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Carlos Penelas

He revelado, en diferentes oportunidades, que en 1978 - plena dictadura militar- logré editar Conversaciones con Luis Franco. En esa primera edición, casi clandestina, colaboraron algunos amigos de manera anónima. De modo especial el Dr. Alejandro Gómez – ex vicepresidente de la Nación, compañero de fórmula del Dr. Arturo Frondizi, quien discrepó con las políticas petroleras de su gobierno - admirador de la obra del poeta y ensayista catamarqueño. Vale recordar que otro presidente, el Dr. Arturo Umberto Illia, también fue amigo y admirador de Franco. Poco tiempo antes de asumir, lo visitó en su humilde casa de Ciudadela para ofrecerle el Ministerio de Cultura. Don Luis le respondió: “Le agradezco profundamente, pero no quiero perder un amigo”.


Volvamos a nuestra historia. A meses de la publicación del libro, me llama el Dr. René Favaloro, lector entusiasta de Ezequiel Martínez Estrada y de Luis Franco. Desea conocerme, conversar sobre el libro, hablar de Luis Franco. Ya en Estados Unidos le interesaba su estilo, su ética, su conducta, su forma de vida. Esa primera reunión duró casi dos horas. Más adelante, los tres almorzamos juntos. Al poco tiempo me integro activamente al proyecto único y trascendente del Dr. Favaloro.

Desde entonces estuvimos juntos durante veintidós años. Ocupé varios cargos al mismo tiempo: Jefe de Relaciones Públicas, Sub-Director de las Ediciones de la Fundación, Miembro del Comité de Ética y Jefe de Coordinación de Pacientes.

El Dr. René Favaloro, es necesario decirlo, ayudó a su familia de manera permanente. No puedo afirmar si todos los integrantes de ese grupo actuaron con reciprocidad. También colaboró notablemente de manera anónima con gente común. Asimismo con escritores y artistas, entre otros con Carlos Alberto Brocato y Luis Franco. No es impropio recordar – es de público conocimiento - que renuncié a la Fundación al mes de su suicidio.

Don Luis, el poeta, ahora descansa en su querida Catamarca. Acompañé sus restos desde Londres hasta Belén entre hombres a caballo, peones, músicos, maestras, niños y el resto del pueblo al costado del camino. En una sentida pancarta se leía: “Luis Franco es Belén”.

Por aquellos años, hablamos de la década de los ochenta, conocí y me hice amigo de algunos de los médicos de la institución. Entre ellos el querido Mario Racki, cardiólogo clínico y colaborador permanente de Favaloro.

Hace unos meses me llama y me comenta que una de sus pacientes, la señora Hilda Rosa Levin, hija de un reconocido librero, le lleva un presente significativo que pertenecía a su padre. José Levin era un experto librero de viejo que le conseguía al Dr. René Favaloro textos inhallables de Luis Franco, José Ingenieros, Alberto Palcos, Enrique de Gandía o Joaquín V. González. A la vez Levin era amigo de Luis Franco.

El obsequio pertenecía a don Luis quien, sobre el final de su vida, le ofreció a su padre. Mario, conmovido, piensa un destino. Y le dice: “No se haga problema, sé quién lo protegerá mejor que nadie”.

Hace unos días estuve en el consultorio del Dr. Racki. Me revisó con meticulosidad, anotó datos en la ficha, corroboró estudios. Luego hablamos del cosmos, de Betanzos de los Caballeros, de Varsovia, de nuestros hijos. En un momento me entrega un paquete; la emoción me embarga. Escucho la voz de Mario: “aquí te dejo el poncho de don Luis, está en buenas manos.”

Carlos Penelas
Buenos Aires, enero de 2019
miércoles, enero 23, 2019 1 comments
Siempre aseveré que mi educación ética y cultural se hizo en el hogar. Mis padres y hermanos fueron primordiales. Se vivía lo político, lo literario con intensidad. Discutían vanguardias, avances científicos, el fascismo, el franquismo, el peronismo. Sobre religión o sobre deporte. Se irradiaba un concepto amplio en torno al teatro, la música, el cine. Todo junto, desde las raíces gallegas hasta los movimientos sociales del siglo XIX.


Luego vinieron los maestros de la escuela, los maestros del colegio secundario, los maestros del profesorado en Letras. Con los primeros poemas seres íntegros cuidarían mi espíritu y mi libertad: Hugo Cowes, José Conde, Luis Alberto Quesada, Alejandra Boero, Lucas Moreno, Juan Bautista Bioy. Entre otros, por supuesto, entre otros.

Ernesto Sábato me comentó en una oportunidad: “Luis Franco, uno de los mejores escritores argentinos. Una pena que no se lo recuerde”. Bernardo González Arrili, David Viñas, Osvaldo Bayer, Ricardo E. Molinari, Abelardo Castillo, Eduardo Falú opinaban lo mismo.

La admiración que Franco sentía por Molinari era relevante. Lo mismo la de don Ricardo hacia el poeta catamarqueño. Lo pude comprobar en diferentes oportunidades. Por esos años solía conversar, por separado, con ambos. Lo dejé escrito en un libro y en uno que otro artículo.

La figura, la dimensión de Luis Franco me conmocionó desde que lo conocí. Siempre afirmé que después de la presencia de mi padre estaba la suya. Otro de mis maestros – por su conducta, su saber, su poética, su fineza – fue Héctor Ciocchini. Imposible dejar de nombrarlo, trascendente en mi vida. Y, por supuesto, el Dr. René Favaloro.

Fue Rocío quien me presentó a Moreno. El poeta del vino y el buen comer vivía en Independencia 715 y trabajaba como corrector en La Prensa. En el profesorado Mariano Acosta, donde cursábamos, Rocío era amiga de Nuri Fernández Redón, sobrina de Lucas Fernández Moreno. Firmaba, por razones obvias, con el nombre de Lucas Moreno. En 1970 le había llevado mi primer libro de poemas. Con el tiempo comencé a mantener un acercamiento espiritual e ideológico con su persona. Me llevaba alrededor de diecisiete o dieciocho años. Lo escuchaba hablar sobre literatura argentina y universal, sobre música clásica o popular, sobre primeras ediciones. Si bien rechazaba toda política literaria – banal, mediocre, chapucera – me hizo conocer hombres de gran valor, lecturas fundacionales. Lucas Moreno fue quien me presentó una tarde, un sábado de julio de 1972, a Luis Franco.

La vida es sumamente curiosa. ¿Azar o predestinación? El padre de Rocío, Luis Danussi, fue un activista e intelectual representativo en el anarco-sindicalismo. Leía en francés e italiano. Gustaba del cine, de la poesía, de la libertad. Llegó a escribirse con Albert Camus, dirigió revistas, fue Secretario General de los gráficos, fue perseguido y encarcelado por el peronismo. Luis Danussi era muy amigo de Luis Franco. El prólogo de Antes y después de Caseros es de su autoría. Ambos se respetaban y compartían veladas. Recuerdo varios fines de año que pasábamos en la casa de Danussi, en Villa Domínico, con Franco. Allí nos quedábamos a cenar, dormir, desayunar, conversar de la naturaleza, de grandes autores, de los movimientos sociales, de anécdotas familiares. Franco conoció a Rocío cuando aún no sabía caminar. En el jardín de la casa don Luis se hallaba en plenitud. Lo recuerdo sentado en una silla de madera bajo un níspero. Fumaba en la tranquilidad del atardecer. En esas reuniones se agregaba Lucas Moreno e Hilda, su mujer. Nada era literatura. Había amistad entrañable, confidencia, idealismo.

En 1983 Franco viaja a México para difundir su obra y también con la intención de conocer la Casa Museo donde León Trotsky fue asesinado por Stalin. Allí vivió quince meses junto a Natalia Sedova. A su regreso le trajo a mi hijo Emiliano, un niño de apenas cinco años, un sombrerito mexicano.

Solía venir a casa, de sorpresa, cuando realizaba algún trámite en el centro. Dejaba como obsequio un pequeño paquete de frutas secas. Se sentía feliz y nos hacía dichosos con esas almendras o pasas de uva que ofrendaba.

Lucas Moreno concibió la antología poética de Luis Franco en Eudeba, con un estudio preliminar breve pero cardinal. A pedido de Luis Franco, se entiende. Ambos habían devorado las obras de Sarmiento – ambos me lo hicieron leer una y otra vez -, tenían una mirada parecida en torno a los hechos artísticos e ideológicos. Por supuesto, no siempre coincidían. Las discusiones, de las cuales participaba como oyente, eran tumultuosas.



Con Franco fui de vacaciones a su casita de Mar del Plata, en el barrio Alfar. Otros años, otros tiempos. El poeta belicho me despertaba a las siete de la mañana para que fuéramos a caminar por la orilla del mar. Por la tarde la cita era un paseo por el bosque de Peralta Ramos. Allí nos acompañaban los pájaros, el aire, Goethe, Thoreau, Emerson, Whitman, Shakespeare, Marx, Mareategui, Trotsky, Bakunin, Homero…. El silencio por la noche, el movimiento de la naturaleza, los grillos, el pequeño fogón. Los dos hablando o escuchando la mar. Y las estrellas.

Franco me presentó en una oportunidad a su amigo Pascual Vuotto. También al Dr Enrique Bronquen. En mi temprana juventud había conocido al mítico Mateo Fossa. Venían las voces de Horacio Quiroga, de Leopoldo Lugones, de Martínez Estrada, de Enrique Espinosa.

Era muy bello escucharlo hablar en el atardecer, después del almuerzo, de Arturo Marasso, Rubén Darío, Giordano Bruno, Federico Nietzche, Rafael Barrett o Luisa Michel. Y de Sarmiento, una y otra vez.

Rubén Rey - amigo inolvidable, hombre de formación humanista, docente y pintor – había leído a Franco desde su adolescencia. Se lo presenté alrededor de 1977. La primera edición de Conversaciones con Luis Franco lleva un dibujo de don Luis realizado por Rey; uno de los mejores retratos que he conocido. El original, en mi casa-museo.

Las lecturas se entretejían como los nombres. David Viñas, Rodolfo Mondolfo, Melcíades Peña. Recuerdo que le presenté a Juan José Sebreli, a don Ernesto Guevara Lynch, al Dr. René Favaloro, a Carlos Alberto Brocato, a Roberto Santoro, a Liber Forti, a Héctor Ciocchini. Cada tanto venía a cenar o almorzar a casa, al departamento de mi hermana Raquel, al hogar de Lucas Moreno. Los sábados por la mañana lo visitaba en Ciudadela. Nada era literatura.

Uno de los grandes hombres éticos de nuestro país, el Dr. Arturo Umberto Illia, fue lector y admirador de don Luis. Al ser electo presidente fue a visitarlo a su casita de Ciudadela. Le ofreció el cargo de Secretario de Cultura de la Nación. Don Luis le dijo que sentía orgullo por su amistad y una gran emoción por el ofrecimiento pero que no podía aceptar, que además no se imaginaba funcionario. Y que no quería perder a un amigo. Casi de la misma manera rechazó ser miembro de la Academia Argentina de Letras. “El día que me siento deprimido y me miro al espejo y me doy cuenta que no soy académico, me dan ganas de vivir”. Eso respondió por escrito.

Franco me presentó a Ricardo Carpani, a Demetrio Urruchúa, a Samuel Glusberg, una de las criaturas más sencillas, humildes y generosas que he tratado.

Recuerdo el acto realizado en plena dictadura militar. Sábado 26 de septiembre de 1981, en la Federación Libertaria Argentina. En primera fila Luis Franco y Diego Abad de Santillán. Un poco más atrás, de pie, José Martínez Suárez. Un homenaje a León Felipe, irrepetible. Más de doscientas personas; entrando de a dos, saliendo de a dos.

Conocí a los Viladrich gracias a Luis Alberto Quesada. Luego, por intermedio de los Viladrich a María Inés Cárdenas, “Pequeña Monner Sans”, la esposa del recordado José María Monner Sans. Más tarde a Ricardo Monner Sans, un profesional ejemplar, un hombre ético, un ser que admiro. Tuve trato fraternal con Wifredo Viladrich. Con su esposa, su hermano, sus hijos. Me regaló en 1970 una escultura muy bella que luce en la pared de mi casa-museo. Una copia de ella la descubrí en el departamento de Álvaro Yunque. Miguel Viladrich Vila, el gran pintor español, al finalizar la Guerra Civil se exilia a la Argentina. ¿Dónde? Catamarca. ¿En qué lugar de Catamarca? Belén. Allí traba amistad con Franco. En su casita de Ciudadela, sobre un aparador provenzal había un busto. El poeta reflejaba la energía y la fuerza de su temperamento. La escultura era de Wifredo Wiladrich. Una vez más: nada era literario.

Como Sarmiento jamás abdicó de la ironía. Era muy simpático escucharlo hablar -con mordacidad, con desmesura- de los obispos, de la historia del Papado, del esnobismo literario o metafísico, de las vanguardias creadoras, de personajes alcahuetes y obsecuentes del peronismo, de las noñerías de las beatas, de la complicidad estalinista. De los gendarmes de la pluma y de los escritores que huelen a cirio.

Desconfiaba de la diplomacia, esto es, del aburrimiento y la mascarada. Obstinado precursor, no sólo en lo poético o en su visión de la historia, sino también del pensamiento siempre resultaban interesantes sus discrepancias, sus apelaciones, sus exasperadas polémicas.

Le organicé varias conferencias. Habló sobre los griegos, sobre Rosas, sobre Catamarca, sobre el general Paz, sobre literatura y sociedad. Era un placer escucharlo, un disertante que conmovía, ilustraba, un maestro en el decir. Además su ironía era única. Pasaba de Virgilio a “los descamisados del Evangelio”, de una cita sobre Dante a una anécdota de su Belén natal. Pero Franco era querible en las sobremesas. Su forma de hablar, su tono, su memoria, nos dejaba siempre vitalidad y pertenencia. Con sencillez, con claridad, enfocaba cada tema, desde la naturaleza, la literatura nacional o las revoluciones. Siempre había un matiz, un pensamiento singular, una expresión risueña.

Se sigue diciendo que Luis Franco murió en un hospicio de Ciudadela. Esto no es así. Él vivía en Ciudadela. Había que bajarse en la Estación Liniers pues su casa quedaba más cerca desde allí. Un poco más adelante, bordear el cementerio israelita. Vale la pena mencionar que fue el primer cementerio judío Ashkenazi de Buenos Aires, 1910. Luego la calle Saavedra 3367.

Franco murió en Capital, en la calle Junín 755, piso 5. Frente a la Morgue Judicial. Junín entre Viamonte y Córdoba. Vivo, desde los diez años, en departamento que era de mis padres, en Viamonte entre Callao y Rodríguez Peña. Esa fue una de las razones de encontrarle vivienda, estar cercano. El departamento lo consiguió Lucas Moreno, propiedad del profesor en Letras Lucilo Oriz, gran admirador de Luis Franco y amigo de Lucas. Era el director del Instituto Oriz, donde mis hijos estudiaron para el ingreso al Colegio Nacional Buenos Aires. Historias que se superponen, intensas; afecto y compromiso. Con Lucilo Oriz hicimos una amistad que se prolongó. Franco unía o distanciaba.

Forita me habló la mañana del 1 de junio de 1988. Alterada, confundida, me anunció por teléfono que Franco se había descompuesto. Llegué de inmediato, fui yo quien lo cubrió con una manta en el lecho de su departamento. Ya estaba muerto. A partir de ese instante inicié los trámites para su velatorio. Me encargué de casi todo. Llamados a parientes, avisos a los medios, amigos, escritores, Casa de Catamarca... Hasta de comprarle la chapa de bronce en Chacarita, que decía Luis Franco (1898-1988) Poeta. Una semana después la llevé para que sea colocada en el nicho. Conservo su libreta de enrolamiento.

Carlos Penelas
Buenos Aires, octubre de 2017
sábado, octubre 21, 2017 No comments
Recordemos que Luis Franco publica su primera antología poética (1927-1937) en  Editorial Perseo, Buenos Aires, 1938. La edición lleva ilustraciones de Demetrio Urruchúa. Su nombre: Suma.
 

Con ese título - emblema de la lírica y la trascendencia de este escritor notable - acaba de publicarse, septiembre 2017, en Catamarca, una revista dedicada a la poesía, el arte, la cultura, la música, el pensamiento y la hibridación de ideas. Una deliciosa edición, calidad y belleza, una fiesta visual. Suma es el equilibrio perfecto entre texto e imagen o fotografía. Una revista que se presenta como obra de arte. Una edición pocas veces vista en Argentina, una edición magnífica para la cultura argentina.

El director ejecutivo, factótum, es Hugo Diamante. Los co-editores Enrique Traverso y Arturo Herrera. El diseño editorial pertenece a Camila Evia. Un sello en  tapa nos orienta: Luis Franco  -  Académie, 1898. Desobediencia brillante. Pensamiento, poesía, arte. 

Una publicación de 386 páginas en donde encontramos artículos, poemas y ensayos de Jorge Luis Borges, Noam Chomsky, Marcel Duchamp, Umberto Eco, Luis Franco, Enrique Traverso, Enrique Vila-Matas, Jorge Paoloantonio, Leonardo Martínez, Carlos Penelas, Horacio Tarcus, Alejandro Rozitchner entre otros.

En la editorial Hugo Diamante nos dice: "Suma (homenaje a Luis Franco) comienza un viaje extraño, inseparable de la incertidumbre, el azar, la inestabilidad...hacia dónde vamos?...el proceso es lo importante, la meta sólo será una consecuencia del hacer para que la cultura poética y creativa este presente en días extraños y anómalos..."

En síntesis: una revista como un vector para la investigación, el análisis y la experimentación, para entrar de lleno sobre la materialización del lenguaje y el pensamiento. Un esfuerzo de Hugo Diamante y su colaboradores para todo el país. Un ejemplo de talento y esfuerzo de éste catamarqueño pródigo.
miércoles, octubre 11, 2017 No comments
¿Hasta qué punto y a partir de qué elemento explicar o teorizar sobre lo imprevisible? ¿Cuál es la evolución o las leyes de la generosidad, del amor, de la belleza?


Cuando abordamos el discurso lírico o el poético hay varios prejuicios que necesariamente debemos anular. Intuimos un cierto pudor verbal que disfraza el malestar de nuestra conciencia. La palabra anarquía es un ejemplo típico. Hay en ella raíces ideológicas, una expresión estética y también una voluntad ética. Entonces, uno de los prejuicios que debemos combatir es esa enseñanza histórica o literaria de períodos estáticos. La serenidad del espíritu griego fue un mito que nació con posiciones goetheanas y de toda la escuela idealista alemana. Lo que hubo fue un helenismo de pugnas y contrastes. Desde Arquíloco en adelante los poetas ponen en tela de juicio la autoridad de la tradición, de los dioses, divorciando lo real de lo mítico, justificando el goce de lo vital y su trascendencia ética. Rodolfo Mondolfo ya nos dio su visión del feudalismo homérico. No otra cosa fue el Renacimiento: crisis y contradicciones. Sólo las mutilaciones y deformaciones sectarias dan perfiles estáticos. Sintetizando: la historia es dialéctica, fruto de crisis, discrepancias y litigios sociales cuya faz amenazadora resurge bajo nuevas máscaras. En las páginas de Homero se anticipa la raíz filosófica de Pirandello.

Oscar Wilde escribe textualmente: “La forma de gobierno más adecuada al artista es la ausencia de todo gobierno. La autoridad, sea del que sea, sobre el artista y su arte, es siempre absurda”. El estremecimiento ontológico de lo poético indaga nuestra intimidad. Intentamos un cuestionamiento global en cada crítica, en cada itinerario. Desde ese circuito tratamos saber desde dónde escribimos, de definirnos ante el otro por los rasgos que nos diferencian y distancian.

En un trabajo publicado por el profesor Hugo Cowes se hace referencia al poeta inglés John Agard, quien repetirá la experiencia de Mallarmé, salvando un siglo de distancia, “uniendo las dos revoluciones, la revolución en la realidad histórica y la revolución poética”. El poema comienza con un verso admirable, de tensión social, como expresión de una clase dominante: Yo no soy un caballero de Oxford. Fijémonos en el valor de este verso, su insurrección. Y más abajo, en tono intimista nos dice: yo soy un inmigrante. Aquí el poeta contrapone jerarquías sociales, y nos manifiesta su historia, una historia que lo hace sentirse exiliado, perseguido.

Yo no tengo un revolver
yo no tengo un cuchillo.
Pero atacar a la reina inglesa
es la historia de mi vida.

Yo no necesito un hacha
para destruir vuestra sintaxis.
No necesito un martillo
para hacer puré de vuestra gramática.

“Recuerden que Mallarmé decía que quería ser un sintáctico”, nos indica Cowes. Sin el sentido de lo iniciático no hay acercamiento a la belleza. Hay un don de sentir la pasión sensorial e intelectual, un designio que regula la vida del universo, los signos que el poeta advierte en el mundo autobiográfico como una alegoría de la mirada utópica. Unamuno dirá: “Soy villano de a pie, no caballero”

La palabra, en el poema, encuentra el tono de la intimidad. Ocupa la zona íntima de la literatura. Nos dice René Char que “lo que más hace sufrir al poeta en sus relaciones con el mundo, es la falta de justicia interna”. El poeta descubre un orden cósmico, desde su rebeldía participa de lo desconocido. En un erudito ensayo sobre crítica y estilo, el poeta Héctor Ciocchini reflexiona: “…la lucha por el poder y los honores ha secado la raíz misma del hombre. Somos, podríamos decir, por determinación de los tiempos los ‘últimos ángeles’ de que habla Baudelaire”.

Cada línea del poema es una imagen de lo absoluto. Cada espacio en blanco, en esta concepción, es otra posibilidad de lectura de los silencios, otra significación de la forma interior del poema. Un plano del afecto, de la libertad temporal. Un nexo equivalente al ritmo interior, al espacio mental que graba su estética sobre el blanco papel. Desde esta óptica, desde la realidad, nos abandonamos a la fisiología de la pasión libertaria.

En Lucrecio observamos el sentido de lo divino en la naturaleza. Hay una conciencia mitológica, una sensibilidad que responde a la ingenuidad creadora, a la más alta universalidad, a la fascinación por lo maravilloso. Es válido recordar que en toda obra de’ arte hay un orden propio que forma el estilo. Una pintura religiosa o escultura -pongamos como ejemplo- que muestra una virgen o un crucifijo, obra que podemos admirar en el museo o en la iglesia gótica o románica, es la expresión artística de un sentimiento. El poder eclesiástico quiso que la música sacra o la arquitectura fuera signo del reino celestial. Detrás de la imagen o del canto gregoriano está la nostalgia por 10 sagrado, la culpa y el pecado, cultura que impone la reasunción del mito. Por eso reafirmamos la plena libertad del artista -no importa el tema-la rebeldía del creador (desde Miguel Ángel hasta Eisenstein), la desacralización del arte, pues lo humano reemplaza la nostalgia de lo sagrado, superando la institución del oro Vaticano.

Si leemos a Pietro Aretino descubriríamos que tuvo una absurda fama de escritor sensual o indecente. Su obra posee una sensación de soledad, en sus páginas analiza la vida como una mascarada extravagante, sombría, sucia. La miseria de la carne es producto de su corruptibilidad. La cópula en Aretino simboliza la monótona satisfacción en el hombre y la avidez de dinero en la mujer. Es un pesimista que odia lo falso. De allí nace su estética. Busca la naturalidad, la íntima sinceridad del hombre. Un cristiano sin fe que ve en la humanidad la lujuria, la guerra, la servidumbre sujeta a la desesperación, la obscenidad de los poderosos.

Cuando se habla de utopía por lo general se interpreta que se hace referencia a un proyecto imaginario, desmedido. Sería un sinónimo de lo irrealizable, algo quimérico. Aquellos que plantearon la idea de la utopía fueron hombres comprometidos con su tiempo, con la realidad social, política y económica que les tocó vivir. Tomás Moro -político, diplomático, humanista- concibe la isla de Utopía (1516) como una posibilidad diferente a la sociedad inglesa penetrada por el robo, la corrupción y la miseria. Desde la cárcel, inspirándose en las agitaciones campesinas de Calabria, Tommaso Campanella escribe La ciudad del sol (1602),como un ejemplo de sociedad comunitaria. En 1656 se publica Oceana. Su autor, James Harrington, desafía desde sus páginas la Inglaterra de Cromwell. El mismo Francis Bacon propone en su Nueva Atlántida (1627) una acción política. Desde otra óptica, Montaigne o Rabelais acusan a una sociedad hipócrita y dogmática. En nuestro siglo, Un mundo feliz (1946), de Aldous Huxley, 1984, de George Orwell escrita en 1949 o Farenheit 451 de Ray Bradbury (1954) tienen una visión pesimista, supuestamente antiutópica. En realidad nos señalan una cultura de la resistencia, o la esperanza desesperada.

Evocamos a Novalis, para quien las cosas no existían hasta ser trocadas en poesía. “La poesía es lo verdadero, lo absolutamente real. Este es el nudo de mi filosofía. Tanto más verdadero cuanto más poético”.

Heidegger, parafraseando a Holderlin, expresará: “La poesía no es un simple adorno que acompañe a la realidad humana, ni un simple entusiasmo pasajero, no es tampoco una exalta ción o un pasatiempo. La poesía es el fundamento que soporta la historia, y por tanto no puede considerarse sencillamente como una manifestación cultural y menos aún como la expresión del “alma de la cultura”.

Debemos tener presente la subversión de los poetas, desde Safo hasta Mallarmé. El propio Baudelaire atemorizó a los burgueses. “Los burgueses de mitad del siglo XIX se asustan, y las Flores del Mal fue un libro censurado, llevado a la justicia, que quiere disponer que esos juicios contradictorios sean uno falso y el otro verdadero. Quieren que el cielo esté arriba y el infierno abajo. Que el cielo sea el bien y el infierno el mal”

Para seguir compaginando nuestra visión, el ejemplo de Herbert Read: “La oscuridad en poesía no puede ser tenida meramente como una cualidad negativa, como una posibilidad de alcanzar el estado de claridad. Es un valor positivo.”

Una cultura oficial que juzga desde los prejuicios impuestos por una sociedad, por la ideología de la clase dominante, crea, organiza, la creencia de una realidad. Esto es muy conocido y no hay necesidad de ahondar más. Es simplemente necesario para analizar mejor los códigos culturales. Sin argumentos necrológicos o índices moralistas. Sin acumular rencores, sin epitafios.

El arte sirve siempre a la belleza, a la felicidad de existir. “La naturaleza está en el interior”, recuerda Cezanne. Los animales o seres pintados en las cuevas primitivas irradian duplicidad. Es una textura imaginaria de 10 real. Simbolizan la falta de jerarquía en las civilizaciones, no hay progreso. La obra de arte siempre va hacia el fondo del porvenir. Hay fragmentos de Rodin que son estatuas en otros escultores. Se unen en la percepción, en la analogía. Es el” grito inarticulado” del que habla Hermes Trismegisto, “que parecía la voz de la luz”. El creador busca siempre esa irradiación de lo visible, el umbral que deja soñar. Los ciegos, dice Descartes, “ven con las manos”. El modelo cartesiano de la visión es el tacto.

Malraux escribe refiriéndose a André Gide: “Tal vez no sea correcto ver a André Gide como filósofo. Yo creo que es otra cosa: un asesor de conciencia”. Pensamos que el poeta es siempre un asesor de conciencia, o para decirlo con palabras más actuales, un objetor de conciencia. El poeta y su escritura estarán fuera del conformismo, de la actitud represiva que toda sociedad impone. Walter Benjamín afirmaba: “El conformismo oculta el mundo en el que se vive. Es un producto del miedo”. Pensamos que la inspiración estética es libertaria, no reconoce límites ni estratificaciones . La imaginación poética comprende un propósito utópico, que tiene contrariamente con lo que se dice a menudo, una racionalidad específica, un orden de la sensibilidad que apunta a los sentidos, al sentimiento estético. Lleva a la pasión, el confuso clamor de la vida, la destrucción de una voluntad centralizada que intenta negar la vida de la imaginación. “Para existir todo lo que es vivo debe tener forma y así el arte, aún el arte trágico, es el relato de la felicidad de existir”. Es la voz de Boris Pasternak.

El humanismo nos enseña en la naturaleza de las imágenes, el lúcido orden de nuestra esencia íntima. El mundo de lo soñado aún persiste en lo desaparecido. La indagación, el temperamento, el redescubrimiento nos guía hacia la belleza para conocer el alma del universo y del hombre. Tal vez como lo deseaba Henry David Thoreau: “El arte de la vida, de la vida del poeta, es hacer algo no teniendo nada que hacer”.

Sin libertad interior no existe acto poético. La dignidad del poema es la dignidad del valor ético de su hacedor. y del lector. Por eso son pocos los que aman el poema. Somos responsables de nuestro amor, de cada acto afectivo que construimos. La intuición y la densidad poética nos hablan con voz interior, es un acto de confesión. La naturaleza de lo vivo busca su estrella y su infinito. Y el arte literario no puede ser ajeno al contenido ideológico. Prometeo resume la biografía del hombre al luchar contra los dioses. Como señaló Luis Franco, uno de los intelectuales más lúcidos y honestos que tuvo esta tierra, “con excepción de los griegos del siglo de Pericles, en las distintas culturas toda función espiritual estaba al servicio de la teología y el incienso”. Y también nos dijo: “Toda actividad del espíritu ha de ser un potenciador y glorificador de la vida y no, al modo académico, un momificador del ímpetu vital”.

Del libro Anarquía y Creación, Carlos Penelas, Torres Agüero Editor.
Publicado en Suma poética, Catamarca, 14 de marzo de 2017.
martes, marzo 14, 2017 No comments
En celebración de su 50° aniversario, la Fundación Argentina para la Poesía ha publicado un tomo de “Poesía Argentina Contemporánea” que incluye composiciones de las más destacadas figuras del país. En este panorama de literatura nacional, aparecen los catamarqueños Hilda Angélica García, Leonardo Martínez y Jorge Paolantonio.

La Fundación Argentina para la Poesía es una institución que ha cumplido cinco décadas reuniendo lo más notorio de las voces de la lírica nacional. Para celebrar este medio siglo de existencia, dio a conocer esta antología en una cuidada edición que responde a líneas de alta calidad por su diseño. La edición viene prologada por dos firmas: la del maestro Antonio Requeni (diario La Nación) y la del poeta y ensayista Fernando Sánchez Zinny. Explicativo y diáfano el primero, crítico y señero el segundo, conforman a través de su discurso un pórtico que realza y releva la calidad de sus contenidos. En esta edición aniversario han sido incluidos los poetas que originalmente forman parte de la tradicional antología anual de la fundación: “Poesía Argentina Contemporánea”, que ha editado veintiún tomos, a razón de quince autores por entrega, donde nuestros poetas mencionados fueron antologados. Al decir de Fernando Sánchez Zinny, esta publicación no es exactamente una antología, pues no lo es de textos sino de autores convocados en función de su trayectoria, de la repercusión y del reconocimiento alcanzado.

En este libro Hilda Angélica García comparte su espacio con Juan Gelman, Gustavo García Saraví, Héctor David Gatica, Joaquín Gianuzzi, Néstor Gropa; Leonardo Martínez con Francisco Madariaga, Graciela Maturo, Leonor Mauvecín, Rodolfo Modern, Hugo Mujica; Jorge Paolantonio está presente con Enrique Solinas, Federico Peltzer, Carlos Penelas, Nicandro Pereyra, Alejandra Pizarnik, entre otros.

Diario El Esquiú, Catamarca, 10 de febrero de 2016
jueves, febrero 11, 2016 No comments
Por su trayectoria como poeta y difusor de la obra del escritor catamarqueño.
Por segundo año consecutivo se entregaron las distinciones a personalidades del mundo de las letras y de las artes.


Se entregaron el pasado miércoles, en la vecina provincia de Catamarca, los premios Luis Franco 2015 a importantes figuras de la literatura y cultura general, en el marco de una celebración que se desarrolló en el edificio del Museo de la Ciudad Casa Caravati, por segundo año consecutivo. En una ceremonia de premiación amena, los presentes degustaron además de vinos y quesos gourmet. El evento contó con la presencia de importantes celebridades a nivel provincial, nacional e internacional, quienes recibieron una distinción especial por su aporte y labor en el campo de la literatura y las artes como María Kodama de Borges, Enrique Salvatierra, Manuela Rasjido y Carlos Penelas, como así también el autor catamarqueño Enrique Traverso. 

A igual que el año anterior, se entregó una distinción a todos aquellos artistas que difunden la obra del reconocido escritor catamarqueño, los premiados fueron Celina Galera, pintura; el gobierno provincial, por la obra El Shincal, recibió el galardón la secretaria de Cultura, Patricia Saseta, y la arqueóloga Paula Espósito; Ricardo Bujaldón, música; César Vera, literatura; Ariel Pacheco, fotografía, y la familia Pernasetti por impulsar que una calle y una escuela de la localidad de Belén lleven el nombre de Luis Franco. 

En un tono familiar, el autor Carlos Penelas, quien compartió su adolescencia con dos figuras célebres de la argentina como René Favaloro y el autor catamarqueño Luis Franco, manifestó que con este último mantuvo una relación muy cercana y familiar: “Para mí no fue sólo un maestro, pasábamos los fines de año, lo visitaba los fines de semana, él venía a mi casa, yo iba a la de él. Después de la figura de mi padre, mi figura importante y trascendente era la de Luis Franco”.

En cuanto al pensamiento de Luis Franco sobre la política social actual, sostuvo que sería muy negativa: “Yo creo que le causaría el mismo espanto que me causa a mí, estaría en contra de todo esto, él (por Franco) en primer lugar buscaba la libertad, era un hombre digno, honesto y luchaba permanentemente contra la corrupción, el dogmatismo, la estupidez, el populismo”. 

Para Penelas, tanto “René Favaloro como Luis Franco fueron hombres que sobrepasaron las dimensiones de este país”. “Es un país muy desdichado, mezquino, mediocre, lleno de políticos corruptos”, sentenció, a la vez que habló sobre su última obra, “Algo más sobre la estupidez”, donde hace referencia no sólo a la corrupción de políticos, empresarios y sindicalistas sino a un pueblo que acompaña este tipo de situaciones.
“No se trata solamente de los políticos y empresarios corruptos, es un pueblo que no quiere ver, es un pueblo que se siente cómodo en la corrupción, es un pueblo que sigue votando. No se puede explicar que con todo el grado de corrupción que hay aquí, todavía el poder ejecutivo tenga un 40 por ciento de apoyo”.

En la memoria por siempre
Penelas dijo, entre otras cosas, que “agradecía profundamente éste premio, que junto con el que había recibido en el Profesorado en Letras Mariano Acosta, el Premio Arturo Marasso que se entregó una sola vez y lo había compartido con Julio Cortázar, era el premio que quedará para siempre en mi memoria. Por el amor a la poesía, a la libertad, a la cultura. Y por lo que representó Luis Franco en mi formación ética e intelectual.” La entrevista concluyó recitando a Mark Twain: “Yo no puedo luchar para que se vea la verdad si hay todo un pueblo profesional que lucha para no verlo”.

Gratitud
En una entrevista con El Esquiú.com, María Kodama manifestó su gratitud a los organizadores por la distinción y alentó a las provincias que realizan este tipo de eventos para difundir la literatura, “habla bien de un grupo de gente que está interesada en que la cultura perdure”, sostuvo. A la vez, eludió hablar sobre la política actual al destacar que no lee literatura argentina contemporánea y que “dentro de sus preferencias, al estilo de Borges, están la literatura antigua japonesa y los trágicos griegos”.

En cuanto a su extinto marido Jorge Luis Borges, adelantó que para el próximo año está previsto un homenaje a nivel mundial: “Desde la fundación estamos organizando en todo el mundo los homenajes por los 30 años. Comenzará en Ginebra, Venecia, Argentina, Estados Unidos y Francia, entre otros países”.

Obras inéditas
El reconocido y destacado escritor Carlos Penelas entregó a la fundación Luis Franco dos ensayos inéditos, uno de apostillas y pensamientos y el otro sobre la influencia arábiga sobre la literatura española para su edición en formato libro, que serán entregados gratuitamente en todas las escuelas de la provincia, mientras que el resto de los interesados podrá acceder a ella y otras a través de la página www.luisleopoldofranco.com.

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