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Carlos Penelas

 


Tango es una plaqueta publicada en 1994 por Torres Agüero Editor, con ilustraciones de Ricardo Carpani. En la voz de Cacho Fontana: 

martes, julio 05, 2022 No comments
Siempre aseveré que mi educación ética y cultural se hizo en el hogar. Mis padres y hermanos fueron primordiales. Se vivía lo político, lo literario con intensidad. Discutían vanguardias, avances científicos, el fascismo, el franquismo, el peronismo. Sobre religión o sobre deporte. Se irradiaba un concepto amplio en torno al teatro, la música, el cine. Todo junto, desde las raíces gallegas hasta los movimientos sociales del siglo XIX.


Luego vinieron los maestros de la escuela, los maestros del colegio secundario, los maestros del profesorado en Letras. Con los primeros poemas seres íntegros cuidarían mi espíritu y mi libertad: Hugo Cowes, José Conde, Luis Alberto Quesada, Alejandra Boero, Lucas Moreno, Juan Bautista Bioy. Entre otros, por supuesto, entre otros.

Ernesto Sábato me comentó en una oportunidad: “Luis Franco, uno de los mejores escritores argentinos. Una pena que no se lo recuerde”. Bernardo González Arrili, David Viñas, Osvaldo Bayer, Ricardo E. Molinari, Abelardo Castillo, Eduardo Falú opinaban lo mismo.

La admiración que Franco sentía por Molinari era relevante. Lo mismo la de don Ricardo hacia el poeta catamarqueño. Lo pude comprobar en diferentes oportunidades. Por esos años solía conversar, por separado, con ambos. Lo dejé escrito en un libro y en uno que otro artículo.

La figura, la dimensión de Luis Franco me conmocionó desde que lo conocí. Siempre afirmé que después de la presencia de mi padre estaba la suya. Otro de mis maestros – por su conducta, su saber, su poética, su fineza – fue Héctor Ciocchini. Imposible dejar de nombrarlo, trascendente en mi vida. Y, por supuesto, el Dr. René Favaloro.

Fue Rocío quien me presentó a Moreno. El poeta del vino y el buen comer vivía en Independencia 715 y trabajaba como corrector en La Prensa. En el profesorado Mariano Acosta, donde cursábamos, Rocío era amiga de Nuri Fernández Redón, sobrina de Lucas Fernández Moreno. Firmaba, por razones obvias, con el nombre de Lucas Moreno. En 1970 le había llevado mi primer libro de poemas. Con el tiempo comencé a mantener un acercamiento espiritual e ideológico con su persona. Me llevaba alrededor de diecisiete o dieciocho años. Lo escuchaba hablar sobre literatura argentina y universal, sobre música clásica o popular, sobre primeras ediciones. Si bien rechazaba toda política literaria – banal, mediocre, chapucera – me hizo conocer hombres de gran valor, lecturas fundacionales. Lucas Moreno fue quien me presentó una tarde, un sábado de julio de 1972, a Luis Franco.

La vida es sumamente curiosa. ¿Azar o predestinación? El padre de Rocío, Luis Danussi, fue un activista e intelectual representativo en el anarco-sindicalismo. Leía en francés e italiano. Gustaba del cine, de la poesía, de la libertad. Llegó a escribirse con Albert Camus, dirigió revistas, fue Secretario General de los gráficos, fue perseguido y encarcelado por el peronismo. Luis Danussi era muy amigo de Luis Franco. El prólogo de Antes y después de Caseros es de su autoría. Ambos se respetaban y compartían veladas. Recuerdo varios fines de año que pasábamos en la casa de Danussi, en Villa Domínico, con Franco. Allí nos quedábamos a cenar, dormir, desayunar, conversar de la naturaleza, de grandes autores, de los movimientos sociales, de anécdotas familiares. Franco conoció a Rocío cuando aún no sabía caminar. En el jardín de la casa don Luis se hallaba en plenitud. Lo recuerdo sentado en una silla de madera bajo un níspero. Fumaba en la tranquilidad del atardecer. En esas reuniones se agregaba Lucas Moreno e Hilda, su mujer. Nada era literatura. Había amistad entrañable, confidencia, idealismo.

En 1983 Franco viaja a México para difundir su obra y también con la intención de conocer la Casa Museo donde León Trotsky fue asesinado por Stalin. Allí vivió quince meses junto a Natalia Sedova. A su regreso le trajo a mi hijo Emiliano, un niño de apenas cinco años, un sombrerito mexicano.

Solía venir a casa, de sorpresa, cuando realizaba algún trámite en el centro. Dejaba como obsequio un pequeño paquete de frutas secas. Se sentía feliz y nos hacía dichosos con esas almendras o pasas de uva que ofrendaba.

Lucas Moreno concibió la antología poética de Luis Franco en Eudeba, con un estudio preliminar breve pero cardinal. A pedido de Luis Franco, se entiende. Ambos habían devorado las obras de Sarmiento – ambos me lo hicieron leer una y otra vez -, tenían una mirada parecida en torno a los hechos artísticos e ideológicos. Por supuesto, no siempre coincidían. Las discusiones, de las cuales participaba como oyente, eran tumultuosas.



Con Franco fui de vacaciones a su casita de Mar del Plata, en el barrio Alfar. Otros años, otros tiempos. El poeta belicho me despertaba a las siete de la mañana para que fuéramos a caminar por la orilla del mar. Por la tarde la cita era un paseo por el bosque de Peralta Ramos. Allí nos acompañaban los pájaros, el aire, Goethe, Thoreau, Emerson, Whitman, Shakespeare, Marx, Mareategui, Trotsky, Bakunin, Homero…. El silencio por la noche, el movimiento de la naturaleza, los grillos, el pequeño fogón. Los dos hablando o escuchando la mar. Y las estrellas.

Franco me presentó en una oportunidad a su amigo Pascual Vuotto. También al Dr Enrique Bronquen. En mi temprana juventud había conocido al mítico Mateo Fossa. Venían las voces de Horacio Quiroga, de Leopoldo Lugones, de Martínez Estrada, de Enrique Espinosa.

Era muy bello escucharlo hablar en el atardecer, después del almuerzo, de Arturo Marasso, Rubén Darío, Giordano Bruno, Federico Nietzche, Rafael Barrett o Luisa Michel. Y de Sarmiento, una y otra vez.

Rubén Rey - amigo inolvidable, hombre de formación humanista, docente y pintor – había leído a Franco desde su adolescencia. Se lo presenté alrededor de 1977. La primera edición de Conversaciones con Luis Franco lleva un dibujo de don Luis realizado por Rey; uno de los mejores retratos que he conocido. El original, en mi casa-museo.

Las lecturas se entretejían como los nombres. David Viñas, Rodolfo Mondolfo, Melcíades Peña. Recuerdo que le presenté a Juan José Sebreli, a don Ernesto Guevara Lynch, al Dr. René Favaloro, a Carlos Alberto Brocato, a Roberto Santoro, a Liber Forti, a Héctor Ciocchini. Cada tanto venía a cenar o almorzar a casa, al departamento de mi hermana Raquel, al hogar de Lucas Moreno. Los sábados por la mañana lo visitaba en Ciudadela. Nada era literatura.

Uno de los grandes hombres éticos de nuestro país, el Dr. Arturo Umberto Illia, fue lector y admirador de don Luis. Al ser electo presidente fue a visitarlo a su casita de Ciudadela. Le ofreció el cargo de Secretario de Cultura de la Nación. Don Luis le dijo que sentía orgullo por su amistad y una gran emoción por el ofrecimiento pero que no podía aceptar, que además no se imaginaba funcionario. Y que no quería perder a un amigo. Casi de la misma manera rechazó ser miembro de la Academia Argentina de Letras. “El día que me siento deprimido y me miro al espejo y me doy cuenta que no soy académico, me dan ganas de vivir”. Eso respondió por escrito.

Franco me presentó a Ricardo Carpani, a Demetrio Urruchúa, a Samuel Glusberg, una de las criaturas más sencillas, humildes y generosas que he tratado.

Recuerdo el acto realizado en plena dictadura militar. Sábado 26 de septiembre de 1981, en la Federación Libertaria Argentina. En primera fila Luis Franco y Diego Abad de Santillán. Un poco más atrás, de pie, José Martínez Suárez. Un homenaje a León Felipe, irrepetible. Más de doscientas personas; entrando de a dos, saliendo de a dos.

Conocí a los Viladrich gracias a Luis Alberto Quesada. Luego, por intermedio de los Viladrich a María Inés Cárdenas, “Pequeña Monner Sans”, la esposa del recordado José María Monner Sans. Más tarde a Ricardo Monner Sans, un profesional ejemplar, un hombre ético, un ser que admiro. Tuve trato fraternal con Wifredo Viladrich. Con su esposa, su hermano, sus hijos. Me regaló en 1970 una escultura muy bella que luce en la pared de mi casa-museo. Una copia de ella la descubrí en el departamento de Álvaro Yunque. Miguel Viladrich Vila, el gran pintor español, al finalizar la Guerra Civil se exilia a la Argentina. ¿Dónde? Catamarca. ¿En qué lugar de Catamarca? Belén. Allí traba amistad con Franco. En su casita de Ciudadela, sobre un aparador provenzal había un busto. El poeta reflejaba la energía y la fuerza de su temperamento. La escultura era de Wifredo Wiladrich. Una vez más: nada era literario.

Como Sarmiento jamás abdicó de la ironía. Era muy simpático escucharlo hablar -con mordacidad, con desmesura- de los obispos, de la historia del Papado, del esnobismo literario o metafísico, de las vanguardias creadoras, de personajes alcahuetes y obsecuentes del peronismo, de las noñerías de las beatas, de la complicidad estalinista. De los gendarmes de la pluma y de los escritores que huelen a cirio.

Desconfiaba de la diplomacia, esto es, del aburrimiento y la mascarada. Obstinado precursor, no sólo en lo poético o en su visión de la historia, sino también del pensamiento siempre resultaban interesantes sus discrepancias, sus apelaciones, sus exasperadas polémicas.

Le organicé varias conferencias. Habló sobre los griegos, sobre Rosas, sobre Catamarca, sobre el general Paz, sobre literatura y sociedad. Era un placer escucharlo, un disertante que conmovía, ilustraba, un maestro en el decir. Además su ironía era única. Pasaba de Virgilio a “los descamisados del Evangelio”, de una cita sobre Dante a una anécdota de su Belén natal. Pero Franco era querible en las sobremesas. Su forma de hablar, su tono, su memoria, nos dejaba siempre vitalidad y pertenencia. Con sencillez, con claridad, enfocaba cada tema, desde la naturaleza, la literatura nacional o las revoluciones. Siempre había un matiz, un pensamiento singular, una expresión risueña.

Se sigue diciendo que Luis Franco murió en un hospicio de Ciudadela. Esto no es así. Él vivía en Ciudadela. Había que bajarse en la Estación Liniers pues su casa quedaba más cerca desde allí. Un poco más adelante, bordear el cementerio israelita. Vale la pena mencionar que fue el primer cementerio judío Ashkenazi de Buenos Aires, 1910. Luego la calle Saavedra 3367.

Franco murió en Capital, en la calle Junín 755, piso 5. Frente a la Morgue Judicial. Junín entre Viamonte y Córdoba. Vivo, desde los diez años, en departamento que era de mis padres, en Viamonte entre Callao y Rodríguez Peña. Esa fue una de las razones de encontrarle vivienda, estar cercano. El departamento lo consiguió Lucas Moreno, propiedad del profesor en Letras Lucilo Oriz, gran admirador de Luis Franco y amigo de Lucas. Era el director del Instituto Oriz, donde mis hijos estudiaron para el ingreso al Colegio Nacional Buenos Aires. Historias que se superponen, intensas; afecto y compromiso. Con Lucilo Oriz hicimos una amistad que se prolongó. Franco unía o distanciaba.

Forita me habló la mañana del 1 de junio de 1988. Alterada, confundida, me anunció por teléfono que Franco se había descompuesto. Llegué de inmediato, fui yo quien lo cubrió con una manta en el lecho de su departamento. Ya estaba muerto. A partir de ese instante inicié los trámites para su velatorio. Me encargué de casi todo. Llamados a parientes, avisos a los medios, amigos, escritores, Casa de Catamarca... Hasta de comprarle la chapa de bronce en Chacarita, que decía Luis Franco (1898-1988) Poeta. Una semana después la llevé para que sea colocada en el nicho. Conservo su libreta de enrolamiento.

Carlos Penelas
Buenos Aires, octubre de 2017
sábado, octubre 21, 2017 No comments
El 5 de octubre de 2016 murió uno de los grandes pintores de nuestra tierra. Fui su amigo y lo acompañé hasta el final. La muerte es siempre dolorosa, triste, solitaria. Algunos no lo entienden, algunos leen en la muerte la mezquindad de sus vidas. Estas líneas las escribí hace años por un pedido suyo, un libro que iba a publicarse con su obra y deseaba mi testimonio. Mi testimonio social, mi testimonio de amistad, mi testimonio de compromiso estético. En sus palabras, una vez más, el rechazo al populismo, a la corrupción de una década y a una historia plena de relato e hipocresía. Ya lo señaló Marcel Duchamp: "Siempre son los demás los que se mueren".


Juan Manuel Sánchez y el Grupo Espartaco
La amistad viene de lejos, de siglos. Nos gusta caminar las calles de Buenos Aires, sus barrios, conocer cada café con alguna historia de barrio. Y hablar de política, de pintura, de poesía, de cine. Fui también muy amigo de Ricardo Carpani, pero era otro tipo de amistad. En aquellos tiempos urgían otras cosas; la tensión, el compromiso era distinto. Conozco a Carpani por indicación de Luis Franco, luego por Liber Forti, más tarde por otros compañeros. A Sánchez llego por Ricardo, por Derlis. Después todo es comunión, dignidad, compañerismo. Ambos me ilustraron libros y plaquettes. Ambos son parte de mi vida, de mi historia, de mi conducta.

Estoy tomando un café con Juan Manuel. Es jueves, es de noche. Vuelvo una vez más – después de hablar de estos tiempos de engaños, de corrupción, de populismo trasnochado – sobre el Grupo Espartaco.

“Nació, me cuenta, en 1958. Rafael Squirru fue el que nos reunió en su calidad de Director del Museo de Arte Moderno de Buenos Aires. Se tituló Primera Exposición Rioplatense de Arte Moderno. En esa ocasión de formó el grupo. Aun no tenía edificio propio el museo”.

En 1956 se juntan Juan Manuel Sánchez, Ricardo Carpani y Mario Mollari. Se juntan por tendencia pictórica y social, para exponer juntos. No tenían para pagar salas ni catálogos. Con la invitación de Squirru buscan algunos pintores que comienzan a sentir y pensar como ellos. Se unen Espirilo Butte, Raúl Lara, Claudio Piedras, Elena Diz. En 1960 se integran Carlos Sessano, Pascual Di Bianco. Finalmente lo hace Franco Venturi, secuestrado y luego desaparecido en 1976.



“En lo político y en lo artístico nos sentíamos revolucionarios”. Tuvieron una clara influencia de los muralistas mexicanos Orozco, Tamayo y Rivera. También están las huellas del ecuatoriano Guayasamín y del brasilero Portinari. Pero adquirieron una personalidad única, propia, un sello de identidad.

“Todos nosotros éramos enemigos del realismo socialista, críticos del estalinismo, de lo demagógico, de los comisarios políticos. Ricardo se había formado con Luis Franco, él nos traía su pensamiento, su conducta, su mundo creativo. Pero no te voy a hablar, justamente a vos, de Luis Franco. También se vinculó con Rodolfo Puiggrós y con Hernández Arregui, nos solíamos encontrar con ellos. Y los hermanos Viñas, colaboradores del semanario Marcha, de Uruguay. Luego conocimos al colorado Ramos (Jorge Abelardo Ramos) que inició sus primeras lecturas con la orientación de Franco. Luego terminó siendo embajador de Menem. Bueno, eso es otra cosa de nuestros intelectuales…”

Caminando por avenida Córdoba me comenta: “Nunca tuvimos una posición estalinista, siempre criticamos todo dogmatismo, los crímenes de la URSS. Cuando muere Berni, Castagnino y otros pintores de nombre, el P.C. se va quedando sin pintores e intentan seducirnos…son siempre así.”
En 1968 el grupo se disuelve. La última exposición la realizaron en la Galería Witcomb, en la calle Florida, una de las salas más importantes del país y de América. En aquellos años todas las galerías de renombre estaban en la calle Florida. Otra historia, otro mundo, otro proyecto.

“Por supuesto, cada uno de nosotros exponía también individualmente. Eso nos ayudaba a crecer de manera individual y también ayudaba a fortalecer al grupo. En esa época teníamos un gran entusiasmo por cada cosa que hacíamos, por cada proyecto. Era un entusiasmo enorme. Los críticos de arte nos apoyaban. Recuerdo a Osiris Chierico, a Marta Groussac, a Vicente Caride…todos escribían sobre nosotros”.

En la actualidad sólo dos espartaquistas continúan discutiendo el mundo: Sessano en Valencia; Sánchez en Buenos Aires.


“Raúl González Tuñón nos amaba. En Clarín tenía una página de arte. Decía siempre “no soy crítico, soy un informador”. Me gusta recordar que Squirru ayudó a muchos pintores, a distintos grupos; no sólo a nosotros. Fue un hombre amplio, abierto a todo. Venía de una formación conservadora pero era muy generoso: Fíjate que le costó el puesto haber enviado a Berni a la Bienal de Venecia. En aquellos años tuvo una oposición tremenda porque Berni era comunista. Lo curioso, lo paradójico es que ganó la Bienal con Juancito Laguna.”

Estamos llegando a su casa. “¿Cómo vivían?”, le pregunto. “Nunca vivimos de la pintura, Ricardo y yo pintábamos paredes. Muy duro todo aquello, muy duro.Después pudimos vender y vivir de la pintura. Pero fue duro. No dábamos concesiones ni en lo social ni en lo artístico.” Y agrega: “Ricardo murió el 9 de septiembre de 1997, no conoció a Kirchner. Ahora lo quieren hacer kisrchenista”.

Antes de despedirme le cuento que un día, en casa de Ricardo, mientras cenábamos unos tallarines que había hecho, hago referencia a su acercamiento a la CGT de Ongaro, a cierta vinculación con el peronismo. Me miro fijo y golpeó la mesa: Carlitos, nunca fui peronista, siempre fui trotskista. Estaban Doris y Rocío”.

La semana próxima seguramente nos volvamos a encontrar. En otro café, por otras calles. Es probable que le hable de Trieste. Tengo ganas de recordar esa ciudad.

Carlos Penelas
Buenos Aires, diciembre de 2012
miércoles, octubre 12, 2016 No comments
Uno vive todos los días extravíos, delirios pintorescos y de los otros, ve rostros por las calles que rozan la inmoralidad y la delincuencia. Siente la maledicencia como forma de vida, el aprovechamiento de la ignorancia, la comprobación de la soberbia, del robo, de la corrupción. Con esto, junto a esto, los vaticinios populistas, el facilismo, la torpeza, la vulnerabilidad. Uno va leyendo violencia, arbitralidad, engaño, perversidad. La decadencia no tiene fin: de lo cotidiano hablamos. Entonces basurales, prostitución, pobreza, ignominia, astucia, deformación, cinismo.


La poesía no se puede traducir. Ed è subito sera, bellísimo verso, pertenece al gran poeta italiano Salvatore Quasimodo. En castellano diríamos "y enseguida atardece". Y no es lo mismo, ni en sonido ni en intensidad. El poema es breve: "Cada uno está solo sobre el corazón de la tierra, / traspasado por un rayo de sol: / y enseguida atardece." O mejor. "Ognuno sta solo sul cuor della terra / trafitto da un raggio di sole: / ed è subito sera". Quasimodo, Premio Nobel de literatura, proporciona una imagen dura y crítica de la realidad. Un poeta inmenso por su precisión e intensidad, por su coraje al habitar los días de su época.

Quienes me conocen saben de mi amor por una Galicia mítica. No por los gallegos en particular. Galicia, el hombre de a pie, el exilio, la diáspora, son cosas que las nuevas generaciones – de izquierdas o de derechas – no terminan de entender. (Algunos, como un ex amigo se hizo oficialista y lameculos). En realidad no les importa, la desconocen. Y los que supuestamente la conocen son dinosaurios. O peor, "porteños agallegados". Allí, como en todos lados, a los funcionarios les fascina ver una película de pieles rojas. La preocupación para ellos es tener todo en orden: la raya de los pantalones, el alfiler en la corbata y una buena afeitada. Luego, viejos imbéciles, terminan en un ataúd con una sustancial cuenta en el banco pero duros como un bacalao. Y al recorrido del cortejo. Alguien, funcionario o académico, pronunciará un insípido discurso expresando el afecto general. Con modales jesuitas se saludarán con efusión. Solemnes y opacos."Porque cantan se creen que son cantores" suele decirme mi amigo y dibujante Máximo Paz.

Para los griegos saber es recordar. De ese mundo viene la saudade, la necesidad de un recuerdo, la escatología, la conservación y la pérdida. La otra tierra que amo es Italia, sus diversas y sucesivas graduaciones, la luz del espíritu, su fuerza latente. Admiro ciudades y pueblos de todo el mundo pero amo a Galicia y a Italia. El amor y el deseo mueren pero la saudade persiste. No es duelo ni tristeza, queda claro.

Recuerdo las mañanas cuando tomaba un café con David Viñas. Por lo general en enero y febrero teníamos más tiempo para conversar, para intimar, para hacer la lectura de los diarios subrayando y englobando títulos, palabras, citas. Ibamos destrozando noticias con flechas e interrogantes. Las leíamos desde otro ángulo, reflexionando, viendo fotografías, abrazos, sonrisas. Una orilla atlántica del cuerpo, una verdad escondida, perseverada. No hablamos nunca de la transitoriedad, de la caducidad, de la muerte. Como idas y vueltas todo se cierra en círculos.

Cuando nos despediamos generalmente caminaba por calles silenciosas y alejadas del centro. En verano es posible, además conozco los rincones de la ciudad. Calles arboladas y serenas. Entonces vinieron a la memoria mis amigos, mis compañeros del alma. Y esos tiempos terribles del exilio interior. Regresaron los rostros de Roberto Santoro, de Haroldo Conti, de Humberto Constantini. Y Leonardo, Guillermo, Ana María, Cristina, Dardo, Enrique, Julio y rostros cuyos nombres no puedo recordar. Cuánto dolor, me digo en silencio, cuánta nostalgia. Y el regreso del otro exilio, intactos en ternura y vigor: Ricardo Carpani, Osvaldo Bayer, Héctor Ciocchini, Carlos Alberto Brocato, Juan Manuel Sánchez, el propio Viñas. Y esos años de secreto milagro donde compartíamos lo más profundo con Luis Franco, Lucas Moreno, José Conde, Agustín Tavitián, José Gulías, Luis Alberto Quesada, Onofre Lovero, Ponciano Cárdenas, Antonio Pujía , los documentales de Jorge Prelorán...

Liber Forti con su caminar clandestino, encuentros en las madrugadas con actores, periodistas, Juan Lechín, imprentas. Cartas anónimas, miradas insurrectas. Y los anarcos con una entereza de espíritu única, una ética más allá de lo humano. Cuánto me ayudaron, cuánto me protegieron. Y los libros de literatura social quemados, enterrados, dispersos. Nos sostenía como siempre la poesía, la ingenuidad que conmueve, las páginas de los clásicos, su lectura cautivadora.

La gran mayoría han muerto, se han ido a la nada, a seguir combatiendo la injusticia, el poder, la burocracia, la intolerancia. A veces son espectros que me visitan en sueños, siempre una nueva parábola. Y así el mundo va teniendo un carácter más privado, más íntimo. El tiempo desconcierta y adultera todo. A medida que pasa agrava y aumenta los golpes: es el camino del bienestar y del poder. De eso conocen las izquierdas y las derechas, del poder. Y los señoritos y los caballeros normandos. Y supuestos benefactores. Hay seres que me siguen dando asco. Cretinos, decía mi padre.

En mi memoria hay más nombres, tal vez sea injusto no mencionarlos, pero la lista sería interminable. Hubo muchos seres generosos, desprendidos, arriesgaron con desmesura el amor y la pasión. Alberto Olmedo, viejo socialista, cerrajero, era uno de esos hombres. El maestro Renato Ansuini, músico, compositor, amante de la ópera, un gigante itálico desbordante de vida y simpatía, era otro. La temporalidad es retrospectiva y no prospectiva. Sigo caminando y me inserto en el pasado, en el tiempo vivido ya concretado en representaciones evocativas. Voy constituyendo la conciencia entre dos realidades: la que es dada por la percepción de hoy y la de la evocación retrospectiva. Es una posición ensimismada y contemplativa. Es el tiempo emotivo, la presencia de una ausencia ya vivida.

Hace unos días volví a ver por tercera vez Sin techo ni ley -en el cine club que conduce mi hijo Emiliano, donde proyecta joyas en 16mm- ese film inolvidable de Agnès Varda. En ésta pieza maestra, filmada en 1985, sentimos la trama, las imágenes, los símbolos, lo poético de manera dramática. Caminando las calles siento la impunidad y la fábula política que nos enseñó Orwell. Y mis viejos maestros, mis viejos amigos que me siguen hablando de solidaridad y poesía.

Carlos Penelas.
Buenos Aires, junio de 2015
domingo, junio 07, 2015 No comments
Ante un mundo complejo, una sociedad enferma, un deterioro permanente – si ya sé querido lector, mi padre me lo decía cuando yo era un niño de seis años – una dosis cada día mayor de hipocresía, fraude y vulgaridad, recomiendo siempre lecturas. Lecturas literarias, lecturas estéticas, lecturas plásticas. Lecturas de mujeres bellas, de cielos abiertos, de olores frescos, de vientos sobre el mar o los montes. Y recordar. Esto no significa que no concurra a marchas, que no escriba contra la barbaria y la malicia, que no analice los diarios o que no luche permanentemente contra la imbecilidad, el populismo o la demagogia. Significa, es sencillo, que uno toma fuerzas con otras cosas. 
 

En mayo de 1987 tuve un encuentro en la recepción del hotel Salles con Ian Gibson, el hispanista irlandés. Visitó Argentina para entrevistarse con aquellos que habían conocido a Federico. Entre ellos, don Ricardo Molinari, uno de los líricos más importantes de las letras hispanoamericanas. Fue él, que con suma generosidad, le habló de mí. El 13 de mayo conversamos por la tarde, a solas, durante más de una hora de poesía, del fascismo, de la Guerra Civil, de nuestras familias. Y naturalmente de su libro fundamental, riguroso e indispensable: El asesinato de Federico García Lorca. Un diálogo profundo urgido por el tiempo, por entrevistas, por compromisos. Intercambiamos libros, direcciones y proyectos. Y promesas de encontrarnos en algún lugar del universo.
 
En 1986 fui uno de los fundadores de la Comisión Popular de Homenaje a Federico García Lorca en el cincuenta aniversario de su asesinato. Algo que recordaré toda mi vida. Poetas, músicos, actores repartíamos flores por las calles, recitábamos poemas, dictábamos conferencias. Durante un mes realizamos más de treinta y cinco actos. Allí estaban, entre otros, Luis Alberto Quesada, presidente de la Comisión, María Rosa Gallo, Onofre Lovero, Dora Prince, Alicia Berdaxagar, Alejandra Boero, Ricardo Carpani – hizo un afiche memorable – el maestro Rolando Mañanes, los escritores José Gulías, Alberto Pellegrino, el poeta Rubén Derlis. El apoyo incondicional de Alberto Portas, Elena Márquez, Marcelino Fernández Villanueva, Emilio Madariaga y José Luis Blanco de Andrés. Y la adhesión de hombres de ciencia, investigadores entre los que recuerdo a Luis Quesada Alué, Gregorio Klimovsky, Manuel Sadosky. Y amigos que colaboraron en la difusión, en recaudar fondos, en organizar cenas, en enviar correspondencia, comunicarse con la prensa. Hicimos actos en teatros, universidades, colegios secundarios, en plazas. Una tarea infatigable, cotidiana. Sin ningún apoyo oficial, sin ningún patrocinante. Todo con entrada libre y gratuita. Me animaría a afirmar que fue el homenaje que se le rindió más trascendente en el mundo. Nos faltó la presencia de Juan Ramón Jiménez, Pablo Neruda, Nicolás Guillén, León Felipe…
 
Federico enfocado desde distintos ángulos, de diversas formas y matices. Luego vinieron bailarinas, titiriteros y se agregaron al fervor, a la alegría de recordarlo, de evocarlo. Nos reuníamos en la Federación Libertaria, nos prestaban una sala de la biblioteca. Cada uno aportaba lo suyo sin ambiciones ni celos ni figuración. Había una sola condición que imponíamos: decir que fue asesinado por el franquismo. No admitíamos eufemismos. Allí todos, con distintas posiciones estéticas o ideológicas mostrando a las nuevas generaciones el brillo, el talento, la belleza creadora de uno de los poetas decisivos en la configuración de la poesía española del siglo XX. Y demostrar, además, que su pretendido “apoliticismo” no era verdad. Los apologistas de Franco insistieron que era apolítico. Y hasta personalidades como Guillermo de Torre, Rafael Martínez Nadal o Dámaso Alonso cayeron en ese equívoco. Para algunos biógrafos ni siquiera había sido republicano.

Lorca une su capacidad prodigiosa para acercarse y mirar la realidad como una incesante metafora. Y realiza el prodigio de transformar el lenguaje en metáfora de sí mismo. La poesía de Lorca gira sobre su propio tono, es una voz poética. No es casual que en su conferencia La imagen poética de don Luis de Góngora (1925), escribió sobre el poeta cordobés: “Inventa por primera vez en el castellano un nuevo método para cazar y plasmar las metáforas y piensa sin decirlo que la eternidad de un poema depende de la realidad y trabazón de sus imágenes”. Y cita a Proust: “Sólo la metáfora puede dar una suerte de eternidad al estilo”. Los poemas de Lorca se imponen como un sonido, relacionados más con la sensorialidad que con lo racional. Sus poemas están hechos con la poesía misma, esa secreta evidencia que transmite en la metáfora y nos ayuda a revelar de manera estética esa nebulosa que solemos llamar realidad. Concibió la poesía y la vida como una gran metáfora, como limones, como puñales, como lunas de blancuras enigmáticas. El amor, el dolor, el tiempo, la nada. De ahí el valor intemporal de su obra poética, más allá de su deformante popularización, la disección académica o los actos oficiales.
 
En su lectura de Poeta en Nueva York señaló: “…antes de leer en voz alta y delante de muchas criaturas unos poemas, lo primero que hay que hacer es pedir ayuda al duende, que es la única manera de que todos se enteren sin ayuda de inteligencia ni de aparato crítico, salvando de modo instantáneo la difícil comprensión de la metáfora y cazando, con la misma velocidad que la voz, el diseño rítmico del poema”.

Quien conoce mi casa sabe de mis afectos, de cuadros, de manuscritos, de una biblioteca ya inmanejable. Y de pequeños objetos, de bellos recuerdos, de platos y cerámicas, de máscaras, de colecciones. Una casa-museo, como dice un amigo. Tengo ante mí una estampilla con su imagen. Arriba leemos, Congreso Nacional de Solidaridad. Al costado, 25 pts. Abajo, F.García Lorca, 1938.

Carlos Penelas
Buenos Aires, febrero de 2013
miércoles, febrero 27, 2013 No comments
La amistad viene de lejos, de siglos. Nos gusta caminar las calles de Buenos Aires, sus barrios, conocer cada café con alguna historia de barrio. Y hablar de política, de pintura, de poesía, de cine. Fui también muy amigo de Ricardo Carpani, pero era otro tipo de amistad. En aquellos tiempos urgían otras cosas; la tensión, el compromiso era distinto. Conozco a Carpani por indicación de Luis Franco, luego por Líber Forti, más tarde por otros compañeros. A Sánchez llego por Ricardo, por Derlis. Después todo es comunión, dignidad, compañerismo. Ambos me ilustraron libros y plaquettes. Ambos son parte de mi vida, de mi historia, de mi conducta.


Estoy tomando un café con Juan Manuel. Es jueves, es de noche. Vuelvo una vez más – después de hablar de estos tiempos de engaños, de corrupción, de populismo trasnochado – sobre el Grupo Espartaco.
“Nació, me cuenta, en 1958. Rafael Squirru fue el que nos reunió en su calidad de Director del Museo de Arte Moderno de Buenos Aires. Se tituló Primera Exposición Rioplatense de Arte Moderno. En esa ocasión se formó el grupo. El museo aun no tenía edificio propio”.

En 1956 se juntan Juan Manuel Sánchez, Ricardo Carpani y Mario Mollari. Se juntan por tendencia pictórica y social, para exponer juntos. No tenían un peso para pagar salas ni catálogos. Con la invitación de Squirru buscan algunos pintores que comienzan a sentir y pensar como ellos. Se unen Espirilo Butte, Raúl Lara, Claudio Piedras, Elena Diz. En 1960 se integran Carlos Sessano, Pascual Di Bianco. Finalmente lo hace Franco Venturi, secuestrado y luego desaparecido en 1976.

“En lo político y en lo artístico nos sentíamos revolucionarios”. Tuvieron una clara influencia de los muralistas mexicanos Orozco, Tamayo y Rivera. También están las huellas del ecuatoriano Guayasamín y del brasilero Portinari. Pero adquirieron una personalidad única, propia, un sello de identidad.

“Todos nosotros éramos enemigos del realismo socialista, críticos del estalinismo, de lo demagógico, de los comisarios políticos. Ricardo se había formado con Luis Franco, él nos traía su pensamiento, su conducta, su mundo creativo. Pero no te voy a hablar, justamente a vos, de Luis Franco. También se vinculó con Rodolfo Puiggrós y con Hernández Arregui, nos solíamos encontrar con ellos. Y los hermanos Viñas, colaboradores del semanario Marcha, de Uruguay. Luego conocimos al colorado Ramos (Jorge Abelardo Ramos) que inició sus primeras lecturas con la orientación de Franco. Luego terminó siendo embajador de Menem. Bueno, eso es otra cosa de nuestros intelectuales…”

Caminando por avenida Córdoba me comenta: “Nunca tuvimos una posición estalinista, siempre criticamos todo dogmatismo, los crímenes de la URSS. Cuando muere Berni, Castagnino y otros pintores de nombre, el P.C. se va quedando sin pintores e intentan seducirnos…son siempre así.”

En 1968 el grupo se disuelve. La última exposición la realizaron en la Galería Witcomb, en la calle Florida, una de las salas más importantes del país y de América. En aquellos años todas las galerías de renombre estaban en la calle Florida. Otra historia, otro mundo, otro proyecto.

“Por supuesto, cada uno de nosotros exponía también individualmente. Eso nos ayudaba a crecer de manera individual y también ayudaba a fortalecer al grupo. En esa época teníamos un gran entusiasmo por cada cosa que hacíamos, por cada proyecto. Era un entusiasmo enorme. Los críticos de arte nos apoyaban. Recuerdo a Osiris Chierico, a Marta Groussac, a Vicente Caride…todos escribían sobre nosotros”.


En la actualidad sólo dos espartaquistas continúan discutiendo el mundo: Sessano en Valencia; Sánchez en Buenos Aires.

“Raúl González Tuñón nos amaba. En Clarín tenía una página de arte. Decía siempre “no soy crítico, soy un informador”. Me gusta recordar que Squirru ayudó a muchos pintores, a distintos grupos; no sólo a nosotros. Fue un hombre amplio, abierto a todo. Venía de una formación conservadora pero era muy generoso. Fíjate que le costó el puesto haber enviado a Berni a la Bienal de Venecia. En aquellos años tuvo una oposición tremenda porque Berni era comunista. Lo curioso, lo paradójico es que ganó la Bienal con Juanito Laguna.”

Estamos llegando a su casa. “¿Cómo vivían?”, le pregunto. “Nunca vivimos de la pintura, Ricardo y yo pintábamos paredes. Muy duro todo aquello, muy duro.Después pudimos vender y vivir de la pintura. Pero fue duro. No dábamos concesiones ni en lo social ni en lo artístico.” Y agrega: “Ricardo murió el 9 de septiembre de 1997, no conoció a Kirchner. Ahora lo quieren hacer kirchnerista”.

Antes de despedirme le cuento que un día, en casa de Ricardo -mientras cenábamos unos tallarines que había cocinado- hago referencia a su acercamiento a la CGT de Ongaro, a cierta vinculación con el peronismo. Me miro fijo y golpeó la mesa: Carlitos, nunca fui peronista, siempre fui trotskista. Estaban Doris y Rocío”.

La semana próxima seguramente nos volvamos a encontrar. En otro café, por otras calles. Es probable que le hable de Trieste. Tengo ganas de recordar esa ciudad.

Carlos Penelas
Buenos Aires, diciembre de 2012
sábado, diciembre 08, 2012 2 comments
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