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Carlos Penelas

Hace unos días descubrí un artículo que escribí hace tiempo. En esta tierra parece que nada cambia. Volvemos sobre hechos vividos como una pesadilla. Desde ya que el mundo se modifica vertiginosamente. Por los años 70, don Diego Abad de Santillán, a quien tuve el honor y el placer de tratar con asiduidad, me dijo: "Penelas, un siglo ya no es un siglo. Lo que ocurre en cinco años antes ocurría en un siglo". Pienso, desde mi escritorio, que ahora deben ser tres años. La IA, los cimbronazos de la ciencia, de la tecnología, han modificado todo. Todo es todo. Conducta, moda, alimentos, aspectos culturales, economías, tendencias ideológicas, formas de vida, el abandono silencioso de los desempleados, redes sociales, nuevas formas laborales, criptomonedas... y lo que usted desee agregar. En esta tierra sin embargo parecería que siempre giramos en torno al populismo, lo mágico, una esperanza imbécil, un juego de palabras que asombra por la fatuidad. Gobiernos, pueblo, intelectuales... "Hablar es escuchar", decía Heidegger. Aquí, amable lector, no necesariamente es así, Siento que en el universo actual tampoco. La fantasía argentina no tiene parangón. Puedo equivocarme. La gran mayoría de nuestros políticos son impresentables, camanduleros. Leamos a Bourdieu, a Foucault, a Chomsky... Los de otras regiones no son mucho mejor, pero son en lineas generales otra cosa. No mucho más, pero diferentes. No sabemos distinguir entre la literatura decorativa y la literatura rigurosa. Una historia falsa se sostiene en un contexto determinado. Los engaños sistemáticos parecen ser una cuestión de fe. En la Santísima Trinidad o en la pata de conejo los barra bravas. Y las historias se olvidan, se desconocen, se mutilan, se disfrazan. La ignorancia, la mala costumbre, la pobreza interior y exterior es palpable. La corrupción en esta tierra es estructural, tiene raíces históricas. Por favor, no lo olvide. Y los vaivenes políticos, jurídicos juegan al gallito ciego. Aquí va el escrito de hace años. Casi me olvido, caro lector, puede releer a Max Weber. Si le interesa el tema del poder y esas minucias.

Foto: Emiliano Penelas

"Sabemos, desde siempre, que la cultura se diferencia de la ilustración y de lo erudito. Que la sensibilidad es parte de la belleza, que el buen gusto requiere tiempo, reiteradas búsquedas, comparaciones. Y que lo ramplón nos genera estupidez, burocracia, premios. Un poeta siempre vive en el amor, en la pasión, en lo insurrecto. Es generador de aventura, es creador de fantasías. De lo contrario no es un poeta. Puede ser un oficial de justicia, un contador o un boticario. Puede ser un funcionario administrativo, pero nunca un poeta. El poeta tiene imágenes, percepciones, sueños. Y ve – lo siento caballeros, lo siento – lo que muchos no pueden ver. No es casual que en los años setenta algunos de nosotros, muchachos, sabíamos de "Cahiers du Cinéma". Y lo sabíamos, en parte, por "Tiempo de Cine". Se hablaba de técnica e ideología; nos hacía reflexionar Jean-Louis Comolli. Vengo, lo dije muchas veces, del Mayo Francés. Soy un hijo de ese movimiento, de esa historia. En esos años tomábamos facultades, participábamos activamente de dos y tres manifestaciones por semana, imprimíamos volantes y folletos, pintábamos en los muros leyendas subversivas, llevábamos en el portafolio revistas sediciosas, poemas de la Guerra Civil Española y bombas molotov. Y “la política golpeaba las puertas de los cines”. Se hablaba de la complejidad de lo cinematográfico como de la complejidad de los nuevos modelos en plástica o literatura. Hoy volvemos a pensar eso.

Hace un tiempo, nos visitó Tzvetan Todorov. Fue importante su presencia. Y fue fundamental su mirada sobre una sociedad que no quiere conocer su historia. Con la memoria no basta nos dice, la ilusión maniquea no es buena, nos dice, no hay compartimentos estancos. “Comprender al enemigo quiere decir también descubrir en qué nos parecemos a él”, escribe.

Hablamos de hipocresías, caballeros. De montajes de espectáculos, señores. De aventureros mass mediáticos. De imágenes que se construyen porque son distintas a los políticos profesionales. De la honradez del devocionario. Que mienten, que engañan, que proponen. Y dicen y prometen. Que mienten como ladrones. Miseria del lenguaje, de bastardos. Sin remilgos. Olviden. No dicen estructuras. Estafan y son estafados. Con la moralina de “políticos decentes”, “militares patriotas”, “empresarios honestos”, “sindicatos participativos”, “intelectuales éticos”. Zonas de fraude y sacralidad. Plagios. Crean la sobreactuación como aquella Mani Pulite. Fascina el engaño, la esperanza, el novio perfecto y la señorita casta. Mecanismos ocultos que construyen el poder, las sectas. Me repliego, nos replegamos. Y crece el fetichismo organizado. Pragmático, compañeros, de rodillas. Y meta cumbia y redoblante.

Hagan juego, caballeros, hagan juego. A la genuflexión, al oportunismo. Con el sayo del tecnócrata. Seamos asépticos, burócratas, dispendiosos. Seamos populistas, oligárquicos, militaristas, nacionalistas, reformistas, cagones. Eso, por sobre todas las cosas, seamos cagones. La picaresca criolla. A engañar, a la política mezquina, realista. Seamos imbéciles, deshistorizados. Seamos beatos. A emplear la sexualidad mecanizada, a levantar las banderas de una sexualidad empobrecida, institucionalizada, castradora. Hermenéutica y promiscuidad. De la eficacia hablan los caballeros. De la eficacia de los placebos, de las armaduras góticas.

Para pensar, amigo lector, para dar vuelta a la veracidad y a la idealización. Para ser irrespetuosos. ¡Ah, el olfato del predestinado! Y el guiño sobrador de estos pillos. El sainete es nuestro género. El mejor eslogan de la confusión es ese saber político, reaccionario. Se hace evidente. Hay que descubrirlo. Nos constriñen. ¡Ah, el estilo de vida! ¡Ah, los modelos!

Viven en sus ficciones. Territorios de la abstracción. Representan las estrategias; ante la declinación de la cultura política la autoexclusión. Sórdido, señores, sórdido. Contra los exaltadores optimistas, contra los que pontifican desde lo anacrónico. Todo se manipula. Burocracia sindical, ídolos, asesores de imagen. Cosmética emocional o simbólica. Se recluye, se privatiza al sujeto social. Se lo atomiza. Crecen los discursos sin teoría. Se consume, se seduce. Y crece el chisme, el mentidero para explicar “la realidad”. El cotilleo. Una trituradora de lo efímero, el vacío teórico que esteriliza.

Comencé hablando del amor y de un proyecto cinematográfico. Sobre eso edificaremos una mirada, una forma diferente de sentir. Tal vez no nos equivoquemos al pensar que hay un mundo insurrecto, vital, que desea otra vida. Por el momento la mentira, el engaño, la demagogia, el populismo, el descaro. Recuerdo cuando mi padre decía: "Fulano de tal es un hombre serio." ¿Qué significa esta palabra, este símbolo, en estas horas de ultraje, robo y corrupción? Aquí y en el mundo. Pero seguiremos, seguiremos. Las estrellas brillan en el infinito, el mar sueña los vientos de la aurora, la luna es más bella. Seguiremos por nuestra conducta, por nuestra conciencia, por nuestra voluntad ética."

Carlos Penelas
Buenos Aires, 27 de julio de 2025
lunes, julio 28, 2025 No comments
Argentina tuvo su esplendor entre finales del siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX. Inmigrantes europeos, construcción de escuelas, hospitales, universidades. Arquitectura francesa, museos, palacios, plazas, clubes. Por supuesto había desigualdades sociales pero el país estaba entre las diez economías mejores del mundo, entre los países más progresistas. Una gran educación pública y casi sin analfabetos. Luego vino la Semana Trágica, luchas sociales donde se marcaba desigualdades. Pero era un país creíble, con dirigentes honestos y una visión de país. Había corrupción, por supuesto que la había. Con una escala – sin rubor – de índices razonables. Gobiernos corruptos y malas administraciones vienen de tiempos inmemoriales. Pero hubo épocas demenciales. Estos años, reitero, el país crecía, se vivía mejor que en Europa. Hasta los años 50 llegó al país fuertes inmigraciones de España, Italia, Francia, Inglaterra, Polonia y demás países europeos. Luego Argentina comenzó a caer, a desdibujarse, a deslizarse silenciosamente. Y se fue conformando una sociedad cómplice, burda, mediocre.

Foto: Emiliano Penelas

La situación Argentina es compleja. Hace unos años estando en España, más concretamente en Betanzos de los Caballeros, en una cena – luego de dar una conferencia – unos amigos me preguntaron qué pasaba en Argentina. Con humor, uno de mis dones, les pregunté si me podían escuchar hablar de fútbol y su relación con el país. Un tanto sorprendidos guardaron silencio. A los cinco minutos la esposa de un escritor me dice: “¡Pero así no se puede vivir!”. A lo cual respondí: “¿Desean que les hable de política y de la situación social?”

El peronismo es una suerte de virus cambiante, una suerte de medusa. Hay una narrativa del engaño. Sucesivas caretas, pujas discursivas. Habló y habla de justicia social, de pobreza, de necesidad para los más humildes. Cada gobierno populista tuvo su sello. El peronismo nació con la base de Mussolini, con los dictadores latinoamericanos, con el refugio de criminales de guerra nazi, con la mirada puesta en el franquismo, en la judeo-fobia, con la persecución a socialistas, liberales, comunistas, social demócratas o simplemente a todo aquel que no se afiliaba al partido. Esa es su naturaleza, lo llevan en el ADN. Fue populista, regalaba bicicletas, pelotas de fútbol, vacaciones. Fue comprando todo. Sindicatos, escuelas, colegios. dilapidó. Vinieron golpes militares, la oposición nunca estuvo a la altura de las circunstancias. Pero el mito, la leyenda ya estaba creada. Perón era el líder, el padre. Evita la Santa. Sobre esta base se construyó un sistema de vida, de engaños, de corrupción. Cada uno con sus aportes, sus vicios, sus compromisos. El Estado fue creciendo de manera inimaginable. Y se conchabaron puestos en municipalidades, en gobernaciones, en intendencias. Todo en familia: padres, hijos, nueras. El Estado daba todo. El Estado era un Dios. Una sociedad fue cómplice. Pocos criticaban y no querían ver. Por ignorancia, por complicidad, por vergüenza. Motivos sobran. El peronismo y sus acólitos dieron vuelta la taba.

Los tiempos fueron cambiando pero en Argentina no. El mundo tomó otro sendero, otro rumbo. Aquí creció la pobreza, la indigencia, el desamparo. Y el ciudadano se fue acostumbrando. En lo cotidiano, en el vivir cotidiano. Lo anormal se lo veía como normal. La desvergüenza, la viveza criolla, la picardía hizo su trabajo. Poco a poco se degradó el hábito del vestir, se pensó que el ser pobre era digno, que la pobreza era importante. La izquierda, que supo ser brillante, con grandes hombres e intelectuales, cayó en ese juego mediocre y mezquino. Todo y cada cosa se fue convirtiendo poco a poco, como una media que termina dándose vuelta. Como un guante al revés. El lenguaje, la educación, la salud, el decoro se extravío en su laberinto, de manera sistemática.

Y entraron ellos, los nuevos peronistas, los K. Una variante feroz. Una estrategia del mal. Allí Néstor y Cristina. Y la corrupción y el dislate lo copó todo. Actores, luchadores sociales, intelectuales, comerciantes, políticos. Sin pudor opinaron como si fueran de izquierda. Como si hubieran luchado en las épocas más trágicas de nuestra dictadura militar. Muchos de sus seguidores lo habían hecho, pero ahora venían puestos en el gobierno, casas, coches, fortunas, viajes, empresas. Los Kirchner cavaron en lo más humillante, en lo peor de cada argentino. Muchos años atrás, Luis Franco, uno de los grandes poetas e intelectuales argentinos – con quién me formé – escribió que la gran visión de Perón era haber descubierto un peronista en potencia en el fondo de cada argentino. No lo olvide, amigo lector, no lo olvide.

Ahora empieza a salir a la luz: autos de lujo, yates, vacas, diamantes, rubíes, prostitutas. Ellos mismos se mostraron en revistas o por televisión. La desvergüenza y las justificaciones eran surrealistas. Hablamos de country, de millones de dólares, de cuentas ocultas, de personal trainers, de clases de golf particulares, de peluqueras… Arrogantes avanzaron con desvergüenza. Además generaron una campaña del miedo para la oposición: desde que volvía la dictadura militar hasta que no les iban a pagar los sueldos de diciembre, etc. Etc. El problema no era el robo o la estaba, el problema era aquel que se lo había descubierto por “boludo”. En Argentina se rompió todo. Reitero: en Argentina se rompió todo. Vemos gente durmiendo en la calle, en pleno centro. Gente comiendo de los tachos de basura. Niños por las calles siguiendo a la buena de Dios a mujeres desamparadas por el hambre, por la droga o la prostitución. Un 40 % de pobres, de indigentes, chicos que no saben leer, adolescentes que nos saben leer ni escribir. La burbuja peronista no existe más, salió a la luz. Y un pueblo tomo conciencia de ello. Por eso votaron a Milei, no es un voto ideológico, es voto contra la impunidad, el hambre, las cloacas que no se hicieron, terrenos usurpados, colegios en derrumbe, hospitales con serios problemas. Si hubiera estado el Pato Donald lo hubieran votado. Es lo que está ocurriendo en Latinoamérica. Se vota en contra…¿es la solución? De ninguna manera pero no había opciones. Vivimos un desequilibrio sumamente delicado, es un paisaje por momentos irreal. Y todo adquiere una enorme densidad simbólica. El pase de facturas por la derrota ya llegará. El peronismo sufrió una derrota electoral mayúscula. Hoy tiene una fragilidad escandalosa. El silencio de sus dirigentes es atronador.

Hace dos años nadie sabía quién era Javier Milei. Un outsider. Apareció como una suerte de rockero, con una motosierra, con disparates de magnitud: venta de órganos, compra libre de armas de fuego, posiciones desopilantes en torno a derechos humanos o a personajes de la política. Y prendió en una sociedad enferma, en una sociedad harta de politiquerías, robos. Engaños y discursos humillantes. Sin partido ni estructura ni sedes fue ganando elecciones. Desafió a periodistas, al Papa, al stablishment cultural, al círculo rojo. También cambió en ciertas declaraciones, comenzó a gritar menos y opinar o desdecirse. Ya estaba instalado. Es un político de derecha, sin duda. El 56 % de votos que obtuvo fueron en su gran mayoría en contra del dislate de una “casta” política, de una “casta sindical, eclesiástica, empresaria, universitaria…” y eso la gente lo entendió. Luego veremos, el 10 de diciembre asume como presidente. Cambian los tiempos, se saludan enemigos, la hipocresía la observamos con un nudo en la garganta. Un país sin salida: un país enfermo de pobreza, de espíritu, de esperanza. Décadas para sobrevivir de esta decadencia. No veré otro país, no sé mis hijos. Todo está bajo la lupa, alfiles de gobernadores, presos, mercado de droga, policía, fraudes reiterados, asesinatos por un celular, asociaciones ilícitas, sacerdotes tercermundistas, fallos revocados, una derecha que pone su pie…lo demás dígalo usted, querido lector. Lo irracional y lo racional toman sus tiempos. Y suelen confundirse.

Recordaremos una breve cita. Nos calza. Para abordar los problemas y los alcances de la corrupción en los siglos XIX y XX , Gemma Rubí Casals y Luis Ferrán Toledano brindan una síntesis valiosa para nuestra mirada. “¿Por qué historiar la corrupción política? Pensamos que sirve para entender las variaciones producidas en las visiones del mundo sobre la buena vida, los intereses públicos, la función y el lugar del gobierno, así como el papel de la integridad o del vicio en las cambiantes esferas públicas y privadas. Es mucho más, por tanto, que malversar, prevaricar, cohechar, defraudar, falsificar o traficar influencias. El significado de la desviación ha mutado en el tiempo y entre las distintas sociedades. Las percepciones del abuso, del bien común o de los beneficios privados son construcciones sociales concretas, proceden de evaluaciones morales cuyo tenor depende de procesos de impugnación y de conflictos acaecidos en espacios y momentos precisos”.

Carlos Penelas
Buenos Aires, 23 de noviembre de 2023
jueves, noviembre 23, 2023 1 comments
Que morir vivo es última cordura
Quevedo


Debo aclarar que nunca he sido pesimista ni depresivo. Confesado estos defectos es lógico reconocer que no es fácil no serlo en estos días, en este territorio. Y en el mundo. Argentina hasta la década del ´50 conservó la fachada, a partir de entonces todo comenzó a deslizarse lentamente. Corrupción populista, mutaciones, masas fanatizadas, gestos y picardía criolla fueron invadiendo espacios de la vida cotidiana. Luego ineficacia, gobiernos de aliados y enemigos, dictaduras militares, prepotencias, modales florentinos, terapias, generaciones traicionadas, seducciones, mirada eclesiástica, geografía de la miseria, polvareda y pancartas.

Los últimos años – hablamos de veinte – todo se aceleró. Una sociedad – salvamos por supuesto sectores, nichos, rincones – se fue convirtiendo en parte de la barbarie. Una sociedad que se empobreció en absolutamente todo: vestimenta, alimentación, cultura, empleo, estudio, ideales. Las decoraciones fueron cayendo poco a poco. Los chantajes se hicieron groseros, las moralinas cayeron en cada habitación. Las apelaciones resultaron día a día de una caradurez insólita. Lo pragmático, las insipideces, fueron cobrando fuerza en una sociedad que se hundía en un desguace fenomenal. Y la falta de criterio unido a las mutilaciones conformaron un argentino de colección. Cada acto fue enfático y lamentable. Vocabulario, situaciones pringosas, pactos mafiosos. De la pechera almidonada se pasó al tatuaje, la pornografía y la imbecilidad. El vecino se acostumbró a las entonaciones melodramáticas de una presidente, a matones sindicales, a caballeros cómplices y conversos, aggiornamento feminista, pobreza sin escalas. Una pobreza que hace temblar: en las calles, en las villas, en los barrios. Asaltos, robos, vejaciones, heridas, muertos, violaciones, crímenes. Y la invasión a Ucrania por el nuevo zar Putin. Y la cháchara, lo difuso, el chovinismo. Todo junto y más. Estas son partes de las imbecilidades o las miserias del poder. Y entró en cada hogar, en cada escuela, en cada club, en cada micro, en cada plaza, en cada bar, en cada estadio de fútbol. Lo vemos, lo sentimos, lo olemos. Y allí está lo cotidiano, la desolación, diputados, alcahuetes con los ojos en blanco, intendentes supuestamente macizos, claros, visionarios. Escruchantes con hombreras deshilachadas y putitas con medias Cervin.

Esto es parte del delirio nacional y popular. Y cada uno atiende su juego. No nos olvidemos que hay grandes torres, casino, bancos y restaurantes de lujo. (Otra vez, lector no se engañe, no mire la fachada, no escuche los susurros o los monólogos.) El país se fue convirtiendo en esta cosa difusa donde ladrones sin escrúpulos gozan de carnalidades – de una y de otra – de helicópteros, aviones y buena salud. Todo es versátil y patotero al mismo tiempo. Guiños, complicidades, mutaciones. Sin prolijidad, a lo bruto. Cretinos. Porque son ignorantes, son necios, son intelectualmente lamentables. No se miran al espejo, se sienten majestuosos. Decadentes, entonces. Destrezas circenses en medio de un lupanar. Sin sutileza, como las señoras aseñoradas de mi infancia. Caballeros: acá se zurcen testamentos y aberraciones sin el mínimo pudor. Entre bambalinas, tango y sainete. Tenemos, además, una izquierda cholula y precaria que marcha sin destino, escurridiza, impregnada de populismo del Tercer Mundo. Resumiendo: un poder tilingo para un pueblo tilingo. ¿Todo el pueblo? No. Hay gente de bien, hay cineastas, actores, intelectuales que siguen a pesar de todo. Como cientos de empleados o comerciantes o vecinos que anhelan otro país, otra sociedad. En ellos uno pone la esperanza para que en una o dos décadas se cambie un cuerpo enfermo. Hoy vivimos entre el Riachuelo y la Isla Maciel. El deslizamiento fue feroz, no escamotemos la realidad. Nada de lo que escribo en esta página es desproporcionado. Siempre rechacé los jadeos y prefiero eludir la pasión. Las estratagemas canónicas están a la vuelta de la esquina.

Carlos Penelas
Buenos Aires, abril de 2022
martes, abril 26, 2022 1 comments
“Todo está dicho, pero como nadie escucha, es preciso empezar continuamente”
André Gide

Foto: André Kertész


Estimados lectores, me despido del año recordando un artículo que escribí en 2005. La cita de André Gide es la misma. Hay datos nuevos. Ejemplos: la pobreza en Argentina, este año alcanzó el 40,6% de las personas y al 31,2% de los hogares, según datos del INDEC. La indigencia llegó al 10,7% y al 8,2 %, respectivamente. La inflación es del 52,1% interanual. El más elevado de América Latina después de Venezuela. Leemos un informe: "Al no poder acceder a comprar dólares en el mercado oficial -que además de estar restringidos a US$200 por persona por mes tienen tasas que hoy alcanzan el 65%- las empresas y los ahorristas se vuelcan a los mercados paralelos, el más famoso de los cuales es el informal, llamado localmente el "blue". La educación en Argentina cayó a límites inimaginables. Hay más datos. No quiero aburrirlo, no es mi intención ser molesto. Esta es nuestra situación. si le sumamos corrupción, inseguridad, hipocresía, relatos y mitología más los problemas tremendos en sanidad, el cuadro es sencillo de entender. Pero veamos lo publicado en junio de 2005.

El primer paso hacia la cultura es la educación. La demagogia populista o el autoritarismo – tenaces siempre – denuncian con saña lo que ellas denominan el elitismo cultural. Sabemos que la gente de la cultura no merece la atención mediática ni goza de las prebendas de los políticos, los deportistas o las modelos. “Es muy difícil salvar a una civilización cuando le ha llegado la hora de caer bajo el poder de los demagogos”, escribió Ortega y Gasset.

Todo corre el albur de parecer inútil o superfluo. Ayudado por la miopía gradual la ceguera se hace carne en la sociedad. Las nuevas generaciones – embrutecidas, destrozadas, ausentes – creen en Internet, una nueva fe. Irreparablemente vamos siendo un destino, una rutinaria indiferencia. Una confidencia de cualquier autor clásico la sentimos inmediata, necesaria para nuestro existir.

En Amor líquido, la última obra del sociólogo polaco Zygmunt Bauman se reflexiona sobre el modo en que los hábitos de consumo modelan cada uno de nuestros sentimientos. Tanto hombres como mujeres – machos y hembras – analizan sus afectos en términos de costos y de duración. Es una mercancía con plazo de vencimiento. “El deseo, escribe, es el anhelo de consumir. De absorber, devorar, ingerir y digerir, de aniquilar. El deseo no necesita otro estímulo más que la presencia de la alteridad.”

Robert Crassweller definió como el misterio político más grande del siglo XX: “el fracaso de la Argentina como Nación”. Todos sabemos de la existencia de instituciones jurídico-políticas meramente formales, cáscaras vacías. Desde los años anteriores a nuestra Independencia hay hilos conductores. Y un sistema de impunidad en todo. La decadencia se adueña de la escena. La corrupción se transforma en un movimiento nacional. Por adentro y por afuera de los partidos políticos. La tarea se vuelve sin duda más difícil de lo que podemos imaginar.

El aprendizaje como lo hicieron los clásicos grecolatinos o los hombres del Renacimiento resulta desproporcionado en estos tiempos. Los maestros del pensar han quedado en el olvido. Las pocas voces que se elevan con sabiduría y ética no llegan. Lo esencial se nos va escapando. El paraíso de la globalización empieza a tener fisuras. Los ejemplos en nuestro país sobran: desnutrición, analfabetismo, asesinatos, droga, desocupados, hambre, grosería cotidiana. Lo patológico instalado en un decorado manifiesto. Lo paradójico es la inmovilidad, un mundo en que la fuerza y la necedad se hallan de un mismo lado. Siempre. El pesimismo de fondo entre la mala fe y la buena conciencia. Y hay más.

Sartre escribió hace varias décadas: “Hay algo que falta en la vida de la persona que lee, y esto es lo que busca en el libro. El sentido es evidentemente el sentido de su vida, de esa vida que para todo el mundo está mal hecha, mal vivida, explotada, alienada, engañada, mistificada, pero acerca de la cual, al mismo tiempo, quienes la viven saben bien que podría ser otra cosa.”

Estas breves líneas es un vago intento de buscar contenidos o significados en una sociedad enferma, donde los conflictos del individuo no hallan puntos de equilibrio. El intelectual nunca está de acuerdo con el mundo, y es lógico y sensato que así sea. El arte es simbólico, lo mismo que la naturaleza y el corazón de hombre. El creador se interesa por la responsabilidad de las formas. Lleva la mirada de la ética y de la estética.

El gran dramaturgo irlandés, Samuel Beckett, expresó en su prosa poética Rumbo a peor: “No hay futuro en esto. Por desgracia sí.”

Carlos Penelas
Buenos Aires, diciembre de 2021
lunes, diciembre 20, 2021 No comments
“Mueran los blancos, los ricos y los que saben leer” enarbolaba José Tomás Boves, conocido como El León de los Llanos y también como La Bestia a Caballo. Nada es novedoso en estas tierras cargadas de brutalidad, resentimiento, masas amorfas y populismo sin fin. Nada es novedoso en la demencia o el extravío. Recordemos que José Tomás Millán de Boves y de la Iglesia nació en Oviedo en 1782 y murió en Urica, Venezuela, en 1814. Valiéndose de resentimientos sociales de las clases más retrasadas, más pobres – abusos y explotación de la aristocracia criolla – desencadenó una feroz ofensiva contra los ejércitos independentistas. Ejemplos similares tenemos en América en todas las épocas. Hasta hoy, por supuesto.

Koen Wessing

Desde mi adolescencia releo a Pirandello, Thoreau, Ionesco, Swift, Montale, Quevedo, Twain, por citar unos pocos. El Antichton o la antitierra es un lugar místico de cuya existencia Pitágoras nos dejó un testimonio. Antichton es un país al revés, definitivamente negado e imposible para los seres humanos. Allí existe el mundo del revés. La nieve cae hacia arriba, los árboles crecen hacia abajo, el sol luce negro, los habitantes son gente de dieciséis dedos que entran en trance bailando... Se decía que ellos no podían venir hacia nosotros ni nosotros hacia ellos. Era lógico, desde el absurdo. Más tarde, todo el medioevo habló de “el otro lado del globo”. Para los griegos -recordemos- el hemisferio sur estaba deshabitado y era inhabitable.

Pero vamos a nuestro título. Todo se encuentra en el pasado. La felicidad, los años plenos, la revolución, los grandes líderes a quienes hay que amar, besar sus pies, admirar y, en lo posible, imitar. Se forman templos, iconografías, leyendas, mitos. Lo ideológico tiene su base en lo religioso, es un tema de fe, de creencia, de Misterio bufo. Y de conversos. En nuestra historia está el mesías – para algunos llegará más tarde – lo evangélico. No importan las hogueras, las horcas, las torturas o las pesadillas de hambrunas o decapitaciones. No importa la sangre de Moscú, China, Libia, Somalia, Uzbekistán, Qatar, Venezuela, Nicaragua o Cuba. El engaño de los populismos y las revoluciones redentoras viene de esta concepción: sobre una idea noble se establecen dictaduras, demagogias, engaños, persecuciones, exilios. Allí juega un papel fundamental el sentimiento melancólico. Por eso el mito está en el pasado, la utopía es del pasado.

“El Papa es el líder del populismo mundial”, nos explica Juan José Sebreli. Y agrega “toma la pobreza no como una carencia sino como una virtud”. Podemos hablar de incienso eclesial, de apóstatas, sotanas impolutas. Argentina tiene el populismo más viejo de América Latina. Es imprescindible señalar que cuando uno dice populismo, dice también melodrama, teatralización y una suerte de exorcizarlo todo. Aparecen catequistas, mercenarios, épicas simbólicas. Y “bellas almas”, por supuesto. Ninguna evidencia puede vencer al mito. Ninguna. Piadoso lector, debemos recordar a Cicerón. Según su saber y entender debemos cultivar la virtud para forjar una sociedad que “es el tesoro de todas las cosas que los hombres tienen por dignas de ser deseadas, como la honestidad, la gloria, la tranquilidad del ánimo y la felicidad: de suerte que cuando se poseen estas cosas es dichosa la vida, y sin ellas no lo puede ser”.

Antes de las dictaduras de Videla, Banzer, Pinochet o Bordeberry cabe recordar ciertos nombres – muchos amigos de Perón – que cubrieron parte del siglo XX: Pérez Jiménez, Fujimori, Stroessner, Somoza, Ovando Candia, Batista, Trujillo, Rojas Pinilla, Castillo Armas, Duvalier… No es casual entonces las figuras de caudillos como Castro, Chávez, Maduro u Ortega. Detrás de hombres honestos como Augusto Sandino, los hermanos Flores Magón, Martí, Maceo, Gaitán… Estos dictadores o demagogos se montan sobre verdaderos revolucionarios, aplastan los ideales de hombres que lucharon por la libertad y la dignidad; colocan la utopía en el pasado, se dicen continuadores de ellos. Y generan, como en el fascismo, el apoyo en las masas y la movilización de las mismas. Tenemos un modelo inédito que marcha de la mano: el bonapartismo y el fascismo, de izquierda o de derecha.

Podemos recurrir a Svetlana Boym, profesora de Literatura eslava y comparada de la Universidad de Harvard. Nos explica que “es un sentimiento de pérdida y desplazamiento, pero también de idilio romántico con nuestra propia fantasía personal”. También nos explica los peligros: “concretamente, en cierta nostalgia “restauradora”, que es precisamente una característica de los “renaceres nacionales y nacionalistas en todo el mundo, empeñados en fabricar mitos antimodernos de la historia a través de la vuelta a los símbolos y la mitología nacionales y, a veces también, de la reutilización de teorías de la conspiración”.

El horizonte está vacío, el pasado es una niebla. Ese pasado nos guía hacia un horizonte. Ese horizonte es el pasado mítico. En su libro Retrotopía, Zygmaunt Bauman nos afirma que “fiel al espíritu utópico, la retrotopía debe su fuerza a que transmite la esperanza de reconciliar, por fin, la seguridad con la libertad: una hazaña que ni el ideal original ni su negación primera trataron de alcanzar –ni, en caso de haberlo intentado, consiguieron…”

Carlos de la Torre señala que “el mito de la revolución crea la esperanza de que el paraíso se construya en la Tierra y que ponga fin a la opresión y a los sufrimientos del pueblo, considerado como un sujeto liberador. El pueblo ha sufrido, es puro y no ha sido corrompido por los vicios importados por la globalización, el individualismo y el mercado. La historia no termina sino que recién empieza, pues estos líderes recogen las luchas del pueblo y sus próceres y por fin llevarán al pueblo a la redención y al reinado de Dios en la Tierra”.

Algo más para comprender, en nuestro caso, el fenómeno peronista. Otra vez Sebreli: “El fascismo en Italia no movilizó solamente a las clases medias y a la pequeña burguesía. Intentó en buena forma movilizar también a la clase obrera. El pre-fascismo italiano, por ejemplo, antes de tomar el poder, intervino hasta en huelgas. Hay una similitud muy grande entre el fascismo italiano y el peronismo”.

Por último, querido lector, una cita de nuestro Jorge Luis Borges: “Las dictaduras fomentan la opresión, las dictaduras fomentan el servilismo, las dictaduras fomentan la crueldad; y más abominable es el hecho de que fomentan la idiotez”.

Carlos Penelas
Buenos Aires, 25 de noviembre de 2021
jueves, noviembre 25, 2021 No comments
Lo he dicho muchas veces. Entre amigos, en artículos, en conferencias. Uno soñó otra sociedad, uno vivió otra sociedad. La decadencia, la imbecilidad, la tropelía parece no tener límite. Y la mentira, la mentira descarada. La evidencia demagógica, el populismo lleva más de setenta años. Es abrumadora la evidencia, el ensañamiento. Una izquierda atomizada, una idea fraudulenta se propone como una suerte de liberación criolla. Por supuesto, no sólo el peronismo es culpable. Vivimos una sociedad enferma donde todo vale y todo es una ficción. Triquiñuelas para niños, mascaradas que nos llenan de perplejidad. Se tardarán décadas en salir de esta encarnación. El populismo es una derecha reaccionaria, una mentalidad añeja, nefasta. ¿Qué podemos decir si se continúa creyendo - son credos laicos - en la Revolución Cubana, en la Revolución Venezolana o en la de Nicaragua? ¿Qué nos queda si pensamos en Irán o en la Rusia de Putin? Vale la pena recordar que Sartre apoyó las carnicerías de China y los gulag del stalinismo. La traición está a la vuelta de la esquina. Tal vez en estos días tenemos una breve esperanza. Pero, como decía mi padre, es tan poca que no vale nada.
Foto: Josef Koudelka

En un artículo que publicó Jorge Luis Borges sobre los poetas de Buenos Aires (1966), señala que “así como otros países, Inglaterra por ejemplo, sueñan con el mar, asi nosotros tenemos como una nostalgia de un tipo de vida infame y cuchillera”. Sabemos que toda realidad es compleja y que tal vez el juicio de Borges no se ajustaba a la realidad, o mejor dicho, lo simbólico de nuestra identidad quizá no sea precisamente esa. Pero no está del todo equivocado, no estaba del todo equivocado. Desde la época de nuestras luchas intestinas hay algo de perversión, de sangre en cada movimiento, en cada acto. Nuestro primer cuento, El matadero de Esteban Echeverría, nos muestra violación, tortura e intolerancia. En nuestros días lo vemos en las barras bravas, en el crecimiento del lumpenaje, en las villas miserias, en la barbarie, el universo de las drogas, en las escenas de la vida cotidiana, en el ocio represivo de las vacaciones, en ciertas mitologías que tienen relación con lo más bajo de nuestro ser nacional.

Los echaban. A los que no llevaban luto los echaban. Era obligatorio llevarlo. Mi padre no me lo puso. “Vas a ir a la escuela sin luto”. Yo tenía seis o siete años; sabía por las conversaciones en voz baja de mi familia, que algo no andaba bien, “que los pesquisas”, “que la demagogia”, “que la delación”, “que la cárcel”. Mi padre dijo: “No usé luto por mi madre ni por mi padre”. Don Manuel era ateo, contestario. Creo que la poesía viene de ese mundo. Mi madre configuró lo suyo con su ternura y su silencio, seguro. El resto vino con el aire y la nostalgia. Y de muchachas hermosas que ayudaron a descubrir la sensualidad y el ensueño.

Años después comprendí mi infancia gracias a los autores italianos de postguerra. Moravia, Pratolini, Pasolini, Pavese, me llenaron los ojos de imágenes y de ideología. Luego vendría Visconti, De Sica, Rossellini… ellos me llenaron el corazón de pasión y de poesía. El cine y la literatura fueron conformando mi espíritu. Eran seres cercanos a mis sentimientos, a mi entorno. Hombres y mujeres que solía ver por las calles de mi ciudad, en los viejos mercados, en las plazas del barrio, en el café del tío Pedro. Por supuesto que ya sabía de Pérez Galdós y de Emilia Pardo Bazán.

Voces, hay voces que me llegan desde lo literario. Adulón es una de ellas. Otras. Comparsa, mascarada, petulante, ominoso, locuaz, lealtades inconfesables, obsecuente. Una más: carnestolenda. Son vocablos que no se relacionan con lo poético, que se vinculan con otros temas. Voces que me acompañan desde hace siglos, voces que escucho en sueños, en hospitales, en fábricas, en embajadas, en programas televisivos. Carl Jung escribió que “…la naturaleza aspira a expresarse, agotando sus posibilidades. El hombre, igual.”

(Hoy escuché por radio un reportaje a una profesora de literatura. Contaba que los alumnos no podían leer libros, que les era imposible en cuarto año leer una página de Don Quijote. Querían analizar textos de la cumbia villera. La profesora estaba desesperada. El periodista dijo con firmeza: “Bueno, bueno, ni una cosa ni la otra”.)

Cuando una estatua que personifica a un dios es tocada por la palabra cobra vida. Genera un mundo metafísico, una metamorfosis que opera sobre el tiempo cronológico. El individuo no es sólo el resultado de un proceso histórico. El individuo es un ser polifacético. (¿Qué miente la historia, el Poder, la familia? ¿Qué ocultan en cada acto mis palabras, mis sueños, mis miradas? ¿Qué oculta cada lector, cada uno de nosotros?) Lo romántico contamina la crónica, la historia; distorsiona los hechos. Me sigue entusiasmando el vuelo del pájaro, las olas del mar, el silencio.

En todo soliloquio hay facetas múltiples, a veces contradictorias. Uno se muestra, mostrándose, compartiéndose. Eligiendo el riesgo permanente de buscarse a sí mismo, trascenderse sin diluirse en la abstracción. Hay un ámbito donde la inmediatez del hablar y la reflexión necesaria para hacer genuino ese hablar llegan a un acorde sostenido. “Escribo sobre el mar y el desierto”, señalo Albert Camus. Son varias las lecturas de ese testimonio. El resto son síntomas de infantilismo y soberbia.

Releo un artículo de Homero Alsina Thevenet, el erudito crítico oriental, cuando analizó Casablanca, el film de Michael Curtiz realizado en 1942.. El romance, nos dice, se parece a muchos otros, pero su encuadre es muy peculiar. Comienza con "el ascenso del nazismo en Alemania (1933), siguiendo con el exilio de judíos, comunistas y otros opositores, la invasión italiana a Etiopía (1935), la Guerra Civil Española (1936-1939), la ocupación nazi de Austria y Checoslovaquia (1938), la Segunda Guerra Mundial (desde 1939)..." Vale la pena verla, vale la pena volver a verla. Y leer nuestro presente.

Carlos Penelas
Buenos Aires, noviembre 2021
sábado, noviembre 13, 2021 1 comments
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