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Carlos Penelas

Reproducimos la entrevista a Carlos Penelas publicada en el periódico "El duende", a raíz de su último trabajo, La luna en el candil de la memoria.


1) ¿Cómo surgió la idea de escribir esta biografía?
En verdad la idea surgió hace varios años atrás. La infancia, la adolescencia son etapas en la vida que uno la lleva siempre como una forma de ensueño. Al menos en mi caso. La familia, una familia gallega, con muchos hermanos, tíos, primos. Una familia en la cual mi padre era anarquista individualista llenaba de fantasía y de leyenda la imaginación del niño. Y a eso le agregamos las lecturas, el gusto por las artes, las discusiones, las diversas miradas, generaba una familia no muy común. Allí el deporte, la pasión por la libertad, la lucha contra dictaduras y populismos, la música, la pintura...en fin un movimiento que me fue formando en la conducta, en la lectura de los clásicos. Además tenía siempre muy presente un libro encantador de Jacques Prévert, Infancia, un libro breve pero intenso que había leído por los años 80. Siempre lo tuve como faro si algún día escribía sobre mi infancia. Por supuesto no es lo mismo, no tiene relación en la estructura literaria, pero fue sin duda un punto de partida.

2) ¿Cuánto tiempo te llevó escribirla?
Los libros a veces llevan poco tiempo el escribirlos pero fueron madurando muy internamente. El acto de escribirlo no me llevó más de seis meses - incluyendo relecturas, correcciones - pero como te dije anteriormente venía gestándose desde hacía muchos años. Es más, mi poética tiene una línea directa con mis raíces, mis amores, mi infancia, mis lecturas.

3) ¿Tenías notas sobre los distintos datos que citás, ya sea de tu vida o de distintos autores que te influyeron?
No, no trabajé con notas. Tengo una memoria emocional muy marcada, eso ayudó mucho. Desde luego fui recordando hechos, cierta bibliografía, fotografías de mis padres, de mis familiares. Pero fundamentalmente trabajé con la memoria emocional, con el afecto. Y por supuesto con una estructura literaria que me fue llevando a construir un texto con estas características.

4) También hay transcripciones de poesías tuyas, ¿Cuál sería el criterio de la selección?
Sí, hay tres poemas míos en el libro. Bueno, dos éditos y uno inédito. Allí está mi padre y mi madre. Intento dar una señal, un símbolo de lo creativo, de aquello que a través del poema lleva a un texto de prosa poética. Los poemas intentan reflejar esa intensidad del sueño, de lo perdido, de lo que fue. Ese otro sueño que es la infancia con sus reyes protectores que lo acompañan a uno a lo largo de la vida.

5) ¿Qué repercusión tuvo en la Feria del libro?
Bueno, hice una buena presentación, concurrió bastante público y además luego firmé ejemplares, me vi con mucha gente que había dejado de ver, otras que conocí a partir de estos hechos. Pero lo importante creo es el viaje a España, las presentaciones y notas en Compostela, Betanzos, Gijón, Santander, Madrid...y las notas que fueron saliendo en medios de España, Estados Unidos, Chile y muchos escritores de aquí. Un libro siempre se abre paso solo. Ahora sólo espero su viaje.

6) ¿Dónde se puede adquirir el libro?
Como el libro es una edición del Centro Betanzos de Buenos Aires, con un convenio que se hizo por la Ley de Mecenazgo, es un libro que se entrega en el Centro Betanzos. Eso en principio, luego veremos que impulso toma.

María Riccheri
Periódico El Duende  
domingo, mayo 08, 2016 No comments
El miércoles 27 Carlos Penelas estuvo firmando ejemplares de su último libro, La luna en el candil de la memoria, en la Feria del Libro.

El libro, publicado por Centro Betanzos Ediciones, fue presentado en una gira por Galicia y España, y esta semana en la Feria del Libro de Buenos Aires.



sábado, abril 30, 2016 No comments
Carlos Penelas presentó La luna en el candil de la memoria,  en la Sala Roberto Arlt en el marco de la 42° Feria Internacional del Libro de Buenos Aires. En el stand del Centro Betanzos conversó, una vez más,  con el joven músico y concertista de guitarra clásica Javier Ares Yebra, natural de Betanzos.

Asimismo tuvo también un encuentro en el stand de la Xunta de Galicia con escritores gallegos que visitan la Feria. Conversó con el novelista Xavier Alcalá, el poeta Cesáreo Sánchez Iglesias - presidente de la asociación de escritores en lingua galega - , la poeta Yolanda Castaño y  el historiador y catedrático Ramón Villares. También pudo cambiar opiniones con directivos de Edicións Xerais de Galicia. En un clima de distensión y camaradería se dedicaron  ejemplares de sus última obras.

Como se recordará Santiago de Compostela es la Ciudad Invitada a esta edición de la Feria.
martes, abril 26, 2016 1 comments
El miércoles 27 de abril, de 16 a 17 horas, Carlos Penelas estará firmando ejemplares de su libro La luna en el candil de la memoria en el stand del Centro Betanzos Ediciones (Pabellón Amarillo, 1698).


lunes, abril 25, 2016 No comments
Editorial Dunken, presente en la Feria del Libro de Buenos Aires en el stand 1122 del pabellón Verde, invita a conseguir allí los libros de Carlos Penelas publicados por su sello: Cánticos paternales (2015), Homenaje a Vermeer (2015), El trasno de Espenuca (2014), Álbum familiar (2013), Poemas de Trieste (2013), Poesía reunida (2012) y otros.

Además, en el stand del Centro Betanzos Ediciones (stand 1698 del pabellón Amarillo) estará el último libro de Penelas, La luna en el candil de la memoria (2016).
jueves, abril 21, 2016 No comments
Carlos Penelas presentó en el Salón Azul del Edificio Liceo de Betanzos su último libro, La luna en el candil de la memoria, publicado por Centro Betanzos Ediciones, de Buenos Aires.

Carlos Penelas en Betanzos (foto: Alfredo Erias)

El acto fue un gran éxito. En las fotos aparece junto a su esposa, Rocío Danussi, la concejala de Cultura, María Barral, el anterior concejal de Cultura, Pachico y el director del Anuario Brigantino, Alfredo Erias, entre otras personalidades.

Pachico, Danussi, Penelas y María Barral


Carlos Penelas en Betanzos (foto: Alfredo Erias)

Carlos Penelas en Betanzos (foto: Alfredo Erias)

Carlos Penelas y Alfredo Erias
sábado, marzo 12, 2016 No comments
El Sr. Noriega Sánchez, alcalde de Santiago de Compostela, recibió al poeta Carlos Penelas en el Pazo de Raxoi. En un marco único, la sede municipal está situada en la plaza del Obradoiro, estuvieron charlando durante media hora. El alcalde recordó una maravillosa tarde literaria, entre amigos, en la parroquia de Calo [lugar de nacimiento del alcalde] que fue cuando conoció a Penelas.


El poeta lo invitó a visitar el Centro Betanzos con motivo de su viaje a Buenos Aires para participar en los actos protocolarios de inauguración de la Feria del Libro que en esta edición se le dedica a la capital de Galicia [Patrimonio Cultural de la Humanidad].


El alcalde recibió, dedicados, dos libros del poeta. El último La luna en el candil de la memoria y uno anterior Homenaje a Vermeer. El alcalde preguntó sobre la fecha de presentación de La luna en el candil de la memoria en la Feria del Libro ya que le gustaría poder asistir. El libro fue editado por el Centro Betanzos que es la entidad gallega emigrante a la cual desde pequeño estuvo relacionado Carlos Penelas al ser su padre originario de Coirós.
jueves, marzo 10, 2016 No comments
El viernes 11 de marzo a las 20 horas, en el Salón Azul del Edificio Liceo de Betanzos de los Caballeros, Carlos Penelas presentará su último libro, La luna en el candil de la memoria.


En la oportunidad estará presente D. Ramón García Vázquez, alcalde del Concello de Betanzos, el investigador y director del Museo das Mariñas D. Alfredo Erias Martínez y Francisco Díaz Pereira, entre otros.

El libro, que lleva en tapa un dibujo original de Eugenia Limeses, fue editado por Centro Betanzos Ediciones de Buenos Aires.
jueves, marzo 10, 2016 No comments
Carlos Penelas.
El escritor y colaborador de ‘Galicia en el Mundo’ Carlos Penelas presenta en España su libro ‘La luna en el candil de la memoria’, publicado por el Centro Betanzos / Ediciones, de Buenos Aires, con el dibujo original en la portada de Eugenia Limeses.

El jueves 10, Penelas será recibido en el Pazo de Raxoi por el alcalde de Santiago, Martiño Noriega, a quien le une un afecto y una amistad cultural de años.

Al día siguiente, Betanzos de los Caballeros presentará su libro en el Salón Azul del Edificio Liceo. El acto contará con la asistencia de Ramón García Vázquez, alcalde de Betanzos; el investigador y director del Museo das Mariñas, Alfredo Erias Martínez; Francisco Díaz Pereira y otros representantes y amigos de la ilustre ciudad, fundada por el rey celta Breogán.

La presentación en el Ateneo Obrero de Gijón será el miércoles 16. El Ateneo fue fundado en la ciudad asturiana en 1881, uno de los primeros ateneos creados en España. Lleva a cabo una enorme tarea cultural y educativa, sin fines de lucro, juntamente con el Aula José Luis García Rúa, pensador anarquista, militante de la CNT y catedrático emérito de la Universidad de Granada.

Fuente: Galicia en el Mundo
Vigo | 04 Marzo 2016 
viernes, marzo 04, 2016 No comments
Buenos Aires, 2016.
Centro Betanzos Ediciones.
Ilustración de Eugenia Limeses.
Prosa.


I
Mis padres, inmigrantes de una Galicia mítica, sólo protegida o válida en el alma de los que viven fuera de ella, tenían un gran respeto por el libro, por todos los libros. Desde muy niño comencé a leer, a tener mi biblioteca. Y se convirtió en una pasión. Esas voces, esos castillos, esos reyes o corsarios, esos animales o aves, formaron una suerte de liturgia, de evocación. La intuición establecía el mundo de la palabra. Y el mundo de la palabra explicaba el modo de ver de las cosas. En ese acto voluntario de mirar y de descubrir, las tierras lejanas habitaron para siempre mi espíritu. Me alejaron de la torpeza cotidiana, de la neurosis, de la necedad. Me convertí en un joven abstraído.

Lo que fui y lo que soy se contemplan. Con la desigualdad de las primeras letras empecé a descubrir el mundo. Percibía vibraciones en las ramas de los árboles, en la noche visible de misterios. Con exaltación buscaba tesoros ocultos en la biblioteca de mi hogar. Los anillos con sortilegios, reyes de poderosos secretos, encantamientos, transformaciones de princesas lejanas, castillos con duendes y enanos, hermanas envidiosas...

Aquel anhelo de la infancia fue el propulsor del poeta que en la adolescencia comenzó a intentar revelar estremecidas palabras que desde la nostalgia se embriagaban de infinito. Ahora la mirada y el fervor tienen el símbolo de lo íntimo.

En verdad estas páginas son divagaciones de un caminante que se deja llevar por sus emociones, por sus pensamientos. Paseo por las calles de las grandes urbes o por frondosos bosques. Reivindico una vida sencilla. Tengo admiración por la naturaleza y un compromiso social que en el fondo no es otra cosa que la desobediencia civil. Intento abarcar con la mirada la inmensidad del mar. Al elevar los ojos otro tanto quiero hacer con el cielo. Son símbolos de mi propio infinito, una parte de la mitología, lo nimio de la existencia humana. Permanecen en mí imágenes de árboles, de piedras, de animales. Nos movemos entre el alma y el cosmos. En la medida que simplificamos nuestra vida, que sentimos la presencia del tiempo, advertimos la época decadente que nos toca vivir y escuchamos el latido de nuestro corazón. “El hombre, dijo Píndaro, es el sueño de una sombra”.

Recuerdo a un niño sentado en las rodillas de su padre. Evoco el eco de otro tiempo en el sonido del cristal, la belleza junto a la vigilia y la divagación, la llaga sobre la soledad de los trofeos. Y el índice de ese hombre señalando un lugar del mapa al cual yo no llegaba. Y la insobornable lámpara del verso y la plural semilla en la alegría de los geranios rojos, de los héroes civiles de una mitología olvidada, de la ternura y la vitalidad.

Todo ha desaparecido. El padre ha muerto y ese niño es este hombre que trabajosamente intenta recuperar visiones, palabras lejanas, leyendas invisibles en la soledad de los sueños confusos. El tiempo ha modelado la voz de la pregunta.

Irremediablemente el reino de la muerte ha soterrado los últimos pastores de ese país de plegarias y celajes, el reino de los dioses con palabras sosegadas y cantos fugitivos. La divinidad de los hombres se halla en la inocencia de la infancia; el fuego elemental santifica la memoria.

II
Nací una madrugada de julio de 1946. Puedo decir que mis recuerdos de la infancia se me presentan llenos de júbilo; es una región lejana donde la memoria y la imaginación trabajan su espacio, su palabra. Mi adolescencia y juventud forman parte de las plazas, de la melancolía, del amor. Llevo la aventura de las tardes de estudiante y la admiración a mis mayores. Fui mal alumno y sincero contemplador de la naturaleza. Creo que desde esa época el ocio y la lectura fueron mis cómplices.

Estoy convencido de que mi risa fue fácil vencedora del hastío y de la hipocresía. Sé que la vida es demasiado esencial y que por eso mismo es absurdo hablar de éxitos o de fracasos. Pienso que cualquier mito o sueño es más importante que un dogma. Siento que la intimidad y el asombro son las ocultas virtudes de la belleza. Descubrí para siempre que la mano que escribe vale tanto como la mano que ara.

Una ética existencial es lo único que puede hacer frente a las teorías totalitarias, a las convicciones políticas o religiosas, a la insensatez de los premios o a la vanidad de los cenáculos literarios.

Sospecho que el poema es la intuición más clara del devenir. Y que en el fervor de la noche vibra la insurrección del alba.

De adultos comprendemos que nos han ido acompañando personajes. El niño, el adolescente, el joven. Siguen viviendo en nosotros a través de los sentidos, de los sueños, de una realidad compleja. Descubrimos, además, que las cosas las vemos mediante los recuerdos que cada uno de esos seres cobija. Al sentir por ellos todo lo vemos por primera vez. Vamos ordenando –a veces de manera consciente, otras no– diversos esquemas, símbolos, instantes del absoluto. Somos costumbre, somos animales rutinarios que nos habituamos a cierta liturgia. Por eso al evocar nos enriquecemos: recordamos lo olvidado de manera distorsionada, postergamos el dolor u olvidamos el sufrimiento, así somos felices pues como en una creación fantástica aludimos a infinitas posibilidades. Paso ensoñando días y memorias. ¿Cuándo toco fondo de verdad? Nunca. Así como la poesía es repetición de un esquema mítico, la vida de cada uno reitera esquemas familiares, fragmentos, voces, ilusiones. Postergamos decisiones pensando que la esperanza hará algo por nosotros. Para la mayoría de la humanidad la felicidad es esa constante, ese imaginario que la hace creer en algo; en el fondo, un equívoco de la memoria. Y a pesar de todo esto creamos. Y descubrimos la vida con estupor.

Debo decir que mi primera niñez ha sido vital y llena de alegría. Que fui un adolescente díscolo, enamorado de aventuras literarias y muchachas hermosas. Que fui mal estudiante y tenaz lector, maravillado por el deporte y por el ocio. Que viví rodeado de amigos vagabundos y pendencieros, de generosos jóvenes en busca de su destino incierto y complejo, que sufrí la muerte de mi madre y el amor de una niña de ojos claros. Que soñé viajar en barcos, recorrer países inauditos, copular con princesas noruegas.

III
Mis abuelos fueron campesinos. Cosecharon el hambre y la humildad. Partieron de Galicia para encontrar la vida en estas tierras. Trabajaron los puertos, hombrearon el silencio y el salario. Conocieron las huelgas, las proclamas, el miedo. Se murieron sin saber el alfabeto, sin conocer las voces del destierro. Ese es mi linaje, mi abolengo, mi primitiva historia.

Mi padre trabajó en el campo desde los cinco años. A los nueve, en esta tierra, producía dividendos en una fábrica de vidrios. Doce horas por día y el jornal. Mis tías hilaron el infierno en las hilanderías. Mi madre era modista. Doce horas diarias de trabajo. Los domingos cantaban canciones lejanas, las recordadas muñeiras. Y se iban muriendo de nostalgia, con la honestidad y la pobreza escondida en sus cuartos.

A los catorce años mi padre conoció a unos franceses socialistas. Allí empezó todo. Aprendió el castellano y el francés, recordó el gallego en otra latitud y en otra historia. Con su voluntad de hierro y su conducta el universo se formó junto con Zola, con Galdós, con Quevedo. Luego llegaron Hugo, Cervantes, Shakespeare, Schopenhauer. Allí comenzó todo.

En alguna oportunidad he señalado que durante mi infancia el hogar se poblaba de voces gallegas, de referencias permanentes a la Guerra Civil Española, y sobre todo a la literatura. Entre los poetas españoles siempre había un lugar preponderante para García Lorca y Machado. Y naturalmente para Juan Ramón. Se los leía, se los nombraba y eran ejemplos de una tradición poética y cultural. Será mi hermana Raquel, la misma que me inició en la pintura y en la música clásica, la que me incita a la lectura de un poeta que amaba tanto como a Federico: Miguel Hernández. Este poeta será el que me acompañe durante mi adolescencia.

Rodeado de alegría y discusiones violentas, de fanatismos ciegos y de esperanza, poco a poco fui recorriendo el mundo. Odié la demagogia, el populismo, la actitud chabacana. Sin saber cómo fui republicano, defensor de Dreyfus, admirador de Castelao, enamorado de Goya y de Picasso, apologista de Chaplin, lector de Rosalía, gustador de Mozart y de Segovia, soñador de Salgari, cómplice de manifestaciones antitotalitarias, confidente de reuniones, marginado escolar, con la escarapela española en actos públicos, delirante y desobediente, expulsado de colegios por mi conducta, aburrido en las clases, prófugo en las canchas de fútbol y en las plazas. Sin un centavo; irreverente y vagabundo leía a Pratolini y a Fernández Moreno. Con el tiempo, el Centro Betanzos de Buenos Aires me recibió con los brazos abiertos. Era un adolescente maravillado escuchando otras voces, historias plenas de calor y ternura, de dolor y esperanza.

Mi padre me hablaba de los cuentos populares de su aldea, de las viejas historias al pie del fuego que acompañaron su infancia en las frías noches de invierno. De cómo miraban una cometa en el cielo o el rebuzno, apesarado, de los burros. De las plantas y de las piedras que tienen propiedades mágicas para los puros de corazón. Escuchaba leyendas de moros, de tesoros, la presencia del culto a los muertos. Creo que fue él quien me contó una tarde de la dorna con vela de nenúfar que vislumbró en las cercanías del puerto de A Coruña.

Cuando don Manuel o doña María Manuela me hablaban de esa Galicia rural, echaban mano a los recuerdos de la infancia pero sabían –inconscientemente- que con ellos moría una presencia milenaria. Sospechaban que aquí, en Barracas al Sur, tenían un mundo con cierta esperanza, pero en el fondo desconfiaban de estos arrabales. Tal vez mitificaron aquel rincón al que, por otra parte, jamás quisieron regresar.
 

martes, marzo 01, 2016 No comments
O selo editorial do Centro Betanzos con axuda do Mecenazgo Cultural da Cidade de Bos Aires acaban de publicar o libro do colaborador de Xornal de Betanzos, poeta e ensaísta Carlos Penelas La luna en el candil de la memoria, que conta cunha ilustración orixinal de Eugenia Limeses. A obra é parte dunha serie de publicacións – a cargo de Mariana Vicat Machado- que inauguran un novo proxecto cultural do Centro Betanzos de Bos Aires. Este selo editorial propio fará que o Centro Betanzos conte, por primeira vez, cun stand propio na Feira Internacional do Libro de Bos Aires, que este ano acada a súa 42 edición.


Os demais títulos son de autores e investigadores como Higinio Martínez Estévez, Manuel Castro Cambeiro, Pablo Medina ou Manuel Corral Vide, entre outros. Todos eles estarán presentes na citada feira do libro.

Xornal de Betanzos, 25 de febrero de 2016
jueves, febrero 25, 2016 No comments
Centro Betanzos / Ediciones y el Mecenazgo Cultural de la Ciudad de Buenos Aires acaban de publicar el libro de Carlos Penelas La luna en el candil de la memoria con una ilustración original de Eugenia Limeses. La obra es parte de una serie de publicaciones – a cargo de Mariana Vicat Machado- inaugurando un nuevo proyecto cultural del Centro Betanzos de Buenos Aires.


Los demás títulos, pertenecen a escritores e investigadores de trayectoria como Higinio Martínez Estévez, Manuel Castro Cambeiro, Pablo Medina o Manuel Corral Vide, entre otros. Todos los autores estarán presentes en la 42 Feria Internacional del Libro de Buenos Aires la que se desarrollará desde el 21 de abril hasta el 9 de mayo. Este año la ciudad invitada de honor es Santiago de Compostela. El Centro Betanzos, por primera vez, contará con stand propio.


miércoles, febrero 24, 2016 No comments
Buenos Aires, 2009. 
Centro Betanzos Ediciones / Xunta de Galicia. 
Con dibujos del autor. 
Poesía.


Cala poética 

Dejaron la aldea cincuenta y tres Penelas. 
El 18 de octubre de 1908 arribó al puerto de Buenos Aires el buque Arcadia. 
Había partido de A Coruña. Dejaron Espenuca, Coirós, Betanzos de los Caballeros. 
Llegaron: 
Pedro Penelas, 36 años, jornalero. 
Manuela Pérez, 34 años, jornalera. 
Isabel Penelas, 13 años, jornalera. 
Silvestra Penelas, 10 años, jornalera. 
Manuel Penelas, 9 años, jornalero. 
María, Elena y Leonor, hijas de Pedro Penelas y de Manuela Pérez, nacerán en Argentina. 
Mi padre, Manuel Penelas Pérez, se casará sólo por civil con María Manuela Abad Perdiz, nacida en Ourense. Era hija de Tomás Abad y de Adelaida Perdiz. Esa unión dio cinco hijos: Roberto Marón, Raquel María, Nilda Marta, Fernando Abel y Carlos Tomás. 

Arcadia o Arkadia, región montañosa de la Grecia antigua, en la parte central del Peloponeso, habitada por los arcadios o árcades, pueblo de pastores y que las ficciones de los poetas convirtieron en la mansión de la inocencia y la felicidad. 
Pausaníes dice que el nombre de Arcadia procede de Arcas, hijo de Calixto. Sus habitantes confesaban que eran anteriores al nacimiento de Júpiter y se llamaban procelenos, es decir, anteriores a la luna. Eran agricultores, amaban el baile y la música. 

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Madrigal del huésped distraído 

A mi lado el amanecer y el sueño. 
La curva de su pubis, a mi lado. 
Y la desmemoria en el clamor del silencio. 
Así vienen los juncos, el río, la solitaria patria entre nieblas y arenas. 
Nadie sabe hasta dónde llega el viento, la soledad, los cabellos melancólicos del día. 
Nadie sabe. Ni de la inmovilidad o del atardecer que abre olvidos y naufragios. 
¿Qué fue de vos, amada? ¿Qué fueron de ustedes, amigos? 
Padre, ¿qué del amparo, de las historias replegadas? 
Madre, ¿desde cuál jardín amas la hoja del mirto? 
¿Dónde arrojaron la transparencia, hermanos perezosos? 
¿Dónde el cielo con tanta soledad y huella e izamiento? 
Decid, ahora, quién es el citarista, 
quién el hombre que sueña en voces enaltecidas, 
siempre desnudo en esta ausencia, en esta orilla, 
en este espejo sosegado que nos mira. 
Los ojos, tras los días, cambia el reino de la infancia. 
Vuelve, a veces, por mi en esta vanidad que despierta la memoria. 
Entonces, a veces pienso que estoy muerto, 
que todo es un río de sutiles penumbras, 
de insurrecciones, de destierros inútiles. 
Preguntas, hastío y labios enterrando laúdes. 
¿Por qué son insomnes estas rosas? 
Y éste viento extranjero, ¿por qué sacude 
melancolía en pastizales o en pesebres cimarrones? 
¡Ah! Los hijos sin sumisión nos aman con sus brazos abiertos. 
Ahora, entre las manos, ella me dice del aliento del cosmos, 
recuerda aldeas, ofrendas, lejanías lluviosas. 
A mi lado la vastedad del arrabal como leyenda, 
sobre el suspirante murmullo de las olas. 
Nadie sabe hasta dónde llega el viento. 

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Casida de una tarde en el parque 

Nadie regresa a la espaciosa y abandonada soledad 
ni la palabra evocará la noche con los ojos abiertos. 
En el parque dirán al ver sus sombras 
que la tarde excede la monótona rosa 
o que el verdor antiguo de los cedros 
no logró cubrir su luz y su ternura. 
Días perdidos, transparentes, 
bajo las ramas de los jacarandáes. 
Desde el aire dirán la nostalgia, la impaciencia 
de la muerte que habitará el vacío. 
Una calle del sur y el resplandor último 
como un ciprés olvidado. 
Y tú allí, en el vagar disperso de las nubes 
imposible y callada, 
morada ansiosa, levísima, 
cuando la mirada es un dormir deshabitado 
en la vigilia que desnuda pudor. 
Tal vez alguien pregunte, ¿cómo fue? 
Y el desgano desapacible acompañe el lecho, 
unicornios cautivos por el rumor del mar. 
Irán desdeñosos empujando la hierba 
recogiendo la ceguedad del amor, 
el desnudo y encendido ensueño de la nostalgia 
que crece en la morada como un destello. 
Se mece la noche 
mojándome los ojos distraídos.


  • Presentación de Viajero con una soledad
sábado, agosto 22, 2009 1 comments

En agosto Editorial Dunken publicará Fotomontajes, una recopilación de artículos publicados por Carlos Penelas entre enero de 2006 y junio de 2009.

Fotomontajes continúa la línea iniciada con De Espenuca a Barracas al Sur (2000) y Crónicas del desorden (2006), en donde se recopilaban otros trabajos periodísticos del poeta. En esta ocasión, los artículos fueron publicados originalmente en "Galicia en el Mundo", "Nueva Rioja" y "Diario Hispano Argentino". La contratapa lleva palabras de Ricardo Monner Sans.

Como recuerda en autor en el prólogo, "George Steinert señaló que las crónicas son 'conversaciones académicas-periodísticas, el formato dominante de la actualidad".

Además, se encuentra en prensa el poemario Viajero con una soledad, que publicarán de manera conjunta Centro Betanzos Ediciones y Xunta de Galicia.

miércoles, julio 22, 2009 1 comments
Se encuentra en proceso de edición Viajero con una soledad, poemario de Carlos Penelas, que publicará Centro Betanzos Ediciones y Xunta de Galicia.


El mismo tendrá dibujos originales del poeta y llevará palabras de Juan Manuel Sánchez. Es un libro que Penelas viene elaborando desde hace cinco años. En él regresa a sus tópicos: la inmigración, el amor, la saudade, el compromiso social, la ensoñación en torno a la libertad y la búsqueda interior.
jueves, julio 02, 2009 1 comments
Buenos Aires, 2009. 
Industrias Culturales Argentinas / Centro Betanzos Ediciones. 
Poemas de Carlos Penelas y Luis Salvarezza. 
Ilustraciones de Juan Manuel Sánchez. 
Plaqueta. 
Poesía.



Casida de una tarde en el parque 

Nadie regresa a la espaciosa y abandonada soledad 
ni la palabra evocará la noche con los ojos abiertos. 
En el parque dirán al ver sus sombras 
que la tarde excede la monótona rosa 
o que el verdor antiguo de los cedros 
no logró cubrir su luz y su ternura. 
Días perdidos, transparentes, 
bajo las ramas de los jacarandáes. 
Desde el aire dirán la nostalgia, la impaciencia 
de la muerte que habitará el vacío. 
Una calle del sur y el resplandor último 
como un ciprés olvidado. 
Y tú allí, en el vagar disperso de las nubes 
imposible y callada, 
morada ansiosa, levísima, 
cuando la mirada es un dormir deshabitado 
en la vigilia que desnuda pudor. 
Tal vez alguien pregunte, ¿cómo fue? 
Y el desgano desapacible acompañe el lecho, 
unicornios cautivos por el rumor del mar. 
Irán desdeñosos empujando la hierba 
recogiendo la ceguedad del amor, 
el desnudo y encendido ensueño de la nostalgia 
que crece en la morada como un destello. 
Se mece la noche 
mojándome los ojos distraídos. 

Carlos Penelas 

Haga click acá para ver imágenes de la presentación.
lunes, junio 22, 2009 1 comments
Buenos Aires, 2008. 
Centro Betanzos Ediciones / Xunta de Galicia. 
Ilustración de Juan Manuel Sánchez. 
Prosa poética.

Hombre con cicatriz en la calva 
Moncho me fue contando su vida en una cena. Era una mesa de ocho personas, él estaba a mi lado. Una paella nos brindaba la felicidad que otorgan el vino y el afecto. Cerca de cien personas comíamos esa noche en el salón. Un ambiente cargado de voces, de gaitas, de risas. Los niños corrían entre las mesas. Compartíamos platos de madera con pulpo, lo acompañábamos con pan. Había pequeños cuencos blancos donde bebíamos un vino muy similar al de la región, según Bernardo. En cada uno de los comensales un pequeño secreto guardado, un secreto que tenía relación con el exilio, con fusilamientos, con el hambre, con la vida que debieron recomenzar en estas tierras. Detrás de cada uno el esfuerzo, el sacrificio, la honra. Sin ir más lejos estaba el ejemplo de José. De niño nunca tuvo calzado. Descalzo a la feria, descalzo al bosque, descalzo cruzando el puente romano. En invierno apenas unas zocas rotas o un par de medias que se humedecían de inmediato. Por eso, cuando regresó a la aldea luego de treinta años, lo hizo con zapatos nuevos, de Guante, la mejor zapatería de Buenos Aires. Todos habían nacido en Betanzos, en Betanzos de los Caballeros. Ahora vivían aquí. Avellaneda, Sarandí, Remedios de Escalada, Lomas de Zamora… Los miraba en silencio y me sentía junto a mi familia, en la cocina de mis tíos, en el patio cargado de uvas de los primos. 

Él me dijo que me sentara a su lado. Moncho me lleva dos décadas. Lo conocí poco tiempo después que edité mi primer poemario. Hace treinta y cinco años, en el semanario Galicia, se publicó un artículo de dos columnas sobre mi libro. Lo firmaba Arturo Cuadrado. Me abrió puertas, conocí gente vinculada desde siempre con instituciones gallegas, viejos republicanos, hombres honestos y de los otros. La mayoría gente de bien. Empezamos picando unos quesos y conversando de la galleguidad. Recuerdo que hice mención de Yunque, de Álvaro Yunque. En una oportunidad estaba con el poeta Lucas Moreno esperando a Yunque en un café de Corrientes y Maipú, un sábado por la mañana. Hablaron de poesía, de literatura, de política. Yo sólo escuchaba, era apenas un muchacho de veinte años. Entonces Yunque cuenta que de joven, con un grupo de amigos de Boedo, decidieron formar un equipo de fútbol. No sabían cómo llamarlo. Después de largas deliberaciones lo bautizaron Dostoievsky Football Club. Y fueron más lejos: las casacas serían negras, necesitaban transmitir la desigualdad social de la época de lo cual los escritores rusos daban ejemplo. Siempre me pareció maravillosa la anécdota, fantasmagórica.

Moncho se rió bastante. Le observé la cicatriz de la calvicie, recuerdo de un enfrentamiento policial en Buenos Aires. Bajo, vital, fornido, rubio, de ojos claros, sonriente. Un hombre noble, transparente. De joven bailaba en los centros gallegos hasta la madrugada y aún lo hace hoy con Lola, su eterna compañera de baile. Cumplió ochenta años y su esposa es una mujer inteligente y serena: Marta. Conozco a sus hijos, a su hermano. - Conocí a tu padre. Moncho, le dije, cada día que pasa te parecés más a él. 

Sus manos son ásperas, encallecidas, y al mismo tiempo sensibles. Habíamos terminado de comer nuestro segundo plato de paella cuando me preguntó si sabía que por culpa de la religión no tuvo padre ni madre. Me sonreí y quedé en silencio mirándolo. No te rías, no te rías. Te voy a traer los documentos. De esto tengo que escribir algo, le respondí. Había sido marinero, conoció océanos y vidas prodigiosas. Vivió con intensidad, con pasión. Ha pasado largamente la medianoche. Abrazo a Moncho y me despido. 

Ayer me acercó la Certificación Literal de Inscripción de Nacimiento de Cambados, provincia de Pontevedra. En ese escrito -amarillento, ajado- leo con emoción: a las ocho horas del diecinueve de noviembre de mil novecientos veintiocho nace un varón “hijo de padres desconocidos”. Lo inscriben con el nombre de Ramón Fuentes Torres. En diciembre de ese año el niño es reconocido “como hijo natural” por su madre, Carmen Fuentes Torres, de diecinueve años, soltera, labradora, natural y vecina de Vilariño. El 28 de febrero de 1952, en Buenos Aires, será reconocido “como natural” por su padre, don Evaristo Portas Núñez. A partir de ese momento se llamará Ramón Portas Fuentes. 

¿Cuántas historias similares tenemos cada uno de nosotros? No sé dónde comienza la literatura ni dónde la naturaleza. Unimos sentimiento y lucha contra la opresión y el dogmatismo. Los sonidos de los cencerros invaden la memoria genética, los abrazos, los recuerdos. Miro la calvicie de Moncho con su cicatriz, ahora ligeramente burlona. Transmitimos de generación en generación la ironía, una socarrona mirada, un andar que nos caracteriza. Todos somos hijos naturales. 

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Mujer con niño en el regazo 
El rey suevo Witerici o Vitirico fundó una villa en el siglo VI. Con los siglos se transformó en Guitiriz, una localidad conocida por el balneario de aguas termales. Pertenece a la comarca de Terra Chá, Lugo, Galicia. Guitiriz procede de Witirici, en latín genitivo de Witiricus. Significa el lugar de Witiricus, en referencia al señor de la guerra, al rey suevo. Aquí se encuentra el Castillo de Parga, un castillo medieval. Las tierras de Guitiriz eran la antigua Trasparga. En el siglo XIV estas tierras pertenecieron a Fernán Pérez de Andrade, O Bó, caballero de Betanzos. 

Ella me hablaba de O pozo da Campá, de la leyenda de la ciudad inundada de Boedo, en San Xoán de Lagostella. Me hablaba de Mesón de Cabra, su lugar natal, de las numerosas fuentes y manantiales, del clima oceánico. De toxos, de uces, de xestas. De carballos, de salgueiros, de ameneiros. Del hambre, de la Guerra Civil, de los fusilados. 

Era pequeña, breve, inquieta. No se sentaba nunca. En su tierra había sido labradora. Pastora desde muy pequeña y bracera del campo en cuanto pudieron sostener la azada y manejar la hoz aquellas manos infantiles que en seguida crecieron. Sus manos, como las de mi madre. 

Aquí trabajó como obrera en las bodegas Tomba, en Paternal. Llegó a la Argentina con veintisiete años, en 1949. Su mirada reflejaba ternura pero también nerviosismo. La recuerdo con su delantal azul, de flores, con una fuerza que ignoré siempre de dónde la sacaba. 

Era toda energía, comía por lo general de pie. La ansiedad la devoraba. Se casó con un buen hombre, de Corrientes. Alto, grueso, callado. Daniel Sánchez se llamaba. Tuvieron una hija, Graciela Leonor Sánchez. La educaron como sólo ellos podían hacerlo. Con amor, con respeto, con decencia. Y con trabajo. Así es ella. Una mujer luchadora, sencilla, con generosidad. 

Doña Pilar Freire era dueña de la casa. Todo lo ordenaba, todo lo controlaba, lo vigilaba. Había en su hogar olor a sopa, a lejía, a sobriedad. Los muebles declaman inocencia, la vulnerabilidad de la vida. Creía en Dios, en los mitos de redención y condenación. No en los curas. Cuando reía se echaba hacia atrás, de manera primitiva, inocente. Como si remolinos y turbulencias provocaran la avidez de esa risa. Despreciaba, naturalmente, la malicia y la imbecilidad. Apenas sabía leer y escribir. Pocas personas conocí con ese sentido vital, con una inteligencia intuitiva, con una rapidez mental como la de ella. Cuando el hombre llegó a la Luna no lo creyó. 

Me vino a preguntar cómo era posible que engañaran así a la gente. Le expliqué, le dije que era cierto, le hablé de algunas novelas, le nombré científicos, experiencias en el espacio. “Pero, Carlitos, ¿tú también crees eso?” No volvimos a tocar el tema nunca más. Pilar era la encargada del edificio en el cual vivíamos. En el que aún vivo. Era hospitalaria con todo el mundo, atenta en el trato. Dicharachera, filosófica. Su voz resonaba desde la algarabía. Sin prejuicios, tal cual era. Tenía sentimientos fatales: blanco o negro. Y no entraba en razones. 

Con los años fuimos intimando. Al poco tiempo de nacer Emiliano se convirtió en su abuela. Pasaba el día en su casa, lo llevaba a la plaza, le preparaba caldos gallegos. Disfrutaban de caminatas juntos. La calesita, las hamacas, los helados. Se transformaron en dos seres que flotaban independientemente del resto. Fue un amor idílico; por parte del nieto, por parte de la abuela. Ante ellos uno quedaba fuera, observando cariño, emoción, complicidad. Para ella, Emiliano era la perfección. 

Lo llamaba Milianito. Y ahí quedó. “Pilar, le decía Rocío, se llama Emiliano, Emilianito”. “Sí, Milianito”. Se volvió obsesiva con su cuidado, con su amor desbordante, con su protección. Los observaba desde lejos maravillado, viendo crecer a mi hijo bajo su tutela, bajo sus principios. Le hablaba de Galicia, de su tierra, de su infancia. “Si alguien quiere lastimarte o insulta a tus padres, bájale los dientes de una trompada.” Así de precisa, de exacta. Transmitía la ética del terruño, la moral de siglos. Jamás le habló de religión, comprendía nuestra manera de ver el mundo. Su andar ligero no daba respiro. Emiliano la amaba y sabía que en ella podía confiar. Fue creciendo con esa abuela. Cuando se mudaron a Córboba y Pueyrredón, continuó viéndolo. Iba a buscarlo al colegio y le preparaba una taza de leche con pan y manteca. Le enseñó canciones gallegas, le enseñó a jugar al mus. Las cartas y las anécdotas eran todo. Y un poco la televisión. El patio de esta nueva casa se llenaba de chicos, de gritos, de juguetes. Pilar miraba y soñaba por los ojos de ese niño que protegía. Lo sentaba en su regazo contra la iniquidad. Había en cada acto una sensación de triunfo sereno, no exuberante, casi contenido. Envuelto en ese calor, en ese afecto, paseaba la vista mirando el agua humeante de la cocina. Allí se compartía todo: devenir, origen, dibujos. Lo visceral y lo inmediato. Esta mujer de cabello entrecano, rizado, pómulos salientes, nariz afilada, de manos pálidas y huesudas hablaba con entonación sentimental. A veces tenía expresión de tristeza, pero con un matiz fundamental: pena para llevarla dentro de sí misma, no para mostrarla a los demás. 

La recuerdo pelando papas en la pequeña cocina, hablando con su hija, girando con rapidez sobre uno de sus talones y darse vuelta para dejar el mundo. Luego regresaba y se ponía a hacer otra tarea. Con los años también cuidó de Lisandro y de sus nietos verdaderos. Pero Emiliano generaba otro sentir. Estaba por encima de lo impensable. A veces le leía un poema y asentía con la cabeza como si su reconocimiento se estuviera transformando en gratitud. Le gustaba escuchar conversaciones, anécdotas, historias. La radio o la televisión le eran casi ajenas. Le gustaba enterarse de lo que pasaba por el cielo de cada uno. 

Una vez la encontré llorando en soledad. Ante mi estupor y mi angustia me contaba que tenía miedo que “le quitásemos a Milianito”. La preocupación era arbitraria. Pero la simple duda, la sola idea, la perturbaba. Cuando me decía “Carlos, debo hablar contigo”, era porque algo serio pasaba. Seguramente me debía recriminar algún proceder o pensaba que era su obligación aconsejarme en la educación de mis hijos. Todo, allí, lo decía con calma, con sensatez. Se ponía feliz cuando aparecía en televisión junto al doctor René Favaloro. A veces le comentaba que estaba por publicar un poemario o que esa semana había tomado el té con Manuel Sadosky o que había conversado con César Milstein. Y le explicaba quiénes eran. Ella parecía escucharme desde lejos. Afirmaba con la cabeza pero de inmediato me hablaba de Milianito, de cómo se tiraba por el tobogán, de la hamaca, de lo rápido que hacía las tareas, del helado que tomaron juntos sentados en un banco de la plaza Rodríguez Peña. Solía hablarme de historias del terruño, de aquel hombre que viajaba con su hijo desde un pueblo hasta el vecino para vender un burro, de las cosas que le ocurrían en la feria. Hablaba de la Santa Campaña, de la hilera de candiles, de San Andrés de Teixido, donde va de muerto quien no fue de vivo. La veo cruzando la calle Viamonte con el niño de la mano. Ella le lleva la mochila. Él de delantal blanco. La veo soplando la torta de cumpleaños. Le brillaban los ojos, vibraba en inocencia. “La vista llega antes que las palabras. La vista es la que establece nuestro lugar en el mundo circundante”, escribió John Berger en Puerca tierra. 

Los campesinos crean sus propios rituales. El campesino está continuamente improvisando. Mantiene una tradición como mejor garantía de éxito con el trabajo. Se otorga una continuidad, experimenta su propia supervivencia. La ingenuidad lo hace abierto a los cambios, su imaginación le exige continuidad. El campesino tiene una capacidad de observación, su actividad de observador no cesa nunca. El campesino trabaja la tierra para producir el alimento necesario para sustentarse. A menudo pasa hambre. Imagina un mundo justo en sus comienzos, un mundo igualitario. Para ellos el trabajo es la condición de la igualdad. Admira el saber pero jamás supone que el avance del conocimiento reduzca la extensión de lo desconocido. Siente la superstición y la magia. Las transmite. 

Al final de sus días perdió la memoria. Ya no nos conocía. En ese estado no quise volver a verla. Me producía mucho dolor. Doña Pilar lleva un manantial de cariño y de entrega. Brota espontáneo de su corazón, lleno de impaciencia. Sólo los niños se percatan de ello. Flota constantemente el dolor de su ausencia. La lloré como a mi madre el 5 de noviembre de 2003. 

Doña Pilar 
La puerta de su casa nos invita a pasar. 
La virtud y las manos son formas de Breogán. 

La elemental cocina y el banco familiar 
nos muestran el secreto de la cordialidad. 

En ella hay siempre tiempo para estar y pensar. 
Y una taza de caldo y un pedazo de pan.
 
Pilar nos comunica su alegría al contar 
las cosas de la feria o el recuerdo del mar. 

Nos acompaña el dulce, la galleta, la sal. 
Y el rápido susurro, ardiente, de su andar. 

(Desde el patio yo evoco a mi madre al soñar. 
Es límpido el silencio de la voz al callar.) 

Aquí no existen libros ni cuadros que mirar. 
Sólo la sabia vida que discurre. No más. 

Por la tarde la Virgen tiene forma de hogar. 
Con su sagrada sombra es vulgar la Piedad. 

Yo quiero que mi verso así sea al cantar. 
Profundo y transparente como su voz, Pilar. 

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Gala 
El tiempo y el olvido la han cubierto y nosotros seguimos viviendo sobre su recuerdo, 
que es la base de toda vida. 
Thomas Mann 

La toco y mis dedos descubren el latido de la existencia. Resume el sentido puro, me sostiene en la idea y en el sueño. Comprendo la vida inocente cuando miro saltar su alegría. Hay una trascendencia melancólica, algo flotando en el ambiente que es ausencia y adivinación, se identifica con todo lo que fluye, con la unidad primitiva del mundo. Descubro un idilio de finísima sensibilidad. Me refugio en esa serena armonía, en la atención observadora del animal que evoca la íntima unción. Penetración y medida, verdad y belleza. Expresa dignidad sobre el cráneo así como en las frescas orejas. Posee una expresión de comprensiva probidad en los fuertes pies y bien conformados. En su ser asoma el cosmos, lo ilusorio, la viviente plenitud. Me contempla agitada y en ese contemplar el acecho que nos trasciende, la incidencia de lo poético, de la fatalidad, una extraña sensación de totalidad y límite. Su red de nervios mide el destino, la angustia, una metafísica del instinto. 

Es dorada. Tiene pelaje corto y suave, buena musculatura. No es rolliza ni pesada. Se le notan las costillas apenas respira con profundidad. Se mueve con energía, con paso firme y determinado. La cabeza en alto, orgullosa de su arrogancia. Sus ojos son marrones oscuros, no hundidos. Vivos, brillantes, no tristes. Las orejas pequeñas y delgadas, la boca ancha con los seis dientes incisivos en línea recta. Tiene seis lunares. El maxilar inferior, recto, sobresale del nivel superior. El cuello poderoso y arqueado, el pecho profundo. Los pies pequeños, redondeados, con los dedos apretados y arqueados sobre los cuales se apoya suavemente. El lomo ancho y fuerte, no hundido. Es ruda y revoltosa. El ruido de su respiración es causa de su hocico corto. Para ella todo el mundo es bueno. 

Intento traducir lo que sus ojos palpitan en mí, el clima que ahonda en aquello que muestra nobleza. Lo siento en el desmedido menear de su rabo, en el ladrido expresivo, cuando va apretándose contra mi pantorrilla. Desde su inmovilidad, estática, respira concentración, indignación o placer. Se muestra alegre al ver que hoy estoy dispuesto a compartir el día con ella. Tiende convulsivamente las patas mientras se revuelca en el pasto. Tumulto de excitación y contentamiento. Pega mordiscos en el aire, se sumerge en lo hermético de la tarde, se rebela en la epopeya del saber, en la dimensión del instante. Acosa el destiempo, el aire sutil que es enigma y soledad. 

La contemplo, generó plenitud. Fragmentos de trivialidad embisten contra mi sentido. Son seres grotescos que giran en la banalidad, en la monotonía. Su caminar me salva de la sofisticada cultura de los hombres, de la hipocresía. De pronto pierdo la conciencia nítida de que existo, el ruido transitorio de los vehículos, el hastío y la vacuidad que se mezclan en frases exaltadas, consumiendo una vida que no quieren. Veo en lo que me rodea la incapacidad de sentir. Creo estar despierto, pero no sé. Gala me mira y se estremece. 

Me acompaña al almacén, a la ferretería, a la feria. Los vecinos me identifican con ella. Dialogo con ella, le confieso mis dudas. Su mirada –ebria de luz– responde al príncipe del exilio. Aún le ladra a la niebla, a las bestias heráldicas de los templos. Mis hijos la abrazan con piedad en el juego. Ahora está a mi lado, al costado del sillón, cerca de la lámpara de pie. Mientras leo me protege, entre imágenes fugaces y cielos de otras naves. Lanza un ladrido y vuelvo en mí. ¡El arroz con leche, la canela! Evoco a mis padres, a mis hermanos. ¿En dónde estoy? Me quedo inmóvil, olvidado, viendo como corre y se libera. Los movimientos de la sensibilidad son interrupciones de un estado que no sé en qué consiste. Ella tal vez lo sepa; la vida es una perpetua dispersión. Gala muestra sinceridad, no está educada por los años y las cosas que la rodean. Por momentos siento que mi vida, mi imaginación, mis recuerdos, se evaporan. Desde esta plaza resisto las rejas de los hombres, mis propias rejas. No quiero someterme al Estado, a sus códigos, a sus mandamientos. Gala disfruta con la sinceridad de los sentidos a la que la inteligencia se abandona. “El hombre es un animal enfermo”, escribió Rosseau. 

Su olfato finísimo me identifica. Sus ojos consuelan este degradado territorio. Sin palabras, protegida de la metafísica de las sombras, de la desilusión, de la falsedad. Sabe y quiere demostrarme que entre lo fugitivo y yo hay una empecinada búsqueda. Era tan niño, me repito. Creo que Gala quiere decirme algo. Tal vez sobre mi instinto de perfección o sobre la blanda agitación de los árboles de la ciudad. Hay momentos en los que la vacuidad de vivir me marea y entonces lanzo palabras en poemas, al viento, sobre las hojas secas que dispersa este animal que simula dormir. Horacio nos habla del varón justo, que seguirá impávido aun cuando a su alrededor se derrumbe el mundo. Sin duda una imagen bella, aunque absurda. Como este deambular con Gala, una suerte de sueño o de fuga que reniega de toda confrontación, de todo espectáculo. Nos entretenemos con intervalos intentando liberarnos de la ley fatal de ser como somos. Le hablo de Pirandello, de Godot, de Ionesco. ¡Oh, era tan niño! 

Se aventura para socavar infinitud, enzarza la alta noche en su deambular. La acaricio repitiendo una ceremonia. Hostiliza espejos, el hábito de la siesta, la fatal ironía de lo real. Estamos solos, intento decirle, estamos solos. Su vida es un desandar mudado. Todo hace que sea impulsada a la oscuridad de los cuartos, al patio. De cachorra, con escandalosos ladridos, solía abrir la puerta de mi biblioteca. A veces se quedaba suspensa, perdiendo el aliento en el vivir. Jugábamos a vivir sin pensar en ello. El sol era una certeza y una exactitud. Huíamos hacia lo desconocido y sutilmente nos envolvía el aire, la luz, la luna que regresa y lo ignora. Supimos ver la monotonía y la estupidez de los hombres, la inteligencia que hay en el hastío. Siento su hocico feliz en mi mano. Fulguración y gozo.

Para ver imágenes de la presentación, haga click acá.

domingo, junio 21, 2009 No comments
Buenos Aires, 2007.
Centro Betanzos Ediciones.
Ilustraciones de Juan Manuel Sánchez.
Prosa poética.



Vivamos atque amemos Catullus Oyes mi vida, errante, desde la lejanía. Voces entrelazadas crecen entre las ruinas del mundo y la pasión, en la primitiva inconsciencia, en los mitos lavados por los sueños. Escucha mi corazón en este oleaje de estrellas. Ce toit tranquille, oú marchent des colombes,/ Entre les pins palpite, entre les tombes… Soy el príncipe que rehace un viaje. Un príncipe perdido entre el afán y el recuerdo. Feliz de ver ondear el aire, el rostro de la amada en la ilusión del amor, libre la cabellera entre sus senos. “Serás el príncipe de este lugar olvidado del mundo. Desnacerás en otra tierra.” Acabo de nacer. Apenas fue la resonancia de una palabra. Fulguró por un instante y desapareció. Siguió durando en el silencio. El bosque llevaba el tono del invierno. Bajo hojas crepusculares él era el aire, los corzos, los jabalíes, el sol que hacía entrecerrar los párpados ahogados por el exilio y el amor. Se desbautizan el río, el horizonte. Este mirador quiere decirnos algo, inminencia de una revelación, un estado de felicidad, rostros trabajados por las mitologías. 

¿De dónde viene este príncipe que se despierta en mí? ¿Este sueño que llamo mío es una ficción, una ausencia de otro, algo que nos ofrece la traducción de la noche? 

Desde un aliento la memoria sube con dioses que agonizan los sucesivos abandonos. Veo el puente del umbral, el Mandeo, los hórreos abandonados, los coros en la bruma del alba. Hora tras hora llegan campanadas, esta piedad remota, inadvertida. Escucho mi sollozo, el desamparo y la banalidad que indaga la palabra. A tan alta va la luna. 

Noi non sappiamo. He pensado por vos, he recordado por todos. Padre atento a los destellos, la bella Clizia me ha llevado a la erma a ver tu sombra. Escucha ahora, lector del sueño, este liquen, el triste hechizo del otoño, el roce del cabello cuando cubre la frente de la amada. Todo pasa dentro del corazón, en la niebla de la mirada, en la llovizna que cae sobre los muros de una casa abandonada. El peso de los antepasados nos condiciona en la noche, esta voz desterrada prueba ofrenda y abandono. Ahora sabemos qué trono hemos destruido, qué memoria dispersaron los mares. Esta inmovilidad unida al movimiento… Habito un país inexplicable, de oscura memoria y murmurantes aguas. Ahora la congoja sosiega mis palabras. La ciudad se oculta con estrías y pájaros inmóviles. Regreso para nombrarlos en la iniquidad, en las barcas de la diáspora. Veo a Diotima en los recodos de los sueños, pero nuestro linaje vaga en las tinieblas. No hay tiempo ni memoria. Un sanguinario dios nos devora día a día hasta ver la fugacidad de los cipreses en las estrellas. Nacen y mueren nuevas vidas en esta trama de vana agitación, en una alegría bastarda donde aún percibimos islas venturosas. (Cercana, protectora, con voluntad sobrante. Ascendiendo, Guiomar, ascendiendo.) La niebla rodea objetos y trastos que apenas existen. El reflejo de la infancia nos permite vivir en la demencia, esa luz obstinada donde nos refugiamos susurrantes, ese deslizarse entre hebras de lluvia antes de callar. Mientras dormimos o velamos se reúnen nuestros antepasados tendiendo manteles entre el desamor y el estremecimiento. Y vemos el cesto de mimbre con pan fresco, el lenguaje de los dioses en las horas aciagas. Todos los días se crucifica a un poeta. 

Hechizado, camino por senderos sacralizados de un bosque, silencioso. Serenamente. Había dejado ciudades y villas. Olvidado arquitecturas románicas, espacios y voces familiares. Recordaba tumbas, monumentos funerarios, iglesias con testimonios piadosos, pórticos medievales. Estoy solo y cruzo un pequeño puente por el que podía pasar una yunta de bueyes. Soy parte del ensueño. Me acompaña una música dominante y la llovizna como un velo mágico. Pude lavar las furias, el cautiverio, los fracasos amordazados. Siento la nostalgia de los días sin objeto. La luz ofrenda el tiempo que labra árboles y piedras. El paso era de quien marcha solitario entre sombras, de quien habita la tierra. Un universo vibra la nostalgia. Gozo la hierba, imágenes que circundan ritos. El cielo azulísimo llevaba la inmovilidad de un viaje inconcluso. He aquí, me dije, signos, nieblas inaccesibles. De pronto una casa. Abandonada. Se abrió la puerta y una mujer me pregunta: "¿Qué buscas?". Busco a un niño que se perdió, le respondo. A un niño que creció entre el sollozo y la memoria de días descifrados. A un niño que creció del otro lado del mar y desea abrazar a su padre que vivió en esta casa, en esta perdida aldea de labradores. “–Pasa me dijo-. Otros han venido tras el aroma inmutable y no los dejé entrar. Allí está tu padre, con los zapatos embarrados, soñando desde el mirador que su hijo lo encontraría. Deja ya de vagar por la melancolía y la ansiedad de la noche."


Para ver la presentación haga click acá.

viernes, junio 19, 2009 No comments
Buenos Aires, 2004.
Centro Betanzos Ediciones.
Ilustración de Mercedes Puente.
Prosa.


Lo que fui y lo que soy se contemplan. Con la desigualdad de las primeras letras empecé a descubrir el mundo. Percibía vibraciones en las ramas de los árboles, en la noche visible de misterios. Con exaltación buscaba los tesoros ocultos en la biblioteca de mi hogar. Los anillos con sortilegios, reyes de poderosos secretos, encantamientos, transformaciones de princesas lejanas, castillos con duendes y enanos, hermanas envidiosas... Aquel anhelo de la infancia fue el propulsor del poeta que en la adolescencia comenzó a intentar revelar lo inalcanzable, las estremecidas palabras que desde la nostalgia se embriagaban de infinito. Ahora la mirada y el fervor tienen el símbolo de lo íntimo. 

En verdad estas páginas son divagaciones de un caminante que se deja llevar por sus emociones, por sus pensamientos. Paseo por las calles de las grandes urbes o por frondosos bosques. Reivindico una vida sencilla. Tengo admiración por la naturaleza y un compromiso social que en el fondo no es otra cosa que la desobediencia civil. Intento abarcar con la mirada la inmensidad del mar. Al elevar los ojos otro tanto quiero hacer con el cielo. Son símbolos de mi propio infinito, una parte de la mitología, lo nimio de la existencia humana. Permanecen en mí imágenes de árboles, de piedras, de animales. Nos movemos entre el alma y el cosmos. En la medida que simplificamos nuestra vida, que sentimos la presencia del tiempo, advertimos la época decadente que nos toca vivir y escuchamos el latido de nuestro corazón. “El hombre, dijo Píndaro, es el sueño de una sombra”. 

Recuerdo a un niño sentado en las rodillas de su padre. Evoco el eco de otro tiempo en el sonido del cristal, la belleza junto a la vigilia y la divagación, la llaga sobre la soledad de los trofeos. Y el índice de ese hombre señalando un lugar del mapa al cual yo no llegaba. Y la insobornable lámpara del verso y la plural semilla en la alegría de los geranios rojos, de los héroes civiles de una mitología olvidada, de la ternura y la vitalidad. Todo ha desaparecido. El padre ha muerto y ese niño es este hombre que trabajosamente intenta recuperar visiones, palabras lejanas, leyendas invisibles en la soledad de los sueños confusos. El tiempo ha modelado la voz de la pregunta. 

Irremediablemente el reino de la muerte ha soterrado los últimos pastores de ese país de plegarias y celajes, el reino de los dioses con palabras sosegadas y cantos fugitivos. La divinidad de los hombres se halla en la inocencia de la infancia; el fuego elemental santifica la memoria. 

Nací una madrugada de julio de 1946. Puedo decir que mis recuerdos de la infancia se me presentan llenos de júbilo; es una región lejana donde la memoria y la imaginación trabajan su espacio, su palabra. Mi adolescencia y juventud forman parte de las plazas, de la melancolía, del amor. Llevo la aventura de las tardes de estudiante y la admiración a mis mayores. Fui mal alumno y sincero contemplador de la naturaleza. Creo que desde esa época el ocio y la lectura fueron mis cómplices. 

Estoy convencido de que mi risa fue fácil vencedora del hastío y de la hipocresía. Sé que la vida es demasiado esencial y que por eso mismo es absurdo hablar de éxitos o de fracasos. Pienso que cualquier mito o sueño es más importante que un dogma. Siento que la intimidad y el asombro son las ocultas virtudes de la belleza. 

Descubrí para siempre que la mano que escribe vale tanto como la mano que ara.

Una ética existencial es lo único que puede hacer frente a las teorías totalitarias, a las convicciones políticas o religiosas, a la insensatez de los premios o a la vanidad de los cenáculos literarios. 

Sospecho que el poema es la intuición más clara del devenir. Y que en el fervor de la noche vibra la insurrección del alba. 

De adultos comprendemos que nos han ido acompañando personajes. El niño, el adolescente, el joven. Siguen viviendo en nosotros a través de los sentidos, de los sueños, de una realidad compleja. Descubrimos, además, que las cosas las vemos mediante los recuerdos que cada uno de esos seres cobija. Al sentir por ellos todo lo vemos por primera vez. Vamos ordenando –a veces de manera consciente, otras no– diversos esquemas, símbolos, instantes del absoluto. Somos costumbre, somos animales rutinarios que nos habituamos a cierta liturgia. Por eso al evocar nos enriquecemos: recordamos lo olvidado de manera distorsionada, postergamos el dolor u olvidamos el sufrimiento, así somos felices pues como en una creación fantástica aludimos a infinitas posibilidades. Paso ensoñando días y memorias. ¿Cuándo toco fondo de verdad? Nunca. Así como la poesía es repetición de un esquema mítico, la vida de cada uno reitera esquemas familiares, fragmentos, voces, ilusiones. Postergamos decisiones pensando que la esperanza hará algo por nosotros. Para la mayoría de la humanidad la felicidad es esa constante, ese imaginario que la hace creer en algo y que en el fondo es un equívoco de la memoria. Y a pesar de todo esto creamos. Y descubrimos la vida con estupor, en el prodigio del espíritu. 

Debo decir que mi primera niñez ha sido vital y llena de alegría. Que fui un adolescente díscolo, enamorado de aventuras literarias y muchachas hermosas. Que fui mal estudiante y tenaz lector, maravillado por el deporte y por el ocio. Que viví rodeado de amigos vagabundos y pendencieros, de generosos jóvenes en busca de su destino incierto y complejo, que sufrí la muerte de mi madre y el amor de una niña de ojos claros. Que soñé viajar en barcos, recorrer países inauditos, copular con princesas, hacer estallar el Estado. 

Mis abuelos fueron campesinos. Trabajaron la tierra de sus amos. Cosecharon el hambre y la humildad. Partieron de Galicia para encontrar la vida en estas tierras. Trabajaron los puertos, hombrearon el silencio y el salario. Conocieron las huelgas, las proclamas, el miedo. Se murieron sin saber el alfabeto, sin conocer las voces del destierro. Ese es mi linaje, mi abolengo, mi primitiva historia. 

Mi padre trabajó en el campo desde los cinco años. A los nueve, en esta tierra, producía dividendos en una fábrica de vidrios. Doce horas por día y el jornal. Mis tías hilaron el infierno en las hilanderías. Mi madre era modista. Doce horas diarias de trabajo. Los domingos cantaban canciones lejanas, las recordadas muñeiras. Y se iban muriendo de nostalgia, con la honestidad y la pobreza escondida en sus cuartos. 

A los catorce años mi padre conoció a unos franceses socialistas. Allí empezó todo. Aprendió el castellano y el francés, recordó el gallego en otra latitud y en otra historia. Con su voluntad de hierro y su conducta comenzó con Zola, con Galdós, con Quevedo. Luego llegaron Hugo, Cervantes, Shakespeare, Schopenhauer. Y los periódicos socialistas y anarquistas de la época. Y la Semana Trágica y la Patagonia. Allí comenzó todo. Las canciones ateas de la infancia, la ironía cotidiana a “la justicia”. El rechazo. 

Rodeado de alegría y discusiones violentas, de fanatismos ciegos y de esperanza, poco a poco fui recorriendo el mundo. Odié la demagogia, el populismo, la actitud chabacana. Sin saber cómo fui republicano, defensor de Dreyfus, admirador de Castelao, enamorado de Goya y de Picasso, apologista de Chaplin, lector de Rosalía, gustador de Mozart y de Segovia, soñador de Salgari, cómplice de manifestaciones antitotalitarias, confidente de reuniones, marginado escolar, con la escarapela española en actos públicos, delirante y desobediente, expulsado de colegios por mi conducta, aburrido en las clases, prófugo en las canchas de fútbol y en las plazas. Sin un centavo; irreverente y vagabundo leía a Pratolini y a Fernández Moreno. 

Mi padre me hablaba de los cuentos populares de su aldea, de las viejas historias al pie del fuego que acompañaron su infancia en las frías noches de invierno. De cómo miraban una cometa en el cielo o el rebuzno, apesarado, de los burros. De las plantas y de las piedras que tienen propiedades mágicas para los puros de corazón. Escuchaba leyendas de moros, de tesoros, la presencia del culto a los muertos. Creo que fue él quien me contó una tarde de la dorna con vela de nenúfar que vislumbró en las cercanías del puerto de A Coruña. 

Cuando don Manuel o doña María Manuela me hablaban de esa Galicia rural, echaban mano a los recuerdos de la infancia pero sabían –inconscientemente- que con ellos moría una presencia milenaria. Sospechaban que aquí, en Barracas al Sur, tenían un mundo con cierta esperanza, pero en el fondo desconfiaban de estos arrabales. Tal vez mitificaron aquel rincón al que , por otra parte, jamás quisieron regresar.



martes, junio 16, 2009 No comments
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