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Foto: André Kertész |
Le entregué un poema. Lo apartó sobre la repisa.
Hablaba del edén, de vientos ávidos,
del ubicuo milagro de la rosa.
Cada verso evocaba lo insurgente
y la suavidad del cuerpo en la fugacidad.
La escucho evocar a un hombre que amó.
Escucho su desazón, lo ondulante del cielo,
la impaciencia de una nostalgia desentendida,
el desánimo del atardecer en la glorieta.
Su mirada es bella y nostálgica.
Entonces convoqué a Madame Bovary.
Dice celular, finanzas, albañil, trayecto.
Y también ligustrina, empedrado, barda.
(¿Quién soy?, me pregunto).
Llamé a Octavio Paz:
un verso infinito de las tinieblas infinitas,
el ajado albedrÃo en levedad.
Desazón, sombra desfondada del mar,
una casa con mitos y olvidos y viajes.
Es sutil la palabra. Impávida
la mirada entreteje lo insÃpido.
Carlos Penelas
Buenos Aires, junio de 2025