El rinoceronte

by - viernes, octubre 01, 2010

In memoriam Francesc Sabaté Llopart, El Quico

Todo el que camine en dos pies es un enemigo

Sabemos, de sobra lo sabemos, qué significa el imperialismo o qué significa el capitalismo. Sabemos de sus guerras, de sus invasiones, de sus bombas, de sus engaños, de su hipocresía. Sabemos qué alianzas se tejen y se entretejen entre los distintos círculos económicos, su concepto de lo moral y de explotación. Podemos hablar de latifundismo, de subdesarrollo, de injusticia social. De relaciones entre supuestos enemigos y la venta de armas, genocidios, sindicalismo, vileza cotidiana de un sistema basado en la propiedad privada, la religión, la justicia y el ejército. Lo decimos y lo reiteramos para los supuestos revolucionarios, para los seres progresistas, para los camaradas de ruta, para los compañeros populistas y para los compañeros de saco y corbata. Para las víctimas y para los verdugos. Urbi et orbi.

Lo que en general no sabemos qué significa en realidad la palabra revolución. Conocemos el fascismo de derecha pero ignoramos o nos hacemos los distraídos con el fascismo de izquierda. Hemos visto la historia muchas veces, la señalamos hasta el cansancio. Pero sucede que un engaño se tapa con otro, el tiempo termina confundiendo cosas, olvidando, mutilando. Tergiversando. Y vienen nuevas generaciones, cada vez más incultas, más empobrecidas. Y la rueda continúa. Y nos olvidamos. De creer en la pata de conejo pasamos a creer en la Santísima Trinidad o en el Partido. O en el líder. Podemos creer en la Madre María o en Santa Evita. O en ambas. Todo es parte del pueblo. Lo contrario es el enemigo. (Los mitos estatólatras están a la vista).

Eugène Ionesco en El Rinoceronte nos habla, entre otras cosas, de la banalidad del ser humano, de la incomunicación en diálogos reiterados y disparatados. La rinoceritis es el fascismo que poco a poco lo invade todo. La obra fue prohibida en los EE.UU. por tener tendencia marxista. En la URSS por ser el pensamiento decadente de un autor capitalista. Acusado de ser agente de la CIA fue excomulgado por toda la izquierda bien pensante del mundo. Esa izquierda que nació, en su gran mayoría, sin columna vertebral. Recuerdo, exactamente julio de 1966, cuando un viejo militante libertario me contó su viaje a Cuba. Lo había realizado a pedido de libertarios cubanos, en 1961. Me dijo en aquella oportunidad. “Nació bien, quién iba a defender a Fulgencio Batista o la política de los Estados Unidos. Pero en ese tiempo ya se veía el autoritarismo, el comienzo de una deformación, la traición a ideales de verdadera libertad, el contrasentido, sus trampas.” Cincuenta años después el propio comandante afirma que el sistema ya no les sirve ni a ellos. Pero todo se justifica, todo se explica. También se explica –en nombre del socialismo y de la revolución latinoamericana- a las prostitutas de quince años.

Se explica la Inquisición, las purgas estalinistas, los fusilamientos, el hambre, la homofobia y las cárceles cubanas. Se explica el peronismo, el radicalismo, el militarismo, la dictadura de Uriburu, el populismo, el Terror de Estado y la guerrilla cómplice de sus cúpulas, las reuniones secretas entre jerarcas militares y jerarcas populistas. Se explican los fraudes, las relaciones comerciales, las mesas de dinero, la compra de hoteles o de campos. Las inversiones a cuatro manos, las operaciones de izquierda y de derecha. Todo se explica.

Rebelión en la granja, de George Orwell, es otro de los libros ejemplares. Su autor fue tratado de plagiario, de agente de los EEUU, de entregador, de espía. Orwell muestra en su obra, entre otras lecturas, la patética uniformidad de una sociedad, la mirada de la burguesía, la sumisión del ciudadano al poder. Y la corrupción que engendra el Poder en cualquier nivel. La mistificación.

Entre nosotros, los argentinos, el tema no es diferente. Tiene tal vez matices más criollos, auténticamente argentino. Mujeres que defendieron los derechos humanos, que ofrendaron sus vidas, que fueron símbolo de lucha y honestidad caen – con profunda tristeza lo escribo – en la obsecuencia, la ceguera, la irracionalidad. Desde lo ideológico: son parte del fascismo de izquierda. Recordemos, de paso, que tanto el franquismo como el fascismo tuvieron, internamente, sus corrientes de izquierda.

Jerzy Kosinsky escribió Desde el jardín, aparentemente un texto menor. No lo creo así, de ninguna manera. Quien haya leído Pasos, a mi entender su mejor trabajo, apreciamos en esta obra una imaginería fenomenal. En Desde el jardín lo absurdo es posible y lo real es falso. Lo cuenta con humor, con un humor desopilante y crudo. Una vez más, desde otro ángulo, la superficialidad del ser humano, la incomunicación, la superficialidad del mundo moderno. En Polonia, su país natal, fue acusado de antipatriota. Se le reprochó, además, su judaísmo. La historia es vieja como el mundo: se confunde anticomunismo con la contrarrevolución. Se sufre el agravio de calumnias, el furor de la irracionalidad y el fanatismo. Otra vez, entonces, aquí, entre nosotros. Llegan los disciplinados con sus pancartas: “lacayos del imperialismo”, “traidores”, “agentes del monopolio”, “golpistas”…

En nuestro país se confunde todo. (No puedo dejar de evocar los años en que conocí a Alfredo Bravo y a Graciela Fernández Meijide. Ni a un hombre íntegro, símbolo de una época única: Julio César Strassera). Hay páginas que podemos leer en torno a lo degradado, la consagración plebiscitaria, la psicosis de la servidumbre, las estrategias, las tácticas autoritarias, las consignas estereotipadas, las invocaciones al pueblo, al país, los grandes desvelos de burócratas. En fin. Desde hace siglos que la decadencia no tiene límite. El suburbio del peronismo ahora se une a los compañeros de la ortodoxia de Victorio Codovilla. O viceversa. Todo vuelve a ser tradicional en nuestra picardía criolla. (Hay bombos, para todos, señores. Retratos, cintas y gorras. Hay bombos para el caballero y para la dama, para el cabecita y para el empresario, para el villero y para el barrabrava, para el sicario, el policía, el obispo, el tercermundista y el estudiante. Hay bombos para todos, a no apurase. Retratos, cintas y gorras, a no apurarse).

Ponerse à la page con el canon académico. Entonces millonarios escandalizados (y descamisados) sueltan máximas, mitos, leyendas y proclamas. Todo es difuso; virilidad, monopolio de azul y blanco. Aparecen personajes bufonescos, patotas, descalificaciones, razones coyunturales. Aparecen los traidores y los exacerbados. Desmemoria, engaños, reacomodamientos, apelaciones, pasteleos. Verdades encadenas y mafias proliferantes. Entonces viene Darío Fó. Muerte accidental de un anarquista y Misterio bufo. Allí la crítica otra vez a las mascaradas; desplazamientos, fachadas, infiltrados y categóricos. Unidos en una suerte de carrosel con ángeles y banderas. Bonapartistas, entre los dioses de la venganza y las recepciones palaciegas. En negro, financiando en negro. En nombre de la moral, la dignidad, la patria. Comprando acciones, comprando tierras, comprando bancos. Siempre en nombre de una epopeya liberadora. Situaciones surrealistas y absurdas, entre la ironía y la acidez. Como en los textos de Swift.

Todos los animales son iguales.

Carlos Penelas
Buenos Aires, octubre de 2010

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