los párpados bajos
¡oh, corazón irremediable!
descendemos al jardín rebelde
en el desprendimiento del tumulto.

Transparente es el rojo atardecer
bajo estas nubes.

II
Cabellera y susurro en la noche.
Sutil, evocadora.
La mirada de la lluvia
en el aire.
Percibe sueño y secreto.
Frágil, serena. Por el aire.
Mirándola
en desvelo sosegado.
Como una brisa solitaria.
Trémula, cautiva.
Inesperada.

III
Tu sombra bebe la oración de la tierra.
Anuncia lo que se oculta en el destierro.
Desnuda es una esfera que me asiste:
esencia del misterio.
Toda luz regresa a su origen.
De la felicidad nace la mano protectora.

IV
Madre y padre
atravesaron el esplendor
del bosque.
Incalculable es el presentimiento
de la sangre.
Vida y dolor es la ofrenda del poema.

Bajo estas nubes
es transparente la oscura bruma de la sombra.

Buenos Aires, marzo de 2001


miércoles, junio 17, 2009 No comments
Buenos Aires, 2003. 
Ediciones del valle. 
Ilustraciones de Juan Manuel Sánchez. 
Plaqueta. Poesía.

Oda al deshabitado 

Saliendo de las campanas o de las lluvias
Sólo puedo mirar ahora los cipreses.
Mirar las elegías ociosas de los muertos
Con el grave color de las velas hinchadas,
Navegando en sombras sin espumas
Hacia un puerto poblado de difuntos.

Sobre las voces la secreta belleza
Con los ojos abiertos,
Quemando la boca de la noche sin sábanas,
La costa roja como un suicidio a borbotones
Entre la ofrenda de la luz
Que sueña la mirada otoñal
El miedo, la súbita congoja.
Y los pájaros emigran de las islas,
Del fondo del bosque donde los druidas
Convocan al tacto y al silencio

Qué penetrante, qué pureza feroz
Es esta fuga desmedida en la locura de mi alma.
¡Oh dama sin abanicos ni duelos!
Trémula sobre el desorden y los libros,
Sobre el llanto, en los dormitorios,
Sobre las uvas húmedas de los cristales.
Impuro es el rito o el abismo
Que largamente recuerdan los retratos.

Y viene la ceniza, la nostalgia,
El viento libertario insurrecto de puños,
Las grandes desventuras, las separaciones,
Calendarios sin cornisas ni brindis ni responsos.
Así crecen la injuria, el alcohol, las heridas.
Los objetos que sin piedad nos llaman
Ciegos y confusos, debajo de los muebles,
En las ventanas sumergidas por el tedio,
Por la maldad de las viudas sin amantes,
En ferias de anticuarios, en viejos mercados.
Mientras, los hijos crecen radiantes
Protegido por huéspedes en almas nupciales,
Flotando, risueños, delirantes,
Hablando de la harina, del amaranto
De huracanadas hembras, de barrios góticos.

(Sé que algunos ángeles aprisionan mis cabellos
O el destino de la niebla en los manantiales.
Pero ahora vuelve la sutil ansiedad,
Las ráfagas melancólicas del sur,
La arena y los huesos con tristes decisiones,
El desierto acosante, el polvo que levanta la tarde
Devorando ausencias y llanuras.
Vuelven para angustiar mi duda,
Su mirada y sus senos, el hálito insomne del amor,
El pubis lleno de sollozos y días inmediatos.
¡La desnudez ahondo solitario
Perdido en el recuerdo trasluciente!)

Saliendo del sonido o del cielo
Entre el salitre, los párpados o el ajo
Cayendo interminablemente
Entre el amor y el odio como pobres burgueses,
Fatigado de nombres, de poemas, de hoteles,
Evocando el exilio, campesinos gallegos, plazas
La calle Viamonte, Montevideo o Edimburgo,
La pasión o el hambre
Evocando cartas, embarcaciones o follajes.
Vivimos la ternura, la eternidad del canto.
Y descubrimos ¡Oh fuego transparente del naufragio!
Que sólo la rosa se eleva a las estrellas.

Carlos Penelas
Buenos Aires, agosto de 2002


martes, junio 16, 2009 No comments
Buenos Aires, 2002. 
Ediciones del valle. 
Ilustraciones de Juan Manuel Sánchez. 
Plaqueta. 
Prosa poética.


Voces

De niño mi madre me decía que las voces no desaparecen, que flotan en el cielo, que sólo los poetas podían escucharlas y recogerlas. Que las voces del pasado se escuchan en el bosque encantado o en soledad. O en los manteles flameados de los hoteles de extravagantes ciudades. También contaba que podían llegar con las olas, al caer la tarde, en la fugacidad de la nostalgia, cuando las sirenas regresan de despertar a los marinos ahogados. O en el alba, junto a la rosa azul de Novalis. Mi madre me enseñó a sentir las voces de los pastores en las caracolas donde reinan dulcísimas estrellas y el desvelo del primer pájaro. Ella me dijo que el amor llegaría en una voz insomne, que tendría la invisibilidad del rocío, la belleza y la divinidad de las magnolias, la dicha y la ternura de la ofrenda. Y una adolescente me nombró en el lecho, en la insolencia de sus caderas.

También mi madre me habló de los secretos, de los aromas que se juntan –irremediablemente– en sus cosmogonías. Del cansancio, de la fatalidad, de la insurrección. Aprendí a habitarlas, a sentir cuando el viento tañe su espejismo. Fui remontando en ellas la alegría y el milagro de la vida, el amor que nos vuelve a la melancolía, al ardor de las miradas ausentes. Y a las lluvias de un crepúsculo mágico junto a las nomeolvides.

Ella me contaba que en su pueblo se buscaban con un candil, tanteando el sueño envuelto de los que invocan el alma. “Las voces vuelan, me susurró en lengua amanecida, y ahora están en la pampa, inmersas en la nostalgia de la muerte.”

Así fui buscando la dignidad y el orgullo de los abuelos. Sus voces bendecían mi corazón sin que yo lo supiese. Poco a poco las voces son más diáfanas, más nítidas. Me cantan al oído, rebosantes, me descubren manos nobles y callosas. Soy como un niño cuando vienen a mí. Me siento rodeado de reyes, de una tierna candidez casi olvidada. Me alejan de la demencia y la maldad, del infortunio. Me besan, cede mi cabeza en una extraña hilaza que me asedia. Llaman desde el rumor. Embellecidas, humildes, vanamente sibilantes. El aire entumece lo angélico, la entonación primitiva. Sutiles, extremas, inaccesibles. Dentro y fuera de mi entendimiento.

Escucho sus rituales, la confidente gracia que resucita el tacto. Estremecido. En estas voces bebo los efímeros días que mecen hechizos. ¡Oh, poema y rosa del desorden! ¡Oh, voz vagabunda en el Jardín de Acracia, en la morada del silencio y la palabra!

Carlos Penelas
Buenos Aires, octubre de 2002



domingo, junio 14, 2009 1 comments
Buenos Aires, 2002. 
Ediciones del valle. 
Ilustración de Máximo Paz. 
Poesía.



¿Oyes estas voces?

¿Oyes estas voces cansadas de infinitud,
de materia, de condenas e injurias?
(¿Estas voces quiméricas de luz,
de asombro, de trasamor ingrávido?)
Ungida está la copa
en este mísero sueño de la noche;
lleva la caricia de la amante,
la sensualidad de los altares desvalidos
la nupcial fragilidad de la pasión.
Fluye la hembra como una sacerdotisa
en su sombra. Este es el lecho del llanto
y del placer, el de la rosa única
que profetiza el abandono.
La que invoca el salvaje alimento
para resucitar los rituales de este prisionero.

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Amo los viejos muebles

Amo los viejos muebles,
las manos antiguas que identifican
la intimidad del hogar.
Junto a la lámpara que descubre el poema
los dioses soplan y consuelan mi espíritu.
Una mujer me guía, me acompaña.
Los recupera del tiempo, los protege,
descubre el alma que habita la belleza.
Crea sitios mágicos en esta constelación
de libros, retratos y talismanes únicos.
Hay una liturgia, sutiles ritos.

Como una cripta en la iniciación
este sillón trasciende mi destino.


Para leer el texto pronunciado por el autor en la presentación haga click acá.
domingo, junio 14, 2009 No comments
Buenos Aires, 2001. 
Ediciones del valle. 
Prosa. 
Estudio crítico y selección de la antología del autor uruguayo.


Revisión de Walter González Penelas 

I

Acordaos de mis palabras: puedo retornar de nuevo.
Os amo, aunque me aleje de la materia
y sea como un ser incorpóreo, triunfante, muerto.
Walt Whitman

Y amo ser en mí mismo hasta un total olvido.
Carlos Sabat Ercasty

En 1968, siendo estudiante del Profesorado en Lengua, Literatura y Latín de la Escuela Normal de Profesores “Mariano Acosta”, a raíz del Mayo Francés conozco a Rocío, quien sería mi compañera. En 1970 publico mi primer libro, Poemas del amor sin muros. Una de las personas que me vincula con intelectuales y hombres de la cultura (Diego Abad de Santillán, Osvaldo Bayer, Jacobo Prince, Líber Forti, Ángel Cappelletti, Luis Di Filippo, Enrique Palazzo, los Quesada de Bahía Blanca, entre otros) será su padre, Luis Danussi, de una larga trayectoria anarco-sindicalista. Será él quien me hablará del poeta y crítico libertario entrerriano Marcelino Román. En 1973 viajo con Rocío a Paraná, Entre Ríos, a conocerlo. Recuerdo aquellos días donde con fineza y generosidad nos abrió las puertas de su casa con una biblioteca maravillosa, brindándonos fraternal amistad.

Uno de mis grandes deseos era poder conversar con el admirable poeta Juan L. Ortiz –autor de una poética de levedad y ensueño–, pues al enviarle mi libro me contestó con breves líneas que afirmaron mi vanidad creadora. Marcelino concertó la entrevista y pasé con Juanele una tarde que recordaré siempre. Nos abrió la puerta su mujer, Gerarda. Román, con su discreción habitual, se retiró inmediatamente para que pudiéramos conversar a solas. Quedé cohibido al ver a Ortiz, poeta a quien leía con veneración. Lo primero que me preguntó, con ese aire de descuido y ausencia tan particular en él, es si era pariente de Walter González Penelas, el poeta uruguayo. Le dije que no. Esa fue la primera vez que oí su nombre. Décadas después comprobé la desidia, nuestro permanente empobrecimiento basado en omisiones y mezquindad.

En 1977, librero y generoso protector de poetas, Francisco Gil, me presenta en El Ateneo al lírico argentino y uno de los grandes de la literatura castellana contemporánea Ricardo E. Molinari. Éste me trata con distinguido afecto y me invita a tomar un café en el Paulista de la calle Florida, todavía conservando su aspecto original de comienzo de siglo. Allí me hace la misma pregunta que Juan L. Ortiz. Ante mí, Molinari enaltece la poesía de González Penelas y resalta su personal amistad y su respeto por el poeta uruguayo. Con los años Molinari me brindó su cálida afición y su guía. Al compartir en intimidad conversaciones literarias llegó a ponderar ahora la poesía de otro Penelas. Rocío, cuando don Ricardo se casó en segundas nupcias con la poeta Ofelia Zúccoli Fidanza, fue su secretaria. Me contó que cuando iba a Montevideo siempre se veía con González Penelas, y que incluso había estado en distintas ocasiones en su casa. En Poemas a un ramo de la tierra purpúrea (Cuadernos Julio Herrera y Reissig, Montevideo, 1959) Molinari le dedica “Atardecer en la sierra de las ánimas” a Walter González Penelas. La primera edición de La escalera (Colombo, Buenos Aires, 1963) estará al cuidado del propio Ricardo Molinari.

En 1985 le dediqué un ciclo en Radio Municipal. Hablé de La escalera, libro que compré en una librería de viejo de Corrientes y Talcahuano el 24 de junio de 1974. Sus páginas estaban sin abrir y tenía una hermosa dedicatoria fechada en su casa de Montevideo en el mes de abril. Afortunadamente alguna de las audiciones fue escuchada por su hermana Violeta. Ella se comunicó conmigo y me hizo llegar una antología que acababa de editarse: Las señales del fuego (colección de poesía Ángaro, Sevilla, 1985). Luego me envía El perro y la muerte (Montevideo, 1959), un poema en prosa donde nos sugiere que la vida no puede ser más que un sueño, donde lo existencial adquiere dimensión metafísica.

Podemos agregar que Walter González Penelas nació en el barrio montevideano de Cerro, Uruguay, el 13 de septiembre de 1913. Su madre era de Mondoñedo, Lugo, y se llamaba Encarnación Penelas. Su padre, uruguayo, carpintero, Saturno González, quien falleció el 7 de noviembre de 1920.

Su primer poemario, prácticamente inhallable, es Cantos para los fuegos del hombre y de la estrella (1937), de tónica decididamente social. Ejerció profesionalmente la sociología como Jefe del Instituto Nacional de Colonización, que gana por concurso en 1946 como investigador. Fruto de este trabajo será el ensayo El Uruguay y su sombra (1963), que según palabras de su primo –llamado Carlos Penelas– causó un fuerte revuelo en su época, incluso en las cámaras legislativas.

Es oportuno recordar que Walter fue orador de la juventud “batllista” y le apodaban “el pollo de Rubio”. El padre del poeta, hombre comprometido, sufrió la cárcel por motivos políticos.

En 1977 obtiene el premio Ángaro por unanimidad del jurado por Bosque de espejos, mientras que dos años más tarde aparece en Montevideo, publicado por Ediciones Hispanoamericanas de Ángaro, Poemas de amor y otros dolores, que obtiene el primer premio de poesía del Ministerio de Instrucción Pública del Uruguay. Morirá el 5 de julio de 1983 en el Hospital Británico de Montevideo a causa de una enfermedad pulmonar crónica luego de pasar sus últimos años en el desasosiego, el dolor y la persecución. Aún vive su esposa, Neldema Magdalena Vignoli, que tanto colaboró junto con Violeta en esta investigación.

Hay autores que son marginados e ignorados por sus contemporáneos. A veces circunstancias políticas o ideológicas se unen a la envidia. La estupidez y la mala fe también tienen su cuota. De lo contrario, no se justifica que este autor haya sido postergado.

Sin duda González Penelas quiso dejar a un lado cualquier forma trivial de erudición, los hábitos que “los hombres de la cultura” suelen indicar. Él penetra en la intimidad, en lo existencial. Su ideología no se manifiesta en un sólo verso. Su compromiso vital es con el hombre y su compromiso creador con la belleza. Debemos acercarnos a su obra con unción. Es una celebración culta, una sensibilidad ética que expresa lo secreto. Poeta, sociólogo, catedrático, fue ultrajado por la dictadura uruguaya que lo condenó a la muerte civil. Su obra poética es de valor ontológico; júbilo y diafanidad. Su lirismo presenta muerte y tiempo, exalta lo trascendente. Fino, denso, sugeridor. Un poeta inmenso.

sábado, junio 13, 2009 1 comments
Buenos Aires, 2000. 
Ediciones del valle. 
Ilustración de Juan Carlos Benítez. 
Plaqueta. 
Poesía.


Autobiografía

Hay visiones y emblemas de una casa. De niño mi madre velaba mi frente. En su mirar mi padre me legó el universo. De estirpe campesina es el mito.

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La muerte es alguien que se retira de sí mismo y vuelve a nosotros. No hay más muertos que los llevados dentro por los vivos. Cervantes

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Poesía

Sin velos. Belleza primigenia en la rosa y el agua. Hacia la orilla de la sombra eterna. Rama dorada, efímera. Espejo encantado que nos sueña. Sagrada forma del alma, del olvido.

sábado, junio 13, 2009 No comments
Buenos Aires, 2000. 
Ediciones del valle. 
Poesía.

Casida

Resplandece la tarde, mi señora.
Nos indaga el desvelo.
Descifro tu nombre
al cabo de los años.
La fiebre
es la misma que recorre tu lecho.
Y la misma pasión
la que convoca.

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Galatea

Soy tu caballero de los ojos cerrados.
Sin lanza, sin espada, sin escudo.
Te traigo mi coraza y mi cansancio.
La medieval herrumbre del camino.
Soy parte del destierro,
un terciopelo oscuro, destrozado.
Y una carta que araña mi cintura.

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Jeep

Beso tu retrato, lejana memoria
de un niño de tres años
sentado en el capot de un jeep.
Contemplo su inocencia, su secreto pudor.
Su despejada frente; ese pie levantado.
Me emociona mirarnos.
Sospecho que intuía esa voz
que separa la niebla del deseo,
la insaciable felicidad que codicia el poeta.
sábado, junio 13, 2009 No comments
Buenos Aires, 2000. 
Ediciones del valle / Centro Betanzos de Buenos Aires. 
Ilustración de Alfredo Erias. 
Prosa.



Origen de mi obra poética 
“Hay algo de servil en ese hábito de buscar una ley que obedecer.” 
Henry David Thoreau 

“Recuerdo a un niño sentado en las rodillas de su padre. Sobre la mesa del comedor un enorme mapa y un libro de poemas. El mapa tenía ánimas de antiguos labradores, minerales fosforescentes, frutos de oro, olores flotantes, primitivos calderos. El libro guardaba una fotografía de mujer, una fotografía lejana, con ojos de aguas lustrales. El mapa era el recinto de templos devastados. Al tocarlo tenía la suavidad del hule. Los colores unían el tabaco y la sangre, la belleza de las hembras embarazadas y los riesgosos recuerdos de las revoluciones.” 

Atribuyo la esencia de la poesía a la intuición. Nos habla con voz interior. De allí que el acto poético no tenga pasado próximo. Creo que lo poético se oculta en el silencio. La palabra es sólo un símbolo mágico, un elemento vedado que el poeta tiene como misión revelar. 

La imagen poética posee su ontología, arraiga en la conciencia reposada. El espíritu habla de su presencia en un ensueño descansado y activo. En ella se halla la realidad íntima y fugaz. Se opone a los principios, a los engranajes, a las demostraciones. El poema nos transporta a la infancia, a la confidencia. Es la intimidad de la belleza, el secreto de la bondad. Lejos de la impaciencia lo poético protege la amistad, guarda la conciencia ética, aquello que emerge de las leyendas familiares, la felicidad que se asigna al descubrimiento de uno mismo. Quizá la audacia humana sea descubrir la pureza y el asombro. La profundidad la recobramos en las cosas simples. El corazón sincero renace en el recuerdo evocado. 

Todo poema, tal vez, sólo sea una leve sombra, una apología de la condición humana. La conciencia dubitativa de cada lector descubre en la imagen poética la verdad mantenida en secreto. En un mundo protegido por estereotipos culturales sólo conocemos una moral absurda. Estamos ambiguamente respetados y civilizados por dioses y banderas, por amos y esclavos. En un mundo pirandelliano a la verdad no le queda más remedio que ocultarse para sobrevivir. El poema se vuelve una alegoría del tedio, de la mezquindad, de la corrupción, de la imbecilidad. Desde su pasión ética el poeta ordena la misteriosa e indescifrable voluntad de la luz. No discutir (son las voces de la infancia) era un rasgo de mudez o de falta de iniciativa. Mis mayores sospechaban que era una falta de cojones. En un hogar en donde se tomaba la sopa y se hablaba de la Guerra Civil Española, de El acorazado Potemkin, de la Semana Trágica, de Berlioz, de Schubert, de Goya o de Galdós, era imposible obviar la discusión. Si a eso le sumamos la galleguidad republicana, la utopía individualista, la solidaridad campesina, la biografía se completa. Había un espacio de intimidad, un espacio que no se abría a cualquiera. Y un reino en donde el tumulto encontraba los matices de las lecciones humanas. Pocas son las líneas que necesitamos escribir. En mi infancia y mi adolescencia se mezclan los partidos de fútbol jugados en el pasaje La Paz o Pavón y Villegas o en la Isla Maciel o en Argentinos Juniors. Pero también las lecturas de Pío Baroja, Gogol, Baudelaire, Machado, León Felipe, Trotski y Cortázar. El Luna Park y el Colón iban de la mano con las clases de dibujo en el taller de Oliva. El ciclo de Truffaut, Fellini, Bergman, Kurosawa en el Lorraine junto al ¿Qué hacer? de Lenin. Eran los años de la utopía, del idealismo.

Micelli, Cecconato, Bonelli, Grillo y Cruz se complementaban con las primeras lecturas de Chejov, Ungaretti, Pratolini, René Char o Las Memorias del General Paz. Eran los años en que discutíamos si era mejor Rovira que Piazzola. Eran los tiempos en donde las bellas adolescentes imitaban a Joan Báez. Creía en el internacionalismo. Desde una perspectiva anarquista recordaba la epopeya de Espartaco, la vida y la obra de Sor Juana Inés de la Cruz, la honestidad y el pensamiento heroico de Rosa Luxemburgo, la intransigencia de Juan José Castelli, el exilio de Artigas, la solitaria voluntad de Castelao, la genial obra de Sarmiento. Y soñaba, desde la mirada del Che, con el hombre nuevo.

Quienes me conocen saben que mi relación con la literatura fue siempre distante, quiero decir que jamás fui amigo de la política literaria. No suelo reunirme con escritores ni concurrir a mesas redondas ni vernissages. No golpeo la puerta del secretario de cultura de turno ni recorro los mausoleos de señoras asexuadas que recitan versitos. Tampoco, por salud y por estética, visito los círculos áulicos. Ante ciertos caballeros me siento más lector que escritor. Y prefiero hablar de Joe Louis o de Daniel Cohn-Bendit. ¿Por qué escribo? Debiera responder como Bukowski: “Porque no hay aventuras ni barcos piratas de velas rojas y la guerra que hay declarada no tiene bandos ni pandillas ni tribus ni hordas ni héroes y sólo es un saqueo permanente e invisible a tu combatividad.” 

La poética viene de la niñez y de la adolescencia. El lenguaje pasa por la estructura del idioma. Jamás me separé de mi condición de alumno. Tengo algunos defectos pero no soy parricida. He desarrollado un fino sentido de la admiración y del respeto. Me he formado fundamentalmente con Luis Franco, Héctor Ciocchini, Luis Alberto Quesada, José Conde y Lucas Moreno. Sigo estando a mucha distancia de ellos. Lo poco que sé de literatura o de ética, lo aprendí de ellos. 

“¿De dónde somos? Somos de nuestra infancia” me dijo una vez mi íntimo amigo Antoine de Saint-Exupery. Creo que el poeta escribe o sueña para ser lo que es. O tal vez para ser aquello que no somos. Como afirma Octavio Paz “los poetas no tienen biografía, su obra es su biografía.” 

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Guillermo Enrique Hudson 
Pocos hombres como Hudson son recordados con afecto. En sus páginas se admira a un observador inteligente y apasionado. La obra de Hudson representa el amor a la naturaleza y a la libertad. Todo en él conduce a la sabiduría de la vida, al misterio y al prodigio. Nos dijo: “He pasado noches en el desierto, y al despertar allí, en los amplios espacios abiertos y llanos, la primera claridad del cielo por Oriente, el grito del tinamú y el perfume del campo, me han parecido siempre una especie de resurrección.” 

Guillermo Enrique Hudson es un escritor reconocido como excelente prosista, pero además tiene que ser considerado como un científico. Fue conservacionista, y sin duda alguna un pionero de la ecología. Hudson nació el 4 de agosto de 1841. Fue el cuarto hijo de Daniel Hudson y de Carolina Augusta Kimbel, quienes se casaron en Boston en 1827. Llegaron al Río de la Plata en el vapor Potomac en 1833. La primera Iglesia Metodista, está aún en Corrientes y Maipú, tiene un registro de bautismos. Allí están registrados Daniel Augusto, Edwin Andrews, Carolina Luisa y Guillermo Enrique. Más tarde nacen Alberto Merriam, en 1843 y María Elena Harris en noviembre de 1846. 

En junio de 1846 la familia se traslada a Chascomús. Hudson describirá la época del gobierno de Rosas, el paso por Chascomús de las fuerzas derrotadas. Luego volverá a Los Veinticinco Ombúes, previamente deberá hacer el servicio como soldado en la Guardia Nacional. Inicia también una importante correspondencia con el Instituto Smithsoniano en Washington y con la Sociedad Zoológica en Londres. De su viaje al norte de la Patagonia nacerá su libro Días de ocio en la Patagonia. Cerca de la costa de Patagones el barco en que viaja naufraga, pero se salva la tripulación. Hudson viaja entonces al Valle del Río Negro y describe con su característico estilo el paisaje y los pájaros de la región. En 1868 cuando muere su padre –su madre había fallecido en 1859– Hudson viaja al Uruguay. De ese viaje nacerá su novela La tierra purpúrea. 

En 1871 fue nombrado miembro correspondiente de la Sociedad Zoológica de Londres. Es cuando resuelve viajar a Inglaterra. Un vapor equipado también con velas, el Ebro, lo llevará en 1874. En Inglaterra se dedica al estudio de los pájaros nativos. Será el naturalista más destacado de Gran Bretaña.

Hudson se casa en 1876 con Emily Wingrave, su casera, una mujer bastante mayor que él, de la que se enamoró por su voz, pues había sido en su juventud cantante lírica. Administrarán una casa de huéspedes en Londres. Es un momento muy difícil para el escritor pues carece de dinero. Lord Gray de Falloden, admirador de la obra de Hudson le otorga una pensión. Hudson puede mejorar un poco su situación económica por algunas lecciones de canto de su esposa y pequeños ingresos que le producen sus publicaciones. Una muestra de la ética de este hombre es que renuncia a la pensión. Alega que no puede ser una carga para el pobre contribuyente británico. Funda la asociación para la defensa de los pájaros y escribe folletos en defensa y protección de la población avícola. En 1921 muere su esposa y en 1922 Hudson fallece en una guardilla de la calle St. Luke, en Londres. Creemos que es importante recordar la inscripción que se encuentra en Worthing, en una piedra donde solía sentarse a contemplar el mar: “Amó a los pájaros y a los sitios verdes, y el viento en los matorrales y vio el brillo de la aureola de Dios”. 

Hudson no solamente es un caso original sino tal vez único. Nacido en Quilmes, de estirpe inglesa, de padres norteamericanos, permaneció en esta tierra hasta los treinta y tres años. Escribió siempre en inglés y murió octogenario. Su gran amigo Roberto Cunninghame Graham dijo: “Sí que era argentino y lo fue hasta el último día de su vida”. Mas adelante añade: “Hasta en el físico conservó el tipo del gaucho; su hablar lento y su acento de la pampa, siempre me hacían pensar que tenía ante mí a un gaucho de viejo cuño”. Hudson solía declarar a sus íntimos: “Mi verdadera vida terminó cuando dejé las pampas”. 

Añoró hasta el momento de su muerte las lejanías, los horizontes ilimitados. Todos los parajes que tanto amó en Inglaterra, las claras praderas de Sussex, el campo de Salisbury, llano y sin árboles, le recordaban la llanura infinita donde pasó su juventud. Con escaso dinero –casi siempre sólo para la cama y la merienda frugal– montado en su bicicleta, escapaba de la ciudad en cuanto le era posible. Nos dice Enrique Williams Alzaga: “Contempló Hudson con ojos realistas el mundo que describe –hombres, cosas, paisajes–. Pero es un realismo romántico, en rigor el suyo. (No olvidemos que rememora mucho después y desde lejos los acontecimientos: hay una indefinible melancolía, una honda nostalgia en sus evocaciones)”. 

Nacido y criado en la pampa, Hudson retrata en su obra el ambiente y los hombres que le eran familiares. En su Hudson a caballo, Luis Franco dice: “Hudson ha aprendido como nadie que el camino de nuestra armonía con la Naturaleza es el sentido de lo bello, presente en nosotros, porque es el espíritu mismo de lo creado. Aprehender su belleza, es fecundar la nuestra y realizarla humanamente. El arte es sólo la traducción de esa felicidad”. 

Pero Hudson ve también ciertos aspectos de la sociedad de su época. “El gaucho carece o carecía en absoluto de todo sentimiento de patriotismo y veía en todo gobernante, en toda autoridad, desde la más alta hasta la más baja, a su principal enemigo y el peor de los ladrones dado, que no sólo le robaban sus bienes, sino también su libertad”. 

Hudson se interesa por la vida, por la idiosincrasia del aborigen, por el amanecer y el canto de los pájaros. La vida es en sí mucho más misterio y maravilla: “La sensación de lo sobrenatural en las cosas naturales”. Para terminar citaremos una vez más a Luis Franco: “Su atisbo de los infinitos aspectos de las cosas, su contemplación en intuición del todo, su pensamiento y su sentimiento de lo que vive, desde la hierba al hombre, forman un mensaje de belleza y sabiduría sin par para el que debemos a toda costa aguzar nuestros oídos”. 

-------------------------------------------------- 

La Semana Trágica 

“La Revolución Social es ya un hecho. Hierve de entusiasmos y anhelos el pueblo. Está en el corazón mismo de las muchedumbres esclavas, encarnando sus más sublimes aspiraciones. Nadie discute ya su necesidad. La revolución está hecha carne en el ambiente.” 
La Protesta, 1º de enero de 1919 

En la historia de las personas, como en la de los pueblos, nada es casual. Los hilos psicológicos o sociales se van entretejiendo y es tarea de los militantes redescubrir hechos culturales, ideológicos, históricos. Cuando tenía diez años mi padre me habló por primera vez de la Semana Trágica. Él vio como crumiros y cosacos cargaron en carros cadáveres de huelguistas. Hay imágenes que las tengo presentes pues esta historia me fue contada caminando por algunos de los barrios en los que mi progenitor fue testigo. No es casual tampoco que muchas publicaciones de izquierda, incluso algunas anarquistas, hayan soslayado este acontecimiento. En la historia sindical de nuestro país encontramos dos hitos fundamentales: la Semana Trágica y las huelgas de la Patagonia. Con el Cordobazo se actualizará la Semana Trágica. Tal vez con el asesinato de Máximo Mena, obrero de Santa Isabel, principal planta de Ika, ocurrido el 29 de mayo de 1969 se protagonizaba un nuevo hecho de protesta obrera continuando una larga secuencia de luchas por la dignidad del hombre. 

El 7 de enero de 1919 asesinaron a Juan Fiorini, Santiago Gómez, Toribio Barrera, Manuel Britos y Eduardo Basualdo. Fueron los primeros mártires de la represión policial. Luego habría más de mil quinientos obreros detenidos, ciento veinte muertos y centenares de heridos. No es casual que el 19 de mayo de 1919 tuviera en nuestro país fecha iniciática. Aparecen nombres que perturban a burgueses y oligarcas, nombres “rusos” que queman tranvías y aplican la acción directa: Radowitzky, Karaschin, Romanoff. Pero esto es parte de una sociedad convulsionada. Ese año el gobierno de Yrigoyen soportará 367 huelgas.

***

En los talleres metalúrgicos Vasena, en 1918, dos mil quinientos obreros emprendieron una huelga combativa. La empresa contrató crumiros y matones. Los enfrentamientos se hicieron frecuentes y violentos. En uno de ellos murió un cabo de policía. El 7 de enero de 1919 un piquete huelguista fue amenazado por las fuerzas policiales. El 9 de enero la ciudad amaneció paralizada. Desde Barracas una multitud fue sembrando agitación en cada barrio. Se asaltaron armerías, tranvías, vagones de tren, un camión de bomberos. Manifestantes que fueron atacados desde un colegio religioso lo asaltaron y estuvieron a punto de incendiarlo, igual que la iglesia. Al llegar al cementerio para enterrar a sus mártires, las fuerzas policiales volvieron a disparar dejando más muertos en la calle. En los alrededores de los talleres Vasena las calles iban quedando sembradas de cadáveres. La policía se acuarteló Y los obreros quedaron prácticamente dueños de las calles. 

Hay que señalar que los anarco-sindicalistas lograron la dirección del movimiento obrero en 1918 y contrariamente al Partido Socialista, que estaba embarcado en el electoralismo y parlamentarismo, negaban la lucha política. También hay que recordar que en junio de 1912 estalló en Alcorta el primer gran movimiento campesino que se extendió por todo el sur de la provincia de Santa Fe y el norte de la provincia de Buenos Aires. Y la Reforma Universitaria, el estallido estudiantil de junio de 1918, contó con el apoyo obrero. 

La oligarquía constituyó la denominada Asociación del Trabajo (ajeno, decían los obreros anarquistas), presidida por un nombre arquetípico de la sociedad argentina: Don Joaquín S. de Anchorena. El objetivo de esta asociación era claro: proporcionaba carneros para romper huelgas, los cuales eran reclutados entre la gente del hampa y el lumpenaje, señores que a su vez trabajaban de matones armados en las mismas fábricas. De esta organización, de la más pura tradición criolla, se formará la Liga Patriótica Argentina, fundada –¡oh! casualidad– en enero de 1919 con el nombre de la sensatez: Defensores del Orden. Era dirigida por el Dr. Manuel Carlés, organización que se transformaría en fuerza de choque paramilitar. 

La Federación Obrera de Construcciones declarará el 5 de enero boicot a los materiales producidos por Vasena, solidarizándose con sus dos mil quinientos trabajadores. 

En una manifestación en el barrio de La Boca se produce una nueva carnicería. Policías y hampones abren fuego de metralla asesinando a dieciocho adultos y cinco niños. La F.O.R.A. del quinto congreso declara la huelga general. Hay un verdadero levantamiento insurreccional. El 8 de enero piquetes de huelga recorren las calles de Buenos Aires. Huelguistas visitan talleres y comercios haciendo un llamado a la huelga. Desde el local de la Federación Obrera Marítima, en el barrio de La Boca, partían camiones con grupos de veinte obreros enarbolando la bandera roja y negra del anarquismo. Hay más hechos y más datos. Estamos reseñando. El 9 de enero la huelga es total. No hay tranvías ni trenes. El diario La Razón dirá: “Se produjeron tumultos, roturas de vidrios, disparos de revólver, carreras de gente asustada, cierre violento de puertas, etcétera”. Obreros asesinados eran velados en el local metalúrgico de Puente Alsina. Gallegos o italianos, rusos o polacos, luchaban por una misma causa. 

En el cementerio de La Chacarita hablaba Luis Bernard, dirigente de la F.O.R.A. El ejército disparará sin asco, las tumbas servirán de refugio para los atacados. Salvadora Medina Onrubia de Botana, esposa del célebre Natalio Botana, director de Crítica, describirá anécdotas inolvidables en donde evocará el momento en que los cosacos cargaron sobre ellos y cómo Sebastián Marotta, combatiente esclarecido, autor de El movimiento sindical argentino, tomándola de una pierna, la tiró a una fosa recién abierta mientras los caballos saltaban sobre sus cabezas. También dirá que La Protesta la imprimían en Crítica cuando la clausuraron. Y que un señor con sobretodo de cuello de piel entregó libras esterlinas para los anarquistas. Este señor era cuñado de Mateotti y se llamaba Tita Ruffo –un bajo eximio– uno de los cantantes líricos más famosos del mundo. Con la dirección del general Dellepiane se articuló un formidable aparato represivo. Las tropas, junto con los guardias blancas, se lanzaron a la “caza del ruso” en los barrios obreros. 

Los diarios de la época relatan la declaración de huelga general ferroviaria en todo el país, la intervención de teléfonos y telégrafos. En Santiago del Estero e Independencia los chicos del barrio comienzan a levantar trincheras con tachos que utilizaban los barrenderos municipales. Se asaltan almacenes y panaderías, imponiendo a sus propietarios la rebaja de precios. La agitación se extiende a Córdoba, Santa Fe, Mendoza. Avellaneda se transforma en un centro de resistencia fundamental. Los guardias blancas se dedican a efectuar progroms contra los judíos. Los dirigentes socialistas rechazan toda participación o solidaridad con la rebelión obrera. El jefe de policía, el ministro del interior y el señor Vasena aceptan una delegación de la F.O.R.A. y se comprometen a dar libertad a los detenidos y a no tomar represalias con los obreros y empresarios del estado. El 11 de enero por la noche se propone el levantamiento de la huelga general. El levantamiento efectivo de la huelga demoró varios días, la ciudad continuaba ocupada militarmente. Se reabren los locales clausurados y se pone en libertad a 1.500 obreros. Pese a la matanza, a los heridos, las huelgas continuaron con fuerza. En junio de ese mismo año los diputados proyectan una ley para reglamentar los sindicatos, imponiendo condiciones y estableciendo normas. El movimiento obrero la denomina “Ley mordaza”. En la capital se realiza una gran manifestación el 10 de agosto de 1919 y el proyecto quedará archivado. Las jornadas de enero de 1919 sacudieron a la clase obrera. Gobiernos demagógicos o autoritarios, sindicatos burócratas o políticos amarillos quieren olvidar este hito. 

La historia de los seres humanos es una acumulación de engaños. La globalización, la venta de armas, la droga, el mercado, el latifundio, las sociedades anónimas que presenta la historia oficial no quieren ver el descaro, la hipocresía, el pillaje, la explotación, la sangre. Los latifundistas tienen relación directa con el robo o la piratería. 

En un volante que conservo de la F.O.R.A. de 1972 leo: “La F.O.R.A., su militancia anarquista, grita su verdad en esta hora crucial y negra, y advierte los días difíciles y crueles que nos depara el futuro inmediato. Los hijos del trabajo serán como siempre las víctimas propiciatorias. Como esperamos ser proscritos, en esta etapa demagógica y populachera, advertimos a la opinión pública que todo olvido y falta de solidaridad, es un pecado que se paga con retroactividad”.


viernes, junio 12, 2009 No comments
Buenos Aires / Espenuca, 1999. 
Ediciones del valle. 
Ilustración de Miguel Viladrich. 
Plaqueta. Poesía.


Roja, amarilla, morada

I
¿Habrá –fatalmente- un destino,
una deuda inextinguible, una porción de libertad
olvidada y sin luz en cada cosa?
Alguna vez, descalzos, soñamos junto al alba.
Éramos jóvenes, heroicos, bellísimos.
En el recuerdo aparece tu cabellera,
el cuerpo ansioso, el deseo que roza en el aire
la tibieza que preparan los dioses.
Era el tumulto, la alegría,
el ardor de estaciones perdidas.
Resonaban disparos. Había compañeros en prisión.
Y los muros pintados con leyendas obreras.
Era fría la noche. Y el empedrado sombra.
Dormíamos tendidos. Sonriendo, amando.
Veníamos de lejos. Y el futuro esperaba.

Odiábamos la muerte. Decíamos:
España, aparta de mí este cáliz.
Viajábamos a fábricas con bestias heráldicas.
Camaradas hablaban de gaviotas blindadas,
de la guerrilla urbana, de dictadores ebrios.
Reíamos a mares, transparentes.
Poseídos, renaciendo del fuego,
navegando la infancia de otros siglos proféticos.
El corazón galopaba entre banderas.
Se decía Che, Cohn-Bendit, Camilo.
Flotabas con un vestido carmesí
y un pañuelito rojo en la cabeza.
Y los ojos inmóviles entre rostros secretos.
¡Cómo surge el follaje, la fatiga, los versos!
Después, un territorio de lava y desaparecidos.

II
Soy un trasnacido que cuenta las estrellas
en la arena. Vi las banderas negras
que iluminan la noche. Me soñaban voces
cuando llegaban cartas a mi casa.
Un rumor en el aire. Bombardeos.
Se decía Madrid, Guernica, Barcelona. Granada.
Despertaba en un mundo de brigadas.
Sin patrias, sin dioses, sin banderas.
Betanzos, La Coruña. Y el oleaje del barrio.
Mis padres juraban que los signos
tenían la sustancia del silencio,
la fraternidad de la oración y de las bayas.

(Hemos vencido el adiós de los barcos.
Bebe, princesa libertaria, del poema.
Como una obstinación
agoniza la aurora en la tiniebla.
Te siento roja, amarilla, morada.
Evocamos la belleza y el canto en una gota de luz.)

Un pájaro solitario vuela y persiste.
Aún puedo escucharlo.

Carlos Penelas


Al cumplirse sesenta años de finalizada La Guerra Civil Española (1936-1939) se publica el poema Roja, amarilla, morada de Carlos Penelas.

El autor agradece a D. Alberto Viladrich y a Da. Antonia Gravina de Viladrich por ceder la reproducción de la obra El héroe del Ebro (óleo sobre tabla, Barcelona, 1938) del maestro Miguel Viladrich.

Gota de luz, verso de León Felipe de Que venga el poeta.

Se han impreso quinientos ejemplares.

Buenos Aires/Espenuca, abril de 1999



viernes, junio 12, 2009 No comments
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