Doce cuerdas
Tus guantespuestos en la punta de tu cuerpo de ardillay el punch de tu sonrisa.Nicolás Guillén
aquellas noches despertando un milagro;
la fatiga, el destino, los libros, lo aleatorio.
Revivo caminatas con mi padre,
la sombra imprecisa del sombrero
entrando al Luna Park entre la muchedumbre.
Nombraba a Julio Mocoroa - el bulldog platense -
la fugitiva vida en sus pies, la técnica notable.
Detallaba el estilo y la elegancia,
un boxeador distinguido, reiteraba. Como nunca había visto
repetía mirando un cuadrilátero en las nubes.
Tal vez era una manera de convocar fantasmas,
un ademán sutil de nombrar a los griegos.
Citaba a Arthur Cravan, a Magaldi, a Kid Charol.
Mencionaba a Pedro Quartucci, decía Gene Tunney.
En la plaza, en los cafés o en los tranvías
pronunciaba Orsi, Ravaschino, Seoane, Lalín…
Y de pronto aseveraba: Mocoroa,
Alvear y Tagle, las fintas, la revancha
que la fatalidad de los hados impusieron.
En la popular vibraba recalando cigarros
al descubrir el oficio del hombre en el espejo,
oteando las sogas, lo voraz, el esquive.
Solía acordarse de un directo de izquierda
y un cross de derecha.
Entonces se abrían los brazos en el clinch
con dones otoñales y su beso en mi frente.
A lo lejos la delicadísima luna
es una mitología intemporal que huye con brusquedad
evocando otras cosas comunes:
un abismo, un jab y la evidencia imponderable
del amanecer que pasa como el río.
Carlos Penelas
Buenos Aires, 24 de octubre de 2025



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