Por momentos asombra en la despersonalización del verso y paralelamente afirma su subjetividad. Destierra el vacío creando los enigmas de lo poético, concilia libertad y destino, azar y fidelidad. Cristaliza y vulnera al amor, halla la medida de sí mismo entre las contradicciones, entre los fragmentos de lo cotidiano. Ofrece su respuesta desde la desesperación y la esperanza. Extrañamente ambiguo, integra la plenitud y el caos.
Sin recompensas futuras se sumerge en la naturaleza tantálica, en la revelación de los vínculos y los afectos. Sugiere un simbolismo sexual en la mujer deseada, en oposiciones increíbles y ciertas, en un fuego sustancial y mágico. La palabra será siempre un vehículo de una vida en permanente cambio, de confidencias; un peregrinaje misterioso y traslúcido.
Todo y cada cosa es una amenaza de eternidad. El poeta siempre anima una dialéctica sutil, por momentos incomprensible. Anhela la solidaridad entre forma y existencia, sufre la imperiosa necesidad del instante, esa fugacidad que emerge y se define por sí misma. Hay plenitud en lo dramático, éxtasis y continuidad que le dan fuerzas para enfrentar un mundo absurdo.
Hace falta ingenuidad. El placer de admirar, de evocar. Todo se experimenta a partir de la infancia, a partir de lo lúdico. Desde la franqueza hallamos felicidad; contra todo dogma enfrentamos las moradas de la supervivencia. El verdadero poeta cree en lo inconmensurable, en la utopía, en la sagrada unidad del silencio y la fraternidad. Detesta las ciudades, los partidos políticos, las capillas literarias, los dioses y los amos. Al cincelar el verso ofrece belleza, no sólo cristalina; otorga un contenido moral.
Carlos Penelas
Buenos Aires, noviembre de 2012
Carlos Penelas
Buenos Aires, noviembre de 2012
Texto leído durante la presentación de Poesía reunida, el viernes 23 de noviembre.
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