Familias de la infancia

by - jueves, octubre 14, 2021

Las fechas suelen traer connotaciones, esa es la razón por la cual en ésta oportunidad las evito. La observación y la memoria confirman cierta melancolía, cierto destino que nos une a verdades, a secretas formas de la afinidad. Invocación; imágenes incomunicables que perduran en mí para mejorarme, para ayudarme. Una gravitación personal que corrobora lo íntimo.


Siempre he afirmado que somos por el esfuerzo, la voluntad, el talento. Pero también por una familia, por nuestros mayores, por aquellos maestros que nos formaron en lo ético, en la belleza, en la búsqueda permanente de otros mundos. El destino me deparó que conociera hombres que hablaran de solidaridad, de compromiso, de indulgencia; que señalaran una lírica hospitalaria, una demagogia no deseable, una sociedad menos infame.

He adoptado con fervor otras familias protectoras que nos ofrendaron cariño, lucidez, felicidad. Las familias que fui conociendo en mi infancia – a través de mis hermanos mayores, a través de mis amigos – fueron extranjeras. Italianos, españoles (particularmente gallegos), franceses, polacos, ucranianos, belgas o judíos belgas. Todas ellas me hicieron palpitar el fervor de sus mundos, de sus hábitos, de sus comidas. Sus comidas fueron parte de mi cultura como sus retratos y sus historias. En todas descubrí países y la lucha por la libertad. Rozaban -a veces- la épica, la protesta social, el desengaño. En sus casas palpité idiomas, guerras, persecuciones, campos de concentración, números azules en antebrazos, la íntima y cálida memoria de sus miradas.

En cada casa, en cada hogar, se registraban nombres socialistas, libertarios, sabios judíos, pensadores o líderes europeos, mártires y proverbios, lecturas bíblicas, imágenes de santos. Así evoco, no sin emoción las familias Bernardini, Crespo, Fraga, González, Kurchan, Khon, Bonilla, Rubeaux, Fenara, Caporazzo, Sielski…

Y otras familias que ya no puedo recordar. De las familias que enriquecieron mi infancia quiero evocar a los Sielski cuya amistad fue larga en el tiempo. Tal vez porque hace unos años falleció Coshu, tal vez porque al terminar mi niñez murió María Manuela y dormí tres noches en esa casa mientras velaban a mi madre en la mía. Esas tres noches mi padre me llevaba a cenar con ellos, entre la confusión y el dolor, desde la fatalidad y el desamparo. Este hecho produjo en mi una mitología privada, un símbolo que predicó lecturas interiores y permanece incólume.

La ternura, el afecto, las caricias y los besos de esos padres han quedado grabados en lo más profundo de mí. Una familia de origen polaco y ucraniano. Y dos hijos: el mayor, Coshu; el menor Ñuni. Profundamente católicos sin concurrir a la iglesia, con historias fabulosas o genuinas. Profundamente antiestalinistas, antifacistas. Tenían humor y anécdotas desopilantes, aún en momentos trágicos. Al entrar a ese departamento el afecto, la simpatía se hacía presente de inmediato.

Silvio, hijo de Coshu, está radicado en Nueva York desde hace años; casado, vive con su mujer y sus dos hijas. Me envía unas fotos y me escribe: “Mi abuelo era Nicolás Sielski, yo siempre lo llamé Lash, recuerdo que decía que era de Galitzia, Polonia. Mi abuela, Anastasia Senyk, a quien siempre llamé Ani, nació en Podhorce, Polonia. Aunque Podhorce era parte de Polonia cuando ella nació, anteriormente era Ucrania, ese era el origen de su familia. Mi papá nació en Buenos Aires, Nicolás Alberto Sielski, la familia siempre lo llamó Coshu, y su hermano Ñuñi, que nació también en Buenos Aires, se llamaba Julio Enrique Sielski”.

La cronología y la geografía ofrecieron a mi espíritu otra pluralidad de mundos. Recuerdo -en la lejanía- voces, latidos, una prodigalidad de vigilias y descubrimientos. Seres de trabajo, de esfuerzo, de sacrificio. Seres nobles, de amplia sonrisa, rubios, frágiles por la bondad, de inteligencia emocional.

Los Sielski son parte de mi infancia, aquello que uno va identificando con los sueños, con la nostalgia, con el destino valeroso de los mayores. La fluidez y el encanto – de ese tibio ayer, inmóvil - surgen desde sus fotografías. Igual que la felicidad, que los sorprendentes jardines de una mitología invisible y poética. Las fechas suelen traer connotaciones, esa es la razón por la cual en esta oportunidad las evito.

Carlos Penelas
Buenos Aires, 2021

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