
Sainte Colombe, el maestro de música, el personaje que se nos queda para siempre, abandona las pompas mundanas y se recluye en su granja. Se entrega a descubrir los secretos de la viola de gamba. Se entrega a descubrir los secretos de lo interior, de lo puro, de la ética y de la estética de la creación. “Mi corte son los peces y los árboles” llega a decirle al enviado del Rey de Francia.
Busca a un único discípulo, uno sólo que comprenda el verdadero significado de la música. El verdadero significado del arte. Siente -este creador, este ser único- que es música el sonido del viento y el llanto de su hija. Que todo lo que lo rodea es música, es arte, es libertad. Se da cuenta y nos advierte “de los grandes equilibristas que son músicos menores” aunque lleguen –en general llegan y están todos allí- a ser músicos de Corte. Contra eso lucha en silencio, durante quince horas cada día.
Podemos hablar de una cuidada fotografía, de una producción culta. Pero debemos ver, más allá de cierto misticismo o tal vez a partir de él, la búsqueda del verdadera artista, la búsqueda desde su soledad. Contra el mundo, contra la imbecilidad y los arrastrados, contra los premios y las adulaciones. Eso, creo, nos trasmite el Señor Sainte Colombe en la cinta. Desde allí crece su temperamento, su rigor.
Pascal Quignard nos presenta en Albucius historias plagadas de sangre, de violencia, de abusos y de rebeliones. De rebeliones contra la autoridad, siempre. Rebelión contra la religión, contra el marido, contra el padre. Y contra los amos. He aquí un fresco de manías, temores y tristezas. Un libro escrito por un escritor culto, un imaginador arqueológico que nos presenta una mirada sin piedad. Me hizo recordar a Gesualdo Bufalino y su libro mayor, Perorata del apestado. Hablamos del destino, del carpe diem.
Carlos Penelas
Buenos Aires, diciembre de 2011
Comparto tu pensamiento... prefiero hablar de literatura... ¡Muy buena reflexión ! Cariños Marga.
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