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Carmen XXII
Ordéname este sueño, mi dulce Clodia,
pues tu inconstancia y tu desdén
aniquilan el deseo del lecho.
Debo confesar que hasta aquí llegamos.
He amado tus vestidos en silencio.
He besado tu desnudez como nadie.
En tu cabellera y en tus ojos, la noche
conquistó las faustas estrellas,
nombres que secretamente
confesamos al oído.
Pero ahora, debo tomar la nave
que me lleva a una playa distante.
Y no quieres venir.
El engaño o la inconstancia
no son para los amantes que despliegan
la sorda tempestad de lo eterno.
Ni para el poeta que eleva su copa
protegiendo la rosa y los jardines.
Carlos Penelas
Buenos Aires, octubre de 2010
Ordéname este sueño, mi dulce Clodia,
pues tu inconstancia y tu desdén
aniquilan el deseo del lecho.
Debo confesar que hasta aquí llegamos.
He amado tus vestidos en silencio.
He besado tu desnudez como nadie.
En tu cabellera y en tus ojos, la noche
conquistó las faustas estrellas,
nombres que secretamente
confesamos al oído.
Pero ahora, debo tomar la nave
que me lleva a una playa distante.
Y no quieres venir.
El engaño o la inconstancia
no son para los amantes que despliegan
la sorda tempestad de lo eterno.
Ni para el poeta que eleva su copa
protegiendo la rosa y los jardines.
Carlos Penelas
Buenos Aires, octubre de 2010
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