El poeta lee su silencio

by - viernes, noviembre 04, 2022

Hoy desperté con evocaciones. El club de mi infancia, el natatorio, los partidos de fútbol, la escuela primaria frente a Plaza Lavalle. Al mismo tiempo recordé el moño con pintas blancas y el cardigan azul. Los breches. Un álbum de figuritas. Un retrato del General Paz, el busto de Julio A. Roca, el mausoleo de Sarmiento. Después del desayuno salí a caminar por Plaza Rodríguez Peña como lo hago habitualmente. Recordé una novia de ojos celestes de mi adolescencia, un cumpleaños de quince, la escuela secundaria. Y las bibliotecas de mi casa. La de mi padre, la de cada uno de mis hermanos, la mía; la menor de todas. En un café fumé mi pipa y navegué por ciudades, pueblos, aldeas. Y asombrado vi pasar la vida.

Foto: Emiliano Penelas

En un artículo que publicó Jorge Luis Borges sobre los poetas de Buenos Aires (1966), señala que “así como otros países, Inglaterra por ejemplo, sueñan con el mar, así nosotros tenemos como una nostalgia de un tipo de vida infame y cuchillera”. Sabemos que toda realidad es compleja y que tal vez el juicio de Borges no se ajustaba a la realidad, o mejor dicho, lo simbólico de nuestra identidad quizá no sea precisamente esa. Pero no está del todo equivocado, no estaba del todo equivocado. Desde la época de nuestras luchas intestinas hay algo de perversión, de sangre en cada movimiento, en cada acto. Nuestro primer cuento, El matadero de Esteban Echevrría, nos muestra violación, tortura e intolerancia. En nuestros días lo vemos en las barras bravas, en las escenas de la vida cotidiana, en el ocio represivo de las vacaciones, en ciertas mitologías que tienen relación con lo más bajo de nuestro ser nacional.

Los echaban. A los que no llevaban luto los echaban. Era obligatorio llevarlo. Mi padre no me lo puso. “Vas a ir a la escuela sin luto”. Yo tenía seis o siete años; sabía por las conversaciones en voz baja de mi familia, que algo no andaba bien, “que los pesquisas”, “que la demagogia”, “que la delación”, “que la cárcel”. Mi padre dijo: “No usé luto por mi madre ni por mi padre”. Don Manuel era ateo, contestario. Creo que la poesía viene de ese mundo. Mi madre configuró lo suyo con su ternura y su silencio, seguro. El resto vino con el aire y la nostalgia.

Años después comprendí mi infancia gracias a los autores italianos de postguerra. Moravia, Pratolini, Pasolini, Pavese, me llenaron los ojos de imágenes y de ideología. Luego vendría Visconti, De Sica, Rossellini… ellos me llenaron el corazón de pasión y de poesía. El cine y la literatura fueron conformando mi espíritu. Eran seres cercanos a mis sentimientos, a mi entorno. Hombres y mujeres que solía ver por las calles de mi ciudad, en los viejos mercados, en las plazas del barrio, en el café del tío Pedro. Por supuesto que ya sabía de Pérez Galdós y de Emilia Pardo Bazán.

Voces, hay voces que me llegan desde lo literario. Adulón es una de ellas. Otras. Comparsa, mascarada, petulante, ominoso, locuaz, lealtades inconfesables, obsecuente. Una más: carnestolenda. Son vocablos que no se relacionan con lo poético, que se vinculan con otros temas. Voces que me acompañan desde hace siglos, voces que escucho en sueños, en hospitales, en fábricas, en embajadas, en programas televisivos. Carl Jung escribió que “…la naturaleza aspira a expresarse, agotando sus posibilidades. El hombre, igual.”

(Hoy escuché por radio un reportaje a una profesora de literatura. Contaba que los alumnos no podían leer libros, que les era imposible en cuarto año leer una página de Don Quijote. Querían analizar textos de la cumbia villera. La profesora estaba desesperada. El periodista dijo con firmeza: “Bueno, bueno, ni una cosa ni la otra”.)

Cuando una estatua que personifica a un dios es tocada por la palabra cobra vida. Genera un mundo metafísico, una metamorfosis que opera sobre el tiempo cronológico. El individuo no es sólo el resultado de un proceso histórico. El individuo es un ser polifacético. (¿Qué miente la historia, el Poder, la familia? ¿Qué ocultan en cada acto mis palabras, mis sueños, mis miradas? ¿Qué oculta cada lector, cada uno de nosotros?) Lo romántico contamina la crónica, la historia; distorsiona los hechos. Me sigue entusiasmando el vuelo del pájaro, las olas del mar, el silencio.

En todo soliloquio hay facetas múltiples, a veces contradictorias. Uno se muestra, mostrándose, compartiéndose. Eligiendo el riesgo permanente de buscarse a sí mismo, trascenderse sin diluirse en la abstracción. Hay un ámbito donde la inmediatez del hablar y la reflexión necesaria para hacer genuino ese hablar llegan a un acorde sostenido. “Escribo sobre el mar y el desierto”, señalo Albert Camus. Son varias las lecturas de ese testimonio. El resto son síntomas de infantilismo y soberbia.

He regresado a casa. Miro los sillones, unos jacintos en el florero, diversas bibliotecas, óleos, lámparas, muebles fraileros. Miro fotografías de escritores, de médicos, de hijos, de amigos. Fotografías de Rocío, mi esposa, pequeños amuletos, bastones, dos percheros de mi familia, una bandera republicana, un bastón Watson - estilete -, un unicornio de la India, una mesa de ajedrez de mármol, boinas, retratos de actores y cineastas. La escalera de roble que lleva a mi biblioteca, manuscritos y poemas enmarcados, relojes de pared, coches de carrera de colección, un reloj de pie de péndulo alto, teléfonos antiguos, un fonógrafo alemán... En breve se editará mi libro de poemas.

Carlos Penelas
Buenos Aires, noviembre de 2022

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