Andrei Tarkovski, hijo del célebre poeta Arseny Tarkovski, escribió: “Creo que para formar un concepto de arte primero hay que enfrentar otro concepto. La pregunta es: ¿por qué existe el hombre? Debemos usar nuestro tiempo en la tierra para crecer espiritualmente. Significa que el arte debe servir a este propósito”.
Las palabras adquieren un ritmo. Las vamos integrando con lentitud, con tiempo. En música del cuerpo. AllÃ, en el cuerpo, comienza el acto de escribir. Y en esa musicalidad sentimos los significados de las palabras. Sentimos el latido, el sentido que cada una de ellas contiene. El poeta es artesano de la palabra. “Creador, inventor, no imitador; he ahà el carácter esencial del poeta”, nos recuerda Giacomo Leopardi.
La palabra habita su propio espacio, su propia atmósfera. A partir de allà podemos ver la hospitalidad y la claridad del poema. Se establece un diálogo mudo en la creación, en lo creado. El autor desde la intuición va gestando esa suerte de ambigüedad que es el poema. Un espacio, un espacio de credibilidad. La palabra entonces es misterio, reconocimiento del mundo del misterio. Y el misterio protege lo sagrado. Y lo sagrado es la vida. Por eso las integramos en el tiempo. Música del cuerpo.
Por qué razón, nos preguntamos desde nuestra adolescencia, el ser humano debe luchar con desesperación, con angustia, por su dignidad. ¿Por qué luchar por cosas sensatas, elementales? Por cosas o situaciones (que por otra parte se dieron sin dificultad en momentos históricos diversos) que no requieren discusión o planteos intelectuales. Es terrible cómo a lo largo de los siglos castas, dogmas, autoritarismo, templos laicos o sagrados, han intentado destruir lo mejor del hombre. Velos y más velos sobre su sensibilidad, sobre su posibilidad de imaginar, de pensar, de amar.
Wallace Stevens, poeta estadounidense, señaló: “…la maravilla y el misterio del arte, como por cierto de la religión, consisten en la revelación de algo absolutamente otro, gracias a lo cual la inexpresable soledad del pensamiento se quiebra o se enriquece. El poeta, el hombre religioso, ni siquiera sueñan con dictar las reglas del juego: se limitan a andar por el mundo con el amor de lo real (de esa realidad otra) en sus corazones.”
“Hay algo más importante que la lógica: la imaginación” dijo en una ocasión nuestro amado Sir Alfred Hitchcock. Giacometti, suizo y escultor, señaló algo que siempre se supo: “el arte es un medio de ver”. “La pasión del amor es amar sin medida”, escribió San AgustÃn en sus Confesiones. Y dijo más: “La pasión del amor no puede comprenderla quien no la sienta.”
Vivimos una promiscuidad mental, una promiscuidad fÃsica. Tal vez desde siempre. Uno sospechó que en el siglo XXI ciertos temas no existirÃan. Todo se ha vuelto vulgar y obsceno, banalidad que invade de manera corriente cada gesto, cada nuevo hábito. El deseo no existe, existe el poder, el discurso polÃtico, la afectación, la fachada; simulacro, parodia. Sobre eso se montan mitos, leyendas, delirio, saturación, desvergüenza. Vivimos el espejismo de la pasión, de lo otro, charlatanerÃas prolijas y hasta correctas, pornografÃa en el arte, en la información, en las estadÃsticas, en referencias de la vacuidad. Teatralidad y simulación.
“La pregunta sobre el origen del Estado debe precisarse asÃ: ¿en qué condiciones una sociedad deja de ser primitiva?” También reflexiona el autor de La sociedad contra el Estado y ArqueologÃa de la violencia: “…quizás la solución sobre el momento del nacimiento del Estado permita esclarecer las condiciones de posibilidad (realizables o no) de su muerte”. Las investigaciones e ideas del renombrado antropólogo y etnólogo Pierre Clastres (1934-1977) sobre las poblaciones primitivas dan una antropologÃa de alternativa. En esas sociedades se trabajaba sólo cinco horas, lo necesario. Ahora todo debe ser explotado. Por supuesto Clastres es un teórico no siempre recordado.
Podemos hablar de polarización crispada, de una cultura oficial materializada en manifiestos, premios o arquitecturas de poses. Pero también del esfuerzo desesperado de soñadores, del pensamiento utópico, de una vida plena de poesÃa, de realidad caótica pero vital.
“La historia corre mientras el espÃritu medita. Pero este retraso inevitable crece hoy en proporción a la aceleración histórica”, escribió Albert Camus en 1954. El sentir, el pensar, parecerÃa que no es parte de la ética, de la imaginación, del otro, del diferente. De lo auténticamente humano. La poesÃa fue comparada en muchas ocasiones con la mÃstica y con el erotismo. Pero el poeta nombra a las palabras más que a los objetos, la experiencia poética es una tonalidad verbal, un clima interior. La palabra es el reverso de la historia, es el reverso de lo cotidiano. Exige, como la mÃstica y el amor, una entrega. Por eso la insensatez del creador, del amante o del mÃstico; lo imaginativo del soñador en un pujante querer decir, un balbuceo permanente de libertad.
"…Pues el encuentro de todos los seres en uno engendra la cesación de ellos y acaba con su nacimiento, pero al desunirse los seres el nacimiento vuelve y se desvanece la cesación. Y este perpetuo movimiento alternante nunca tiene fin, unas veces reuniéndose todos los seres en uno por el Amor, otras separándose todas las cosas arrastradas por la repulsión del Odio. Esta lucha la manifiesta el conjunto del cuerpo humano tan pronto todos los miembros reunidos por Amor en uno se obtuvo un cuerpo, floreciendo la vida en su plenitud; tan pronto separados nuevamente por funestas discordias andan errantes cada uno por su lado en las rompientes del oleaje de la vida". Esta es la mirada de Empédocles.
El poeta no sabe nunca qué es lo que va a ocurrir. Todo está en el poema, en la pasión del lenguaje, en la rebelión contra el vacÃo. Por esto es importante tener presente a Bachelard cuando establece la distinción del estado contemplativo, al que llama “ensoñación”, de la pura racionalidad. Pero también lo diferencia de aquello que denomina “sueño nocturno”. Nos habla de la noción platónica anima mundi.
Al leer cada verso debemos analizar el sentido afectivo del lenguaje, el modo de captar y concebir la realidad. Y ver, además, las fuentes literarias. Las fuentes levantan el edificio estético del poema a partir de cada lÃnea. Es cuando podemos pensar en “el temple sentimental”, en el espÃritu cósmico, en la tradición literaria que incorpora y asimila el imaginador. Recordemos a Schelling cuando afirmó que la Belleza “es la representación simbólica del Infinito”.
Carlos Penelas
Buenos Aires, enero de 2020
Publicado en el diario La Prensa el domingo 23 de febrero de 2020
Las palabras adquieren un ritmo. Las vamos integrando con lentitud, con tiempo. En música del cuerpo. AllÃ, en el cuerpo, comienza el acto de escribir. Y en esa musicalidad sentimos los significados de las palabras. Sentimos el latido, el sentido que cada una de ellas contiene. El poeta es artesano de la palabra. “Creador, inventor, no imitador; he ahà el carácter esencial del poeta”, nos recuerda Giacomo Leopardi.
La palabra habita su propio espacio, su propia atmósfera. A partir de allà podemos ver la hospitalidad y la claridad del poema. Se establece un diálogo mudo en la creación, en lo creado. El autor desde la intuición va gestando esa suerte de ambigüedad que es el poema. Un espacio, un espacio de credibilidad. La palabra entonces es misterio, reconocimiento del mundo del misterio. Y el misterio protege lo sagrado. Y lo sagrado es la vida. Por eso las integramos en el tiempo. Música del cuerpo.
Por qué razón, nos preguntamos desde nuestra adolescencia, el ser humano debe luchar con desesperación, con angustia, por su dignidad. ¿Por qué luchar por cosas sensatas, elementales? Por cosas o situaciones (que por otra parte se dieron sin dificultad en momentos históricos diversos) que no requieren discusión o planteos intelectuales. Es terrible cómo a lo largo de los siglos castas, dogmas, autoritarismo, templos laicos o sagrados, han intentado destruir lo mejor del hombre. Velos y más velos sobre su sensibilidad, sobre su posibilidad de imaginar, de pensar, de amar.
Wallace Stevens, poeta estadounidense, señaló: “…la maravilla y el misterio del arte, como por cierto de la religión, consisten en la revelación de algo absolutamente otro, gracias a lo cual la inexpresable soledad del pensamiento se quiebra o se enriquece. El poeta, el hombre religioso, ni siquiera sueñan con dictar las reglas del juego: se limitan a andar por el mundo con el amor de lo real (de esa realidad otra) en sus corazones.”
“Hay algo más importante que la lógica: la imaginación” dijo en una ocasión nuestro amado Sir Alfred Hitchcock. Giacometti, suizo y escultor, señaló algo que siempre se supo: “el arte es un medio de ver”. “La pasión del amor es amar sin medida”, escribió San AgustÃn en sus Confesiones. Y dijo más: “La pasión del amor no puede comprenderla quien no la sienta.”
Vivimos una promiscuidad mental, una promiscuidad fÃsica. Tal vez desde siempre. Uno sospechó que en el siglo XXI ciertos temas no existirÃan. Todo se ha vuelto vulgar y obsceno, banalidad que invade de manera corriente cada gesto, cada nuevo hábito. El deseo no existe, existe el poder, el discurso polÃtico, la afectación, la fachada; simulacro, parodia. Sobre eso se montan mitos, leyendas, delirio, saturación, desvergüenza. Vivimos el espejismo de la pasión, de lo otro, charlatanerÃas prolijas y hasta correctas, pornografÃa en el arte, en la información, en las estadÃsticas, en referencias de la vacuidad. Teatralidad y simulación.
“La pregunta sobre el origen del Estado debe precisarse asÃ: ¿en qué condiciones una sociedad deja de ser primitiva?” También reflexiona el autor de La sociedad contra el Estado y ArqueologÃa de la violencia: “…quizás la solución sobre el momento del nacimiento del Estado permita esclarecer las condiciones de posibilidad (realizables o no) de su muerte”. Las investigaciones e ideas del renombrado antropólogo y etnólogo Pierre Clastres (1934-1977) sobre las poblaciones primitivas dan una antropologÃa de alternativa. En esas sociedades se trabajaba sólo cinco horas, lo necesario. Ahora todo debe ser explotado. Por supuesto Clastres es un teórico no siempre recordado.
Podemos hablar de polarización crispada, de una cultura oficial materializada en manifiestos, premios o arquitecturas de poses. Pero también del esfuerzo desesperado de soñadores, del pensamiento utópico, de una vida plena de poesÃa, de realidad caótica pero vital.
“La historia corre mientras el espÃritu medita. Pero este retraso inevitable crece hoy en proporción a la aceleración histórica”, escribió Albert Camus en 1954. El sentir, el pensar, parecerÃa que no es parte de la ética, de la imaginación, del otro, del diferente. De lo auténticamente humano. La poesÃa fue comparada en muchas ocasiones con la mÃstica y con el erotismo. Pero el poeta nombra a las palabras más que a los objetos, la experiencia poética es una tonalidad verbal, un clima interior. La palabra es el reverso de la historia, es el reverso de lo cotidiano. Exige, como la mÃstica y el amor, una entrega. Por eso la insensatez del creador, del amante o del mÃstico; lo imaginativo del soñador en un pujante querer decir, un balbuceo permanente de libertad.
"…Pues el encuentro de todos los seres en uno engendra la cesación de ellos y acaba con su nacimiento, pero al desunirse los seres el nacimiento vuelve y se desvanece la cesación. Y este perpetuo movimiento alternante nunca tiene fin, unas veces reuniéndose todos los seres en uno por el Amor, otras separándose todas las cosas arrastradas por la repulsión del Odio. Esta lucha la manifiesta el conjunto del cuerpo humano tan pronto todos los miembros reunidos por Amor en uno se obtuvo un cuerpo, floreciendo la vida en su plenitud; tan pronto separados nuevamente por funestas discordias andan errantes cada uno por su lado en las rompientes del oleaje de la vida". Esta es la mirada de Empédocles.
El poeta no sabe nunca qué es lo que va a ocurrir. Todo está en el poema, en la pasión del lenguaje, en la rebelión contra el vacÃo. Por esto es importante tener presente a Bachelard cuando establece la distinción del estado contemplativo, al que llama “ensoñación”, de la pura racionalidad. Pero también lo diferencia de aquello que denomina “sueño nocturno”. Nos habla de la noción platónica anima mundi.
Al leer cada verso debemos analizar el sentido afectivo del lenguaje, el modo de captar y concebir la realidad. Y ver, además, las fuentes literarias. Las fuentes levantan el edificio estético del poema a partir de cada lÃnea. Es cuando podemos pensar en “el temple sentimental”, en el espÃritu cósmico, en la tradición literaria que incorpora y asimila el imaginador. Recordemos a Schelling cuando afirmó que la Belleza “es la representación simbólica del Infinito”.
Carlos Penelas
Buenos Aires, enero de 2020
Publicado en el diario La Prensa el domingo 23 de febrero de 2020