
Estoy leyendo un libro que compré por veinte pesos. Nadie conoce nada, nadie sabe nada de nada. Es un libro que no se puede adquirir por menos de ciento veinte o ciento cincuenta pesos. En buen estado, sin duda, unos quinientos. Hablo de un misal, de un misal histórico: Misal diario y vesperal. Es el célebre de Gaspar Lefebvre, de la Abadía de San Andrés, Brujas. La traducción castellana y la adaptación de Germán Prado, monje Benedictino de Silos. Edición de 1953, una verdadera joya. Un ejemplar bilingüe; latín y castellano. Me sirve, además, para repasar lo casi olvidado. Cuando en la introducción habla del programa de vida cristiana, cita la Escuela de Salerno. De esa escuela, perdóneme estimado lector, me habló un día mi padre. Mi padre, el que cuidaba cabras a los seis años en Espenuca, el que trabajó en una fábrica de vidrio a los once, aquel que fue tendero, empleado, tuvo un almacén y luego un negocio de lencería, decía que había que dormir ocho horas, trabajar ocho horas y vivir ocho horas. Eso se señaló en la Escuela de Salerno. Y hay un trabajo interesante de Jaime Gómez González sobre la primera Escuela de Medicina, la de Salerno. Le transcribo algo, para que recuerde y asociemos tiempos, épocas, circunstancias, mundos e ideologías. Sin caudillos, sin populismos, sin ortodoxias.
Hace mil años cuatro maestros se reunieron en Salerno para fundar el primer centro de enseñanza médica del mundo: el griego Pontus, el árabe Adela, el Judio Helinus y el Latino Salernus. Salerno es una población situada al sur de Nápoles sobre el golfo de su nombre sobre el mar Tirreno y esta muy cerca del Monasterio Benedictino de Monte Casino, en donde se libró una de las más enconadas batallas de la Segunda Guerra Mundial. Salerno estaba en la ruta de los Cruzados que se dirigían a la Tierra Santa. En su vecindad existen baños termales usados desde la época de los Romanos. Una de las contribuciones más importantes de la escuela de Salerno fue la traducción de los libros clásicos griegos, vertidos al árabe y traducidos al latín por el monje benedictino Costantino el Africano a mediados del Siglo XI. “Todo el Arte" fue escrito en Bagdad en el siglo X y es una enciclopedia de las enseñanzas griegas y árabes en la cual se incluyen capítulos de anatomía, fisiología, patología, semiología, traumatología y ginecología entre otros temas.
En el siglo XII comenzaron las disecciones anatómicas en Salerno y Copho escribió un texto sobre la Anatomía del Cerdo. Los Salernitas dedicaron esfuerzos importantes al desarrollo de la cirugía y afirmaban que era una de las ciencias de la medicina.
Una de las obras mas interesantes es el "Régimen Sanitario" escrito en verso, el cual fue compendiado en el S XIII por el médico español Arnaldo de Villanova . Entre otras muchas cosas , recomendaban a los enfermos consultar y obedecer a tres colegas: el Dr. Dieta, El Dr. Alegría y el Dr. Reposo.
Los conocimientos iniciados en Salerno se extendieron por toda Europa y tuvieron varios siglos de vigencia. La Escuela de Medicina fue clausurada por Napoleón en el Siglo XIX . Parece que el emperador estaba más interesado en sacrificar a millones de jóvenes soldados que en curar a los enfermos. Un millar de años después de su fundación, recordemos esta ilustre página de la historia de la medicina.

“Débese asimismo medir el comer, de tal suerte que con la demasía no quede el estómago cargado, porque, así como daña el comer antes de tiempo arriba dicho, daña también comiendo demasiado. Y así, para evitar esto, conviene que dos cosas se hagan. La una, mascar bien lo que se come, porque de no hacerlo se le sigue detrimento grande a naturaleza, por no dársele lo de la primera disposición y principio se le debe; porque para eso ha dado ella los dientes, para que perfectamente se desmenuce lo que se come antes que pase al lugar de la digestión. Y así, si lo que se come no es líquido, o con algún artificio desmenuzado, mucho defraude a la naturaleza y de su cuerpo, el que con dientes no desmenuza bien lo que come... La otra, que por temor de no comer demasiado, se debe también evitar la variedad de los manjares en la mesa, en particular si fueren exquisitos y delicados. Porque antes se satisface y contenta el apetito con una cosa de comer que con diversas, porque los gustillos de los sabores incitan a comer más de lo que el estómago puede elegir...” Amigo lector, no tengo más nada que agregar. Piense usted. Buenas noches.
Carlos Penelas
Buenos Aires, abril de 2011
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