Lo moderno se contenta con poco.
Paul Válery
Foto: Emiliano Penelas |
Soy un hombre que camina. Un flâuner. Tal vez sea una forma de regreso a los paseos de la mano de mi padre, a los cafés que frecuentaba mi hermano Roberto, el mayor. Sitios icónicos y temporalidades personales. Inicio el deambular – hábito o manía - desde la Plaza Rodríguez Peña. Es parte de mi infancia, de mi vida. Juegos, lecturas, muchachas. La Biblioteca del Maestro, Lugones, poemas. El divagar me ayuda a sentir. Miro a mi madre sentada en un banco con su tejido. Es difícil en estos días la inocencia. Veo familias durmiendo en las calles a la intemperie; pobreza, hambre. Veo el saqueo, la indigencia, el desamparo. A veces recuerdo Plaza San Martín, la Torre de los Ingleses, el Edificio Kavanagh, el Palacio Paz. O la plazoleta Suipacha, conocida en mi niñez como plazoleta Dorrego. Antes Plaza General Viamonte, luego Del Temple. Y el monumento de Rogelio Yrurtia tan bello. Hoy todos los monumentos tienen rejas; se roban las placas de bronce, en plazas, edificios – públicos o no -, en cementerios. Evoco tiendas, museos, casonas señoriales, tranvías. Y el silencio de pasajes que no están. Bajo una escalinata. (Mutismo: Lola Mora). Prendo mi pipa y miro los frentes, las ventanas. Aún quedan islas en Buenos Aires. Pero se perdió elegancia, se perdió fineza. Me formé en un hogar donde lo estético y lo ético iban de la mano. Recuerdo a Élisée Reclus. Vivo otro mundo, otro universo. Si se me permite, si no lo ofendo: decadente, tosco, extraviado. Grosero.
“La gran ciudad es la que tiene el hombre o la mujer más grande:
si se trata de unas pocas cabañas irregulares, sigue siendo la ciudad más grande del mundo”.
Walt Whitman.
Es absurdo afirmar que todo tiempo pasado fue mejor; que existe un mundo ideal o una ciudad ideal. O una mujer, un pueblo, un vecino. Las entidades tienen sus movimientos, sus contradicciones, sus cambios. Y, desde ya, sus lecturas. (En voz baja: de Mozart a la cumbia villera). Las injusticias sociales, la corrupción o el narco configuran historias. Sucede que a veces se ven o están a la vista. La masa parece que no se entera. De todas maneras lo cotidiano de los argentinos es de una decadencia significativa. Se me señalará otros países. De acuerdo. Pero convengamos que desde hace por lo menos setenta años las simbologías se deslizan con riesgos feroces, sobre todo en estos últimos treinta, producto tal vez de los cuarenta anteriores. Que el mundo es caótico y que además los valores han cambiado significativamente qué duda cabe. Pero lo cierto es que estamos rodeados de miseria, droga por doquier, pornografía infantil, violencia, suicidios. La hipocresía como la negligencia parece no tener límites. Por arriba y por abajo. La ignorancia sin piedad. Sí, usted tiene razón, hay ejemplos peores. Desde los cartoneros o la prostitución infantil hasta personas que empiezan a vender sus bienes domésticos para sobrevivir. Desde la crisis de la educación y la salud hasta el derrumbe emocional de cientos de miles de seres que habitan este territorio. Para la mayoría sin esperanza, sin salida, sin futuro. Como pobres diablos se imaginan que algo cambiará. Se conforman entre la resignación y la mendicidad, entre la limosna y la humillación. En la mirada la tristeza de los condenados. El populismo, esa religión fascista, cautivó.
Albert Camus escribió en La peste, que "el modo más cómodo de conocer una ciudad es averiguar cómo se trabaja, cómo se ama y cómo se muere.". La clave está al alcance de todos, falta voluntad y valor para ver. Observemos ahora un Buenos Aires del pasado, no idílico pero sí con tendencias significativas. Diferente a ciertos proyectos que en estos tiempos nos impone la publicidad, los grandes centros comerciales o ciertos barrios privados. Evoco: Torcuato de Alvear, Antonio Buschiazzo. Otros: Francesco Tamburini, Alejandro Bustillo, Mario Palanti, Alejandro Christophersen, Norbert Maillart, Le Corbusier…
Eugène Courtois y Carlos Thays materializaron en nuestra ciudad la imagen del espacio público verde de París. Los continuaron Benito Carrasco y Carlos León Thays (hijo). Carlos Thays, el más grande paisajista argentino nos legó lo mejor de la imagen urbana que hoy tenemos. Fue el creador del Jardín Botánico. Del Parque 3 de Febrero, del Barrio Palermo Chico, de la avenida Figueroa Alcorta, las Barrancas de Belgrano, los parques Ameghino, Centenario, Chacabuco, entre otros. Ahora una vez más por Plaza Francia, Congreso, Britannia, Vicente López… Y las remodelaciones del parque Lezama, el parque Avellaneda y todas las plazas de la ciudad. Benito Carrasco introdujo el concepto de la misión social. Canchas de tenis, de fútbol, piletas de natación. Organizó junto a Clemente Onelli, director del Zoológico, la producción de los paseos públicos (se cosechaban aceitunas y se hacía aceite, se producía leche en las cabrerías y vaquerías municipales; todos estos productos se distribuían en los hospitales públicos). Se creó el Museo, la Biblioteca, el Gabinete Fotográfico del Jardín Botánico, la Escuela de Jardinería. Y más.
En 1912, Eduardo Schiaffino, primer director del Museo Nacional de Bellas Artes, viajó a Trieste y pudo adquirir unas ruinas bizantinas (siglo VI de la era cristiana) y fueron instaladas en el Zoológico de Buenos Aires. Allí están, al lado del lago Darwin. La historia es larguísima y ya se escribió. Es pasado y nadie lo advierte. No se mira, no se sabe.
Me incomoda, me molesta, me fatiga – en líneas generales – los lugares turísticos. En Roma, Madrid, Londres, Montevideo o Buenos Aires. Puerto Madero o la Reserva Ecológica son sitios que no se me ocurre pisar. San Telmo, Caminito o el Teatro Colón eran parte de mi primera infancia antes de ponerse de moda. Mis rincones tienen su cosmogonía, la ciudad debe estar a la medida del hombre. Una vez más la intimidad. Por eso amo las pequeñas ciudades europeas, los pequeños pueblos, los emblemas olvidados por el progreso. Para escribir en nuestra libreta:
“Una ciudad que supera a los poderes de caminar del hombre es una trampa para el hombre”.
Arnold Joseph Toynbee.
Tenemos todavía relojes admirables en toda la ciudad. En parques, en edificios con bellísimas cariátides, en escuelas anónimas. Hay uno, construido en Italia teniendo como modelo el que preside la plaza de San Marcos, de Venecia. Está en Plaza del Congreso, corona el edificio que fue el Instituto Biológico y luego de la Lotería Nacional, en la avenida Rivadavia al 1700. Es la pieza más valiosa de la ciudad.
A esta síntesis podemos agregarle el nacimiento de editoriales, la nueva literatura, los cine club, las publicaciones de revistas tipo magazine o revistas ilustradas, el teatro, el arte del filete (tiene su origen en el italiano "filetto") en carros, chatas y todo vehículo con tracción a sangre, la inmigración española con personalidades creativas y llenas de encanto. Un país con inmigrantes italianos, judíos, polacos, árabes, armenios, ingleses, alemanes, checos...
Lo escrito es apenas un brevísimo bosquejo. Un bello ejemplo de estos tiempos. Se les mostró, hace unos días, a estudiantes secundarios una fotografía del Che. Algunos dijeron Perón, otros Belgrano, uno Rambo. Hicieron lo mismo con una de Perón. Respuestas: Gardel, un ganador de Gran Hermano, no sé. Todo se desvanece. Estoy abriendo la puerta de mi casa. La tabaquera y la pipa en el bolsillo de la gabardina. "Hay que cuidarse de decirles a los viajeros que a veces las ciudades diversas se suceden sobre el mismo suelo y bajo el mismo nombre nacen, mueren sin haberse conocido, incomunicables entre sí". Esto lo escribió Ítalo Calvino.
Carlos Penelas
Buenos Aires, junio de 2023
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