A la memoria de mis amigos Roberto Santoro y Haroldo Conti
He señalado en diversas oportunidades lo terrible del golpe militar de 1976. Muchos de mis amigos fueron secuestrados, desaparecidos o, en el mejor de los casos, sufrieron el exilio. Muchos, como en mi caso, vivimos el “exilio interior”. Años difÃciles que nos marcaron para toda la vida. Cambios de domicilio, quema de libretas, cartas y libros, modificaciones de conductas. Y la sospecha de cada dÃa, de cada llamado, de cada encuentro. Nada era seguro, nadie era confiable. Recuerdo haberles escrito a amigos de España que no me molestaran con cartas o llamados pues estaba estudiando a los poetas medievales italianos. Entendieron que les decÃa. Hoy vamos a recordar a un escritor que traté circunstancialmente y que, casi desde el anonimato, luchó por la libertad de un hombre, de uno de los grandes escritores argentinos.
Lo dijimos hace muchos años. Lo repetimos. Es necesario recordar que intelectuales asesinados, secuestrados, apresados o expulsados del paÃs por la Junta Militar, fue la forma sistemática de destrucción de una cultura. FÃsicos, quÃmicos, matemáticos, periodistas, ensayistas, narradores y poetas, fueron arrancados de sus casas en medio de la noche, arrastrados hasta los automóviles policiales o militares ante el silencio de una sociedad. Idéntica suerte padecieron, en el mismo lapso, obreros, huelguistas o estudiantes.
Cuando lo conocà yo no aún no fumaba en pipa. HabÃa publicado Poemas del amor sin muros, 1970; Palabra en testimonio, 1973; La gaviota blindada y otros poemas, 1975; El libro de las imágenes, 1976. Esos libros generaron el reconocimiento y estÃmulo de muchos de mis mayores. El primero en llamarme al publicar el poemario inicial fue Raúl González Tuñón. Luego con el tiempo vinieron las voces de Lucas Moreno, José Murillo, Jorge Caldas Villar, Ana MarÃa Ramb, Juan L. Ortiz, Hamlet Lima Quintana, Luis Franco, Ricardo Molinari, Héctor Ciocchini, Ernesto Sábato, Ofelia Zúccoli Fidanza, Osvaldo Bayer...
Algunos de ellos mencionaron a Juan Jacobo BajarlÃa. Creo que fue Aristóbulo Echegaray, en mi casa, que me dijo que lo fuera a ver, que conversara con él. El periodista Jorge Andrés Chinetti, amigo de mi familia, hombre cultivado, aludió a su personalidad una noche en un café donde nos veÃamos. Horacio E. Ratti, por ese entonces presidente de la Sociedad Argentina de Escritores, me lo presentó en su despacho. Una tarde en la sede de la calle Uruguay. Evoco ahora la figura de Dardo Cúneo, quién me ofreció su generosa amistad, fue el que adquirió la casa en 1972. Hablo de Dardo Cúneo Penelas, cuya madre era de origen gallego.
A Jean-Jacques - como lo llamaban sus amigos - lo traté por primera vez en 1976 por intermedio de Ratti en su escritorio. Yo tenÃa treinta años. Salimos a conversar a uno de los pasillos y luego a una oficina contigua. Tiempos terribles, tiempos de horror por la feroz dictadura de Jorge Rafael Videla miembro de la Junta Militar. La última y la más cruenta de las dictaduras militares del siglo XX. Era un poder colegiado entre las tres armas, diferente de la dictadura ejercida por Pinochet.
A la semana le dedique mi último libro. Por aquellos años sólo conocÃa su obra poética. De eso hablamos, de lo poético, de lo que significaba para mà y escuché - con suma atención - su mundo, su universo en torno al poema y a su generación. También mencionamos a autores que reconocÃamos: Miguel Briante, Francisco Madariaga, Edgar Bailey, Héctor Lastra entre otros. Recuerdo haberle mencionado mi profunda amistad con Roberto Santoro y Haroldo Conti. De ellos también hablamos, de sus obras, de sus conductas, del panorama polÃtico y social de esos años. Con el tiempo pude continuar los encuentros en la S.A.D.E. A veces, en una de sus aulas nos reunÃamos escritores para analizar la violación de los derechos humanos, la situación de escritores desaparecidos. En uno de esos encuentros conocà a Juan José Sebreli, con quien me unió una lúcida amistad hasta su muerte.
HabÃa algo diferente en BajarlÃa con respecto a otros escritores. Su cultura, su formación, su mirada profunda. No sólo era abogado criminólogo, poeta, cuentista, dramaturgo, traductor (tradujo entre otros a Pietro Aretino, a Eugene Ionesco) sino que tenÃa una visión profunda en torno a la cultura, una observación abierta a diferentes manifestaciones. Eso me impresionó, sobre todo en tiempos de represión y centros clandestinos. Otro hecho destacado que me impresionó fue su integridad, su valor, su coraje. Fue abogado de Antonio Di Benedetto, secuestrado en marzo de 1976. Insisto, eran tiempos de terror. Y todos aquellos que pensábamos, que tenÃamos una actividad creativa corrÃamos riesgos. El mantuvo el “exilio interno” como tantos otros. Luchó sin descanso por la liberación de Di Benedetto hasta que lo logró. A pesar de amenazas recibidas, de la faceta paralegal en el ejercicio del accionar represivo, de valores retrógrados en la vida cotidiana.
Con el tiempo abordé sus trabajos de ciencia ficción y el género fantástico. Su poética – yo siempre manifesté otra lÃnea – tiene un cosmos sumamente inquietante. También debo recordar que firmó la carta solicitando la liberación de Antonio junto a Victoria Ocampo, Jorge Luis Borges entre otros.
Cada tanto vuelvo a su poética. Y sigo descubriendo felices indagaciones. Su severa amistad debe ser recordada. Como su obra.
Un dÃa entraron.
Eran cinco aparecidos llegados del infierno
con el olvido a cuestas y la voz en los puños.
Juan Jacobo BajarlÃa
Carlos Penelas
Buenos Aires, 17 de septiembre de 2025