Anécdotas sin importancia
En más de una ocasión me he referido a mi infancia, Una educación particular. Mi padre me hablaba de don Carlos de Borbón , de la Orden de Calatraba o de la barca de piedra de Santiago Apóstol. Tenía unos seis o siete años y escuchaba historias dignas de los libros de cuentos. Con el tiempo supe que se mofaba de la historia, de los mitos, de las supersticiones. Era el menor de cinco hermanos. Roberto, el mayor, fabulaba y reía. De cuando fue bombero y salvaba de incendios a familias enteras, de cómo había nadado durante horas en un mar tormentoso, de cuando fue piloto de aviación y se tiraba en paracaídas. Pienso que en aquellos años nació en mí la pasión por lo desmesurado. Mi hermana Raquel me regaló a los doce años el libro del Barón de Münchhausen. A los quince años escribí mi primer poema. Era para conquistar a una muchacha bella y de ojos inquietantes. Mi primer amor, mis primeros besos.
Mi madre era la sensatez. Me orientaba en cosas elementales, en las compras de la feria, en la limpieza del hogar, de la higiene diaria. Y hablaba de sus padres, de las comidas, de cómo se debía sentar un niño a la mesa y saber escuchar a los mayores. Mi padre también me señalaba estas cuestiones pero siempre con un dejo de ironía, con mirada crítica. Todos, padres, hermanos, tíos o primos criticaban el desborde del populismo, las dictaduras, la hipocresía del clero, la corrupción en los gobiernos, la delación, la pobreza del campesinado en Galicia. Eran los años donde en el cuaderno de clase debía escribir: “Mi mamá me ama, Evita me ama.”
En las cenas se discutía. Siempre había una polémica. En casa de mi tío Pedro al poco de llegar don Manuel, mi padre, el tío le decía: “Manolo opina de algo”. Mi padre, cazurro, preguntaba: “¿Y para qué quieres que opine?” “Para poder opinar lo contrario”, respondía el tío Fraga.
Definitivamente un chascarrillo me pareció iluminador. Padre contaba que mi abuelo materno, Tomás Abad, un sábado visita al abuelo paterno, Pedro Penelas. Y sin más le dice: “Pedro, ya somos vellos, creo que deberíamos ir a la iglesia. Ter poñerse a bien con Dios”.
Carlos Penelas
Buenos Aires, 22 de junio de 2025
En las cenas se discutía. Siempre había una polémica. En casa de mi tío Pedro al poco de llegar don Manuel, mi padre, el tío le decía: “Manolo opina de algo”. Mi padre, cazurro, preguntaba: “¿Y para qué quieres que opine?” “Para poder opinar lo contrario”, respondía el tío Fraga.
Definitivamente un chascarrillo me pareció iluminador. Padre contaba que mi abuelo materno, Tomás Abad, un sábado visita al abuelo paterno, Pedro Penelas. Y sin más le dice: “Pedro, ya somos vellos, creo que deberíamos ir a la iglesia. Ter poñerse a bien con Dios”.
Carlos Penelas
Buenos Aires, 22 de junio de 2025
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