Jardines hacia el Este: notas sobre "Poesía reunida" de Carlos Penelas

by - lunes, noviembre 26, 2012

A continuación, el texto que el poeta Alejandro Drewes leyó en la presentación de Poesía reunida realizada el último viernes en el salón de Editorial Dunken.


Desde el magnífico poema breve, intitulado Imagen 

Sobre el patio sueña lenta la tarde.
El otoño oculta en el viento lo temporal
del álamo, del beso.
Suavemente, el silencio se ciñe
en el azul del vidrio. Detrás del agua
ha cesado la imagen de su rostro.

de su poemario Palabra en testimonio (1973), elegido por Carlos Penelas para iniciar esta selección de su obra poética de 1973 hasta la fecha, queda el lector irremisiblemente cautivado por el suave intimismo que logra establecer el poeta con la naturaleza y las cosas.

El poeta posee una rara delicadeza capaz de detenerse en la aparente simpleza de un viejo mueble de la casa y en lo que desde su penumbra callada dice; o en las hojas y los seres fugaces que van despoblando la tarde en un parque. 

La sobria melancolía sin estridencias y el personal sentido de la nostalgia de Penelas se van haciendo cada vez más nítidos al recorrer los textos de cada uno de los poemarios recogidos; a medida que cada golpe de la vida

Conmueve la bruma gris en mis cabellos


El conjunto de la obra poética aquí reunida de Carlos Penelas se mueve entre  varios polos: Galicia y Buenos Aires, los mares y los exilios; el mundo blanco y el mundo negro: la suavidad del mundo femenino y materno frente al rigor y la soledad del padre; el pasado presentizado, recuperado en las tradiciones familiares, en la historia de las generaciones y en la lengua gallega, frente al futuro incierto y a la vez -quizá por la misma razón-, no exento de cierta misteriosa luz.

Ese mismo futuro es el que se extiende como la sombra del hijo caminando junto a la sombra del padre. Así es evocado por ejemplo ese tiempo venidero, la continuidad del azaroso periplo vital en otros ojos, en los versos iniciales de un bello poema dedicado a uno de sus hijos, intitulado Pequeña carta a Emiliano 

La mañana se alza preguntando tu nombre.
Y clara como tu risa
se me ahonda en el alma.
Yo que no tengo fe
digo que amotino la fe con tu caricia.
Me sostienes de ensueños y frescura.
Vas ordenando un poco mi latido y mi frente.
A cada paso tuyo me elevo, me agiganto.
Y recorro la memoria de mi asombro en tu asombro.
Celebro el infinito de tu diente y tus ojos.
Celebro la ternura que atisbas con la brisa.
Con tu pequeño dedo me señalas los pájaros.  
Y el agua. Y el abstraído origen de la piedra.

en una línea no ajena a la mejor tradición de la lírica española contemporánea, de poemas dedicados a los hijos, desde Miguel Hernández a José Agustín Goytisolo.

Al avanzar en el recorrido por las diferentes estaciones de esta antología, por la selección de cada uno de los poemarios, el poeta va dando cuenta de su autoconciencia nítida de la absoluta soledad existencial, del abandono inevitable de cada uno de los seres amados a lo largo del camino.

Esto se observa en la transición y el cambio de clima entre los poemas de corte más personal e  intimista de la juventud  -por caso, sirva comparar el inicio de La noche, de Los dones furtivos (1980)

Te contemplo.
Me nutro en tu reposo.
Veo secretos ángeles a través del silencio.
Estás hecha de pájaro y laurel.

con los versos casi finales de Amor y anarquía, del poemario El aire y la hierba (2004)  

Su cuerpo era una corza entre las sábanas,
la avidez de la ofrenda y del castigo.
Los insomnios recogen la nostalgia.
¡Qué naufragio, amada, entre las depredaciones!

Y también, de otro modo, ese cambio de clima  está presente en el desencanto de los años maduros frente al bastardeo y a la degradación de los ideales -anarquismo y revolución-  que el poeta ha creído posible en el mundo de la juventud.

Hay una comprensible serie de poemas de los años 1973-80 anclados en el escenario de la utopía de las luchas obreras que nunca llegaron a alcanzar su Paraíso, en especial la triada intitulada Fervor I, II y III, el segundo poema de los cuales acaba diciendo

Y seguirá habiendo un tirano.
Y seguiremos luchando contra él.

La fecha de publicación datada es del año 1975, tan significativa para las dos patrias del poeta, España y Argentina, por opuestas razones: un país comenzando a salir de su noche y otro entrando a la sima más profunda de su noche.

Pero sin embargo, en el gran poema La compañera, de 1983, la  mirada sobre la rebelión de mayo del ’68 se anticipa ya cargada de neblinosa nostalgia, en su evocación de aquellos líderes de un tiempo vuelto ya definitivamente otro; el de Cohn-Bendit y Dutschke: las fotos se van tiñendo, imperceptiblemente, de un tono sepia.

Y el tiempo del desencanto irrumpe con fuerza en el poema Carta a Severino, de 1994, donde, tras  constatar la evidencia  flagrante de la pérdida de la maravilla, del sentido del misterio y de la aventura de vivir, el poeta observa como

Adolescentes desnutridos vegetan
entre la cerveza y el pegamento
mientras filósofos gimnosofistas
soslayan la pobreza y la “cultura Prozac”.

Aquí se marca el cambio de clima que mencionáramos más arriba, en la propia sonoridad de la palabra poética, que a diferencia de  poemas anteriores, es aquí claramente disonante, como  una suerte de música chirriante acorde con la devastación y el ruido blanco del presente.

En el decurso del viaje entre dos de los polos citados anteriormente, alrededor de los cuales se mueven los textos de Poesía reunida -el juego de oposiciones entre el mundo femenino y el masculino-, la figura materna es ancla y centro del escenario poético y vital;  cercana y asible figura que visita los primeros poemas, su presencia surge del mundo invisible y reaparece en los textos de madurez, acaso en alguna ensoñación del poeta, como en este bellísimo y conmovedor fragmento de prosa de Carta a María Manuela (1999) 

Venías de un reino de pastores, de súplicas  abandonadas. Eras solitaria y secreta.
Desde el desgano te veo desafiante. De mi padre heredé el escepticismo, cierta fatal melancolía. De vos, madre, ternura y sortilegio. Las vulgaridades de la alabanza o del poder no te tocan, no alcanzan la hondura de tu existencia.

Como Ariadna o Diotima la amada aborda mi canto y habla de la resurrección de las almas, de los misterios sagrados. “Orfeo -me  dice- la desmesura te llevará al exilio. Serás el príncipe desterrado.”. Detenida queda la antigua voz en el agua estrellada. Se renueva la infancia en el aire de los robles orensanos, en el sueño órfico y marino. Mi corazón está hoy en esos prados.  (…)
  
Este texto resume de alguna forma muchas de las claves y simbolismos que atraviesan la obra de Carlos Penelas; aquí, la esencia de lo femenino, desde la sombra materna protectora que remonta a las tierras de un origen remoto, y que se prolonga en el abrazo de la Amada. Esta segunda figura aparece y resurge a lo largo de todo el viaje poético,  y le es propicia su referencia romántica -la de Hölderlin y Novalis muy especialmente-, así como la tradición hermética del orfismo  que le es tan afín.

Orfeo regresa y le dicta su voz al poeta desde la sombra milenaria, desde el amplio bosque de los siglos transmutado en la memoria de unos robles de Orense. Orfeo regresa desde la muerte, flotante cabeza sobre las aguas eternas, y le recuerda al poeta su duro mandato en el mundo: cantar para iluminar a otros, para que el mundo no sea invadido definitivamente por el silencio.

El mundo masculino por su parte, orbita en torno a la figura del padre, evocada en varios momentos de la obra, pero en forma especialmente significativa en el inicio del poema El mirador de Espenuca, del poemario homónimo de 1995

Aquí estoy, padre,
mirando con tus ojos este lugar del mundo.
Las colinas esperan
tu transfiguración en la bruma del alba.
Es una humedad lejana que dibuja presencias
sobre la lumbre eterna.
Hora a hora llegan las campanadas
como llegaban los pastores en esta tierra de éxodo.
Desde un aliento inmenso tu voz sube
con dioses que agonizan las sucesivas muertes.
Sobrevivimos a la llovizna
entre almas suspendidas en este umbral de la ternura.
Aquí estoy, padre, cumpliendo mi promesa.
El pecho desolado
buscándote en este silencio iniciático
en la parroquia de Santa Eulalia. 

versos en los que se aprecia el motivo del mandato, asociado al simbolismo del viaje; al cruce de los mares en busca del sentido del origen. Una suerte de pánico viento recorre el poema, como el eco de una religiosidad honda y pagana, legada por los ancestros. El hijo busca la sombra del padre y revierte el camino del exilio emprendido por sus mayores,  acaso en un intento arduo y supremo de reencontrarse consigo mismo.

En medio de la niebla de Galicia, una parte esencial del paisaje, el poeta observa, absorto. Y han tañido antes las campanas, como en aquel otro inolvidable poema de Trakl, como una delicada señal para los que han perdido el camino en la creciente penumbra. 

Por otra parte, mucho podría decirse acerca de las voces poéticas cuyas notas suenan sutilmente a lo largo de la obra de Carlos Penelas; poeta de extensas lecturas y autor de notables ensayos literarios, han dejado marcas en su escritura muy especialmente la fuente helénica, con muy logrados testimonios poéticos como La luz helénica (pp. 82) o Los sueños de Odiseo (pp. 83); Horacio y su preceptiva y arte poética en la Epistula ad Pisones, comentada por Penelas en esta notable forma

Estos pobres enemigos, Horacio,
cargados de celos y rencores
vigilan desde las quemaduras de la pereza
los hospedajes  de reinos mezquinos.
Con las piernas heladas, suplicantes,
repitiendo injurias en encuentros inútiles
imploran la fama sobre el légamo
de páginas baldías,
irremediablemente convocadas al perdón.
Solitario atravieso la luz y la ceniza.
Corrompidos por leyendas y dioses
destrozan la belleza
como un cuchillo troyano la maldad.

(Finisterre, 1985)

Desde luego, la propia esencia de su periplo lírico, y su intimidad con la lengua de los padres, la lengua galega, han llevado al poeta asimismo a transitar a lo largo de sus años por el cancionero galaico-portugués medieval, por  los poetas del Siglo de Oro; y por su evolución natural hasta las voces más altas de la poesía gallega y española contemporánea. No es difícil advertir en ciertos poemas resonancias de Alberti; o de García Lorca en la elección de algunas imágenes y de determinadas formas poéticas como la casida. De Rosalía de Castro, de la inolvidable Rosalía que escribiera

Como chove miudiño,
como miudiño chove;
como chove miudiño
pola banda de Laíño,
pola banda de Lestrove.

¡Como a triste branca nube
truba o sol que inquieto aluma,
cal o crube i o descrube,
pasa, torna, volve e sube,
enrisada branca pruma!

con quien se reconoce en el espejo brumoso de su abisal soledad y en la profunda melancolía de muchos de sus poemas de tono más personal, y en la elección de las coordenadas de sus pasajes líricos, tan a menudo bordados por la niebla y una siempre próxima lluvia.

La escritura de Penelas, como poeta de dos mundos,  no deja de ser deudora por otra parte, de su diálogo con los poetas argentinos mayores; con Borges y Molinari, con Marechal, sin que por ello sus poemas dejen de tener su propia marca personalísima y única, que denota la ardua construcción de su voz a  través del duro tiempo vivido. 

Queda el lector, tras el inseguro auspicio de estas palabras, solo ante el misterio y la transida belleza de esta Poesía reunida de Carlos Penelas, lux poetica en estos tiempos de oscuridad e indigencia.

Alejandro Drewes
En Buenos Aires, a noviembre 21, 2012


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1 comments

  1. Carlos Penelas:
    Muy buena exposición la de Alejandro Drewes. Presenta un análisis completo de una trayectoria artística en sintonía con la experiencia creciente de las cosas de la vida.
    Por mi parte, estoy por saborear la página treinta y uno, "Destino del silencio".
    Apenas si he aprendido que los libros de poesía se leen despacio, verso a verso y que cada género posee sus reglas de lectura y comprensión.
    Un cordial abrazo.
    Arturo.

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