Dije que eran bellas y conmovedoras las fotografías. Son políticos a punto de saltar a la eternidad. Son iguales aquí y allá. Si, no se enoje, hay algunas diferencias. Pero no muy grandes, es leve, todo es leve. Les comento a mis alumnos que algunos anarquistas pusieron bombas. Algunos, no todos. Les digo que comparen eso con los campos de concentración estalinistas, los campos del nazismo, los de Guantánamo o Egipto. Con los bombarderos norteamericanos en cualquier parte del mundo, con los bombardeos a Libia. Les digo que comparen eso con las guerras mundiales o las guerras santas. Con la bomba atómica, con las torturas, con las mutilaciones. Las fotografías son conmovedoras. Veo a seres impresentables junto a burócratas con ínfulas, a mediocres con el mentón a lo Musolini, a caudillos enriquecidos hablando del pueblo. Demagogos, falsos, sin escrúpulos. Se juntan, se saludan, se potencian. No son generales engominados, pero se parecen. No son obispos pedófilos que brillan ante la ignorancia, pero dictaminan lo bueno y lo malo, lo correcto y lo incorrecto. Son fotografías de aquí y de allá, fotografías que nos llenan de asco. Desde esas fotografías percibo la oratoria, los templos, los caballeros vinculados a los negociados. Los sindicalistas y sus inflexiones históricas, lo pornográfico de sus miserias morales. Chambelanes, burócratas inmovilistas, emisarios de la complicidad y el olfato para saltar y caer parado entre la barbarie. El beneplácito del poder, los desplazamientos, lo grotesco. Y quedan impávidos, mirando fijo a la cámara que los muestra tal como son: sumisos, ladrones de gallinas, potencialmente dictadores. En el fondo autoritarios, necios. Lujosos y dicharacheros. Pobre tipos que tienen cargos y son parte del sistema. Y dicen estar a favor de la libertad, de la igualdad, del compromiso. Peligrosos, sin duda. Peligrosos. Juzgan, levantan el índice, señalan el cielo y el infierno, inventan hechos, trafican banderas, muestran el culo y sonríen. Saludan con energía o con una falsa modestia, son hábiles, pícaros, furibundos sin duelos ni pestañeo. Hablan de revolución o de paz, da lo mismo. Ordenan su oratoria, la complican, la muestran, la ocultan en los símbolos, en mitos, en proclamas. Fotografías que recorto y guardo, como guardo las firmas de ciertos manifiestos, de ciertas aterciopeladas declaraciones. Estoy a punto de abrir la puerta de mi casa. Buenas noches. Sí, por supuesto, hay otras cosas, hay otras cosas. Pero recuerde: “Así es como se asienta la locura”, cita del Rey Lear, de Shakespeare.
Carlos Penelas
Buenos Aires, mayo de 2011
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