Gustavo Merino y el humanismo de Carlos Penelas

by - miércoles, junio 23, 2021

Por Manuel Gayol Mecías


La calidad poética de Carlos Penelas es su propia naturaleza. Quizás tengamos que pensar un poco en la utopía de lo literario, más específicamente, en la utopía de “lo poético”. ¿Esto me querría decir que el ser de Penelas es de ficción?, ¿porque es único?, ¿porque respira la energía de las palabras? Dentro de la dimensión imaginaria que cabe en la conciencia de los seres humanos, Penelas puede parecer algo virtual, algo insólito. ¿Incluso, puede semejar alguien que representa a los seres primigenios del mundo que solo vivían en la Imago de la poesía?

Carlos Penelas puede decirme entonces: —Todos estos aspectos que me estás atribuyendo ¡son un desvarío!

Pues sí, querido amigo, para mí no hay nada más literario, y en este caso, poético, que cuando desvariamos por el propio sentido poético que nos va llegando. No obstante, mi desvarío no es otra cosa que una inspiración, nada ficticia, nada artificial. Los versos de tus poemas actúan en mí como una fe de que la convicción de la ficción y lo poético son también una condición de vida. Y, por tanto, conforman la vida del ser. Y usted lo es, amigo mío. Usted es un ser privilegiado por su propia naturaleza.

No hay nada más que leer este estimulante libro de Gustavo Merino: Conversaciones con Carlos Penelas (Buenos Aires, Fundación Industrias Culturales Argentinas, 2021, 116 páginas) y posiblemente encontraremos lectores que dirán que mi desvarío es pobre, que no conlleva la riqueza de las ideas que merecen tus definiciones de la vida, de los seres humanos, de la creación cualquiera sea; en fin, del amor por este mundo. Por eso, ante ese lector (que ojalá fueran muchísimos) que me tachará de injusto, porque mi desvarío es muy poco, muy reducido, diría ese lector, pues rectifico y trato entonces de ampliar mi despropósito, de convertirlo realmente de un dislate o disparate en un sueño, o en la fantasía real de mi propio delirio poético.

Usted, querido amigo, padece del buen mirar de la conciencia, incluso escudriña los más inusitados recodos de la vida; usted anda siempre por los senderos filosos de la protesta, intransigente con la intolerancia, con el empecinamiento y el fanatismo, Usted es mi ejemplo clásico, y mi utopía de ser. Y lo más digno de todo esto es que usted es realismo viviente y terquedad fantástica, objetivo y corpóreo como el mismo mar de este planeta; usted es la magia de la palabra, de ella emana la savia, la lucidez, la metáfora exacta, justa y vibrante o la idea enriquecedora, sutil o fuerte, la idea del Poeta en medio de un ensayo. Usted enlaza las oraciones críticas y surgen así los versos. ¿Cuántas cosas no me pregunto a mí mismo, cada vez que leo un poema suyo? Y la respuesta puede ser tan amplia como un libro, como un tratado de la más venerable filosofía existencial. Y es que tus poemas, tus ensayos son un reclamo a la vida, un reclamo a las equívocas invenciones de este mundo. Eres el sueño abierto del mundo que queremos.

¡Cuánto amor destila este libro! ¡Cuánta justicia en tus palabras! En realidad, hay que agradecer mucho a Gustavo Merino que sabía muy bien lo que hacía, cuando te propuso hacer este libro. La estructura es simple: va por los meses en que se reunían. Es un libro exactamente natural, espontáneo. Solo necesitaba ordenar tu sensibilidad, sacarla con cierto sentido cronológico. Sin embargo, en realidad, el tiempo no importa aquí, porque las ideas, los conceptos, las anécdotas de las que hablas, los seres de los que vas encontrando los calificativos precisos, tu agradecimiento sincero a tu familia, a tus amigos, a tus maestros y profesores, y fundamentalmente en el libro eso que resalta la exactitud de tu recuerdo es algo universal, sin tiempo. No se puede ser más humano, más culto, que cuando hablas de las verdades y de los demás. Es esto lo que te refleja, lo que forja incluso tu sensibilidad poética, o la audacia de las ideas en tus ensayos. Esa vocación que has tenido siempre de ser un forjador; un hacedor de seres nuevos.

Hay otra cosa que sobresale en el libro, y es la humildad de Gustavo Merino a la hora de comentar o de preguntarte algún tema, a la hora de ponerse plenamente, en función de tus palabras. Pero también está la humildad que sale de ti, de tu manera tan natural de decir las cosas más sencillas y las más eruditas, las anécdotas tuyas, supuestamente triviales, que alcanzan el borde de lo extraordinario, sin dejar de ser hechos sencillos o seres breves. Es un saber combinar lo aparentemente frágil de la vida con la riqueza cultural de los acontecimientos. Y entre Merino y tú logran que del libro salte una grandiosidad humilde.

Merino es sabio, un excelente periodista cultural, sabe cómo preguntar, pero también es de notar que conoce mucho tu obra y, más importante aún, conoce tu alma, tu fuego interno. Por eso no deja nada al azar, escurre y filtra tus secretos. Y sabe que no tienes nada de qué arrepentirte. Tu mirada es limpia, tu crítica es inequívoca, extremadamente certera:

El Estado, sobre todo en los países del tercer mundo, busca la conciencia colectiva, la arbitrariedad encarnada en el pueblo. Y la conciencia colectiva no existe desde el punto de vista ontológico. Es difícil hacer entender a políticos, sociólogos o intelectuales que ninguna multitud existe orgánicamente, que incluye a todos y a cada uno de los individuos. Allí suele aparecer el aparato del miedo, la propaganda, la masificación. Ahí se confunde la noción de pueblo con la de masa. Criticar lo que se dice desde el poder resulta perverso, resulta aquello que no está autorizado. La minoría constituye el antipueblo, la escoria, la traición. Afortunadamente, quien lee está siempre solo. Cuando uno escribe lo hace no sólo desde Penelas su pensamiento, su ideal, sino desde su territorio. Uno tiene un cuerpo. De allí escribe. Hay, además, un balanceo intelectual entre urgencias y precauciones, entre tensiones que se atenúan en los reconocimientos espirituales y las figuras especuladoras, arribistas. (pp. 87-8).
Si Merino hubiera querido podría haber hecho largas disertaciones con sus correspondientes preguntas, pero entonces habría sido un libro con el título solamente de “Conversaciones”. No obstante, en realidad, este no era el propósito, sino el de resaltar específicamente tu dimensión interior, tus preocupaciones, tu cosmovisión de las cosas de este mundo. De ahí que el autor haya sabido tomar el rol de intermediario entre tu pensamiento y el del lector, para constituirse en un guía, en la cuerda para ayudar al lector a entrar y salir del laberinto de Penelas.

Merino ha encontrado en ti la cultura argentina y, por supuesto, la cultura universal. No todos los poetas y escritores pueden tener la virtud de engarzar ambos espacios culturales. Para muchos ya, tu nombre está teniendo el significado de lo local con lo universal, y no creas, no es tan fácil poder tener esta sinergia. Por ejemplo, un caso evidente de ello es Jorge Luis Borges, que lo mismo te hacía un cuento de la pampa y luego otro de Mesopotamia. Y es que en la pampa se encontraba lo universal y en Mesopotamia hallábamos un espacio argentino. Por eso tu literatura, tus ideas son enriquecedoras. De aquí que no solo sean los argentinos los que te agradezcan tus escritos, sino asimismo nosotros los que no somos argentinos. En definitiva, leyéndote podemos ser argentinos, gallegos, cubanos o estadounidenses. Eso es un privilegio que tienes, el hecho de ser universal y Gustavo Merino lo ha sabido apreciar.

Otra de las cosas importantes que emana de tus ideas en este libro es el hecho de que nos enseñas lo que de esencial cuenta en cada obra literaria, la visión que puede darse en cada investigación sociológica, en cada filosofía, en cada marca que el hombre deja en la Tierra:

En los “otros clásicos” de juventud perenne y maliciosa inocencia —Los tres mosqueteros, El conde de Montecristo, La dama de las camelias, Sandokan, 20.000 leguas de viaje en submarino— por citar algunos, sus páginas están aún vivas pues hay delito, ambición, soledad, romanticismo o venganza. Creo que existen varias razones para aceptar estas conjeturas. No tienen el lenguaje vasto ni el talento de Góngora o de Thomas Mann, carecen de la dramaticidad de Esquilo o de Chéjov o del refinamiento estilístico de Cernuda. Sin duda, jamás adquieren el nivel filosófico de Nietzsche ni la desbordante sensualidad y melancolía de D. H. Lawrence ni la angustia y el mundo fantástico de Kafka. Pero en aquellos libros sentimos la cercanía de personajes inolvidables que nos hicieron soñar y nos permitieron acercarnos al milagro de la esencia y la probidad. (p. 94).

Tener esta mirada acuciosa es vivir la posibilidad de crear vergüenza, honradez, sueños que pueden profundizar en la naturaleza humana. Es advertir también que el hombre es la incertidumbre misma, que va de lo malo a lo bueno y viceversa; que el ser humano es tan complejo como los misterios del universo.

Por lo que veo, tu familia fue tu gran escuela. Aprendiste con los tuyos a compartir el mundo y, al mismo tiempo, tus conocimientos se han llenado de todas las participaciones posibles. Esto, en esencia, es así en todos los creadores, pero lo que resalta en tu caso es que tu estás consciente de ello y te das gusto y orgullo citar autores, pensadores, maestros, profesores. Esa amplísima cultura que tienes no es para ti un orgullo individual, no es vanidad, estimado Carlos, es solidaridad, reconocimiento; es aceptar que el mundo no es solamente de uno, sino de todos; que este libro no es tuyo nada más, sino de Merino y del lector que se lo apropia. Ese lector que cuando lo termina, cuando cierra la última página, se siente transformado, al menos, se siente una persona diferente, una persona mejor a la que antes no lo había leído.

El ojo del poeta, a veces, es más que un microscopio; detecta las intimidades no solo de los seres humanos, sino hasta de la época. No tienes que ser científico, sociólogo ni politólogo. El ángulo de tu mirada abarca los lados y los bordes, pero penetra mejor todavía en lo profundo de los hechos, de las acciones, de los cambios Logras ver lo mucho o lo poco de un espíritu colectivo. Es una masa artificial cubriendo el mundo; es la mediocridad de lo egos. Efectivamente, como dice Merino: “Se ha empobrecido todo”. Y lo constatamos en tus palabras:

Estamos en lo que se ha denominado la “desterritorialización” cultural. Que implica poesía minimalista y taquigráfica, plagios cómplices con editoriales y lectores, aumento de mercado, basura informática, lenguaje electrónico: es decir, enmascarado, superficial, cómplice de un sistema que se cae irremediablemente. Populismo, industria cultural, falsificaciones. No queremos ver, sólo señalamos ciertos síntomas, ciertas verrugas. Con infatigable tenacidad olvidamos, borramos y nos embrutecemos. Y vienen los profesionales con aire doctoral. Mi buen Camus escribió: “La necesidad de ser correcto es la muestra de una mente vulgar”. (pp. 101-2).

Vivir en “lo políticamente correcto, en lo culturalmente correcto” es vivir bajo imposiciones de intereses. Y eso ya lo conoces al dedillo, en realidad, es vivir bajo la dependencia de una minoría que de una u otra manera se aprovecha de los demás. Crean las condiciones con una doctrina, una ideología y hasta con un estilo de vida. Por ello, no soy muy optimista del futuro, porque incluso los cambios (porque en realidad todo cambia) nos transforma y nos hace vivir de otra manera, con la corrección de nuevos tiempos. Y es porque tampoco creo en una vida existencialmente correcta, un pacífico ciudadano que acepta sin chistar los cambios de una tecnología y de una… ¿espiritualidad? Que nos van hacienda confortablemente dependientes.

Mucho hay que decir de este libro y, de hecho, mucho habrá que escribir de tus ideas, de tu poesía, de tu proyección como ser humano. Espero, al menos, que el futuro no se olvide del presente eterno que puede ser este libro. Siempre será muy bueno recordar las conversaciones de Gustavo Merino con Carlos Penelas.

Manuel Gayol Mecías
Eastvale, California, 2021

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