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Carlos Penelas

La mujer habla dos idiomas: uno de ellos es verbal.
Shakespeare


Siempre he sostenido que la lectura es errática, tan errática como las mujeres. Uno siente las palabras, los sonidos, el gesto, la ternura, lo evocado. Como en las mujeres. También es importante saber cómo leemos en nuestra época, de la misma manera en cómo escribimos. Leer, no nos olvidemos, no es descifrar. No es un tema menor, no tengo ganas de escribir mucho pero creo ser claro. Los silencios, los objetos, los mundos son otros. Y por lo general una parte de descerebrados manejan la industria cultural, críticos que son un coro de aprobación, seres que en el fondo son esclavos de su ignorancia. Inconmovibles sin remedio. Como los ortodoxos y los dogmáticos.

En verdad me decepciona, leedor. No es que haya pensado, en algún momento, mucho mejor de usted; pero que se acerque a esta columna para saber algo de las mujeres que he conocido o he amado, me parece de una indiscreción, de un huroneo lamentable. De esta manera advierto lo cursi; lo vulgar, lo ridículo. Hasta lo presumido, me atrevería a decir. Cómo escribir de aquella bella joven con quien descubrí los barrios míticos de La Boca o Barracas; qué mencionar de la pasión desatada por esa mujer de apellido itálico y perfil griego en el Jardín Botánico, mientras evocábamos lecturas y soñamos el mar desde el dolor y la desesperanza. O aquella otra, en el puerto de La Coruña, con la cual corrí, entre adoquines y grúas, una madrugada de verano antes de partir a Lisboa. No, rocambolesco lector, no hablaré jamás de esas mujeres. Le hablaré de otras. La insustancialidad, búsquela en otra parte. En los discursos de nuestros burócratas, en la televisión, en el mercado del arte, en la industria del fútbol, en las teorías de los intelectuales trepadores, por ejemplo. O en nuestros gobernantes.

Hablaré de las musas; de esas hembras eternas, complejas, reticentes. Y tal vez (es una vana esperanza) le sirva para descubrir el universo de Akutagawa o el de Kenzaburo Oé.

En esencia, el primer tratado de ciencia de la literatura o de preceptiva que jamás se haya escrito, es La Poética de Aristóteles (380-322 a. de n.e.). Sus reglas estuvieron en vigencia hasta el romanticismo. La importancia de la obra, su mayor mérito estriba en la capacidad que demuestra para la crítica literaria. Definió, por vez primera, los géneros literarios. Todo lo que es creación es poesía, para Aristóteles. Habla de la poesía homérica, la comedia antigua, la tragedia creada por Esquilo y por Sófocles. Hablará del lenguaje poético, apreciaciones sobre el vocabulario, la necesidad de unidad, entre otros temas.

Menos conocida es La Poética del crítico español Ignacio Luzán Claramunt de Suelves y Gurrea (1702-1754). “El fin de la poesía es el mismo de la poesía moral”, se equivoca don Ignacio. Con esta sentencia niega el arte en sí.

El Ars Poetica de Horacio pertenece a la más larga de las Epístolas de Quinto Horatius Flaccus, compuesta alrededor del año 14 y dedicada a los Pisones. Afirma la regla absoluta de la unidad, sin la cual no existe obra de arte. La originalidad no consiste en la novedad del argumento sino en el proprie dicere. “Tu palabra se distinguirá de la de todos los otros si hace sentir como nuevo el vocablo conocido”. Influirá en el teatro francés a través de la traducción de Boileau. Fue traducida al inglés por Ben Jonson. Horacio perteneció al círculo de los poetas de Augusto, protegidos por el Mecenas. Es considerado uno de los más grandes poetas romanos por la perfección de su forma.

Algo que deberíamos recordar. Nos dice monseñor Eugenio Guasta que “don Ramón Menéndez Pidal, cuando analiza el lenguaje de la santa Teresa de Ávila, señala que el habla de aquella, que escribió en el siglo XVI, es el castellano abulés de fines del XV, el idioma oído en su infancia y añade que la autora de Las moradas, si tenía que elegir entre una palabra culta poco usada y otra de raíz popular, elegía esta última, para quitar toda afectación a lo que escribía.

L' Art Poetique del escritor y poeta francés Nicolas Boileau-Despréaux (1636-1711) se publicó en 1674. Está inspirada en la poética de Horacio. Trata el arte de la poesía como vocación y oficio individual. Le aconseja al poeta un saber gramatical estricto, una autocrítica ceñida y una decorosa sinceridad. Estudia el epigrama, la elegía, el soneto, el madrigal, etc. También la epopeya, la tragedia y la comedia. Hablaré también de cuales deben ser los hábitos y costumbres del escritor. Como normativa individual. Lleva una concepción estética sustentada en la razón, el buen uso y el sentido común. Boileau enseña que la belleza debe buscarse en la simple verdad de la naturaleza. Critica, además, la postura afectada o enfática. Para él son requisitos esenciales: una inspiración controlada por la razón, un estilo espontáneo reforzado por el oficio y la técnica a imitación de los antiguos. Pone, finalmente, el acento en el oficio literario y en la responsabilidad técnica y artesanal del escritor.


Aquí están las musas, ingenuo lector. Y en las páginas de Mariana Alcoforado o en los poemas de Louise Labé, “la bella cordelera”, poemas líricos sobre el amor insatisfecho. Y en una de las grandes poetas de la literatura universal, Gaspara Stampa (1523-1554), conmovedora. En sus Rimas veremos la desesperada pasión, la trágica y apasionada mirada de una mujer que nos recuerda a la pintora caravaggista Artemisa Gentileschi (marginada de los libros de historia del arte hasta hace dos décadas) o a la tormentosa y desenfrenada Camille Claudel, una mujer donde el genio iba de la mano con la belleza. Le recomiendo, por ahora, que descubra a Gaspara Stampa, la poeta del Cinquecento veneciano, que sostiene el código poético pretrarquista. Estas son parte de las mejores mujeres de la humanidad. Juntas a Hipatia, claro.

Me gusta pensar lo que postulaba Italo Calvino: “Un clásico es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir”. Caro lector, hábleme de sus mujeres. Algo más: casi no utilizo el teléfono celular. No es una virtud, es sólo un placer de caminar por las calles, por las plazas sin necesidad de él. Y vivo, rio, nado, voy a la cancha de Independiente y fumo en pipa. Tabaco holandés, claro. Y, mientras leo, miro mujeres bellísimas. Esas mujeres elegantes - cada vez se ven menos - con porte decidido, de caminar con buena postura. Esas mujeres que nos dan confianza, que al observar la posición de los pies nos hablan de un atractivo, del atractivo de sus caderas. Pues nos estamos despidiendo. Soy un deambulador de la ciudad, un flâneur. No se olvide. Y vuelva a leer a Paul Auster.

Carlos Penelas
Buenos Aires, noviembre 2024
sábado, noviembre 30, 2024 No comments


Uno sabe que dios no existe.

Que no existen los ángeles

ni Lilliput o el doctor Gulliver.

Ni la paloma herida del poema

o los laberintos de las islas suspensas.

Sabemos que la espuma del mar

desvanece navegaciones, estelas,

la lumbre de los sueños,

el ondular amatista de la tarde.

Uno sabe que la leyenda del Nilo y el faraón,

la ingenuidad de la mirada.

o el silencio de los terraplenes

se ausentan como un aura en la noche.

Ni la cábala ni Jano nos amparan,

ni la cintura de Locche o de Bochini;

ahora el smartphone socorre lo insomne.

Con las cenizas de mis padres de Thoreau o las de Auster

uno descubre lo abisal y la sombra.



Carlos Penelas

Buenos Aires, 7 de mayo de 2024
sábado, mayo 11, 2024 No comments
Siempre hay ante una obra, una ciudad mítica o un paisaje mágico, la evocación de una experiencia emocional, sensible. Por lo general este hecho se enfatiza con imágenes. Y a partir de ese momento -las palabras, las voces- pasan a leerse en íconos, en figuras, en emblemas. 


Durante muchos años se entendió por novela “una epopeya en prosa”. Estamos hablando de la novela caballeresca o de la novela realista. Podemos dar diversas definiciones. Una: Albert Thibaudet llama a la novela “antología de lo posible”. Obviamente esta definición excluía a las fantásticas. Otra: André Maurois escribió acerca de la novela: “Nosotros pedimos a la novela un universo de socorros, en el cual pudiéramos buscar emociones verdaderas y encontrar personajes inteligibles y un destino a la medida del hombre”. Maurois nos dice simplemente que la novela aborda un conjunto de sucesos posibles y verosímiles, pero que no siempre son exactos.

Al leer La música del azar de Paul Auster nos encontramos con casi todos estos signos con fluidez de lenguaje, cierta temporalidad expuesta en paralelismos, hechos cotidianos que nos envuelven con la magia del destino o del azar. Lleva, además, desde las primeras páginas, el tópico de las novelas americanas clásicas: un individuo que deja una vida atrás y emprende un viaje sin destino fijo. En esa carretera (donde el ex bombero de Boston escucha a Mozart y a Bach) el camino es la soledad, la existencia hacia lo incierto. Toda obra -lo hemos repetido hasta el cansancio- es un viaje. La Odisea, El Quijote, La Divina Comedia, Veinte mil leguas de viaje submarino, Ulises, La invención de Morel, Pinocchio, Caperucita Roja, El conde de Montecristo, Las mil y una noches, Bola de sebo…

En toda la novela vemos las limitaciones de la libertad, el asedio de un mundo, lo aleatorio y la causalidad, el sueño americano, una narrativa que elude las expectativas del lector, una búsqueda incesante donde predomina la espontaneidad y no lo deliberado.

Wallace Stevens, poeta estadounidense, señaló: “…la maravilla y el misterio del arte, como por cierto de la religión, consisten en la revelación de algo absolutamente otro, gracias a lo cual la inexpresable soledad del pensamiento se quiebra o se enriquece. El poeta, el hombre religioso, ni siquiera sueñan con dictar las reglas del juego: se limitan a andar por el mundo con el amor de lo real (de esa realidad otra) en sus corazones.”

Podemos observar ciertas fuentes fundamentales: Kafka, Beckett, Ionesco, London, y en alguna medida Flaubert (Bouvard y Pecuchet) y por supuesto la propia trayectoria de Auster. Es imposible no mencionar -por el clima, por la atmósfera, por el desaliento- a Raymond Carver y a Cormac McCarthy.

Jim Nashe y Jack Pozzi son individuos que se complementan, que se necesitan; ambos llevan la fantasía y la sensibilidad más allá de la razón. Imposible la realidad de uno sin el otro, el destino de uno sin el otro. El lector experimenta también desconcierto al no hallar relaciones directas o lógicas. Pero las hay, están en el medio social, en la actitud psicológica de ellos pero ocultas en alguna medida en una estructura social. Esa carrera nocturna, esa velocidad por el vacío, ese juego de cartas, ese trabajo alucinante de levantar un muro, esos dos millonarios que conocen, genera ansiedad, urgencia, un volver a empezar. Todo esto con ironía, crueldad, poética parquedad, virtuosismo de expresión.

Esta significativa y trascendente novela contemporánea nos lleva a analizar lo subjetivo, el auge de la arbitrariedad, la hegemonía del subconsciente. Detrás, sospechamos, las vigilias armadas, la agonía, las guerras, las crisis económicas. Una literatura de esta magnitud posee lirismo pero también una simbología que obliga al ser humano a mirar su mundo interior con la misma avidez que observa y analiza el exterior.

Esta angustia no paraliza la acción, la promueve. La angustia es parte del camino, de la elección. No hay amor en sí, los otros son parte de mi existir. Tal vez debamos retomar a Sartre: “Sin libertad no hay responsabilidad; sin responsabilidad no hay literatura”.

Julio Cortázar, en Clases de Literatura, Brekeley, 1980, señaló: "Para empezar, un escritor juega con palabras, pero juega en serio; juega en la medida en que tiene a su disposición las posibilidades interminables e infinitas de un idioma..."

Lo hemos afirmado reiteradas veces: la urdimbre de un texto no siempre depende del objeto sino del lector. Lo esencial es descubrir una realidad imaginable.

Carlos Penelas
Buenos Aires, abril de 2020
sábado, mayo 02, 2020 No comments
Durante muchos años se entendió por novela “una epopeya en prosa”. Estamos hablando de la novela caballeresca o de la novela realista. Podemos dar diversas definiciones. Una: Albert Thibaudet llama a la novela “antología de lo posible”. Obviamente esta definición excluía a las fantásticas. Otra: André Maurois escribió acerca de la novela: “Nosotros pedimos a la novela un universo de socorros, en el cual pudiéramos buscar emociones verdaderas y encontrar personajes inteligibles y un destino a la medida del hombre”. Maurois nos dice simplemente que la novela aborda un conjunto de sucesos posibles y verosímiles, pero que no siempre son exactos.


Al leer La música del azar de Paul Auster nos encontramos con casi todos estos signos con fluidez de lenguaje, cierta temporalidad expuesta en paralelismos, hechos cotidianos que nos envuelven con la zozobra del destino o del azar. Lleva, además, desde las primeras páginas, el tópico de las novelas americanas clásicas: un individuo que deja una vida atrás y emprende un viaje sin destino fijo. En esa carretera (donde el ex bombero de Boston escucha a Mozart y a Bach) el camino es la soledad, la existencia hacia lo incierto.

Una obra literaria -lo hemos repetido hasta el cansancio- es un viaje. La Odisea, El Quijote, La Divina Comedia, Veinte mil leguas de viaje submarino, Ulises, La invención de Morel, Pinocchio, Caperucita Roja, El conde de Montecristo, Las mil y una noches, Bola de sebo…

En La música del azar vemos las limitaciones de la libertad, el asedio de un mundo, lo aleatorio y la causalidad, el sueño americano, una narrativa que elude las expectativas del lector, una búsqueda incesante donde predomina la espontaneidad y no lo deliberado.

Podemos señalar ciertas fuentes: Kafka, Beckett, Ionesco, Hemingway, London, y en alguna medida Flaubert (Bouvard y Pecuchet) y por supuesto la propia trayectoria de Auster. Es imposible no aludir -por el clima, por la atmósfera, por el desaliento- a Raymond Carver y a Cormac McCarthy.

Creemos que podemos mencionar el final del prólogo de El último lector, de Ricardo Piglia, donde manifiesta: “…lo que podemos imaginar y siempre existe, en otra escala, en otro tiempo, nítido y lejano, igual que en un sueño”.

Jim Nashe y Jack Pozzi son individuos que se complementan, que se necesitan; ambos llevan la fantasía y la sensibilidad más allá de la razón. Imposible la realidad de uno sin el otro, el destino de uno sin el otro. El lector experimenta también desconcierto al no hallar relaciones directas o lógicas. Pero las hay, están en el medio social, en la actitud psicológica de ellos pero ocultas en alguna medida en una estructura social. Esa carrera nocturna, esa velocidad por el vacío, ese juego de cartas, ese trabajo alucinante de levantar un muro, esos dos millonarios que conocen, genera desasosiego, urgencia, un volver a empezar. Todo esto con ironía, iniquidad, poética parquedad, virtuosismo de expresión.

Entre las lecturas sesgadas que es imprescindible realizar se encuentra el mundo femenino: el de Auster es similar al de Raymond Chandler; análogo al de muchas novelas policiales. Ellas destruyen el valor y la integridad del varón, las mujeres prostituyen. Marlowe vive solo y toma whisky. Jim y Jack se relacionan con prostitutas o con una esposa que lo abandona, como en el caso de Jim.

Esta significativa novela contemporánea nos lleva a analizar lo subjetivo, el auge de la arbitrariedad, la hegemonía del subconsciente. Detrás, sospechamos, las vigilias armadas, los genocidios, la agonía, las guerras, las crisis económicas. Una literatura de esta magnitud posee lirismo pero también una simbología que obliga al ser humano a mirar su mundo interior con la misma avidez que observa y considera el exterior.

Esta angustia no paraliza la acción, la promueve. La angustia es parte del camino, de la elección. No hay amor en sí, los otros son parte de mi existir. Tal vez debamos retomar a Sartre: “Sin libertad no hay responsabilidad; sin responsabilidad no hay literatura”.

Carlos Penelas
Buenos Aires, abril de 2014


The music of chance: an epic prose
Trough out the years the novel was understood as an “epic prose”. We mean by that, chivalry or realistic novels. We could give a number of definitions. One: Albert Thibaudet calls the novel an ”anthology of the possible”, this definition obviously excludes the fantastic novel. Another definition: Andre Maurois writes about the novel: “we ask the novel to give us a universe of relief, where we could find true emotions, intelligible characters, and find a destination made to measure men. Maurois tells us simply that the novel deals with a set of possible and plausible events, but not always accurate.

When we read Paul Auster´s The music of chance we find almost every sign of language fluency, temporality exposed in same parallels, daily events that surround us with the anxiety of fate or chance. It also carries, from the first pages, the topic of classic American novels: an individual who leaves a life behind, and embarks on a journey with no destination. In that road, (where the former Boston fireman listens to Mozart and Bach) the path is loneliness, the existence towards the uncertain.

A literary work- we have repeated until boredom- is a journey. The Odyssey, Don Quixote, The Divine Comedy, Twenty Thousand Leagues Under the Sea, Ulysses, The Invention of Morel, Pinocchio, Red Riding Hood, The Count of Monte Cristo, The Arabian Nights, Suet Ball ...

In The music of chance we see limitations of freedom, the siege of a world, randomness and causality, the American dream, a narrative that avoids the expectations of the reader, a relentless pursuit where spontaneity and not deliberate predominates.

We allow ourselves to point certain influences: Kafka, Beckett, Ionesco, Hemingway, London, and in some extent Flaubert (Bouvard y Pecuchet) and of course Auster´s own path. It is impossible not to allude because of the climate, the atmosphere, discouragement, to Raymond Carver and Cormac McCarthy. We could also mention the prologue or Ricardo Piglia's The last reader where he says: ... What we can imagine and is always there, on another scale, once, clear and distant, as in a dream."

Jim Nashe and Jack Possi are complementary individuals, they need each other, and both take fantasy and sensitivity beyond reason. It seems impossible the reality of one without the other, the fate of one without the other. The reader experiences also puzzled to find no direct or logical relations. But there are, they exist in the social environment, the psychological attitude of them but somewhat hidden in a social structure. That night race, the speed for emptiness, the card game, the amazing work of building up a wall, those two millionaires they meet, generates anxiety, urgency, a feeling of starting over. All this with irony, iniquity, poetic brevity, and virtuosity of expression.

Among the biased readings that is essential to perform who find the female world: Auster is similar to Raymond Chandler, analogous to many crime novels. They destroy the value and integrity of the male, female prostitutes. Marlowe lives alone and drinks whiskey. Jim and Jack are associated with prostitutes or with a wife leaving him, as in the case of Jim.

This significant contemporary novel leads us to analyze the subjective, the rise of arbitrariness, the hegemony of the subconscious. Behind that, we suspect, the armed vigils, genocide, the agony, the wars, the economic crisis. A literature of this magnitude has lyricism but also certain symbolism that requires us, as humans, to look at our inner world with the same avidity that we observe and consider the outer being.

This fear does not paralyze the action, instead it promotes it. Anxiety is part of the way, of the choice. There´s no love in itself, the others are part of my existence. Maybe we should return to Sartre: "Without freedom there is no responsibility, without responsibility there is no literature."

Carlos Penelas
Buenos Aires, april 2014

Traducción: Eugenia Limeses.
lunes, abril 07, 2014 No comments
El buen lector hace el buen libro.
Ralph W. Emerson


He reiterado en más de una ocasión que en el Profesorado en Letras Mariano Acosta era fundamental el estudio de las lenguas clásicas, la literatura medieval española, italiana, francesa, inglesa y alemana. La formación de esos años giraba en torno a esa mirada. Nos daba solidez, nos enseñaba el mundo del arte en todos sus matices. Profesores como Lorenzo Mascialino (Latín), Germán Orduna (Medieval española) y Julio Balderrama (Gramática) fueron pilares. Hombres reconocidos en las universidades de Europa, de nivel internacional. Hombres que hablaban y escribían cinco o seis lenguas. Balderrama, lingüista, era un símbolo: veintidós idiomas, entre ellos el guaraní. En esa cosmovisión crecimos, aprendimos y nos educamos. A partir de ella podíamos conocer y reconocer el universo que nos esperaba. La sensibilidad, una existencia descubridora con un conocimiento imprescindible.

“La Historia como el drama y como la novela – dice Toynbee – es hija de la mitología…Se ha dicho por ejemplo de La Ilíada, que aquel que emprenda su lectura como un relato histórico , allí encontrará la ficción y en revancha, que aquel que la lea como una leyenda, allí encontrará la historia”.

Esto podemos presenciar en la literatura norteamericana. Sentir la existencia del hombre en la sociedad, el carácter social de la existencia, el espejo que se pasea a lo largo de una travesía, el héroe anónimo con su virtud pública y privada, el hombre en su mundo. Y todo ello desde lo estético, desde la introspección, desde la realidad interna sobre la anécdota externa. Y todo ello con una técnica narrativa impecable; criaturas de ficción que van plasmando una concepción sobre el tiempo, la vida y la muerte.

La tarea del lector es entender y darse cuenta, gozar con lo mejor de las letras contemporáneas, descubrir el privilegio de la palabra, del clima, en una liturgia mágica, conmovedora.

No es nuestra intensión realizar un catálogo en este breve artículo. Simplemente recordar autores que nos fueron ampliando una visión durante más de treinta años. Una aproximación entonces en bloque: Henry David Thoreau, Edgar Allan Poe, Herman Melville, Stephan Crane, Emily Dickinsen, Henry James, William Faulkner, Mark Twain, Jack London, Dashiell Hammett, Truman Capote, Carson McCullers, J.D. Salinger, Ray Bradbury, Ernest Hemingway, John Kennedy Toole, Henry Miller, H.C.Lewis, Alfred Hayes, Cormac McCarthy, Raymond Carver, William Goyen, Paul Auster…

Seguramente faltan nombres. Sin contar a Walt Whitman, T.S. Elliot, Ambrose Bierce, Eugene O´Neill, Arthur Miller o Tennessee Williams. En ellos admiramos ese universo del cual mencionaba al comienzo de estas líneas: simbolismo, penetración psicológica, sencillez expresiva, visión lírica de la realidad, contemplación de la naturaleza, literatura de frontera.

Las palabras pueden inspirar al silencio, al diálogo del silencio. Hay un registro en la expresión de una obra que deparan otros mundos, otras circunstancias. Es cuando llegan las voces que ignoran distancias. De ese pasado nos nutrimos, nos vamos guiando a la habitualidad de nuestros mayores.

Desde lo cotidiano vamos viendo una simbología que nos acerca a zonas íntimas, a zonas interiores. El hombre actual, escribió Orson Welles, sólo está reelaborando todo el patrimonio cultural anterior.
Las lecturas de juventud son por un lado poco provechosas pues hay impaciencia, distracción y falta de método. Por otro lado está la pasión, la propuesta de modelos. Cuando llegamos a la vida adulta nos damos cuenta de ello. Así como nosotros vamos cambiando, leemos por primera vez un libro releído, sucede con frecuencia, a los textos que nos aguardan les sucede lo mismo.

Partimos de una base: se leen los clásicos por amor. No por obligación o por respeto. Y además debemos saber desde donde leemos. Ni la obra ni nosotros somos intemporales.

Recordemos las lecturas que realizó Cesare Pavese de los grandes escritores norteamericanos, los estudios de Italo Calvino, los estudios que se realizan en todas las universidades prestigiosas del mundo. Es que en Estados Unidos se gestó una literatura renovadora, refleja siempre una tendencia de la novela contemporánea: desplazamientos temporales, monólogo interior, corriente de conciencia, la tediosa sexualidad, una crítica a la propia sociedad norteamericana. Además, el advenimiento de los Estados Unidos como nación de poderío mundial no impidió la renovación del localismo centrado de los principios liberales que rigen al hombre medio norteamericano. Son siempre un testimonio de vitalidad, ofreciéndonos la imagen del hombre anónimo transformado en héroe de su aventura. Aventura que entraña la existencia cotidiana. Y el desasosiego, la violencia gratuita, la rebeldía, tortuosas historias de violencia y sexualidad, el clima onírico por momentos, el vigor siempre de sus personajes unidos a la falsa prosperidad, la evasión moral, la incertidumbre. Eso y más nos acerca esta literatura de análisis social, de sentido profundamente individual y sentido crítico de la raíces puritanas de Nueva Inglaterra. La literatura norteamericana tiene una dimensión imaginativa propia, de tonalidades a veces sombrías en una suerte de credo civil.

Recordemos al tomar un libro aquellas palabras de Marcel Proust en Días de lectura: “Sin duda, la amistad, la amistad referida a los individuos, es algo frívolo, y la lectura es una amistad. Pero por lo menos es una amistad sincera, y el hecho de que vaya dirigida a un muerto, a un ausente, le confiere algo desinteresado, casi conmovedor”.

Carlos Penelas
Buenos Aires, marzo de 2014

martes, marzo 18, 2014 No comments
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