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Carlos Penelas

Publicado por Editorial Reconstruir en 1990, El jardín de Acracia se presentó en la Federación Libertaria Argentina (FLA), el 6 de julio de 1991.


Presentó el libro el profesor Hugo Cowes, y leyó poemas Armando Equiza. Moderó Dardo Batuecas.
miércoles, julio 29, 2020 No comments
Editorial Dunken acaba de publicar El mar en un espejo de otoño de Carlos Penelas con ilustraciones de Eugenia Limeses.


 El poemario, dedicado a la memoria de don Ricardo E. Molinari lleva prólogo del autor y al final juicios críticos en torno a la obra de Penelas.


Allí los comentarios, entre otros, de David Viñas, Luis Franco, Héctor Ciocchini, Juan José Ceselli, Arturo Cuadrado, Federico Peltzer, Graciela Maturo, Ernesto Sábato, Hugo Cowes y Syria Poletti.

viernes, marzo 02, 2018 No comments
¿Hasta qué punto y a partir de qué elemento explicar o teorizar sobre lo imprevisible? ¿Cuál es la evolución o las leyes de la generosidad, del amor, de la belleza?


Cuando abordamos el discurso lírico o el poético hay varios prejuicios que necesariamente debemos anular. Intuimos un cierto pudor verbal que disfraza el malestar de nuestra conciencia. La palabra anarquía es un ejemplo típico. Hay en ella raíces ideológicas, una expresión estética y también una voluntad ética. Entonces, uno de los prejuicios que debemos combatir es esa enseñanza histórica o literaria de períodos estáticos. La serenidad del espíritu griego fue un mito que nació con posiciones goetheanas y de toda la escuela idealista alemana. Lo que hubo fue un helenismo de pugnas y contrastes. Desde Arquíloco en adelante los poetas ponen en tela de juicio la autoridad de la tradición, de los dioses, divorciando lo real de lo mítico, justificando el goce de lo vital y su trascendencia ética. Rodolfo Mondolfo ya nos dio su visión del feudalismo homérico. No otra cosa fue el Renacimiento: crisis y contradicciones. Sólo las mutilaciones y deformaciones sectarias dan perfiles estáticos. Sintetizando: la historia es dialéctica, fruto de crisis, discrepancias y litigios sociales cuya faz amenazadora resurge bajo nuevas máscaras. En las páginas de Homero se anticipa la raíz filosófica de Pirandello.

Oscar Wilde escribe textualmente: “La forma de gobierno más adecuada al artista es la ausencia de todo gobierno. La autoridad, sea del que sea, sobre el artista y su arte, es siempre absurda”. El estremecimiento ontológico de lo poético indaga nuestra intimidad. Intentamos un cuestionamiento global en cada crítica, en cada itinerario. Desde ese circuito tratamos saber desde dónde escribimos, de definirnos ante el otro por los rasgos que nos diferencian y distancian.

En un trabajo publicado por el profesor Hugo Cowes se hace referencia al poeta inglés John Agard, quien repetirá la experiencia de Mallarmé, salvando un siglo de distancia, “uniendo las dos revoluciones, la revolución en la realidad histórica y la revolución poética”. El poema comienza con un verso admirable, de tensión social, como expresión de una clase dominante: Yo no soy un caballero de Oxford. Fijémonos en el valor de este verso, su insurrección. Y más abajo, en tono intimista nos dice: yo soy un inmigrante. Aquí el poeta contrapone jerarquías sociales, y nos manifiesta su historia, una historia que lo hace sentirse exiliado, perseguido.

Yo no tengo un revolver
yo no tengo un cuchillo.
Pero atacar a la reina inglesa
es la historia de mi vida.

Yo no necesito un hacha
para destruir vuestra sintaxis.
No necesito un martillo
para hacer puré de vuestra gramática.

“Recuerden que Mallarmé decía que quería ser un sintáctico”, nos indica Cowes. Sin el sentido de lo iniciático no hay acercamiento a la belleza. Hay un don de sentir la pasión sensorial e intelectual, un designio que regula la vida del universo, los signos que el poeta advierte en el mundo autobiográfico como una alegoría de la mirada utópica. Unamuno dirá: “Soy villano de a pie, no caballero”

La palabra, en el poema, encuentra el tono de la intimidad. Ocupa la zona íntima de la literatura. Nos dice René Char que “lo que más hace sufrir al poeta en sus relaciones con el mundo, es la falta de justicia interna”. El poeta descubre un orden cósmico, desde su rebeldía participa de lo desconocido. En un erudito ensayo sobre crítica y estilo, el poeta Héctor Ciocchini reflexiona: “…la lucha por el poder y los honores ha secado la raíz misma del hombre. Somos, podríamos decir, por determinación de los tiempos los ‘últimos ángeles’ de que habla Baudelaire”.

Cada línea del poema es una imagen de lo absoluto. Cada espacio en blanco, en esta concepción, es otra posibilidad de lectura de los silencios, otra significación de la forma interior del poema. Un plano del afecto, de la libertad temporal. Un nexo equivalente al ritmo interior, al espacio mental que graba su estética sobre el blanco papel. Desde esta óptica, desde la realidad, nos abandonamos a la fisiología de la pasión libertaria.

En Lucrecio observamos el sentido de lo divino en la naturaleza. Hay una conciencia mitológica, una sensibilidad que responde a la ingenuidad creadora, a la más alta universalidad, a la fascinación por lo maravilloso. Es válido recordar que en toda obra de’ arte hay un orden propio que forma el estilo. Una pintura religiosa o escultura -pongamos como ejemplo- que muestra una virgen o un crucifijo, obra que podemos admirar en el museo o en la iglesia gótica o románica, es la expresión artística de un sentimiento. El poder eclesiástico quiso que la música sacra o la arquitectura fuera signo del reino celestial. Detrás de la imagen o del canto gregoriano está la nostalgia por 10 sagrado, la culpa y el pecado, cultura que impone la reasunción del mito. Por eso reafirmamos la plena libertad del artista -no importa el tema-la rebeldía del creador (desde Miguel Ángel hasta Eisenstein), la desacralización del arte, pues lo humano reemplaza la nostalgia de lo sagrado, superando la institución del oro Vaticano.

Si leemos a Pietro Aretino descubriríamos que tuvo una absurda fama de escritor sensual o indecente. Su obra posee una sensación de soledad, en sus páginas analiza la vida como una mascarada extravagante, sombría, sucia. La miseria de la carne es producto de su corruptibilidad. La cópula en Aretino simboliza la monótona satisfacción en el hombre y la avidez de dinero en la mujer. Es un pesimista que odia lo falso. De allí nace su estética. Busca la naturalidad, la íntima sinceridad del hombre. Un cristiano sin fe que ve en la humanidad la lujuria, la guerra, la servidumbre sujeta a la desesperación, la obscenidad de los poderosos.

Cuando se habla de utopía por lo general se interpreta que se hace referencia a un proyecto imaginario, desmedido. Sería un sinónimo de lo irrealizable, algo quimérico. Aquellos que plantearon la idea de la utopía fueron hombres comprometidos con su tiempo, con la realidad social, política y económica que les tocó vivir. Tomás Moro -político, diplomático, humanista- concibe la isla de Utopía (1516) como una posibilidad diferente a la sociedad inglesa penetrada por el robo, la corrupción y la miseria. Desde la cárcel, inspirándose en las agitaciones campesinas de Calabria, Tommaso Campanella escribe La ciudad del sol (1602),como un ejemplo de sociedad comunitaria. En 1656 se publica Oceana. Su autor, James Harrington, desafía desde sus páginas la Inglaterra de Cromwell. El mismo Francis Bacon propone en su Nueva Atlántida (1627) una acción política. Desde otra óptica, Montaigne o Rabelais acusan a una sociedad hipócrita y dogmática. En nuestro siglo, Un mundo feliz (1946), de Aldous Huxley, 1984, de George Orwell escrita en 1949 o Farenheit 451 de Ray Bradbury (1954) tienen una visión pesimista, supuestamente antiutópica. En realidad nos señalan una cultura de la resistencia, o la esperanza desesperada.

Evocamos a Novalis, para quien las cosas no existían hasta ser trocadas en poesía. “La poesía es lo verdadero, lo absolutamente real. Este es el nudo de mi filosofía. Tanto más verdadero cuanto más poético”.

Heidegger, parafraseando a Holderlin, expresará: “La poesía no es un simple adorno que acompañe a la realidad humana, ni un simple entusiasmo pasajero, no es tampoco una exalta ción o un pasatiempo. La poesía es el fundamento que soporta la historia, y por tanto no puede considerarse sencillamente como una manifestación cultural y menos aún como la expresión del “alma de la cultura”.

Debemos tener presente la subversión de los poetas, desde Safo hasta Mallarmé. El propio Baudelaire atemorizó a los burgueses. “Los burgueses de mitad del siglo XIX se asustan, y las Flores del Mal fue un libro censurado, llevado a la justicia, que quiere disponer que esos juicios contradictorios sean uno falso y el otro verdadero. Quieren que el cielo esté arriba y el infierno abajo. Que el cielo sea el bien y el infierno el mal”

Para seguir compaginando nuestra visión, el ejemplo de Herbert Read: “La oscuridad en poesía no puede ser tenida meramente como una cualidad negativa, como una posibilidad de alcanzar el estado de claridad. Es un valor positivo.”

Una cultura oficial que juzga desde los prejuicios impuestos por una sociedad, por la ideología de la clase dominante, crea, organiza, la creencia de una realidad. Esto es muy conocido y no hay necesidad de ahondar más. Es simplemente necesario para analizar mejor los códigos culturales. Sin argumentos necrológicos o índices moralistas. Sin acumular rencores, sin epitafios.

El arte sirve siempre a la belleza, a la felicidad de existir. “La naturaleza está en el interior”, recuerda Cezanne. Los animales o seres pintados en las cuevas primitivas irradian duplicidad. Es una textura imaginaria de 10 real. Simbolizan la falta de jerarquía en las civilizaciones, no hay progreso. La obra de arte siempre va hacia el fondo del porvenir. Hay fragmentos de Rodin que son estatuas en otros escultores. Se unen en la percepción, en la analogía. Es el” grito inarticulado” del que habla Hermes Trismegisto, “que parecía la voz de la luz”. El creador busca siempre esa irradiación de lo visible, el umbral que deja soñar. Los ciegos, dice Descartes, “ven con las manos”. El modelo cartesiano de la visión es el tacto.

Malraux escribe refiriéndose a André Gide: “Tal vez no sea correcto ver a André Gide como filósofo. Yo creo que es otra cosa: un asesor de conciencia”. Pensamos que el poeta es siempre un asesor de conciencia, o para decirlo con palabras más actuales, un objetor de conciencia. El poeta y su escritura estarán fuera del conformismo, de la actitud represiva que toda sociedad impone. Walter Benjamín afirmaba: “El conformismo oculta el mundo en el que se vive. Es un producto del miedo”. Pensamos que la inspiración estética es libertaria, no reconoce límites ni estratificaciones . La imaginación poética comprende un propósito utópico, que tiene contrariamente con lo que se dice a menudo, una racionalidad específica, un orden de la sensibilidad que apunta a los sentidos, al sentimiento estético. Lleva a la pasión, el confuso clamor de la vida, la destrucción de una voluntad centralizada que intenta negar la vida de la imaginación. “Para existir todo lo que es vivo debe tener forma y así el arte, aún el arte trágico, es el relato de la felicidad de existir”. Es la voz de Boris Pasternak.

El humanismo nos enseña en la naturaleza de las imágenes, el lúcido orden de nuestra esencia íntima. El mundo de lo soñado aún persiste en lo desaparecido. La indagación, el temperamento, el redescubrimiento nos guía hacia la belleza para conocer el alma del universo y del hombre. Tal vez como lo deseaba Henry David Thoreau: “El arte de la vida, de la vida del poeta, es hacer algo no teniendo nada que hacer”.

Sin libertad interior no existe acto poético. La dignidad del poema es la dignidad del valor ético de su hacedor. y del lector. Por eso son pocos los que aman el poema. Somos responsables de nuestro amor, de cada acto afectivo que construimos. La intuición y la densidad poética nos hablan con voz interior, es un acto de confesión. La naturaleza de lo vivo busca su estrella y su infinito. Y el arte literario no puede ser ajeno al contenido ideológico. Prometeo resume la biografía del hombre al luchar contra los dioses. Como señaló Luis Franco, uno de los intelectuales más lúcidos y honestos que tuvo esta tierra, “con excepción de los griegos del siglo de Pericles, en las distintas culturas toda función espiritual estaba al servicio de la teología y el incienso”. Y también nos dijo: “Toda actividad del espíritu ha de ser un potenciador y glorificador de la vida y no, al modo académico, un momificador del ímpetu vital”.

Del libro Anarquía y Creación, Carlos Penelas, Torres Agüero Editor.
Publicado en Suma poética, Catamarca, 14 de marzo de 2017.
martes, marzo 14, 2017 No comments
Conocí a Aldo Pellegrini a los veinticuatro años. Había publicado mi primer libro: Poemas del amor sin muros (1970). El profesor Hugo Cowes me recomendó que se lo hiciera llegar. Eran otras épocas, otra gente, otra sensibilidad. Había talento, señorío, dignidad.

Una mañana de otoño fui a su librería - sólo textos de poesía - y se lo entregué en mano. Su presencia, su forma parca de tratar, me cohibió. Con el tiempo, gracias a su delicadeza, conocí a Enrique Molina (amigo entrañable del Dr. Ricardo Busto, abogado de mi familia) Carlos Latorre, Francisco Madariaga, Edgard Bayley y Juan José Ceselli. De todos ellos - poetas cálidos, bondadosos, afables, desinteresados - llegué con más entusiasmo a Enrique Molina y Francisco Madariaga. Vaya mi recuerdo y mi admiración en este texto.


Se llama poesía todo aquello que cierra la puerta a los imbéciles
La poesía tiene una puerta herméticamente cerrada para los imbéciles, abierta de par en par para los inocentes. No es una puerta cerrada con llave o con cerrojo, pero su estructura es tal que, por más esfuerzos que hagan los imbéciles, no pueden abrirla, mientras cede a la sola presencia de los inocentes. Nada hay más opuesto a la imbecilidad que la inocencia. La característica del imbécil es su aspiración sistemática de cierto orden de poder. El inocente, en cambio, se niega a ejercer el poder porque los tiene todos.

Por supuesto, es el pueblo el poseedor potencial de la suprema actitud poética: la inocencia. Y en el pueblo, aquellos que sienten la coerción del poder como un dolor. El inocente, conscientemente o no, se mueve en un mundo de valores (el amor, en primer término), el imbécil se mueve en un mundo en el cual el único valor está dado por el ejercicio del poder.

Los imbéciles buscan el poder en cualquier forma de autoridad: el dinero en primer término, y toda la estructura del estado, desde el poder de los gobernantes hasta el microscópico, pero corrosivo y siniestro poder de los burócratas, desde el poder de la iglesia hasta el poder del periodismo, desde el poder de los banqueros hasta el poder que dan las leyes. Toda esa suma de poder está organizada contra la poesía.
Como la poesía significa libertad, significa afirmación del hombre auténtico, del hombre que intenta realizarse, indudablemente tiene cierto prestigio ante los imbéciles. Es ese mundo falsificado y artificial que ellos construyen, los imbéciles necesitan artículos de lujo: cortinados, bibelots, joyería, y algo así como la poesía. En esa poesía que ellos usan, la palabra y la imagen se convierten en elementos decorativos, y de ese modo se destruye su poder de incandescencia. Así se crea la llamada "poesía oficial", poesía de lentejuelas, poesía que suena a hueco.

La poesía no es más que esa violenta necesidad de afirmar su ser que impulsa al hombre. Se opone a la voluntad de no ser que guía a las multitudes domesticadas, y se opone a la voluntad de ser en los otros que se manifiesta en quienes ejercen el poder.
Los imbéciles viven en un mundo artificial y falso: basados en el poder que se puede ejercer sobre otros, niegan la rotunda realidad de lo humano, a la que sustituyen por esquemas huecos. El mundo del poder es un mundo vacío de sentido, fuera de la realidad. El poeta busca en la palabra no un modo de expresarse sino un modo de participar en la realidad misma. Recurre a la palabra, pero busca en ella su valor originario, la magia del momento de la creación del verbo, momento en que no era un signo, sino parte de la realidad misma. El poeta mediante el verbo no expresa la realidad sino participa de ella misma.
La puerta de la poesía no tiene llave ni cerrojo: se defiende por su calidad de incandescencia. Sólo los inocentes, que tiene el hábito del fuego purificador, que tienen dedos ardientes, pueden abrir esa puerta y por ella penetran en la realidad.
La poesía pretende cumplir la tarea de que este mundo no sea sólo habitable para los imbéciles.
Por Aldo Pellegrini
Publicado en Poesía = Poesía Nº 9 Agosto de 1961, Buenos Aires
lunes, febrero 23, 2015 No comments
Lo conocí en 1970, cuando publiqué mi primer libro. Estaba leyendo en el café Astral, Rodríguez Peña y Viamonte, donde casi a diario iba a conversar con mi padre y mi hermano mayor. Fue atento, me invitó a sentarme a su mesa y me escuchó hablar de poesía, de política, de seres que comenzaba a descubrir. Le dediqué un ejemplar y pude transmitirle mi opinión sobre Los dueños de la tierra y artículos que venía analizando. Fue cálido y generoso. Siempre lo fue conmigo, en todo.

Con el tiempo me dio la oportunidad de conocer cada departamento donde se mudaba. Calles de una zona mítica: Viamonte , Corrientes y Uruguay, J.D. Perón, Córdoba, Piedras… luego otra vez al barrio. Ahora Tucumán, un solo ambiente. El único departamento que no conocí. Nos veíamos seguido. En Corrientes y Montevideo, un bar que alguna vez tuvo historia, en Tucumán y Montevideo, algo peor, con un nombre que prefiero olvidar. Estuvo en casa, estuvo en la Federación Libertaria Argentina. Una conferencia donde se sintió desconcertado –igual que yo– ante una carga inimaginable de populismo y ebriedad ideológica. Eso también caía. Luego fuimos a cenar con Rocío, cerca de Constitución. Tuvimos nombres comunes, historias, viajes que se relacionaban con la literatura pero también con la realidad, con lo polémico y lo sensual. Admiración e inquietud, como en cada uno de aquellos viejos anarquistas que conocí: polémicos, íntegros, arbitrarios.

Mi abuela se llamó Adelaida, el mismo nombre que la mujer con la cual se casó y tuvo hijos. Un gran amigo de su padre se llamaba Penelas, allá en el sur, en otros tiempos. Y seguían nombres: Casilda, Lola, Luis Seoane, Arturo Cuadrado…y la Guerra Civil Española. Hubo en tantos años encuentros y desencuentros. Con Ricardo Monner Sans hablamos de él. Con David, de la familia de Ricardo, del profesor José María, de las tías. Le agradaba el nombre de mis hijos: Emiliano y Lisandro. Lisandro, fuimos a verla con gran emoción. Las dos veces, las dos versiones. Viñas, un hombre con educación, con señorío, con conducta. Y elegante, seductor, bueno.

Vino el exilio, su exilio y luego el reencuentro, en un hotelito de la calle Montevideo, entre Corrientes y Sarmiento. Años duros para él, años de nueva energía, de nuevos proyectos. Literatura argentina y realidad política, una forma diferente de leer, una manera iniciática de la obsesión estética e ideológica. Una vez más desbordaba con su impulso, con su falta de medida. Nos contagiaba, para bien y para mal.

En más de una ocasión se preocupó por mí. Junto a Luis Zamora, eso lo supe mucho tiempo después. Y entonces venían otros nombres: Luis Franco, Luis Alberto Quesada, Luis Danussi, Luigi Pirandello. Siempre hablamos de política y también de literatura, de otra literatura. Hablamos como Charo o como Hugo Cowes. Fueron muchos años, intensos años de intentar recobrar lo que sabíamos perdido. Vivíamos la decadencia, las revoluciones frustradas, la corrupción y la imbecilidad en cada político, en cada intelectual. Aquí y en Latinoamérica, aquí y en Europa, aquí y en el planeta.Y soslayamos la muerte, la desesperanza. Hablamos de los alcahuetes de turno, de los lameculos de turno, de los oportunistas de turno. A veces no coincidíamos. Entonces conversábamos de otros temas. Le dije que estimaba a Horacio Tarcus, por ejemplo. Muchas veces nos mirábamos y nos quedábamos en silencio, callados. Haciendo un gesto, un ademán. Ya estaba todo dicho. Entonces volvíamos sobre las páginas de La Nación, con sus biromes englobando artículos, englobando números o titulares. Arrollador y sin tapujos -serio, ofuscado– su mirada era la de Balzac. Después, cada uno a lo suyo. Sin esperanzas combatía hipótesis, programas, parnasos y recovecos. Honesto, sin dobles intensiones. Utópico, tal vez.

Curiosamente me dedicó varios libros de su autoría. Creo haber leído todo o casi todo. Los últimos años me dolía su decadencia. Estaba más solo, más enfermo, más callado. El entorno social y político no ayudaba, seguía siendo vomitivo. Continué viéndolo hasta el final. Intenté ayudarlo. Pocos, muy pocos en estos últimos tiempos. Pepe, Ramona, Arturo, seres cálidos, sencillos, que lo vigilaban, que intentaban atenderlo, cuidarlo, protegerlo. Viñas siempre fue hosco y difícil.

Cuando se estaba por publicar una selección de la obra de Barret le hablé para que escribiera el prólogo; estaba cansado. Unos amigos de La Pampa me llamaron para que viajara para una conferencia. Ya no era posible. Recordábamos textos, historias, anécdotas. Sin volver al pasado. A veces hablamos de Ricardo Aldao, de la posibilidad de nadar otra vez en un pileta, de Ismael, de Contorno, de la facultad (de Viamonte, de Independencia, después de Puán), de Borges, de Walsh, de Conti, de Santoro. También nos gustaba recordar a Cámpora y a otros obsecuentes ilustres, comentar las comidas de Galicia o ciertas anécdotas de mi padre. Y de su padre, cuando polemizaba como un orador insurrecto subido a un auto en la esquina de Corrientes y Paraná. Siempre coincidimos en que intelectual no puede ser oficialista ni dogmático. Nos sonreíamos cuando evocábamos ciertos compañeros del PC o de la izquierda dogmática. Y de las revoluciones o los dogmas celestiales. Un hombre honesto, Viñas. Un hombre con contradicciones. Un hombre entero. Y salieron y vendrán obsecuentes a llenarse la boca. Historias, diría, escenografías, repetiría. Articulaciones de burócratas y caballeros con alfombras. Extrañaré esta amistad del siglo XIX. Pocos como él, pocos con sus agallas y su soledad a cuestas. Fiel a sí mismo, fiel a un carácter, a un estilo. Otrosí digo: nunca nos tuteamos.

Carlos Penelas
Buenos Aires, marzo de 2011

martes, marzo 15, 2011 No comments
Buenos Aires, 2004. 
Informes del Sur, cuadernos de investigación / Ediciones BP. 
Prosa.



Estética y anarquismo

"Dios y el rey, la Iglesia y el Estado: esto es la eterna contrarrevolución"
Pierre Joseph Proudhon

Es importante señalar que el pensamiento de Proudhon tuvo más peso que el de Marx en la formación de la ideología revolucionaria rusa. Un ejemplo poco conocido es el hecho de que en Francia, la primera edición de El Capital, de 1895, no había terminado de venderse todavía en 1920.

“Transformar el mundo” dijo Marx. “Cambiar la vida” aseveró Rimbaud. “Dos consignas que son para nosotros una sola” nos recuerda André Breton. “Toda tendencia progresiva en arte es condenada por el fascismo como una degeneración” advierte Trostky. “El poeta verdadero está con el pueblo que lucha contra la tiranía y la esclavitud, porque el espíritu del poeta repugna toda limitación para su vuelo y no puede soportar una cadena sin rebelarse. Es, desde que nace, un revolucionario.” La cita es de Valentín de Pedro, y la encontramos en un artículo de la publicación CNT (número 106, 19 de septiembre de 1938).

Pierre Ansart en su estudio sobre el anarquismo señala que Proudhon “tenía conciencia de su falta de conocimiento en el arte”. Este había escrito: “Nos corresponde, pues a los profanos, gente de trabajo servil (...) hacer la evaluación del arte...” El arte clásico de David o de Ingres, así como los cuadros que reproducen escenas militares, de Vernet, serán repudiados invocando la misma exigencia de la comunicación. Las escenas religiosas o militares resultan completamente exteriores al ethos obrero.
Dos autores a los que hay que recurrir para profundizar el sentido estético y al mismo tiempo una visión libertaria son Rudolf Rocker y Herbert Read. Y algo más. El tema central de una contradicción insuperable entre el poder del Estado y la revolución fue expresada por Varlet mucho antes de que la descubriera Proudhon. Varlet, que formaba parte de los libertarios rabiosos, dijo: “Gobierno y revolución son incompatibles.”

Vamos a tomar ahora las ideas estéticas de tres grandes teóricos del anarquismo. Para Pierre-Joseph Proudhon “la sociedad se separa del arte, lo saca de la vida real, hace de él un medio de placer y de diversión, un pasatiempo, pero del cual no depende, tiene algo de superfluo, de lujo, de vanidad, de libertinaje, de ilusión, todo lo que se quiera. Pero no es ya una facultad o una función, una forma de vida, una parte integrante y esencial de la existencia”. Y agrega “la razón sojuzga a la imaginación; el fondo es más importante que la forma, a la literatura se la trata como a una cortesana. Para Proudhon no hay que demoler todo lo existente tanto en el ámbito estético como en el social, sino que defiende una síntesis incesantemente renovadora de lo nuevo y de lo antiguo: “avanzar pero conservando”. Sostenía que son revolucionarios los artistas que crean la síntesis viviente de las tendencias de su época y la tradición, y son reaccionarios aquellos que rechazan la aportación del pasado. En ese sentido critica a los enemigos de los géneros y de las reglas. Tiene una visión nietzscheana de la cultura: identifica cultura con unidad de estilo.

León Tolstoi recrea la obra estética de Proudhon. Para el autor de Guerra y Paz la estética se fundamenta en la distinción entre arte verdadero y arte falso. El primero es el arte del pueblo; el segundo el de una minoría selecta. Tolstoi, al igual que Kropotkin, ve en el artista a un trabajador. Escribirá: “El arte del porvenir será obra de todos los hombres, salidos del pueblo, que se consagrarán a esa actividad cuando sientan la necesidad.” Para él el arte es una experiencia libre y espontánea.
Para Mihail Bakunin es en el gran arte del pasado, eterno e insumiso, donde percibe un potencial propiamente revolucionario: “el retorno de la abstracción a la vida”. Marx encarna el principio de orden y creación. Bakunin se identifica con el caos y la rebelión, desea un mundo sin leyes y por lo tanto libre bajo el signo de la tempestad, palabra que para él es sinónimo de vida. Para Bakunin los sistemas, por lo que tienen de cerrado e inmutable, ahogan la espontaneidad y creatividad del hombre. No cree en el poder revolucionario de un arte comprometido: no es el artista quien debe cambiar las estructuras de la sociedad. No cree en un arte militante. Cree en un arte que testimonie la parte inalienable del hombre, su derecho a la pasión y a la acción. Bakunin ve al artista como el adversario de los totalitarismos. Para él “el arte es, pues, en cierto modo, el regreso de la abstracción a la vida, fugitiva, pasajera, pero real ante el altar de las abstracciones eternas.” E insiste: “El arte, como retorno de la abstracción a la vida, es el guardián de la parte inmortal del hombre contra las fuerzas contemporáneas de la alineación.”


***

Oscar Wilde escribe textualmente: "La forma de gobierno más adecuada al artista es la ausencia de todo gobierno. La autoridad, sea del que sea, sobre el artista y su arte, es siempre absurda". El estremecimiento ontológico de lo poético indaga nuestra intimidad. Intentamos un cuestionamiento global en cada crítica, en cada itinerario. Desde ese circuito tratamos saber desde dónde escribimos, de definirnos ante el otro por los rasgos que nos diferencian y distancian.

En un trabajo publicado por el profesor Hugo Cowes se hace referencia al poeta inglés John Agard, quien repetirá la experiencia de Mallarmé, salvando un siglo de distancia, "uniendo las dos revoluciones, la revolución en la realidad histórica y la revolución poética". El poema comienza con un verso admirable, de tensión social, como expresión de una clase dominante: Yo no soy un caballero de Oxford. Fijémonos en el valor de este verso, su insurrección. Y más abajo, en tono intimista nos dice: yo soy un inmigrante. Aquí el poeta contrapone jerarquías sociales, y nos manifiesta de su historia, una historia que lo hace sentirse exiliado, perseguido.

Yo no tengo un revolver
yo no tengo un cuchillo.
Pero atacar a la reina inglesa
es la historia de mi vida.

Yo no necesito un hacha
para destruir vuestra sintaxis.
No necesito un martillo
para hacer puré de vuestra gramática.

"Recuerden que Mallarmé decía que quería ser un sintáctico", nos indica Cowes. Sin el sentido de lo iniciático no hay acercamiento a la belleza. Hay un don de sentir la pasión sensorial e intelectual, un designio que regula la vida del universo, los signos que el poeta advierte en el mundo autobiográfico como una alegoría de la mirada utópica.

Debemos tener presente la subversión de los poetas, desde Safo hasta Mallarmé. El propio Baudelaire atemorizó a los burgueses. "Los burgueses de mitad del siglo XIX se asustan, y Las flores del mal fue un libro censurado, llevado a la justicia, que quiere disponer que esos juicios contradictorios sean uno falso y el otro verdadero. Quieren que el cielo esté arriba y el infierno abajo. Que el cielo sea el bien y el infierno el mal".

Una cultura oficial que juzga desde los prejuicios impuestos por una sociedad, por la ideología de la clase dominante, crea, organiza, la creencia de una realidad. Esto es muy conocido y no hay necesidad de ahondar más. Es simplemente necesario para analizar mejor los códigos culturales. Sin argumentos necrológicos o índices moralistas. Sin acumular rencores, sin epitafios.

Es conocido el hecho histórico en donde Mallarmé le dice a Degas que la poesía se hace con palabras, no con ideas. De esta anécdota, procede su práctica poética y naturalmente la metapoesía. Pero debemos señalar que los discursos líricos están insertados en una época, en una realidad histórica y social determinada.

Refiriéndose a la historia del movimiento anarquista en Francia, al período que va desde 1891 hasta 1895, dice Jean Maitron: "Se era simbolista en literatura y anarquista en política".

Recordaremos lo que nos dice André Reszler: "Durante varios años, en las páginas de la Revista Blanca (Revue Blanche) y en Coloquios políticos y literarios (Entretiens politiques et littéraires), fundadas por Vielé-Griffin, la colaboración de los poetas simbolistas y los escritores anarquistas indica la proximidad de sus puntos de vista. Cuando la policía se apoderó, en 1894, de la lista de abonados de la publicación La Rebelión (La Révolte), descubre en ella los nombres de Mallarmé, Leconte de Lisle, Rémy de Gourmont, Pissarro, Signac (De Richepin, Huysmans, Alphonse Daudet, Anatole France, etc.). Cuando los procesos terroristas, los simbolistas toman la defensa de los acusados. El mismo Mallarmé va a los tribunales para testificar".

El arte es el símbolo de la creatividad del hombre. En él el ilimitado sentimiento de amor, de dolor, de fraternidad. Desempeña siempre una función liberadora. Interpreta lo utópico, la significación ontológica, la capacidad de generar una ética a partir de la creación.

“La cultura debe su grandeza y su significación al hecho de que su irradiación desconoce las fronteras políticas y sociales”, nos advierte Rudolf Rocker. La belleza exalta lo absoluto y genera una estética rebelde.
martes, junio 16, 2009 No comments
Buenos Aires, 2002. 
Ediciones del valle. 
Ilustración de Máximo Paz. 
Poesía.



¿Oyes estas voces?

¿Oyes estas voces cansadas de infinitud,
de materia, de condenas e injurias?
(¿Estas voces quiméricas de luz,
de asombro, de trasamor ingrávido?)
Ungida está la copa
en este mísero sueño de la noche;
lleva la caricia de la amante,
la sensualidad de los altares desvalidos
la nupcial fragilidad de la pasión.
Fluye la hembra como una sacerdotisa
en su sombra. Este es el lecho del llanto
y del placer, el de la rosa única
que profetiza el abandono.
La que invoca el salvaje alimento
para resucitar los rituales de este prisionero.

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Amo los viejos muebles

Amo los viejos muebles,
las manos antiguas que identifican
la intimidad del hogar.
Junto a la lámpara que descubre el poema
los dioses soplan y consuelan mi espíritu.
Una mujer me guía, me acompaña.
Los recupera del tiempo, los protege,
descubre el alma que habita la belleza.
Crea sitios mágicos en esta constelación
de libros, retratos y talismanes únicos.
Hay una liturgia, sutiles ritos.

Como una cripta en la iniciación
este sillón trasciende mi destino.


Para leer el texto pronunciado por el autor en la presentación haga click acá.
domingo, junio 14, 2009 No comments
Buenos Aires, 1990.
Editorial Reconstruir.
Con viñetas del autor.
Poesía.


El jardín de acracia

Non saprò nulla della mia vita
Salvatore Quasimodo

Duélete de mi señora.
Señora, duélete de mi,
de mi duélete.
Anónimo siglo XVI

I

Como un dolor la sirena del puerto. Y el tumulto en el río de los desaparecidos en reflejo ascendente. (Amigos, ella viene de mayo, de proclamas.) Y el temblor del alma bilingüe con su andar fugitivo, solitario. Después, manifestaciones y fatiga. Una mutación oye el saludo, noches que acarician ausencia, voces lastimadas, ahogándose.
Y la pobreza penetrando arrabales en un destierro de tristeza y desencanto. Desnuda, la amada separa las ardeduras de mis labios.


II

Todo es lejano y brumoso, una inocencia última. Padre, te estoy nombrando. Soy una fuga de la memoria, o mejor dicho, la memoria más la herida que has dejado, el legado del poema dentro de mí. Pasan las fuentes, el sol, las sombras. Voy mirando los rostros de viejos campesinos, una fotografía de Durruti, el desconsuelo en el anfiteatro de los Valles Calchaquíes, la resurrección de la doble realidad, la copla milenaria y la luna reflejada en el fantasma de Juan Galo Lavalle, una embriaguez rapsódica. Lo que fue esa mañana y ya no es, el murmullo del mar en una playa, el aire que se desvanece, el rumor vigilante de la castidad y la ternura, la perdida aldea del príncipe desterrado. ¡Cuánto he destruido al escribir el poema, cuánto he destruido! “Tengan piedad de mí -dijo Henri Michaux- viajero de tantos viajes sin valija.”


III

Padre, ahora que necesito de tu voz has partido. Sólo desconcierto indolente. La amada me pide que te busque. Me dice que la ausencia desvela al corazón perdido. Dejaste la bruma, la soledad que cuida su secreto, el verso de amor y de experiencia. Un consuelo que transita dormido y ciñe el gozo en el orden de los días. ¿Qué hago, padre, ahora que tienes la cabeza reclinada, oculta en una barca fenicia, inmemorial, entre tanta hipocresía y palabras inútiles?


IV

Como aquel que atento a la lucidez buscó su soledad, la percepción del límite, la noche traza su frontera. Inacabable penetra el recuerdo, amanece y distrae mi aliento. Así se encuentra el extravío. La quilla sobre la amargura de la usurpación. Entonces alcanzo a comprender que no nos salva el amor ni la esperanza.


V

¿Quién mueve en nosotros mitos altivos, espléndidos, o éstos muslos que surcan oleajes y dioses precarios? ¿Quién se desliza en la lubricidad del mar? ¿Cuál es el nombre de la rosa inagotable? ¿De dónde ésta pasión que es ansiedad y aladares sueltos sobre la certidumbre del asombro? Y estas orillas ¿de qué anverso nacen? En la somnolencia del tacto arden tempestad y secreto.

Presentación
El acto se realizó en la Federación Libertaria Argentina (FLA), el 6 de julio de 1991. Presentó el libro el profesor Hugo Cowes, y leyó poemas Armando Equiza. Moderó Dardo Batuecas.

martes, junio 09, 2009 No comments
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