Doce cuerdas

by - sábado, octubre 25, 2025

Tus guantes
puestos en la punta de tu cuerpo de ardilla
y el punch de tu sonrisa.
Nicolás Guillén


En estos días comprendí aquellas voces,


aquellas noches despertando un milagro;

la fatiga, el destino, los libros, lo aleatorio.

Revivo caminatas con mi padre,

la sombra imprecisa del sombrero

entrando al Luna Park entre la muchedumbre.

Nombraba a Julio Mocoroa - el bulldog platense -

la fugitiva vida en sus pies, la técnica notable.

Detallaba el estilo y la elegancia,

un boxeador distinguido, reiteraba. Como nunca había visto

repetía mirando un cuadrilátero en las nubes.

Tal vez era una manera de convocar fantasmas,

un ademán sutil de nombrar a los griegos.

Citaba a Arthur Cravan, a Magaldi, a Kid Charol.

Mencionaba a Pedro Quartucci, decía Gene Tunney.

En la plaza, en los cafés o en los tranvías

pronunciaba Orsi, Ravaschino, Seoane, Lalín…

Y de pronto aseveraba: Mocoroa,

Alvear y Tagle, las fintas, la revancha

que la fatalidad de los hados impusieron.

En la popular vibraba recalando cigarros

al descubrir el oficio del hombre en el espejo,

oteando las sogas, lo voraz, el esquive.

Solía acordarse de un directo de izquierda

y un cross de derecha.

Entonces se abrían los brazos en el clinch

con dones otoñales y su beso en mi frente.

A lo lejos la delicadísima luna

es una mitología intemporal que huye con brusquedad

evocando otras cosas comunes:

un abismo, un jab y la evidencia imponderable

del amanecer que pasa como el río.



Carlos Penelas

Buenos Aires, 24 de octubre de 2025

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