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Carlos Penelas


a Aníbal Vázquez Gil

¿Recuerdas, amigo, las tarde de verano

mirando las flores, los tomates,

la acequia de la quinta de Lomas de Zamora?

¿Y el vendedor de globos, las muchachas

hermosas de los balcones altos?

¿O las valijas con la aduana de España,

el cine continuado, Buster Keaton,

el bar Dante, el ping-pong de los sábados?

Era la época donde el clown de la plaza

imaginaba trapecios, barquillos, azucenas.

Era la magia de la infancia

protegida en figuritas y baleros,

los pantalones cortos y los moños azules,

en la radio Tarzán y Poncho Negro.

Bellas estampillas de Londres o del Congo.

El olor de las panaderías,

las tardes donde padres y sueños

viajaban en tranvías, ventanillas libres

descubriendo perros extraviados

y obreros leyendo las estrellas.

Había un puerto, una fragata histórica,

un asombro de almacenes y de fútbol.

Decíamos Fangio, Grillo, Pascualito Pérez…

Era la época en que una ciudad

llamada Buenos Aires, iluminaba el cielo.


Carlos Penelas
Enero de 2020
jueves, enero 30, 2020 No comments



Todo era importante, amigos.

La voz de padre, la mirada de madre,

el linaje de un pájaro oculto,

los cuentos de la hermana,

el ciclo carolingio, las caballerías

de los reyes, las espadas del Cid,

un álbum de estampillas del hermano,

el Nautilus, los viajes en globo,

los poemas éddicos, los títeres perdidos,

la lluvia repicando en los techos.

Eran notables los arponeros,

el bengalí Tremal-Naik, Yañez de Gomera,

el maharato Kammammuri,

las malezas de un potrero del sur,

una ventana que avasalla y desvela.

(También la demagogia, el engaño,

se escribían en pupitres, en símbolos).

En esos años soñaba con Marianne,

la perla de Labuan. En esa edad

la alegría era un ala blanca en la plaza,

el júbilo albergando a los diablos rojos

al salir del infierno por un túnel,

el sauce que subía y flotaba en una isla,

o un eco desatendido, ausente.

Sin saberlo, un cielo abierto

- claro, húmedo, suspirado -

anunciaba el preludio del silencio.


Carlos Penelas
Buenos Aires, enero de 2020
miércoles, enero 29, 2020 No comments
Es mísero callar cuando importa hablar.
Cayo Salustio Crispo


En la vida he cometido errores, muchos de ellos en mi juventud. Pensaba en un orden social diferente, en ciertos modelos supuestamente revolucionarios, en una óptica en donde el mal estaba en un lado y el bien en otro. Durante años lecturas de historia, sociología y ensayos contemporáneos formaron mi ideología. Durante años estudié y analicé autores clásicos, lecturas que conformaban un ideal, una manera de salvar al mundo y de elevar un sentimiento cargado de solidaridad y esperanza. En los años 60 era una corriente que avanzaba sobre el planeta. Y los jóvenes vivíamos con intensidad esos cambios, esos movimientos. Una generación fue llevada a la muerte; muchos de ellos con utopías y sentimientos nobles, otros profundizaron su dogmatismo y su imbecilidad.

La poesía, la música, el teatro, la pintura, el cine, la historia del arte comenzaron a ser una guía fundamental cuando ingreso al profesorado en Letras. A los veintidós años comencé a vincularme con viejos libertarios. Aquello que no había escuchado o no quise escuchar en la voz de mi padre lo fui vivenciando años después. El tiempo fue afianzando cada idea, cada signo, cada acto ético. Junto a una formación humanista otras lecturas, otras fuentes me otorgaron una visión más amplia del ser humano. A partir de entonces comprendí mejor la demagogia, el dogmatismo, las revoluciones cesáreas, el populismo. Sabía – ya lo había escuchado en mi infancia - qué significaba el fascismo, el estalinismo, en nazismo, el franquismo, pero no había comprendido las maniobras canallescas del fascismo de izquierda. La derecha, caballeros, sabemos a qué juega, cómo funciona, cuáles son sus propósitos. Crímenes, engaños, guerras, actos de fe, adoctrinamiento, falsedades en nombre del pueblo y de la revolución social es lo que debemos combatir con el mismo ímpetu que posiciones imperialistas, racistas o nacionalistas. Lo religioso invade lo político, lo político es religioso. Pregúntenle a Napoleón, de esto algo supo.

Estas visiones, siniestras, se erigieron en verdugos, en inquisidores, en esbirros de toda dictadura en nombre de las clases más humildes. Los mecanismos perversos fueron infectando universidades, publicaciones, hábitos. Pero no era sólo la gentuza, la mediocridad de militantes y jóvenes desorientados, analfabetos inmorales, ignorantes consuetudinarios. Hubo seres de una basura moral sin límites. Hablo de Sartre, de Neruda, de Heidegger y de tantos otros que negaron el horror, que instalados como íconos de la izquierda esclarecida nunca fueron tocados, criticados o al menos cuestionados. La imbecilidad y el oscurantismo avanzan sobre el universo. Hoy lo vemos en casi todos los países, jóvenes y no tan jóvenes – descerebrados en su gran mayoría - apoyando a líderes de coleta, a dictadores impresentables, toda una gama de populistas, tercermundistas o vaya uno a saber qué tipo de borrachera elevan con los ojos en blanco.

Un claro ejemplo de nuestros días es el caso Matzneff. Como símbolo. La elite literaria francesa y los medios celebraron sus libros y su moral durante décadas. Entre ellos, entre los intelectuales que apoyaron a éste pedófilo vemos los nombres de Sartre, Michel Foucault, periódicos como Le Monde y Libération. Todos ellos alentaron o defendieron a capa y espada la práctica como una forma de la liberación sexual y humana. Recordemos: Gabriel Matzneff fue uno de los máximos exponentes de la legalización del sexo con los niños. Para liberarlos del dominio de sus progenitores. Pensadores de izquierda como Foucault, Roland Barthes, Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir se manifestaron en defensa de estas prácticas y defendieron a monstruos acusados de tener sexo con menores. Defendieron, muchos de ellos, a pedófilos y los consideraban una minoría discriminada. ¿Qué podemos pensar del Vaticano? ¿Qué podemos decir de los campos de concentración para homosexuales en la Revolución Cubana? ¿Cómo defender el socialismo del Gulag, la Revolución Cultural China, los millones de muertos de Camboya, Vietnam, Yugoeslavia? ¿Qué escribir sobre científicos, autores, intelectuales, hombres de a pie asesinados, exiliados, humillados? ¿Hablamos de Nicaragua, de Venezuela, de Irán? ¿Qué les podemos decir a generaciones de jóvenes que tienen el cerebro lavado y sólo atienden sus celulares y sus redes? Estas breves líneas son un pequeño ejemplo de atrocidades sistemáticas, de horrores sistemáticos.

Este es parte de una estructura en la cual convivimos. Todo es mucho más complejo, la sociedad tiene mil facetas. Pienso en el arte visual y vemos también la sarta de imbéciles que se llaman creadores, seres de vanguardia con curadores, pienso en la industria cultural, en la mediocridad de profesores y de estudiantes, de diputados y senadores, de intendentes. Y sí, de presidentes corruptos, ladrones y psicóticos. Por fortuna hay pequeñas islas en donde se piensa, en donde se crea, en donde se vive con otros objetivos.

Nos preguntamos cuantos políticos o líderes se han suicidado en la historia. Son contados con los dedos de una mano. Por lo general seres de talento, honestos, pero frágiles para soportar la inmundicia son aquellos que eligieron eliminarse. Por supuesto, no propongo el suicidio como salida. Digo que para muchos seres humanos – con sus variantes y sus problemáticas - ante un mundo en crisis, ante sociedades degradadas, ante la hipocresía, no tuvieron otra salida. Recordemos al pasar: Periandro, Séneca, Safo, Petronio, Ángel Ganivet, Virginia Woolf, Salgari, Pavese, Antonieta Rivas Mercado, Storni, Hemingway, Lugones, Quiroga, Pizarnik, Celan, Trakl, Maiakosvki, Mishima, Zweig, Tsvetzeva, Plath, Villaurrutia, Michaux, London, Cesairé…

Albert Camus comenzaba su célebre ensayo El mito de Sísifo con una reflexión: sólo existía un problema filosófico verdaderamente serio, y ese era el suicidio. Entre los griegos éste había sido un asunto de primer orden. Heródoto escribió: “Cuando la vida es tan pesada, la muerte se convierte para el hombre en un refugio codiciado”.

Jacques Rigaut, fundador de la Agencia General del Suicidio: “No hay motivos para vivir, pero tampoco hay motivos para morir, la única manera con que se nos permite demostrar nuestro desdén por la vida es aceptarla, la vida no merece que nos tomemos el trabajo de abandonarla”.

Pirandello en su obra inmortal, El difunto Matías Pascal, le hace decir al protagonista:
“La primera vez que me maté lo hice para aturdir a mi querida. Esta virtuosa criatura se había negado bruscamente, cediendo al remordimiento –según decía–, a acostarse conmigo, a engañar a su amante, su jefe de oficina. No sé muy bien si yo la amaba; sospecho que quince días de separación habrían disminuido de manera notable la necesidad que de ella sentía. Pero su rechazo me exasperó. ¿Cómo atraparla? ¿Ya he dicho que ella sentía por mí una profunda y duradera ternura? Me maté para aturdir a mi querida. Perdóneseme este suicidio en consideración a mi extremada juventud por la época de semejante aventura”.
Vivimos en una sociedad donde jueces, políticos, intelectuales, burócratas, sindicalistas, estudiantes, cagatintas y demás yerbas mienten, engañan, niegan el pasado y el presente – al mismo tiempo – y subestiman la memoria. Peor: subestiman al individuo y lo ético. Un sistema en pleno horada sin prurito. Esto fue así desde la época de los profetas y un poco antes también. ¿No me cree? Vuelva a la Biblia y las manos se le llenaran de sangre.

Por supuesto: hay ejemplos – pocos, pocos – que marcan el camino hacia una mejor humanidad. Mientras tanto sigo pensando en Groucho Marx: La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados.

Carlos Penelas
Enero 2020
sábado, enero 18, 2020 No comments
Recomiendo visitar el Museo Nacional de Bellas Artes y recorrer con detenimiento la muestra sobre Norah Borges. Por primera vez llega al Museo una exposición de esta artista que es parte fundamental de la vanguardia argentina y española de las décadas del 20 y del 30.

El marinero y la sirena, obra de Norah Borges

A la sombra de su hermano Jorge Luis y de su esposo, el ensayista español Guillermo de Torre, no siempre tuvo el reconocimiento merecido en nuestra sociedad. Su dibujo, al igual que su pintura o su grabado, llevan la sencillez y la sutileza poética del talento.

En la exposición, excelentemente presentada, recorreremos xilografías, dibujos, témperas o innumerables colaboraciones como ilustradora de libros. También, en una de las salas, descubriremos su labor como crítica de arte bajo el seudónimo de Manuel Pinedo.


Cabe recordar que la autora conoció en España a Picasso, Miró, Unamuno, García Lorca, Juan Ramón Jiménez (a quien le ilustró varios de sus poemas) entre otros grandes de la generación del 27. También estudió en España con Julio Romero de Torres.


La foto ampliada - donde se encuentra posando Penelas - pertenece a Julie Méndez Ezcurra, realizada en los años 80. Una copia del original la tiene el autor de estas líneas en su biblioteca, obsequio del amigo y poeta Lucas Moreno.

Carlos Penelas
Buenos Aires, 12 de enero de 2020
lunes, enero 13, 2020 No comments
Andrei Tarkovski, hijo del célebre poeta Arseny Tarkovski, escribió: “Creo que para formar un concepto de arte primero hay que enfrentar otro concepto. La pregunta es: ¿por qué existe el hombre? Debemos usar nuestro tiempo en la tierra para crecer espiritualmente. Significa que el arte debe servir a este propósito”.


Las palabras adquieren un ritmo. Las vamos integrando con lentitud, con tiempo. En música del cuerpo. Allí, en el cuerpo, comienza el acto de escribir. Y en esa musicalidad sentimos los significados de las palabras. Sentimos el latido, el sentido que cada una de ellas contiene. El poeta es artesano de la palabra. “Creador, inventor, no imitador; he ahí el carácter esencial del poeta”, nos recuerda Giacomo Leopardi.

La palabra habita su propio espacio, su propia atmósfera. A partir de allí podemos ver la hospitalidad y la claridad del poema. Se establece un diálogo mudo en la creación, en lo creado. El autor desde la intuición va gestando esa suerte de ambigüedad que es el poema. Un espacio, un espacio de credibilidad. La palabra entonces es misterio, reconocimiento del mundo del misterio. Y el misterio protege lo sagrado. Y lo sagrado es la vida. Por eso las integramos en el tiempo. Música del cuerpo.

Por qué razón, nos preguntamos desde nuestra adolescencia, el ser humano debe luchar con desesperación, con angustia, por su dignidad. ¿Por qué luchar por cosas sensatas, elementales? Por cosas o situaciones (que por otra parte se dieron sin dificultad en momentos históricos diversos) que no requieren discusión o planteos intelectuales. Es terrible cómo a lo largo de los siglos castas, dogmas, autoritarismo, templos laicos o sagrados, han intentado destruir lo mejor del hombre. Velos y más velos sobre su sensibilidad, sobre su posibilidad de imaginar, de pensar, de amar.

Wallace Stevens, poeta estadounidense, señaló: “…la maravilla y el misterio del arte, como por cierto de la religión, consisten en la revelación de algo absolutamente otro, gracias a lo cual la inexpresable soledad del pensamiento se quiebra o se enriquece. El poeta, el hombre religioso, ni siquiera sueñan con dictar las reglas del juego: se limitan a andar por el mundo con el amor de lo real (de esa realidad otra) en sus corazones.”

“Hay algo más importante que la lógica: la imaginación” dijo en una ocasión nuestro amado Sir Alfred Hitchcock. Giacometti, suizo y escultor, señaló algo que siempre se supo: “el arte es un medio de ver”. “La pasión del amor es amar sin medida”, escribió San Agustín en sus Confesiones. Y dijo más: “La pasión del amor no puede comprenderla quien no la sienta.”

Vivimos una promiscuidad mental, una promiscuidad física. Tal vez desde siempre. Uno sospechó que en el siglo XXI ciertos temas no existirían. Todo se ha vuelto vulgar y obsceno, banalidad que invade de manera corriente cada gesto, cada nuevo hábito. El deseo no existe, existe el poder, el discurso político, la afectación, la fachada; simulacro, parodia. Sobre eso se montan mitos, leyendas, delirio, saturación, desvergüenza. Vivimos el espejismo de la pasión, de lo otro, charlatanerías prolijas y hasta correctas, pornografía en el arte, en la información, en las estadísticas, en referencias de la vacuidad. Teatralidad y simulación.

“La pregunta sobre el origen del Estado debe precisarse así: ¿en qué condiciones una sociedad deja de ser primitiva?” También reflexiona el autor de La sociedad contra el Estado y Arqueología de la violencia: “…quizás la solución sobre el momento del nacimiento del Estado permita esclarecer las condiciones de posibilidad (realizables o no) de su muerte”. Las investigaciones e ideas del renombrado antropólogo y etnólogo Pierre Clastres (1934-1977) sobre las poblaciones primitivas dan una antropología de alternativa. En esas sociedades se trabajaba sólo cinco horas, lo necesario. Ahora todo debe ser explotado. Por supuesto Clastres es un teórico no siempre recordado.

Podemos hablar de polarización crispada, de una cultura oficial materializada en manifiestos, premios o arquitecturas de poses. Pero también del esfuerzo desesperado de soñadores, del pensamiento utópico, de una vida plena de poesía, de realidad caótica pero vital.

“La historia corre mientras el espíritu medita. Pero este retraso inevitable crece hoy en proporción a la aceleración histórica”, escribió Albert Camus en 1954. El sentir, el pensar, parecería que no es parte de la ética, de la imaginación, del otro, del diferente. De lo auténticamente humano. La poesía fue comparada en muchas ocasiones con la mística y con el erotismo. Pero el poeta nombra a las palabras más que a los objetos, la experiencia poética es una tonalidad verbal, un clima interior. La palabra es el reverso de la historia, es el reverso de lo cotidiano. Exige, como la mística y el amor, una entrega. Por eso la insensatez del creador, del amante o del místico; lo imaginativo del soñador en un pujante querer decir, un balbuceo permanente de libertad.

"…Pues el encuentro de todos los seres en uno engendra la cesación de ellos y acaba con su nacimiento, pero al desunirse los seres el nacimiento vuelve y se desvanece la cesación. Y este perpetuo movimiento alternante nunca tiene fin, unas veces reuniéndose todos los seres en uno por el Amor, otras separándose todas las cosas arrastradas por la repulsión del Odio. Esta lucha la manifiesta el conjunto del cuerpo humano tan pronto todos los miembros reunidos por Amor en uno se obtuvo un cuerpo, floreciendo la vida en su plenitud; tan pronto separados nuevamente por funestas discordias andan errantes cada uno por su lado en las rompientes del oleaje de la vida". Esta es la mirada de Empédocles.

El poeta no sabe nunca qué es lo que va a ocurrir. Todo está en el poema, en la pasión del lenguaje, en la rebelión contra el vacío. Por esto es importante tener presente a Bachelard cuando establece la distinción del estado contemplativo, al que llama “ensoñación”, de la pura racionalidad. Pero también lo diferencia de aquello que denomina “sueño nocturno”. Nos habla de la noción platónica anima mundi.

Al leer cada verso debemos analizar el sentido afectivo del lenguaje, el modo de captar y concebir la realidad. Y ver, además, las fuentes literarias. Las fuentes levantan el edificio estético del poema a partir de cada línea. Es cuando podemos pensar en “el temple sentimental”, en el espíritu cósmico, en la tradición literaria que incorpora y asimila el imaginador. Recordemos a Schelling cuando afirmó que la Belleza “es la representación simbólica del Infinito”.

Carlos Penelas
Buenos Aires, enero de 2020

Publicado en el diario La Prensa el domingo 23 de febrero de 2020
martes, enero 07, 2020 No comments
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