Entrevista a Carlos Penelas por Rolando Revagliatti

by - miércoles, febrero 03, 2016

El escritor y periodista Rolando Revagliatti realizó un extenso reportaje a Carlos Penelas, que fue publicado en varias páginas de internet. Aquí lo reproducimos.


- Provenís de una familia vinculada a la literatura, la plástica, el teatro y el cine.
CP — Para empezar debo decirte, Rolando, que no nací el 9 de julio, que nací el 5 de julio de 1946. Sucede que mi padre no quiso que hiciera el servicio militar y por eso me inscribió en fecha patria. Era común entre los libertarios, como también huir y hacerse crotos. Mis dos hermanos mayores (por distintas razones que no voy a explicar) no lo habían hecho. Era injurioso, ofensivo, hacer el servicio militar para cualquier libertario. Ni curas ni militares, no te olvides. Por eso me anotó el 9 de julio. La historia es larga: el dictador José Félix Uriburu, en 1930, modificó la ley. A partir de ese año todos los nacidos el 25 de mayo o el 9 de julio deberían hacerlo. De eso, mi padre, no se había enterado. Resultado: fui el único de toda la familia en hacerlo. Y, por mala conducta —arrestos incluidos— la baja la obtuve después de catorce meses, uno de los últimos de esa camada en salir. Lo de "la jura de la bandera", es confidencial. Mi familia es de origen gallega. Mi padre, Manuel Penelas Pérez, que cuidó cabras desde los seis años en Espenuca, una aldea cercana a Betanzos de los Caballeros, se formó en Argentina: a los catorce años conoció a obreros anarquistas y socialistas en la fábrica en la cual trabajó. Mi madre, María Manuela Abad Perdiz, de Ourense, apenas sabía leer y escribir. Aprendió con mi padre cuando ya llevaba criados tres hijos. Poco antes de morir, a los sesenta años, había terminado de leer “Los Thibaut”, la obra cumbre de Roger Martin du Gard. Las lecturas de don Manuel comenzaron con Bakunin, el príncipe Kropotkin, Zola, Dostoievsky, Shakespeare, Schopenhauer, Nietzsche y luego el Siglo de Oro Español. Además, claro está, de la lírica gallega y los grandes escritores del siglo XIX de Galicia. Allí comenzó todo. Era, como te imaginarás, Rolando, libertario. Para ser más preciso: libertario individualista. Heredamos sus hábitos: la lectura, la conducta, el amor a la naturaleza, la mirada de los conflictos sociales, el rechazo a toda dictadura, a toda demagogia, a cualquier forma de autoritarismo y una profunda defensa por la libertad individual. Mi hermano mayor, Roberto, fue un lector de los clásicos griegos y latinos, además de los autores del Renacimiento. Un amante de la ópera alemana. Mi hermana Raquel, la lectura y la pintura. Junto a ella recorrí museos, descubría biografías, admiraba a nuestros pintores y la gran pintura universal. Mi hermana Marta, el teatro norteamericano, el teatro inglés y francés de mediados de siglo, la novelística contemporánea, la historia de nuestra tierra. Mi hermano Fernando introdujo en el hogar el cine, el policial, el marxismo, el jazz y el comic. Además de los autores norteamericanos. Luego vino Carloncho (un servidor), que fue consumiendo todo ese mundo. Es importante aclarar que también mis hermanos y mi padre (mi hermano mayor me llevaba veintidós años, fui el hijo de la madurez) concurríamos a ver al “Rojo de Avellaneda”, a Independiente. Vale recordar que Independiente es o era "el club de los gallegos". La gran mayoría de gallegos, de la inmigración, se refugiaron en Avellaneda. Muchos eran republicanos, anarquistas, socialistas, comunistas y el color les llamó el corazón. También por aquellos años me llevaron a palpitar el box en el Luna Park. Practiqué box, pelota a paleta y jugué al fútbol e hice natación toda mi vida. Me formé con la templanza y la visión de lo social pero también con lo estético en todas las manifestaciones. El teatro independiente, los autores de época, el Teatro Colón, los grandes ciclos del cine Lorraine, las exposiciones de pintura eran un hábito. Lo mismo que las discusiones sobre tendencias literarias, la injusticia o la Guerra Civil Española. Esa infancia y adolescencia me abrió la mente, la forma amplia de descubrir mundos. Y ya en la adolescencia el amor de muchachas hermosas, idealistas, plenas de sensualidad y vuelo. Y las lecturas que a su vez fui descubriendo por mi cuenta, con amigos, con compañeros de escuela, con maestros que la vida me ofreció. La gratitud de ellos siempre me protege.

— Podríamos decir que haber permanecido durante veintidós años colaborando con el prestigioso cardiocirujano René Favaloro (1923-2000) debe armar, en algún sentido, un capítulo de tu vida.
CP — Un antes y un después en mi vida. En 1978 había publicado, casi en forma clandestina, Conversaciones con Luis Franco. A Franco lo conocí de muchacho, y después de la figura de mi padre es la que más me enaltece. Un día, escuché por televisión al Dr. René Favaloro hablar de Franco y de Ezequiel Martínez Estrada. Dijo: “Los jóvenes deberían leerlos, son los dos escritores más importantes de la Argentina”. Le llevé el libro al sanatorio y al mes me llamó. Quería conocerme, hablar conmigo. Esa primera entrevista duró más de una hora. Me contó su experiencia en La Pampa como médico rural, en los Estados Unidos, la técnica del bypass, su vida, su formación, sus padres, la inmigración siciliana…; yo le fui confesando mis gustos, mi historia. Después de unos meses volvimos a vernos. Teníamos almuerzos maravillosos. Se hablaba de todo: Alfredo Zitarrosa, Sarmiento, el general Paz, Leopoldo Lugones, de actrices bellas, de cine…; al poco tiempo me nombró Jefe de Relaciones Públicas de la Fundación. Fui Jefe de Prensa, Sub-director del Centro Editor de la Fundación (el director era él), Jefe de Coordinación de Pacientes, Miembro del Comité de Ética. Una vida intensa, llena de sueños, de emprendimientos, de combates, de pérdidas. Al mes de su suicidio renuncié a mi cargo, todo había pasado y acumulaba una derrota más. El proyecto nunca pudo ser, el proyecto de institución, de ejemplo, de investigación. Esos años, más de veinte, fue un universo rico, pleno. Conocí seres notables —médicos e investigadores—, hombres probos, muchos de ellos desinteresados. En varias entrevistas afirmé que Favaloro pudo cambiar la cardiología en el mundo pero no pudo luchar contra la corrupción y la mediocridad de su país. La corrupción se instaló, desde hace décadas, hasta la médula. Luego escribí, en 2003, Diario interior de René Favaloro, en donde creo haber reflejado a un hombre pero también a un país que no supo comprenderlo en toda su dimensión. A la hora y media de su suicidio estaba en su casa. Ese día, a las 20 horas, daba la noticia al mundo en una conferencia de prensa que prefiero no recordar. Un golpe muy duro, tremendo. Recuerdo que una vez me dijo: “soy tu hermano mayor”.

— En tanto sos un insoslayable investigador de la obra del escritor Luis Franco (1898-1988), acaso también esta condición arme un otro capítulo.
CP — Sin lugar a dudas. Él era muy amigo de mi suegro, Luis Danussi, destacado dirigente gráfico del anarco-sindicalismo argentino, quien leía a Pascoli y se escribió con Albert Camus. Pero fue el poeta Lucas Moreno, un hombre que supo guiarme en lecturas, quien me lo presentó un sábado por la tarde en su casa. Yo sabía de su obra, de su importancia, pero otra cosa fue luego el trato casi cotidiano o semanal. Moreno me había presentado a Álvaro Yunque, a Jorge Calvetti, a Francisco Gil, a don Roberto Guevara. Pero con la llegada de Luis Franco el universo cambió. Otra manera de ver la literatura, el descubrir autores, tendencias. Venía del Profesorado en Letras en donde estudiábamos latín, griego, literatura medieval alemana, inglesa, francesa, italiana, española…, una formación clásica y de primer nivel. Con Franco descubrí no sólo autores fundamentales como Goethe o Henry David Thoreau (en profundidad quiero decir), sino que me hizo conocer nuestros escritores con otro concepto. Allí venía Lugones, Rafael Barret, Horacio Quiroga, Rubén Darío, Domingo F. Sarmiento, el manco Paz y la mirada de la América mestiza. Luego conocí a Enrique Molina, Juan L. Ortiz (viajé hasta Paraná para verlo y entrevistarlo), Juan José Manauta, David Viñas, Manuel del Cabral, Osvaldo Bayer, Alfredo Llanos, Lysandro Galtier… Con Franco escuchaba la voz de la insurrección pero también la voz del decoro, de la decencia, de la honestidad, del coraje civil. En 1978 publicamos por nuestra cuenta y con el apoyo de unos pocos amigos Conversaciones con Luis Franco. Luego se editó a través del sello Torres Agüero y debe andar por la quinta o sexta edición. Franco es uno de nuestros grandes escritores, casi desconocido. Ensayista, cuentista, poeta. Y los libros sobre pájaros u otros animales que son bellísimos. Una prosa donde la tinta aún está fresca. Un ser único. Él me llevó a leer, además, textos sobre biología, botánica, zoología. Franco y más tarde Luis Alberto Quesada, Hugo Cowes, José Conde, Ricardo E. Molinari y Héctor Ciocchini fueron fundamentales en mi vida, hombres que me guiaron, que iluminaron mi trayectoria. Ejemplos de ética, de honestidad y además con vidas intensas. Franco concurría a cenar a casa, pasaba los fines de año en lo de mi suegro. Era el maestro, el faro que iluminaba, el hombre que seguimos admirando y amando.

— Los poetas Juan L. Ortiz (1896-1978), en una primera ocasión, y Ricardo E. Molinari (1898-1996) en una segunda, te sorprenden preguntándote si eras pariente o conocías al poeta uruguayo Walter González Penelas (1913-1983). Es en 2001 cuando publicás tu estudio y antología titulado El regreso de Walter González Penelas (con el auspicio de la Embajada de la República Oriental del Uruguay).
CP — Efectivamente. El trato de Walter con don Ricardo fue de una vinculación muy grande. Recordemos, de paso, que Molinari no trataba con cualquiera. Te cuento cómo empezaron las cosas. Un día, revolviendo en una librería de la calle Corrientes, descubro un libro que se titula La escalera. Su autor, Walter González Penelas. Una dedicatoria, las páginas sin abrir. No era un detalle menor. Había una dirección de Montevideo. Lo compré por el segundo apellido, si se hubiera llamado López o Fernández lo hubiera dejado. Cuando comencé a leerlo me impresionó. Una poética de altura, una sensibilidad exquisita. Entre mis amigos nadie lo conocía. En un programa de radio que yo tenía se me ocurre hablar de él y leer algunos poemas. El lunes me llaman a mi casa. La hermana había escuchado el programa, estaba muy emocionada, quería conocerme, darme ejemplares, una antología que un amigo le había publicado en España. A partir de allí continúo mis investigaciones, ese año viajo dos o tres veces a Montevideo. Una amiga de mi hijo mayor, estudiaba antropología, me ayudó mucho, conoció a la viuda, a algunos profesores. Pero la guía real me la fueron dando escritoras, mujeres que llegaron a adorarlo, mujeres que lo recordaban en anécdotas, en poemas, en encuentros. Escritoras uruguayas y argentinas, mi mundo rioplatense. Un descubrimiento de aquellos. González Penelas era muy buen mozo y un hombre refinado, culto, de conversación agradable, obsesionado con la creación. Había buceado en la literatura clásica, en la mirada social del Uruguay. Era sociólogo. Se mofaba de la gran mayoría de sus contemporáneos por la mediocridad, lo bajito que volaban, las reuniones en cuartos espejados, la pobreza intelectual. Eso le costó, qué duda cabe, el olvido, el menosprecio. Lo ignoraron. Es, reitero, una poética que vertebra una cosmovisión, una mirada atenta y sensible. En su lectura, de alguna manera, nos advierte de esa literatura que se vuelve peligrosamente literaria donde la palabra es suplantada por manipuladores de vocablos. Su poética está contra la falacia, contra la novedad, lo banal. Por esa razón, entre otras, es casi desconocido. Es un gran autor, un hombre profundo que vivió alejado de círculos, de fetichismos, de los objetos del mundo exterior. En uno de los homenajes que se hicieron en Montevideo, Rocío Danussi leyó poemas suyos y la poeta Selva Casal analizó conmigo su poética.


— ¿Qué recuerdos tenés de las numerosas entrevistas que has realizado para el Museo de la Palabra?
CP —
Bueno, muchos, una época muy hermosa para mi crecimiento. En 1983, instalada la democracia, me llaman de Radio Nacional para cubrir la Feria del Libro de Buenos Aires. Todo estaba por hacer. Contábamos con muy pocos elementos, casi no había una estructura técnica. Un solo auricular, transmisiones en directo desde una cabina elemental. En ese momento era uno de los pocos, conduciendo programas de radio, que conocía a los autores extranjeros y argentinos. Estamos hablando de Radio Nacional y de Radio Municipal. Quiero decir, los había leído, siempre leí con voracidad. Ahí obtuve el Premio a la Mejor Cobertura Radial, cerca de treinta y cinco entrevistas durante la Feria. Yo hacía las entrevistas, se las pasaba a Antonio Pérez Prado —un hombre de excepción, galleguista, guionista de cine, un notable investigador médico, además—, quien realizaba la traducción al inglés y la enviaba a la RAE Radio Nacional al Exterior. Ese premio, compartido, lo gastamos en una comida en la cual invitamos a los técnicos de Radio Nacional. Otro mundo, otra vida. En esas entrevistas, durante cinco años, conversé con Gonzalo Torrente Ballester, Martha Lynch, Roberto Fernández Retamar, Juan Rulfo, Alberto Girri, Héctor Ciocchini, Miguel Barnet, Juan José Sebreli, Carlos Alberto Brocato, Antonio Di Benedetto, Gustavo Soler, José Donoso, Carmen Orrego, Luis Rosales, Ana María Matute, Néstor Taboada Terán, Javier Villafañe, Dardo Cúneo, Juan Carlos Merlo, Dalmiro Sáenz, Manuel Mujica Lainez, Carlos Gorostiza, Mempo Giardinelli, Mario Benedetti, Antonio Dal Masetto…, la lista es muy extensa. Lo triste, lo lamentable, es que años después, como la emisora no tenía cintas se grabaron entrevistas o conciertos en ellas. Se perdió un material impensable. La cosa era así: yo realizaba dos o tres preguntas, ellos contestaban y luego se borraba mi pregunta. Quedaba sólo la voz de los entrevistados. En algunos casos leyendo algún fragmento de su obra o un poema. Cada entrevista tenía la duración de cinco minutos.

— ¿Qué características han tenido los homenajes a escritores y artistas plásticos que has realizado en teatros y centros culturales?
CP —
Durante más de quince años fui realizando actos de poesía. Luis Alberto Quesada [1919-2015] fue el que me inició; fui aprendiendo en la práctica el tema de la organización, los contactos, la planificación. Él había luchado en la Guerra Civil Española, peleó contra los alemanes en Francia, estuvo en un campo de concentración, del cual pudo escapar. Al regresar para unirse a la lucha clandestina, estuvo preso en España durante diecisiete años. Condenado a muerte, logró salir en libertad durante el gobierno de Arturo Frondizi. Bueno, aquí formé parte —por supuesto, siendo mucho más joven que él— del Instituto Argentino Hispano de Cultura Antonio Machado, del que él era el presidente. Casi todos los actos se realizaban en la Oficina Cultural de España. Allí organizábamos las conferencias, pero también presentaciones de libros y recitales. En el teatro de la Federación de Sociedades Gallegas o en el Teatro Margarita Xirgu efectuábamos los actos mayores. Los homenajes eran a los relevantes poetas españoles: Federico García Lorca, Antonio Machado, Miguel Hernández, Juan Ramón Jiménez, Rafael Alberti, Luis Cernuda, León Felipe... Las voces: María Rosa Gallo, Alejandra Boero, Alfredo Alcón, Fernando Labat, Alicia Berdaxagar, Juana Hidalgo, Onofre Lovero, Ernesto Bianco, Dora Prince, Livia Fernán… Eso significaba selección de poemas, ensayos, guitarristas, en fin, actos donde la entrada era gratuita y se llenaban las plateas. La colectividad, el sector republicano, y muchos amigos nos acompañaron. Más tarde organicé actos con Rocío Danussi, mi compañera, que lee muy bien. Ella le puso voz a los poemas de Alejandra Pizarnik y a los de Rosalía de Castro: están en el Museo de la Palabra y por Internet. Junto a ella y Osvaldo Cané hicimos “El amor en la poesía”, “Homenaje a León Felipe”, “Poetas rebeldes”, “Cuatro poetas y la libertad” , “Poetas surrealistas”... Muchos de esos actos fueron dedicados a Oliverio Girondo, Fernando Pessoa, Enrique Banchs, Rosalía de Castro, Eugenio Montale, Giuseppe Ungaretti, Blas de Otero, Gloria Fuertes, Fernando Arrabal, Raúl González Tuñón, Luís de Camoens, poetas gallegos medievales, Enrique Molina, Vicente Aleixandre, Conrado Nalé Roxlo, Francisco Madariaga, Bertolt Brecht, Pier Paolo Pasolini, Manuel J. Castilla, Jorge Luis Borges, Juan Gelman, Oliverio Girondo… Y a artistas plásticos: Rubén Rey, Miguel Viladrich, Adolfo de Ferrari… Algunos comencé a hacerlos durante la dictadura, en librerías, en trastiendas. Luego, en la inolvidable Sala Taller, en el Centro Betanzos de Buenos Aires, en La Gran Aldea, en la Sociedad Argentina de Escritores, en salones culturales de la capital e interior. Nunca hubo menos de sesenta personas en cualquiera de ellos. En 2009 realizamos con Mario Keegan, en la Biblioteca Popular Carlos Sánchez Viamonte, un homenaje a Antonio Gamoneda, Garcilaso de la Vega, Jaime Sabines, Fernando Pessoa, entre otros. El homenaje a León Felipe lo efectuamos en la Federación Libertaria Argentina, con más de doscientos espectadores, con un escenario en donde la silla de paja vacía era el lugar del poeta, la voz de Felipe, la música de Falla. Se entraba de a poco y se salía de dos en dos. El año: 1979. En primera fila estaban sentados Diego Abad de Santillán y Luis Franco. Entre el público, René Favaloro y el director cinematográfico José Martínez Suárez. Una emoción que aún perdura en mí. Pero el trascendente, el más importante es el que organizamos en el cincuentenario del asesinato a Federico. Nos llevó seis meses armarlo. Quesada era el Presidente de la Comisión. El afiche, que vendíamos para procurar fondos, era de Ricardo Carpani. Realizamos cerca de treinta y cinco actos en un mes. Conferencias, mesas redondas, recitales, muestras de grabadores y plásticos. Siempre lo pensábamos con música, a veces con baile. Guitarristas, flamenco. Mientras duró fue una maravilla, una alegría permanente, un placer inimaginable. Durante ese mes lorqueano artistas, poetas y pintores repartíamos claveles en las mesas de los bares en homenaje a Federico. Más tarde, el olvido.

— ¿Qué pormenorizado relevamiento nos trasmitirías de tu actividad radial en distintos programas y emisoras?
CP —
Trabajé mucho en Radio Nacional y en Radio Municipal, en diferentes programas culturales. Era una época donde todavía existían voces, magia, utopías. Hice, además, comentarios de libros para Biblioteca de Radio Nacional; nos reuníamos con amigos de la radio hasta la madrugada. Agustín Tavitián era un poeta que congregaba afectos, sueños y el gusto por el jazz. Muchas de las iniciativas en la radio fueron suyas. Fue un ciclo en donde intentaba llevar, divulgar autores pocos conocidos o autores nóveles. Estuve en ambas emisoras desde 1984 hasta 1989. A veces me llamaban como columnista en otras audiciones de las mismas emisoras o de Radio Belgrano, Radio Palermo, etc. En mis programas daba cabida sobre todo a autores argentinos, del interior o de principios de siglo. A veces abordaba la literatura griega o latina. Planificaba cada programa y a veces lograba tener un encuentro breve antes de cada audición para ir formando el clima. Fue un tiempo muy interesante, el país se abría a la democracia y se necesitaba fomentar aquello que estuvo censurado. Hablamos de libertad, de comunicación, involucrando al creador con su mundo. En Nacional llevé un programa que me gustó mucho: “Nuestros ilustres desconocidos”. Allí iban desde una profesora de ballet del Teatro Colón hasta el mozo de un bar que había sido extra en Hollywood. En Municipal, “Los intelectuales hablan en primera persona”. Esas fueron dos creaciones mías que tuvieron cierta repercusión en el mundillo cultural. Salían al aire una vez por semana, se dialogaba con amplitud. Sólo preguntaba, el entrevistado era siempre el personaje importante. Además, como te conté antes, invitados relacionados con la Feria del Libro, que por alguna razón no había podido entrevistarlos en el stand de la Feria. También, años después, conduje un programa de medicina por Nacional —“Curar en salud”—, pero éste era de la Fundación Favaloro y trataba sobre la prevención en salud.


— Leo en tu sitio de autor que has realizado viajes culturales a numerosos países europeos.
CP —
Sí, tuve la fortuna de viajar mucho. Siempre sentí una gran admiración por los eubeos, como Adriano. La literatura, como sabrás, no me dio dinero pero me otorgó prestigio y viajes. Casi todo el país lo recorrí dando conferencias, presentando libros, participando de ferias literarias del interior. Provincias de Chaco, Catamarca, La Rioja, La Pampa, Entre Ríos, Santa Fe, ciudades bonaerenses como San Pedro, Azul, San José, Pergamino, Chivilcoy, Mar del Plata, Tres Arroyos, Bahía Blanca, San Nicolás, San Antonio de Areco, son algunos de los sitios donde me invitaron en diferentes oportunidades. Casi siempre lo hice con Rocío preparando alguna lectura poética. Lo mismo ocurrió con invitaciones a Universidades o centros culturales en Chile y Uruguay. Estuve en La Habana, en Santiago de Cuba, en Paraguay. Con Europa no fue diferente. Fui invitado sobre todo a Galicia, Málaga y Madrid. He realizado quince o dieciséis viajes a Europa. Y nunca menos de un mes. Una vez allá —por mi cuenta— comencé a moverme, por amistades o por recomendaciones de escritores. Eso ocurrió en Oviedo, Málaga, Trieste. Después, como las distancias no son tan abismales como acá, y los contactos empezaron a surgir, llegaba a París o Londres o Edimburgo, a Roma o Sicilia, Viena o Colonia, Lubliana o Pola. A Marruecos, por ejemplo, desde Málaga. También quise conocer el Museo Hermitage, en San Petersburgo. De allí, Copenhague, Helsinki, Oslo, Tallín, Estonia, Berlín… Insisto: las invitaciones fueron muchas y también comenzaron a publicarme. Siento que en ciertos lugares de España o de Italia soy más conocido que aquí. Las invitaciones, además, las hacen incluyendo viaje y hotel. Como debe ser, por otra parte. A veces hasta con publicación. Ciocchini, Quesada, algunos profesores en su momento, me abrieron puertas, ciertas instituciones académicas hicieron lo mismo. Ahora, por ejemplo, he regresado hace dos meses de Trieste, otra vez, pues se está traduciendo mi obra poética al italiano. Antes había estado en Bérgamo, una ciudad de ensueño. De allí viajé a Bologna, a la Universidad de Letras, donde hay libros de mi autoría; un lugar lleno de belleza, cultura y emoción. Berger hizo que conociera el Palazzo Re Enzo. En ese mágico encuentro conversé con Rocío, en sus muros. Y de Bologna llegué a Rímini hasta la casa de Fellini. De allí, media hora en bus, y llegamos a la Serenísima República de San Marino. Y luego otra vez Roma. Uno viaja acompañado de lecturas, de autores, de conciertos, con obras pictóricas, con esculturas. Pocas veces soy turista. La cultura nos da, además, el descubrir mundos, imaginar. En los años setenta recorrí con Rocío casi todo Chile, durmiendo hasta en estaciones de tren y en hoteluchos. Todo es empezar y tener espíritu de aventura. Lo demás llega. Debemos pensar que el viaje es un viaje literario pero también un monólogo. El próximo año daré conferencias en Santiago de Compostela, en Betanzos de los Caballeros, en Madrid y seguramente otra vez, Oviedo. He firmado un contrato por un libro que se editará en los próximos meses.

— Es a quien forma parte del Centro Betanzos de Buenos Aires en su quehacer cultural a quien le comento: Manuel Dans, el abuelo paterno de mi esposa, Mirta, nació en la ciudad de Betanzos de los Caballeros; el hermano mayor de Ramiro, el padre de Mirta, Oscar Dans, y un primo de ambos, Osvaldo Dans, fueron presidentes del Centro, institución en cuyo restaurante he cenado varias veces.
CP —
Bueno, a Osvaldo lo conocí mucho, como a los Pita, a Andrés Beade y tantos otros. Osvaldo, cuando me veía llegar, se tocaba el pecho y decía: "meu Penelas, meu, meu". Hizo un trabajo muy importante en el Centro Betanzos, un hombre recordado. Era simpático, alegre y de suma generosidad. Además, un hombre valiente. Recordemos que Alfredo Bravo estuvo refugiado en el Centro durante la dictadura. Insisto, mi relación siempre fue muy buena y virtuosa en el amplio sentido de la palabra. Desde luego, mi relación con ellos es parte de mi vida, de mi orientación. Xeito Novo, su actual presidente Beatriz Lagoa y tantos seres entrañables, queridos, honestos, que fueron aportando ideas, compromiso y trayectoria. Cuando se cumplieron los cien años de su fundación —es el centro comarcal más antiguo del planeta— se hicieron festejos, vino el alcalde y funcionarios de Galicia, un coro de jóvenes, se publicó una edición en donde se reflejaba ese siglo de exiliados, de ex combatientes, de seres amantes de la libertad y la esperanza. Siempre fue un lugar de ideas, de cultura, un centro abierto, sin prejuicios. Me emociona ver la bandera republicana y el mural que realizó Juan Manuel Sánchez en su salón de actos. Es importante señalar que tiene un sello editorial que sigue creciendo. La sala de actos lleva el nombre del recordado Geno Díaz. Una historia de pasión, de compromiso, de amistad. Y de banquetes. Ahora están trabajando en la finalización de otra sede. Un maravilla, de verdad. Galegos somos nos.

— “Este poeta viene de Boscán” (Juan Boscán, español, 1487-1542) dejó asentado de tu hálito poético Ricardo E. Molinari. ¿Coincidís? ¿Por qué? ¿Y de qué otros poetas “venís”, Carlos?...
CP —
Había recibido cartas y frases auspiciosas de poetas y escritores a quienes admiraba desde adolescente. Pero bueno, en palabras de don Ricardo fue en su momento un estímulo enorme, impensable. Era muy parco con los elogios y en general huraño en el trato. Me llenó de alegría y respiré. Él ponderaba mucho mi poemario Cantiga, lo tenía en su mesita de luz. Poseía una formación muy sólida; desde la poesía primitiva galaico-portuguesa, la poesía del romancero español hasta la lírica inglesa e italiana. Al nombrar a Boscán evocaba el clasicismo, el humanismo, la influencia italiana en la poética española, pero también el hilo que va uniendo una trayectoria trascendente en la poética universal. Su ojo era muy sensible y descubrió esa fuente en mi poesía. Sí, coincido pues me unía a él —entre otras cosas— esa mirada de lo poético, esa búsqueda de lo clásico, esa pincelada evanescente. Estudié y leí, leí y estudié con pasión a los poetas medievales españoles, renacentistas y, por supuesto, la generación del 98 y la del 27. Ellos fueron fuente de estilos, de análisis, de estructuras formales. Y la poesía italiana de principios del siglo XX: Salvatore Quasimodo, Giuseppe Ungaretti, Pier Paolo Pasolini, Eugenio Montale, Cesare Pavese, Mario Luzi, Umberto Saba... Uno viene de esos poetas, sin duda. Pero sería injusto si dejara de nombrar a Giuseppe Bellini, Thorpe Running, Francisco Madariaga, José Filgueira Valverde, Enrique Molina, Eduardo Blanco Amor, Ernesto Sábato, María Elena Walsh, Frank Dauster, Raúl González Tuñón, Lily Litvak, Jorge Luis Borges, Xesús Alonso Montero, Manuel J. Castilla, Lucas Moreno, Germán Orduna, Lorenzo Mascialino y tantos otros que con sus lecturas o con sus consejos nos fueron formando el espíritu, la fineza interior, esa respiración sutil del poema.


— En homenaje al compositor y pianista español Enrique Granados (1867-1016) concebiste tu libro Valses poéticos. ¿Nos hablarías de él y de la edición príncipe —editio prínceps— de 1999?
CP —
No quiero ser reiterativo. En casa se hablaba de literatura, de política, de música, de pintura y de cine. Además de fútbol y de box. Se nombraba a Manuel de Falla, Joaquín Rodrigo y por supuesto a Granados: era un músico que se le nombraba, se lo escuchaba. En 1998 descubro, a través de Graciela Ríos Saiz (fundadora del Centro Coreográfico de Danza Española de Buenos Aires) los Valses poéticos. Y me fascinan. Los escucho, los escucho de día y de noche, me obsesiono. Y comienzo a escribir poemas durante cuatro meses, siete en total, cada uno según aquello que me iba sugiriendo cada composición. Así surge "Melódico", "Allegro elegante", "Vals lento"... Al tiempo, le propongo a Rafael Gil que ilustrara uno de los poemas. Luego de unos meses —había llegado a pensar que no le interesaba la idea— me viene a ver entusiasmado y me propone hacer una edición príncipe. Para abreviar: se editaron diez ejemplares, manuscritos por el autor con siete grabados originales de Rafael, estampados sobre papel Pescia de 300 gramos, todos numerados y firmados. Cada folio es de 38 x 34 cm. y el tamaño de la caja de madera (cuna) de 46 x 34 cm. En cada caja se pegó un grabado, cosa que nunca más se pueda realizar otra edición. Cada caja llevaba dos bisagras de bronce, el libro envuelto en una tela. El trabajo manual de cada libro fue de Gil, yo escribí uno por uno cada libro: los diez ejemplares. Una edición pre- Gutenberg. Rafael se quedó con un libro y yo con otro; ambos firmados como prueba de artista. El resto, los ocho restantes, se vendieron a coleccionistas privados o a instituciones. La Biblioteca Nacional de España y el Museo del Grabado de Betanzos los poseen. El Fondo Nacional de las Artes compró en su momento tres ejemplares que desconozco dónde están. Los otros pertenecen a coleccionistas privados. Se hizo una presentación en la Oficina Cultural de la Embajada de España, donde estaba presente el Agregado Cultural de la Embajada, funcionarios, profesores. En una vitrina estuvo en exposición un ejemplar durante un mes. Luego unos amigos realizaron una edición paralela al original, impresa, de quinientos ejemplares. La "vulgata", como se dice. Se agotó en poco tiempo, un año fenomenal, significó —además— dos viajes a España. Aquí pasó casi inadvertido.

— El compilador de la antología Poemas á nai te incluyó, y como único autor no nacido en Galicia, con el nombre Carlos Tome Penelas Abad.
CP —
Xesús López Fernández es un sacerdote gallego, de Ourense. Un gran lector de poesía y un estudioso de las letras galegas. Descubrió algunos de mis libros (se lo alcanzaron poetas amigos) y cuando formalizó la edición decidió incluirme. Como su nombre lo indica son poemas dedicados a la madre, y los autores son gallegos, una antología de poetas gallegos significativos que le cantaron a la madre a lo largo del tiempo. Me llamo Carlos Tomás, el segundo nombre en homenaje a mi abuelo materno. La edición era en gallego y mi nombre completo fue en galego: Carlos Tomé Penelas Abad. Mi padre, Manuel Penelas. Mi madre, María Manuela Abad. En Galicia, en muchas oportunidades me presentan como Penelas Abad, ellos usan los dos apellidos.

— No debe ser fácil hallar a otro argentino más imbuido que vos de la doctrina ácrata. Anarquía y creación es el título de un libro de 1997 del que sos autor.
CP —
Sí, estudié el tema en profundidad, me eduqué con una mirada libertaria, con una conducta que rechaza el totalitarismo, el dogmatismo, el populismo, en fin..., lo que ya sabés. Pero fundamentalmente conocí a muchos anarquistas, a viejos anarquistas que lucharon en la Guerra Civil Española, en Latinoamérica o en la Revolución Rusa. Compañeros de "La Protesta", de "La Antorcha", de "Brazo y cerebro". Anarquistas individualistas, naturalistas, anarco-sindicalistas, anarco-comunistas, tolstoyanos... Seres únicos, irremplazables. Por su trayectoria, su moral, su combatividad, su coraje. Eran vitalistas y por lo tanto uno aprendía hablando, escuchando anécdotas, hechos, mundos. El anarquismo no es una ideología, es un Ideal. Es complejo, es una posición que me agrada comentar. Anarquía y creación es en verdad una suerte de arte poética, una búsqueda de la mirada libre y amplia del acto creador, una transparencia desde la verdad y lo ético, el universo sin dogmas, sin límites, sin prejuicios. Me llevó mucho tiempo escribirlo, es un libro breve pero con intensidad. A veces fue utilizado, no sé si correctamente, en talleres y seminarios. Quise, además, extenderme en la formación del creador y del lector, una cultura que nos lleve a comprender la grande bellezza, la eternidad del objeto, la utopía de sabernos soñadores. Siempre afirmé que me sentía existencialista, camusiano. Eso y lo libertario hicieron el resto. La libertad tiene su precio. Nos sostiene la identidad, el asombro, los hijos, el mar, un mirada entrañable, la memoria de nuestros ancestros, la amistad. Y fumar una pipa tomando un café en un pueblo de Galicia. En soledad.

— ¿Qué prevés editar durante 2016?
CP —
Terminé de escribir en noviembre La luna en el candil de la memoria, un libro en prosa en donde hablo de un niño de familia gallega, de un niño que escucha hablar del exilio, de música, de revoluciones, de afectos, de nostalgias. Y cómo ese niño se integra desde lo mítico en un mundo rioplatense. Creo que es mi mejor trabajo en prosa, el lirismo me conforma, lo trabajé con fineza, con lecturas. Un libro de unas ciento treinta páginas pero donde hay huellas, respira. Firmé contrato con una editorial y lo presentaré en Buenos Aires y en Compostela. Eso es todo lo que puedo contar hasta ahora. El viaje a Galicia lo haré entre abril y mayo. De Compostela seguramente Betanzos, Gijón, Madrid. Espero la edición con impaciencia.

— ¿“El progreso de la tecnología y de las ciencias avanzan a la par que el embrutecimiento humano”? (Así lo afirmó Augusto Roa Bastos en su libro Contravida (1994).)
CP —
Lo traté bastante a Roa Bastos en Buenos Aires. Un ser cálido, sereno, especial. Creo que existen varios mundos paralelos. Uno es el tecnológico, que en general cualquier subnormal conoce y se siente feliz. Otro es el científico, un mundo que se aleja cada día más del hombre de a pie. Y el embrutecimiento es algo que lo sentimos todos los días. Ahora, que tengo unos cuantos años, más todavía. Generaciones torpes, analfabetas, que parecen simios, van sin destino, sin anhelos, aturdidos. ¿Todo es así? No creo, hay islas, pequeñas islas. Gente solidaria, gente creativa, pocos sin duda. Es un mundo de grandes contradicciones: la industria cultural, la imbecilidad al alcance de todos, la creencia en la pata de conejo o en el líder. Mientras yo escribo estas líneas hay hombres en el espacio, hay satélites, hay guerras, hay muertes. El mundo se ha vuelto, por momentos, más trágico, más diabólico. Y miro a mi nieto andar en su triciclo y creo que estoy equivocado. He escrito bastante sobre todo esto, no es fácil resumirlo. De algo estoy seguro: la ciencia sin ética no tiene salida. Y la tecnología sin humanismo tampoco. Lo que se vive en el mundo no es anárquico, es caótico. El anarquismo implica orden, implica autoridad, no autoritarismo. Veo simios con celulares en el colectivo, en el cine, en el teatro.

— ¿Coleccionabas figuritas, estampillas, banderines…? ¿Sos actualmente coleccionista de algo?
CP —
Era un gran coleccionista de figuritas, de revistas mejicanas, de escuditos, de bolitas. Pero sobre todo de figuritas. Una época de luces, de esperanzas, de inocencia. Hoy mi casa es casi un museo; ahora es Rocío quien colabora, quien compite, quien imagina sin límite. Es una mujer de un gran carácter y una gran imaginación. Se une en ella sensibilidad y talento. Podés ver en mi casa libros, pinturas, botellas de diversos formatos, cerámicas, pisa papeles, mascarones, fotografías, candelabros, títeres, relojes... en toda la casa, por habitaciones, corredores, baños. Casi no tengo lugar. Y cochecitos de juguete, sombreros, bastones, perchas de sastrerías, pipas, abanicos, barquitos de madera, platos...; una pesadilla que me acompaña y me protege. Nos protege. Talismanes sagrados para alguien que no cree. Un delirio. Bello, pero delirio al fin.

— ¿Qué habilidades, de las cuales carezcas, envidiás o envidiaste, te mortifican o te han mortificado?
CP —
Tengo muchos defectos, pero no soy envidioso ni me golpeo el pecho. Lamento no saber montar a caballo y no saber bailar tango. En realidad no sé bailar, me molesta no bailar tango. Soy en general torpe para las cosas manuales y los arreglos de la casa. No me desespera. Insisto con lo del caballo y lo del tango.


— ¿Te provocan algún tipo de interés “adicional” las novelas que se desarrollan en un marco histórico (por ejemplo: Trafalgar (1873) de Benito Pérez Galdós (1843-1920); Quo vadis? (1896) de Henryk Sienkiewicz (1846-1916); Sin novedad en el frente (1929) de Erich Maria Remarque (1898-1970); Yo, Claudio (1934) de Robert Graves (1895-1985); Las uvas de la ira (1939) de John Steinbeck (1902-1968))?
CP —
Me parecen obras donde lo histórico nos enseña a ver el presente, donde podemos descubrir aquello que no se quiso ver, donde las pasiones o la irracionalidad dominan la posibilidad de elección. No hay asuntos sublimes y asuntos triviales, es siempre el enfoque, el estilo, aquello que nos precipita a cierta inmortalidad de la obra, a ciertos crepúsculos o rostros. En los libros que mencionás la literatura no se vuelve literaria, hay un impulso vital en ellas que nos salva de la estupidez, de la mediocridad. ¿Cómo no nos va a enseñar Steinbeck o Graves? ¿Cómo no advertir en el mundo de Pérez Galdós o en Remarque lo podrido y decadente? Las obsesiones tienen raíces profundas en el lector y en el autor. Son libros, todos ellos, recomendables. Por su lenguaje, por su drama, por todo lo adicional que llevan en sí. Cuando yo era un dudoso principiante, Sienkiewicz me iluminó. El arte no puede prescindir del "yo". Leamos a John Berger, a Zygmunt Barman, a Sei Shônagon o a Cormac McCarthy y uniremos esa voz invisible que dialoga en la gran literatura.

— ¿Champagne o sidra? ¿Licor de huevo o anís? ¿Whisky o vodka?
CP —
Champagne y sidra, según el momento o la ocasión. Licor de huevo, seguro. Ni whisky ni vodka: vino tinto o blanco de Albariños.

— ¿Cómo te gustaría que te recordaran?...
CP —
Como una buena persona, como un ser sin dobleces. Como alguien que, además, amó la poesía e intentó que otros la amen.

— No dejaremos de mentar a tus dos hijos, ambos vinculados también con el arte.
CP —
Aquí habla el corazón. Mis hijos lo son todo. Emiliano, el mayor, hace cine, es director de fotografía, documentalista, profesor, fue jurado en Viña del Mar y en distintos festivales latinoamericanos, un muchacho de un talento enorme. Lisandro, el menor, es actor, director de teatro, clown, profesor de teatro. Es otro muchacho brillante, lleno de imaginación. Ambos son muy buenos lectores, lectores no sólo de cine o de teatro, se formaron con docentes de trayectoria, de formación ética y humanista. Cuando pienso en ellos recuerdo aquella frase de Pierre Boulez: "La creación sucede cuando lo imprevisto se torna necesario". Fueron muy buenos alumnos, responsables. Ya en el secundario se destacaban. Emiliano maneja muy bien el inglés y Lisandro el francés. Tienen una mirada amplia, sin dogmas. Pero sobre todas las cosas son generosos, desprendidos, solidarios, sin vanidades, sin soberbia. Se los quiere como seres formados, pero por encima de esto por la humildad sin bordes. Siento felicidad al saberme superado por ellos. Y soy inmensamente feliz al ver sus familias, sus chicas —inteligentes y sensibles—, sus hijos. Tienen lo mejor de la madre.

Rolando Revagliatti
Enero de 2016

Esta entrevista fue publicada en Palabra abierta, Humbral, Página cultural, entre otros sitios.

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