Nostalgia y utopía en la poesía de Carlos Penelas

by - martes, octubre 06, 2015

por B. Herrera Jurado

Son pocos los temas de la literatura y aún menos son los temas que ocupan a cada escritor. En la obra de Carlos Penelas hallamos esencialmente cuatro: la sangre, la nostalgia, el amor y la utopía. Los dos últimos ocupan los escritos de juventud y van a ser nuestro punto de partida.

El amor del poeta es pleno y se consuma, no conoce distancias ni remordimiento. La decepción y la culpa parecen serle extrañas; una sensualidad muy fina ocupa su lugar:

Mi mano tocaba la ausencia de su cuerpo.
Y sus ojos, levísimos, insinuaban
la interminable tarde de los caballos blancos.
(…)
Así te amé. En la urgencia de tu nombre. [1]

Esta veta, poco desarrollada por los comentaristas, es una de las más reveladoras.

Por otro lado, nacido a mediados del siglo XX, Penelas formó parte de la última gran camada de escritores comprometidos. La utopía en sus palabras era conjuro insurrecto:

Resucitan banderas
en la canción violenta
de los hombres futuros. [2]
Donde quiera que esté
asomará revelando mi verso
el dolor, la pobreza.
No necesito más que la palabra. [3]

¡Qué lejanas nos parecen estás voces! Basta hojear sus últimos libros para advertir la promesa incumplida. Esta faceta es quizá la más desafortunada. Miembro tardío de una escuela de artistas que inicia en los años del grupo de Boedo y activista político en los 70’, nuestro autor presencia en su juventud una gran derrota, llegando a su madurez en una época adversa para su primer programa estético: 40 años más de dominación burguesa bajo distintas máscaras.

Durante la dictadura se opera un cambio en las expectativas históricas inmediatas de la izquierda pero también se opera otro a nivel personal. La revolución pierde centralidad en la vida de Penelas y por extensión también en su poesía. La utopía entonces deja de ser un sintagma poético que la refiere, para pasar a ser su definición cabal: οὐτόπος, un no lugar. La revolución pasa a ser sólo un símbolo, un sueño, que a pesar de todo nunca deja de ser evocado.

En 1979 canta: “En el principio fue el silencio. (…) Todo allí conspira para la rebelión final.” [4] Pero la rebelión en aquel poema es el gesto de la amada. Su búsqueda, nos muestra, sólo puede realizarla en la pasión, en la intimidad.

También sobrevive de algún modo la utopía en la contemplación de la descendencia y en la evocación de viejas luchas. El poeta escribe en Pequeña carta a Emiliano:
Todo es tuyo. El mar, el canto,
El misterioso verso de la vida.
Expropiarán los bosques tu mirada.
Abolirá el jornal con su proclama nueva. [5]

La revolución, al no buscar objetivarse, se diluye en la propia sangre: el poeta acude a la casa de la infancia, a la tierra de los padres y a la tradición. La búsqueda acorta miras pero gana en profundidad. Es más segura la historia del pasado que la del futuro. Galicia, la familia y viejas imágenes rurales-anarquistas, herencia de sus padres, aparecen frecuentemente:

ellos nombraron a Coirós.
Con mis ojos de niño supe de sus tierras.
Me abrazaron con el tacto de manos campesinas. [6]

Traían en sus ojos el pan de viriles tierras.
Regiones húmedas, tumbas de príncipes,
hornos, vinos, cucharas.
Y la costumbre de cantarle a sus hijos
en lenguas primitivas.
Todo crece en el recuerdo indolente
de tanto mar o tanta voz. [7]

Pero Penelas no se cierra completamente sobre sí. La vuelta al pasado en su caso es también un viaje a la cultura europea. Y no hay destino que valga para explicarla; todo proyecto es trabajo como todo trabajo es elección y nuestro autor es perfectamente consciente de la suya:

Aquí, en San Andrés de Rante
Nacieron los bisabuelos de mi madre.
En absoluta inocencia fue bautizada
En Santa Eufemia la Real del Norte.
He pisado esta igrexa del siglo XVI
He tocado su pila, sus muros, su silencio.
(…)
Como un símbolo
En la rua de Lepanto dio a luz.
Hija de jornaleros [8]

Va tomando forma una concepción distinta de lo poético. Basta leer Declaración jurada (1975), suerte de prólogo que pedía Roberto Santoro en sus ediciones, y Celebración del poema (2014) para advertir las diferencias [9]. El pasaje de un momento a otro no supone una obtención de madurez poética. Sería absurdo suponer que una orientación de temas e intereses es a priori mejor que otras. El cambio que tratamos es particular de Penelas y entre todos los que tuvo es uno de los más significativos para poder entender su obra. El mismo se puede observar en dos de sus principales influencias: Luis Franco y Jorge Luis Borges [10]. Franco es el punto culmine en Argentina del verbo insurrecto. En él hallamos loas al cuerpo y su labor, cantos por el descubrimiento de la tierra, o lo que es lo mismo, una cruzada contra el miedo y sus ídolos, una invitación a vivir enteramente. Siendo de gran influencia en los primeros escritos de Penelas, especialmente en lo que respecta a la sensualidad y la rebelión.

En cambio Borges, más cercano a Emerson que a Whitman, es el máximo exponente en lengua castellana de la poesía intelectual. En su obra hallamos múltiples referencias, imágenes que comprenden hechos históricos de distintos siglos, sin embargo, esos datos son como las aves y los dioses de Darío: finos ejercicios verbales que buscan dar eficacia al poema. Curiosamente, sólo el trato con la realidad le permite el lujo de lo irreal. La trabajosa selección de hechos, la omisión de otros, una cuidada enunciación, abren las puertas de lo poético, que es para Borges el juego, el enigma, la duda, lo fantástico, la fatalidad. Su mundo es mágico, literario, y sólo por ello le resulta aceptable.

Penelas encarna a su manera esta forma de trabajo. Su búsqueda, que ante todo es de belleza inmediata, lo abstrae del mundo. La revolución forma parte del pasado:

Y la quimera acrecentaba nuestra risa,
despertaba al viento en un domingo rojo.
El tiempo era inocente, distraído [11]

La realidad, cada vez más insoportable a Penelas, va desapareciendo de su obra. En estos últimos años, sus artículos y sus versos más desafortunados son los que tratan lo social. Algunos son meros catálogos de desperfectos (el catálogo no es mal género, fue practicado por Homero y Whitman; pero para estos fines es mejor la sátira o el silencio).

En cambio, los motivos de la sangre y la nostalgia dan grandes resultados.

Canta sobre su nieto recién nacido en Álbum familiar:

No soy capaz
de contemplar sus ojos.
Lautaro es más profundo que mi voz. [12]

Más lejos, ya en Europa, Penelas camina por la calle y algo ocurre; el movimiento de las olas, una estatua, el rostro de una muchacha, invocan el suceso. Lo poético como epifanía:

He descubierto, sin saberlo, una aguda y honda
pureza en estas estas columnas, en estas calles,
en estas terrazas de ociosos latidos.
Tal vez sea una ilusión, un deseo absurdo
como la mentira cotidiana que nos lleva
a imaginar el amor o la alegría.
Emblema de falsedad que brota en sueños,
Un consuelo inventado que sufrimos en silencio. [13]

Esta noche, en Siracusa; la he visto venir
acostumbrado a dar ese latido,
esa fragilidad que protege la palabra del hombre.
(Yo habitaba el amor y la alabanza)
Ahora, encuentro la claridad en el silencio,
en este mirar ausente, en una boina azul sobre la hierba.
Pero el viento prosigue, pero el viento prosigue… [14]

Hay un viaje a través de la historia. La imagen de Italia o de los países nórdicos que leemos forma parte del pasado, no es la de uno de sus habitantes. Por ejemplo: Poemas de Trieste nos invita a recorrer la ciudad de Joyce, de Umberto Saba y de Ítalo Svevo, pero también están los vestigios de la ciudad que Estrabón nombró en su Geografía. La crisis económica, el frente-populismo griego y español, el neofascismo, la guerra y los refugiados no están en ningún momento. Tampoco tienen porque estarlo, pero es preciso señalar la ausencia. Todo silencio en poesía es significativo.

El lugar del hombre de letras, creía Borges, es con sus pares (están ausentes el tiempo y el lugar); Penelas amplía esto al cine, a la música y a las artes plásticas: Tolstoi, Rilke, Angelus Silesius, Miles Davis, Georges Brassens, Sting, Martha Argerich, Paolo Sorrentino, Pasolini, los hermanos Taviani, Angelo Morbelli, Vermeer, Masaccio, Murillo, Goya, entre otros, aparecen en sus poemas. Pero no sólo se gana con esta ampliación. En literatura y pintura el autor no se puede equivocar, trata los clásicos, pero son más circunstanciales sus referencias a la música.

Otra presencia, no menos lejana, es la de Manuel Penelas. Cánticos paternales es una evocación pero también es el diálogo del hijo con su padre. [15]

La nostalgia del poeta es la rememoración de lo que fue íntegro alguna vez. Al vivir un tiempo desgarrado, cada objeto es un símbolo de múltiples probabilidades. Un café, el cuarto de un hotel, las columnas de una catedral, evocan amistades posibles, inventan amores que no fueron y arrebatan a la muerte imágenes perdidas.

Nuestro autor canta en su último libro con espléndida poesía:

La nostalgia quiso que evocara a Ovidio,
que la melancolía petrarquista no fuera ilusoria.
La melancolía como ejercicio de la retórica. [16]

La nostalgia y la utopía son entonces la búsqueda del arte; su obtención, la realización del poeta, un fin en sí mismo.

Antes mencionamos un proceso histórico para enmarcar los cambios en la obra de Penelas. Este proceso influyo en todo un grupo de escritores comprometidos. La desmitificación el llamado a la acción, su programa estético/político, trocó en muchos casos en un mito de izquierda, reificación del pasado, culto a la acción pretérita. Hubo voces aún jóvenes y prometedoras que fueron asesinadas. Otras, más vanguardistas, hicieron de la rebelión de la forma un fin en sí mismo, construyendo dispositivos efímeros y un lenguaje barroco. Luis Franco, ya grande a fines de los 80’, fue una de las montañas solitarias en una geografía destruida, condenado al silencio por no profesar fe a ningún partido. No es raro entonces el cambio en la obra de Penelas, que entra en mayor vinculación con otras figuras no menos solitarias ni menos importantes en nuestra poesía en el último cuarto del siglo XX: Borges, Ricardo Molinari, Enrique Molina, Héctor Ciocchini, Juan L. Ortiz. Este mismo proceso lo invitó a emprender un largo viaje por viejas tierras y parece depararle todavía numerosos destinos y algunos magníficos volúmenes.

Notas:
1: Mi mano tocaba la ausencia. Queimada, 1990.
2: Rojo y negro. La gaviota blindada y otros poemas, 1975.
3: No calará mi voz. Palabra en testimonio, 1973.
4: Destino del silencio. La noche inconclusa, 1979.
5: Los dones furtivos, 1980.
6: Crunia. Finisterre, 1985.
7: Traían en sus ojos. Queimada, 1990.
8: María Manuela. El mirador de Espenuca, 1995.
9: Declaración jurada. Integración, 1975. Celebración del poema, 2014
10: Muchas otras son sus influencias. Por ejemplo, Ricardo E. Molinari ha dicho: “Este poeta viene de Boscán.” Sin embargo, tomamos las figuras de Borges y Franco no sólo por su obra poética, sino por todo lo que representan. No queremos poner a nuestro autor bajo sus sombras –Penelas tiene lugar propio en la poesía contemporánea Argentina–, sino utilizarlos como lazos, posibles vínculos, con otras formas y expresiones de hacer/entender lo poético.
11: Mayo francés. El aire y la hierba, 2004.
12: 4. Álbum familiar, 2013.
13: Una ciudad lejana. Poemas de Trieste, 2013.
14: Cantar de la nostalgia. Poemas de Trieste, 2013.
15: Cánticos Paternales, 2015.
16: Una rosa roja para John Dowland. Homenaje a Vermeer, 2015.

You May Also Like

0 comments